Capítulo 11

La mañana siguiente…

¿Mi príncipe? ¿Farid? —Aunque sabía que probablemente Raafe había visto huir a la joven, ahora había algo más que tenía atrapada por completo su atención y estaba intentando pensar cómo lidiar con ello como haría un inglés en vez de un guerrero.

Ahí, justo en donde yacieron, unas machas de sangre proclamaban a gritos la pureza de Evie. Aunque él jamás creyó que fuese promiscua, luego de haber pasado años en la tribu de su tío, siempre consideró que quizás hubiese adoptado alguna de sus costumbres pero acababa de descubrir que no fue así.

Ningún hombre jamás había yacido con ella, o amado de la misma manera en la que él lo hacía.

—¿Farid?

—La amo. Ella es mi razón de ser —susurró con su mirada aún fija en la evidencia en las sábanas.

—¿Acaso mi señor no se lo ha dicho?

—Vivo demostrándoselo.

—Pero ella necesita palabras… en especial luego de honrarlo con tal tesoro —replicó Raafe haciendo un peculiar chasquido con la lengua que dejaba en claro su disgusto con sus acciones.

—Raafe…

—No, mi príncipe. Está equivocado. Su señora debe saber con palabras lo que siente por ella y no que usted simplemente asuma que porque le envía obsequios se lo está dando a entender.

—Mis obsequios hablan por sí mismos.

—Y también es lo que estos caballeros hacen con sus amantes.

—¡Raafe! —Farid se levantó enfurecido y esgrimió su cimitarra con fuerza.

—Es la verdad, mi príncipe. Los hombres ingleses cubren a sus amantes de joyas y objetos caros… no a sus esposas —declaró aún molesto el joven mientras continuaba ordenando la tienda y dirigiéndole miradas contrariadas a Farid que ahora se desplazaba por el centro de la misma sumido en sus pensamientos mientras blandía la espada en la misma serie de movimientos que aprendiera siendo apenas un niño junto a sus hermanos.

Finalmente pareció llegar a alguna clase de conclusión porque exhaló con fuerza, guardó el arma y se apresuró a vestirse.

—Primero debe vestirse adecuadamente, mi príncipe. —Raafe creyó que tendría una discusión entre sus manos, pero cuando el hombre tan solo asintió y lo siguió hasta su propio carruaje, comenzó a preocuparse por cuales fuesen los pensamientos que plagaban ahora a su príncipe.

Finalmente, de regreso en su residencia, aún continuaba sumido en el silencio, lo que hizo que Raafe estuviera por arrancarse todos los pelos de la cabeza por haberse atrevido a abrir la boca.

—Debo hablar con lord Wentworth —declaró inesperadamente—. Él conquistó a mi madre y ella no dudó en huir a sus brazos cuando finalmente fue liberada por el jeque.

—Eso jamás habría sido posible sin su intervención, mi príncipe.

—Ella es mi madre. Se merece hallar toda la felicidad que el jeque le negó durante décadas —respondió restándole importancia a su propia participación en la libertad de la dama, lo volvería a hacer sin dudarlo.

—Pero…

—Lord Wentworth sabrá darme las respuestas que busco —insistió, y Raafe se apresuró a seguirlo de regreso al carruaje una vez vestido de nuevo con la apropiada indumentaria de un noble inglés.

Si Fátima halló extraña la inesperada aparición de su hijo exigiendo hablar con su marido, no comentó nada al respecto; por el contrario, lo acompañó hasta las puertas del estudio y luego de darle un beso en la mejilla y una conocedora mirada de madre se retiró en silencio.

Farid deseó por unos instantes que ella se hubiese quedado, pero cambió de idea cuando lord Wentworth abrió él mismo la puerta de su estudio y lo invitó a entrar. Farid solo podía suponer que alguno de los sirvientes lo había puesto sobre aviso de su llegada.

—Farid, adelante, por favor.

—Lord Wentworth.

—Kenneth, por favor, muchacho. Bien podrías ser mi hijo —respondió el hombre y le ofreció una cálida y sincera sonrisa.

—Señor, yo…

—Farid, si no me llamas por mi nombre, entonces yo deberé llamarte su alteza, tal como corresponde a tu rango —le explicó el caballero—. Al fin y al cabo eres el segundo hijo del jeque, un príncipe de la línea Al-Zaidani.

Farid no pudo más que fruncir la nariz y algo en la expresión de su rostro hizo que lord Kenneth sonriera divertido, ante su ceño fruncido en confusión el hombre rio.

—Heredaste la expresividad de tu madre.

—Yo…

—Ella es una belleza de modales suaves y delicados pero tiene el rostro más expresivo que he visto en mi vida. Tus hermanas y tú han heredado esa característica —se apresuró a explicarle—. Ella frunce la nariz de la misma manera en que tú lo haces cuando algo le resulta desagradable.

Farid se apresuró a sonreír ante la explicación del caballero.

—Ahora, Farid, dime en que te puedo ayudar.

—Lord Kenneth. —El caballero asintió complacido ante ese cambio en el modo de dirigirse a él, aún no se sentía del todo preparado para llamarlo únicamente por su nombre pero con algo de tiempo estaba seguro de que lo haría.

—Raafe me ha hecho notar algo preocupante.

—¿Ocurre algo grave?

Sí. Raafe me ha dicho que ustedes tratan a sus amantes como yo he tratado a mi habibti.

El hombre pareció sorprendido ante esto y finalmente lo invitó a sentarse mientras servía una medida de whisky para cada uno antes de tomar la palabra.

—Me temo que necesitaré más detalles que los que me acabas de dar, muchacho. Algunos hombres golpean y abusan de sus amantes. —Ante la expresión obviamente ofendida de Farid, se apresuró a levantar una mano en gesto aplacador—. Sé que tú jamás harías algo como aquello y por eso te pido confíes en mí y me cuentes más al respecto.

—Desde que supe que ella se hallaba aquí, le he estado enviando obsequios.

—¿Qué clase de obsequios?

—Los usuales. Sirvientes, un nuevo ajuar, joyas, un carruaje…

—Me parece que estoy comprendiendo el problema, Farid. No es que eso esté mal en sí mismo, pero si ella no es tu esposa…

—Pero ella es mi esposa, lord Kenneth, ella aceptó mis obsequios mientras vivía con la tribu de mi tío e incluso tiene una tienda para nuestra familia. Mi tío organizó una gran celebración para festejar tal hecho.

¿Y ella lo sabe, Farid?

—No hasta recientemente —reconoció finalmente sintiendo que el calor le trepaba por las mejillas, algo que no le ocurría desde que era un niño—. Pero su majestad lo sabe. Lo dejé en claro cuando me reuní con ella en relación con las relaciones comerciales entre nuestras naciones.

Repentinamente lord Kenneth rompió en carcajadas.

—Perdóname, Farid, pero se estila que la esposa sea la primera en saber su estado civil y no que lo sepan todos los pares del reino menos ella.

—Pero no me interesa lo que sepan o no el resto de su aristocracia —declaró con cierto desdén, dejando en claro la poca estima en la que tenía a la mayoría de los nobles.

—Comprendo, pero aun así, si deseas que Evie reciba respeto entonces tú debes ser el primero en ofrecérselo siguiendo nuestras costumbres.

—¿Cómo puedo arreglarlo?

—Odio decirlo, especialmente considerando que jamás le pediría algo como esto a tu madre, pero… comportándote un poco más como un noble inglés y menos como un guerrero tuareg, incluso siendo un príncipe.

Enséñeme —demandó, poniéndose de pie y de nuevo el caballero le ofreció una enorme sonrisa mientras apoyaba su vaso y asentía.

—Tu madre va a matarme por esto.

—Mi madre te ama demasiado como para ello.

—Pero no como para castigarme por unos días.

—Yo hablaré con ella y le diré que te ordene enseñarme.

Kenneth rio bajo y asintió, luego se apresuró a abrir la puerta y se encontró con Raafe esperando del otro lado de la puerta.

—Raafe, por favor, llama a mi mayordomo y a mi valet. Necesitamos de sus conocimientos —le pidió el caballero, a lo que el joven asintió y se alejó a toda velocidad por la casa.

—Mis vestuarios y modales son correctos.

—Así es. Pero mis hombres conocen a todos y nos van a poder ayudar a saber exactamente qué clase de rumores andan circulando respecto a tu amada Evie —se apresuró a explicarle—. Igual no ha de ser nada grave porque si no mis hijas hubiesen armado un escándalo exigiendo que hablase contigo sobre tu conducta tal como ha ocurrido otras veces.

—Ellas no deberían exhibir sus cuerpos de esa manera —masculló molesto pensando en las veces que las vio usando vestidos de noche que exhibían sus bustos a cualquier mirada masculina.

—Tu madre está de acuerdo contigo pero las modas son modas y Olivia ahora es una condesa. Lo que ella usa, hace y dice es comentado por todos —comentó con delicadeza—. Sé que no estás de acuerdo con ello pero debes respetarlo, así como Evie y su padre siempre han respetado a tu gente y sus costumbres.

Farid se apresuró a asentir serio. Estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para dejar en claro ante los ojos de la aristocracia inglesa que Evie no era ninguna fulana sino su esposa. Incluso si eso implicaba comportarse como un estirado lord inglés.