Farid observó a la joven de pie frente a él y aunque su cuerpo estaba cubierto por completo, no dejaba de ejercer una absoluta fascinación sobre él. Quiso acercarse y liberar su melena de la trenza en la que se hallaba sujeta. Poder enterrar los dedos en sus fascinantes cabellos cobrizos y descubrir si eran tan sedosos como se veían.
Pero no hizo nada de todo aquello. Se limitó a observarla. Sus nervios eran más que palpables y, tal como cuando se ganó la confianza de Faruk, supo que actuar con premura tan solo lograría alejarla de él.
—Tu padre es un hombre interesante. —Esas parecieron ser las palabras adecuadas para iniciar una conversación porque la joven rio bajo y asintió mientras sus ojos brillaban con afecto y diversión por el hombre.
—El tiempo que pasamos con tu tribu fue su favorito. Saif y él se hicieron buenos amigos cuando yo era una niña y desde entonces han estado en contacto —comentó la joven en un susurro como si estuviese realizando alguna clase de confesión que no debiera ser oída por nadie.
—Mi tío también considera al profesor un amado y preciado amigo. Siempre que la tribu se traslada a algún lugar, le ordena a su gente que averigüe si ha habido algún descubrimiento arqueológico nuevo en el área.
Fue entonces que ella frunció el ceño.
—¿Ellos no son tu gente?
—Esa respuesta es… complicada.
—No. No lo es. Lo son o no. Tan simple como eso.
—¿Tan simple como eso?
Fue entonces que ella elevó el mentón y, enarcando una ceja, se cruzó de brazos, desafiándolo a que refutara lo que acababa de decirle.
—¿Ellos son tu gente, Farid? —lo presionó ligeramente, solo que en vez de irritarlo como hubiese ocurrido con cualquier otra persona, su actitud tan solo logró sumergirlo más en el hechizo que ella había tejido con su baile.
—Sí —respondió.
—Pero… no son tu única gente —adivinó la joven, inclinando la cabeza ligeramente a un lado en un gesto claramente interrogante.
—No. Parte de mi familia vive en Bahrain —reconoció finalmente pero sin mucho ánimo de hablar al respecto del jeque y el resto de ellos.
Eso pareció ser suficiente para la joven porque asintió y relajó su postura. Momento que él aprovechó para acercársele y, pese a toda buena costumbre, le aferró una de sus delicadas manos y la acercó a sus labios para besarle los nudillos.
—Milord…
—Tan solo Farid —susurró en respuesta ante su sorpresa.
Aunque odió hacerlo, interrumpió el contacto entre ellos y le liberó la mano pero ella lo observaba aún sorprendida por su gesto de caballerosidad. Aunque usualmente usaba un turbante azul para esconder su identidad, le pareció algo ridículo hacerlo cuando todos los presentes eran considerados su familia… a excepción del profesor, y este gozaba de la plena confianza de su tío. De hecho, notó que ninguno de los hombres cubría su rostro ante el hombre, y tampoco ante su sobrina. No había nada que indicase más confianza para un tuareg que el hecho de andar con el rostro descubierto frente a personas ajenas a su familia.
—¿Aceptarías pasear conmigo bajo la luna llena? —le preguntó en un impulso no queriendo que acabase el tiempo entre ellos.
La vio dar una rápida mirada en dirección al fogón en donde se podían escuchar las risas de todos los hombres, y luego volver a observarlo a él.
—No iremos lejos. Samira puede ir con nosotros, si lo deseas —le ofreció, aunque en realidad no tenía interés alguno en tener que entretener a la otra joven.
—No deseo importunarla. Sé que su pretendiente irá a cortejarla hoy en el ahal.
—¿Tú no participas? —le pregunto de inmediato sintiendo un profundo desagrado ante la idea de que su familia la hubiese incluido tanto en sus costumbres que la estuviesen empujando a realizar prácticas totalmente opuestas a sus orígenes.
—La soltana me ha invitado pero las mujeres más ancianas de inmediato la censuraron. Dicen que ese no es lugar para mí y prefiero no transmitir la idea equivocada —le respondió mientras jugueteaba con un trozo de la prenda de su brazo.
—¿Acaso alguno de mis primos ha expresado deseos por cortejarte? —Sintió como la tensión trepaba por su cuerpo. La idea de que alguno de ellos hubiese ido más lejos que tan solo haberse atrevido a aferrarla del brazo le hacía sentir como si lava ardiendo lo quemase en su interior.
La joven rio y negó con la cabeza pero él podía ver en sus ojos la verdad. Ella podía no darle importancia a la situación pero era obvio que algo había ocurrido y probablemente más de una vez. Iba a tener que tener una seria conversación con su tío, que como amghar, su líder, podía ordenarles que se mantuvieran lejos de ella.
—La noche está tan hermosa. Siempre baja mucho la temperatura pero hoy… —Sus palabras lo alentaron y le ofreció una de sus raras sonrisas mientras realizaba una nueva reverencia y con un gesto de los brazos la instaba a avanzar por delante de él.
Ella volvió a reír y comenzaron a caminar hasta que finalmente se hallaron trepando un médano cercano desde donde podían oír las risas y las canciones, la alegre algarabía de todos.
Sin decirle nada, ella se sentó y esperó a que él también lo hiciera.
—Ojala todas las noches fueran así.
—¿Y por qué no habrían de serlo?
—Porque este no es mi mundo. Es tan solo un descanso temporal de mi realidad… —le susurró con más que obvio pesar y pese a saber que en la sociedad de la joven su conducta no sería bien vista, le envolvió un brazo en torno a los hombros y la acercó a su cuerpo.
Esperó que ella lo rechazara y se preparó incluso para tener que lidiar con una fenomenal escena de femenina indignación, pero cuando ella tan solo se tensó unos instantes para luego relajarse contra él supo que estaba en problemas.
Ella no se estaba comportando como las damas que habían visitado el palacio de su padre con sus metros de telas cubriéndoles el cuerpo, cubiertas de adornos ridículos y faldas que apenas sí les permitían moverse con comodidad en el clima cálido de su ciudad natal.
Tampoco se comportaba como estaba acostumbrado a las mujeres de pueblo: dejando en claro cuando un pretendiente era aceptado y esperando a que pagase la dote correspondiente para aceptar su cortejo.
Fue entonces que sintió su pequeña nariz cerca de su cuello inhalando hondo. Inseguro de qué hacer, Farid se quedó inmóvil por completo hasta que ella giró ligeramente su rostro y recostó la cabeza contra su pecho, a la altura de su corazón.
—¿Evelyn?
—Evie.
Una suave risa escapó de sus labios masculinos, lo que hizo que ella elevase su rostro para observarlo.
—¿Farid?
—¿Me permitirías besarte, vida?
—¿Vida?
—Eso significa tu nombre… Vida
—Oh, Farid… —Fue un delicado susurro femenino pero para él fue más que suficiente porque le quitó el velo y, luego de perderse en su mirada, finalmente inclinó la cabeza y sus labios se rozaron.
Pronto sus labios se volvieron hambrientos y apasionados hasta que se encontró con ella recostada sobre el médano, sus manos enterradas en sus cabellos azabaches mientras los más tentadores sonidos surgían de su garganta.
—Evie… debemos…
—Solo unos besos más…
Él volvió a reír, pero le concedió su pedido. Ella lo descolocaba y, al mismo tiempo, lo hacía sentirse libre. Lo que hacía que una parte de él entrara en pánico porque no era una sensación a la que estuviese acostumbrado.
—¡Farid! ¡Farid! —Los gritos los interrumpieron y él maldijo por lo bajo mientras le acomodaba el velo a la joven y la ayudaba a ponerse en pie.
Con ella envuelta en sus brazos esperó a que uno de los hombres de su tío se le acercase, acompañado de cerca por Raafe.
—¿Qué…?
—Tu padre te necesita, amigo. —Fue todo lo que necesitó escuchar para saber que su tiempo con Evie estaba llegando a su fin, aunque se juró a sí mismo que solo sería temporal. Ella volvería a estar en sus brazos y él la cortejaría, incluso contra todos los dictámenes de su padre.
—¿Farid?
—Lo siento mucho, mi padre…
—Lo entiendo. Ve… —Y vio en su mirada que ella realmente lo comprendía. Así como también vio sus propias emociones reflejadas en los ojos de ella.
—Evie… —Intentó decirle algo más mientras la escoltaba de regreso a su tienda, que sabía compartía con el resto de las mujeres.
—Ve, Farid. Yo estaré aquí cuando regreses. Mi padre está decidido a lograr poder investigar los túmulos y no va a querer marcharse hasta que no lo logre y sé que Saif adora tenerlo aquí —le susurró; sabía él que era a modo de consuelo.
—Regresaré a ti, Evie.
—Y yo te estaré esperando —le susurró la joven aceptando un último beso de su parte y luego viéndolo alejarse.
Farid rogó que tan solo fuera un contratiempo y pudiera regresar a su lado cuanto antes, pero por la expresión preocupada en el rostro de Raafe sospechaba que las cosas no serían tan sencillas.