Capítulo 12

Unos días más tarde…

Evie observó sorprendida la visión ante ella. Estaba segura de que estaba soñando o se había golpeado la cabeza en algún momento de la mañana porque no había otra posible explicación para lo que sus ojos veían.

El caballero acercándose por el sendero del jardín se parecía a Farid pero no había manera de que fuese él porque no solamente estaba vestido con el último grito de la moda en lo que concernía a indumentaria para caballeros sino que además estaba portando un sombrero y llevaba un bastón en la mano. Pero como si eso fuese poco, sus salvajes cabellos azabaches estaban apartados por completo de su rostro, lo que destacaba aún más sus masculinas facciones y sus penetrantes ojos claros.

Pestañeó varias veces intentando asegurarse de que no se trataba de un espejismo pero la masculina figura continuó avanzando en su dirección hasta que finalmente se detuvo a unos pasos de distancia momento en el cual realizó una perfecta reverencia.

—¿Quién eres?

Eso pareció descolocar al hombre porque frunció el ceño, la alarma clara en sus ojos para finalmente recuperarse y recomponer su expresión a una de la más absoluta neutralidad.

—Señorita, ¿me permitiría acompañarla en su paseo diario por el jardín?

Demasiado sorprendida para responder ante el impecable acento inglés, ella tan solo pudo asentir pero tan pronto él se le acercó y le ofreció su brazo para continuar con la caminata, ella no pudo evitar hablar.

¿Qué paso con mi Farid?

—¿Su… Farid? —La voz sonaba ligeramente ronca pero fue cubierta con un ligero carraspeo antes de continuar hablando—. No comprendo a qué se refiere.

—Ya veo —fue la escueta respuesta femenina.

Evie ignoraba qué había propiciado el cambio pero no estaba contenta con ello. En un primer momento comprendió lo del cambio de indumentaria por un tema de adaptación a la cultura en la que se hallaba porque ella sabía por experiencia que sentirse como la atracción principal de un circo tampoco era algo agradable. Pero de ahí a borrar por completo su identidad había una gran diferencia. Y eso no le agradaba en lo más mínimo.

Se mostró tensa y distante a lo largo de toda la caminata, respondiendo de manera apropiada y como se esperaba a una joven dama en su situación, pero en su interior no podía evitar recordar al Farid de unas noches atrás, salvaje y apasionado como las arenas que lo vieron nacer.

Finalmente suspiró y detuvo su andar.

—Lo siento mucho, milord, pero no puedo continuar así —declaró con plena seguridad de sus palabras—. Le agradezco su visita pero creo que ya es hora de que se retire.

Dicho lo cual se giró sobre sí misma y comenzó a alejarse en dirección a su lugar secreto, una pérgola que se había formado de manera natural y sin importar la época del año, siempre le ofrecía refugio de cualquier mirada curiosa desde la casa principal. Necesitaba sentarse ahí por unos instantes y pensar sobre lo que acababa de ocurrir.

—¿Señorita?

Hasta luego, su alteza.

—¡Evie! ¡Espera! —Que la llamase por su apodo fue lo que detuvo su andar pero aun así no se giró a mirarlo—. Habibti… por favor…

Evie cerró los ojos e inhaló hondo antes de volver a hablar.

—No quiero que seas alguien más, Farid. Quiero a mi guerrero tuareg. El hombre que conocí en el campamento de Saif. Ahí no eras ni siquiera un príncipe. Éramos solo tú y yo… —dijo antes de retomar su andar seguida de cerca por él.

—Nosotros. —Fue apenas un susurro pero ella lo escuchó y asintió.

En el refugio de la enredadera ella se sentó en el banco de madera y cuando él se acomodó a su lado no puso objeción alguna. No era tonta. No tardó en analizar todo lo ocurrido entre ellos desde que él se marchase de la tribu para asistir a su padre, la celebración de Saif, los obsequios.

Aunque era completamente distinto a la manera inglesa de cortejarse. Sin mencionar que Farid no era la clase de hombre que hacía las cosas a medias. Así como tampoco era dado a ocultar sus emociones.

—Soy tu esposa, ¿o no, Farid?

Habibti… eres mi mundo —le susurró tomándola con delicadeza entre sus brazos.

Evie sintió como se sonrojaba ante sus palabras pero no dijo más nada, tan solo le ofreció sus labios para recibir un dulce beso. Cuando finalmente se separaron, ambos se observaron en silencio, uno perdido en la mirada del otro.

—¡Te dije que volveríamos! —El grito fue lo primero que les hizo saber que ya no se hallaban solos, pero cuando Evie hizo un ademan para levantarse, Farid la detuvo y le indicó que guardase silencio. Luego fue él quien se asomó por entre el follaje para ver quién era el responsable de tal escándalo.

Evie esperó ansiosa hasta que las voces se alejaron por la salida lateral del jardín que daba a la calle y luego Farid regresó a su lado.

—¿Sabes algo de tu padre lidiando con hombres de cierta reputación?

—Nunca se ha involucrado con ellos porque siempre ha conseguido patronazgo por medio de los contactos de mi tía. Incluso ellos mismos participaron en esta última expedición para investigar los túmulos de Bahrain.

—Cierto. Que mi padre se lo negó… —masculló tenso Farid.

—No puedes culparlo por ello. Para mi padre es un nuevo descubrimiento arqueológico pero para ustedes es el lugar de descanso de sus antepasados —susurró Evie comprensiva, pero era obvio que Farid aún estaba tenso y preocupado.

—¿Harías algo por mí?

—Por supuesto.

—No abandones la seguridad de la casa salvo que sea necesario y, si lo haces, jamás sola. ¿Comprendes?

—Te preocupan esos hombres.

—Sí. Y hasta no saber exactamente cuál es la relación que hay entre ellos y tu padre no quiero que te arriesgues.

—Está bien, Farid. De todas formas las únicas personas con las que socializo son Oli y tu madre —le respondió conciliadora a lo que él se relajó y le sonrió.

—Entonces, ¿no te gusto como caballero inglés?

—Me gustas como tú mismo, Farid, no quiero que cambies por lo que esta gente pueda llegar a opinar.

—Pero…

—Imagino lo que te habrán estado diciendo pero no es así. Soy tu esposa. Podré no tener una joya alrededor de mi dedo que lo demuestre pero tú y yo sabemos que es así.

—Sé que no te lo dije antes pero… te amo, Evie.

—Y yo a ti, mi ángel caído —le susurró la joven antes de que Farid volviera a apoderarse de sus labios.