Londres
Julio, 1871
Evie suspiró mientras se llevaba una mano a su más preciado tesoro, una delicada cadena de oro de la cual pendía una piedra turquesa de una tonalidad muy clara con vetas doradas que era un recuerdo constante del hombre que se la obsequió… Farid.
Pensar en él hizo que la tristeza la embargase. Aunque Saif a diario le ofrecía noticias de él, llegó un punto en el cual ella le pidió que ya no lo hiciera. A modo de respuesta recibió ese obsequio, y su deseo fue respetado, aunque siempre sospechó que el hombre le enviaba informes sobre ella a Farid.
Sin embargo, el tiempo les jugó en contra porque el jeque se rehusó a permitir que los túmulos fueran perturbados y aunque Saif ayudó a su padre a hallar varias piezas valiosas con las cuales regresar a Londres, eso implicó el final de su visita y de sus posibilidades de volver a ver al hombre que en una noche se había instalado en sus pensamientos.
Es menos tiempo del que ella creyó posible, se halló de regreso en el verano londinense, pero algo de ella se había quedado en el desierto del Sahara. Lo que hizo que el mes que aún tenía por delante de la temporada se viese como algo trivial y sin sentido.
Al menos tenía la seguridad de que el 12 de agosto finalizaría oficialmente toda esa cuestión y, con algo de suerte, su padre querría volver a partir de regreso a oriente. No se le olvidaba la conversación que le escuchó tener con un desconocido, aunque de aspecto sospechoso, en la cual mencionaba un posible viaje a Bahrain… El lugar de nacimiento de Farid.
—¿Evie?
La joven pestañeó varias veces hasta que enfocó el rostro de la joven frente a ella. Olivia Wentworth, ahora lady Herbert, condesa de Pembroke, le ofreció una mirada cargada de preocupación.
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Lo siento. Mi mente estaba en otras cosas —le respondió a su nueva amiga.
Aunque sus padres se conocían desde hacía años, era realmente la primera vez que ellas se trataban de manera más cercana que meros saludos casuales en los breves encuentros que tuvieron a medida que fueron creciendo.
—Tu padre está feliz con los artefactos que trajo de su viaje. Debo reconocer que algunos de ellos hacía siglos que no se veían —comentó la joven acomodándose a su lado en el sillón de tres cuerpos—. Aunque mi madre probablemente tenga una cosa o dos que decir al respecto, espero que no pase a mayores.
—Ella es árabe, ¿no es así?
—Así es. En cierta forma todas lo somos. Aunque ella nació en una tribu del Sahara y luego fue llevaba a Bahrain como concubina del jeque. Este le otorgó su libertad cuando nuestro hermano nació… luego de amenazarla de muerte.
Horrorizada, Evie observó a la joven sin saber qué decirle ante semejante revelación.
—No te preocupes. El jeque no es una persona muy agradable. Durante años nos tuvo bajo su poder, pero finalmente somos libres gracias a nuestro medio hermano.
Evie recordaba vagamente haber escuchado algo al respecto. Fue toda una conmoción, de hecho, la llegada del príncipe que resultó ser medio hermano de las jóvenes. Y aunque su padre expresó sumo interés en reunirse con él, aún no lo había hecho y ella sinceramente no tenía interés alguno en lidiar con ninguna clase de aristócrata salvo que fuese absolutamente necesario.
Suspiró y volvió a aferrar el delicado dije.
—Es bellísimo.
—Gracias.
—Fue un obsequio de alguien muy especial, ¿no? —le preguntó con delicadeza la joven, y entonces Evie sonrió, para luego asentir.
—¿Él quedó allá?
—Hasta donde sé… yo no…
—Tranquila. Te entiendo. —Apoyándole una mano sobre la suya libre, Oli se la apretó con suavidad—. Vi a mi madre llorar incontables veces cada vez que recibía noticias de mi padre.
—¿Y cómo lo logró?
—Nos tenía a nosotras, y él la visitaba con frecuencia. Además…
—¿Además?
—Ella jamás dudó del amor que se tenían. No sé si tú y él… —Señaló con delicadeza en dirección al dije pero no completo la frase.
—No hubo promesas de ninguna clase. Solo de volver a vernos. —Pero Evie escuchó cómo se le quebraba la voz y cálidas lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas.
Consciente de que estaba reaccionando en demasía, intentó en vano limpiárselas, pero pronto se encontró envuelta en un cálido abrazo por parte de la otra joven.
—Puede que tu cerebro aún no lo sepa, pero me parece que tu corazón sí, amiga. Dejaste algo más tus pensamientos con él —le susurró Oli y continuó abrazándola hasta que Evie logro tranquilizarse—.Tan solo dímelo y puedo averiguar todo lo que desees. Nuestra madre aún conserva amigos allá y estarían más que felices de ayudarla.
—Gracias, Oli.
—Para algo están las amigas.