Evie se apresuró a ingresar en la tienda seguida de cerca por el grupo de mujeres de la tribu. Aún sentía que el corazón se le iba a salir del pecho luego del espectáculo presentado.
En su fuero interno agradeció que su padre fuese de mente abierta porque si no hubiera estado en serios problemas. Aunque era consciente de que el hecho de que hubiese estado bebiendo desde hacía rato probablemente hubiese tenido mucho que ver con su falta de reacción al verla vestida con tan poca ropa.
No era que eso fuese algo nuevo para ella. Habiendo perdido a su madre siendo apenas un bebe y con un padre arqueólogo que se rehusaba a dejarla atrás, tuvo una educación un tanto peculiar que no era bien vista en los círculos más alto, pero tolerada porque su padre se había hecho con cierto renombre luego de varios descubrimientos realizados.
Con la compra en la zona sur del área de Kensington, para la construcción de un museo británico que albergase todo en un único espacio, todos los aristócratas estaban algo más que ansiosos por volverse posibles mecenas de cualquiera que estuviese dispuesto a ensuciarse las manos para lograr nuevos descubrimientos.
Aunque ella ignoraba quién fue el que respaldó esa nueva expedición, dado que su padre se había mostrado bastante reticente a darle detalles al respecto. Supuso que quizás, para variar, podría tratarse de una de sus tías aristócratas o sus maridos. Eso explicaría su reticencia a revelarle la identidad del benefactor.
—Farid te desea —susurró una de las jóvenes riendo junto con sus amigas, pero fue rápidamente callada por una de las mujeres de mayor edad.
—Tan solo reaccionaba ante una belleza exótica —aseguró la mujer mientras ayudaba a Evie a cambiarse de ropa y se colocaba una túnica del mismo color que el traje pero que cubría su cuerpo por completo pese a ser ligeramente transparente—. No te prendes de él, pequeña. Aquí cualquiera de ellos te daría oro con tal de obtener el tesoro que tú posees.
—¿Teso…ro? —Evie no tardo en comprender las palabras de la mujer y se sonrojo intensamente—. Mi gente también le da valor a la virginidad y, sinceramente, no se la entregaría a un hombre a quien no amase.
—¿No la entregarías por una generosa dote?
—No.
—¿Ni por convertirte en parte de la realeza?
—No —respondió con decisión—. Mis padres se casaron por amor. Mi madre era de la aristocracia, su padre era un barón, pero cuando conoció a mi padre no dudó un instante en dejarlo todo atrás para marcharse con el rumbo a El Cairo en la primera de muchas expediciones.
Su explicación pareció obtener la reacción deseada porque muchas de las jóvenes le sonrieron y asintieron en acuerdo con ella, así como las mujeres de mayor edad. Aunque Evie era consciente de que los acuerdos matrimoniales entre tribus nómadas no eran inusuales, también sabía que un padre escucharía los deseos de su hija dependiendo de quién fuese el pretendiente que ella deseaba.
Evie suspiró y permitió que le trenzaran la abundante cabellera que tanto parecía fascinarles; suponía que se debía más que nada a la manera en que, dependiendo qué luz la acariciara, su tonalidad variaba entre el bronce y el cobre. De hecho, a menudo le trenzaban cuentas entre el cabello e insistían en cubrirle a medias el rostro para que tan solo sus ojos quedaran a la vista. Ojos que previamente le maquillaban con kohl.
Era agradable ser aceptada pero a veces deseaba que lo mismo ocurriese en sus estadías en Londres mientras su padre presentaba sus más recientes descubrimientos y ella era forzada a socializar con damas de su misma edad.
Aunque fue presentada en sociedad, su temporada fue corta porque no tardó en marcharse rumbo a Arabia cuando su padre fue informado del desenterramiento de un misterioso sarcófago. Luego de eso simplemente dejó de intentarlo. No es que aún estuviese en edad de ser considerada una solterona, pero era difícil establecer amistades duraderas y más todavía el lograr un pretendiente decente cuando no sabía cuándo tendría que volver a macharse.
—¿Qué ocurre, sokar? —Evie sonrió ante el término afectuoso que las ancianas de la tribu le habían otorgado por su amor por las cosas dulces.
—Hay algo en tu mente. Dinos —le instó otra de las mujeres aferrándole las manos.
—Es que… tan solo quisiera que las cosas fueran así de fáciles en Londres —les confesó finalmente mientras permitía que la pusieran de pie y le colocaran en torno al tobillo una delicada pulsera de oro con un pequeño cascabel.
—¿Y por qué no lo son?
—Porque todos están tan pendientes del qué dirán que no aceptan a nada ni a nadie que sea diferente a ellos.
—Aquí no es tan diferente, sokar —respondió una de las mujeres—. Pero tu padre y tú han sido tan respetuosos de nuestras costumbres que nos fue imposible no aceptarlos como parte de la tribu.
—Parece que tu tribu de allá no acepta ni siquiera a su propia gente.
—Y ese es el problema —susurró Evie volviendo a tomar asiento.
Las mujeres escucharon unos ruidos afuera e intercambiaron rápidas miradas entre sí, algunas riendo y otras sonriendo. Incluso las más ancianas se veían entusiasmadas por la situación.
—Samira, ¿por qué no llevas a Evie a recoger algo de agua del pozo y así se distrae un poco? Supongo que también querrá desearle buenas noches al profesor —declaró la más anciana utilizando el nombre que le habían dado al padre de la joven.
—Pero…
—Ve, pequeña sokar. Disfruta de la noche de luna llena —la instó el grupo de mujeres, y pronto Evie se encontró afuera de la tienda junto a su amiga, quien se apresuró a guiarla al pozo de agua donde una figura las esperaba: el mismo hombre para el que ella bailó durante la celebración. Evie sintió que le ardían de nuevo las mejillas pero siguió a la otra joven hasta que ambas se detuvieron frente a él.
—¿Quién…?
—Evie, permíteme presentarte a… —Pero antes de que la joven pudiera decir algo, él dijo su nombre.
—Farid, lady Evie.
Sorprendida de que él conociera los tratamientos entre la aristocracia británica, no dudó en realizar una reverencia en respuesta a la masculina. Pero luego tan solo se quedó mirándolo, perdida en sus intensos ojos pálidos.
—Les llevaré el agua a las mujeres. —Cuando vio que su amiga estaba por abandonarla, tuvo un momentáneo instante de pánico y se aferró a la mano de Samira—. Calma. Él es de confiar. Es el sobrino de Saif. Él te protegerá.
Evie quiso preguntarle a su amiga quién iba a proteger su corazón, pero el pensamiento fue tan inesperado y sorpresivo que tan solo pudo asentir suavemente y desvió la mirada hacia la arena que aún mantenía algo del calor del día.
—¿Evie?
—Ve, Samira. Sabes que la protegeré con mi vida.
La joven sintió que había algo más que tan solo las palabras que él estaba diciendo porque su amiga asintió y se apresuró a alejarse dejándolos a solas pero no se atrevió a preguntar al respecto.