La tarde siguiente…
Evie rio divertida mientras escuchaba otra anécdota sobre la infancia de Farid, antes de que el jeque los separase de manera tan cruel.
—Siempre fue el favorito —admitió Fátima aunque no se la veía complacida con ello.
—¿Pero no es el segundo en la línea sucesoria?
—Así es. Pero según las leyendas, un antepasado del jeque tuvo esos mismos ojos y siempre se consideró que aquel que los heredase sería un digno sucesor y se aseguraría de que la línea Al-Zaidani viviera para siempre —le explicó la dama con su usual suave voz.
—Entonces, ¿el jeque vendrá…?
—No. No. No. Es un hombre demasiado orgulloso para admitir que estuvo mal lo que nos hizo. Está intentando compensárselo a Farid dándole su libertad y conociéndolo, rogando que en algún momento este lo perdone y regrese a su lado.
—Pero aún falta mucho para eso… —intuyó Evie basándose en todo lo que había ido conociendo de Farid.
—E incluso si encuentra la manera de perdonarlo, jamás volverá a vivir allá —susurró Fátima, y observó a Evie con absoluta seriedad—. Su corazón ya no yace en Bahrain, sino en ti.
Sorprendida ante estas palabras, Evie no supo qué responder mientras el sonrojo se apoderaba por completo de su rostro.
—¡Mamá!
—Es la verdad.
—Sí. Pero incluso para Evie es un tanto brusco escucharlo de esa manera cuando de seguro mi hermano aún no se le declaró —explicó la joven, y de inmediato también miró a Evie—. ¿O lo hizo y no nos lo dijo?
—Él… no… no ha dicho nada.
—Típico. Se creen que una puede leer sus intenciones en las hojas del té y mágicamente saber todo lo que sienten —declaró Fátima contrariada para gran diversión de Olivia, que reía sentada a su lado—. Hay que hacer que tu hermano recupere algo de sentido. ¿Cómo no se le va a declarar? Y más después de todo lo que hizo… No es de extrañarse que ella estuviese tan confundida.
—Madre, Farid amenazó a todo hombre en Londres sobre cuál sería su destino si siquiera osaba mirarla con más interés del socialmente requerido —comentó Oli aún riendo—. Jamás vi a un grupo de pares del reino aceptar algo tan rápido como cuando Farid hizo aparecer su cimitarra en el estudio de Wulfgar.
Ambas mujeres rieron pero Evie las observaba sorprendida. Ignoraba por completo lo que ellas estaban comentando y eso comenzaba a no agradarle. Su rostro dejo en claro cómo se sentía porque ambas al instante abandonaron sus asientos y se acomodaron junto a ella.
—Disculpa si la conducta de mi hijo no ha sido la esperada.
—Lo que mamá está intentando decirte es que Farid, por mucho que se vista como tus aristócratas y se comporte como uno, detrás de la facha, sigue siendo un guerrero árabe.
—Lo sé. Cada vez que lo miro a los ojos veo al hombre que es realmente.
—Pero no sabes muy bien qué pensar al respecto…
—Exacto. Es todo tan…
—¿Desconcertante? —ofreció Oli mirándola con simpatía.
—Sí. Nos conocimos tan solo una noche pero fue como si ese solo momento lo cambiase todo. Y un tiempo después, cuando le pedí a Saif que ya no me diera más noticias sobre él, unos días después recibí este obsequio. —Y les mostró el delicado dije engarzado en oro.
Fátima y Olivia intercambiaron rápidas miradas.
—También me escribió un bello poema y envió varios obsequios más.
—¿Y tú los acepaste?
—Sí. Por supuesto. Luego las mujeres y Saif me obsequiaron una tienda.
—¿Una tienda?
—Dijeron que como yo no tengo una familia materna y como básicamente crecí con ellos, que esa era su responsabilidad —les explicó con sencillez—. Celebraron durante una semana y, aunque Farid no pudo asistir, Saif estaba más que feliz.
—No puedo creer que tu hermano no le explicase nada…
—Habrá supuesto que las mujeres lo harían, mamá.
Confundida, Evie las escuchó intercambiar rápidas palabras en árabe y agradeció haber aprendido el idioma siendo una niña aunque comenzó a dudar sobre sus conocimientos al respecto porque la conclusión a la que estaba llegando no podía ser la correcta.
—¿Oli?
—Ya no eres Evelyn Moore, amiga. Eres Evelyn Al-Zaidani.
—¿Qué? Pero…
—Mi niña. Los poemas, los obsequios, la ceremonia, incluso si Farid no estuvo presente… Eres su esposa.