Tras un incómodo almuerzo en el cual apenas se dirigieron la palabra, Ayla ayudó a recoger la mesa y se ofreció a lavar los trastos ante la oposición de Brie, quien alegaba que era su invitada y que no estaba bien que se molestara en ayudar.
—Me siento una inútil —explicó Ayla, ignorando la mano que Brie le tendía para quitarle el plato—, es lo mínimo que puedo hacer antes de marcharme. Han hecho mucho por mí, y a mí no me importa hacerlo.
—Estropearás tu manicura —insistió Brie lanzándole una mirada de ayuda a su hermano para que hiciera entrar en razón a la mujer, pero él la ignoró por completo, centrado en no meterse en asuntos ajenos—. Yo lo haré. Dame.
—No —reclamó Ayla al tiempo que hundía las manos en la jabonosa agua ante la cara descompuesta que ponía la muchacha—, lo haré yo.
—Deja que lo haga la señorita Walsh, Brie. —La autoritaria voz de Tyler hizo pegar un sorpresivo brinco a ambas mujeres, pues durante buen rato él se mantuvo en total silencio—. No insistas, Brie.
Sintiéndose regañada, Brie frunció los labios y se apartó de Ayla con los brazos cruzados sobre el pecho. No deseaba ser mala anfitriona; desde pequeña le habían enseñado que, si alguien se hospedaba bajo su mismo techo, debía procurar darle la máxima comodidad al huésped. Pero su hermano la contradecía quitándole sus tareas y dejándoselas a la rica y delicada señorita.
—Comenzaré a limpiar arriba —anunció, poniéndole los ojos en blanco a su hermano, antes de abandonar la habitación—. Hasta al rato, Ayla.
La aludida le dedicó una amable sonrisa y la observó salir de la estancia con la espalda bien recta y los puños apretados a sus costados.
—Gracias por todo, Brie. Has sido muy amable.
La joven no respondió porque ya llevaba buen rato recorrido, refunfuñando contra lo poco caballeroso que se portaba Tyler e ignorando todo a su alrededor.
Así que, una vez a solas en aquella diminuta cocina, Ayla siguió realizando su quehacer esforzándose por no tomar en cuenta la presencia masculina, que todavía se mantenía presente, distinguiendo la sensación de tener sus penetrantes ojos azules fijos en ella. Quizás, en otra ocasión, le hubiese sido de provecho tener ahí a Tyler, pero no esa mañana, cuando no parecía estar del mejor humor posible.
Desconocía qué demonios ocurría con ese hombre y de ninguna manera pensaba cuestionar su cambiante carácter, porque no debería importarle sus estados de ánimo. Disgustada, talló más de lo necesario la lisa superficie de cerámica.
—En cuanto termine de enjuagar los trastos —se vio en la obligación de decir, sin girarse en su dirección, para romper aquel incómodo silencio que ya le pesaba—, llamaré a mi hermano.
Tyler arqueó las cejas, haciendo una mueca de desagrado porque se daba cuenta de que su mal genio también había hecho mella en Ayla, la cual tampoco lucía muy contenta debido a su ofuscamiento.
—Preferiría llevarte yo.
Fue la forzosa respuesta por parte de él. Tyler la protegía, de un modo u otro lo hacía, y no consideraba conveniente que su hermano asistiera al faro debido a lo poco interesado que estaba en recibir visitas, en que más personas —además de Ayla— violaran sus dominios. Y por ende prefería terminar un trabajo que él solito había empezado desde el minuto en que se había hecho pasar por su marido en el hospital para poder quedarse con ella y conocer más de su estado de salud, y porque no tenía ni la más mínima idea, en su momento, de quién pudiera tratarse.
Debía sincerarse y ser consciente de que también lo había hecho porque había experimentado la absurda atracción por ella.
—Está bien —murmuró Ayla mientras terminaba de fregar y empezaba a enjuagar—. No deseo causar más molestias de las que ya he provocado.
Tyler no comentó nada al respecto y Ayla tuvo que morderse los labios con fuerza para no agregar palabras que pudiesen afectarla a ella misma. Debía tener en consideración que estaba abusando bastante de la buena fe de ese hombre y no exigirle tanto, aunque ya empezaba a fastidiarse de sentirse como una paria esa misma mañana.
—Así te evitas darle explicaciones del por qué has pasado la noche en casa de un hombre a quien no conoces —comentó Tyler a modo de explicación, al tiempo que arrastraba la silla y se levantaba—. A no ser que estés preparada para contarle toda la verdad en el preciso instante en que él exija conocerla.
Buen punto, reconoció ella, porque no se había detenido a pensar en las implicaciones que acarrearían consigo una vez que Garrett se presentara en la casa de un hombre que no era ni su prometido ni tampoco amigo.
A pesar de haber hablado con su hermano y explicado lo acontecido con Corey, dudaba que le pareciera asertivo tener el mismo comportamiento que el aludido, pensamiento que no dudaba transitaría por su cabeza.
—Lo haré —confesó con cansancio—, pero cuando encuentre el momento indicado para hacerlo.
—¿Y cuándo será? —presionó.
Ayla puso los ojos en blando, dejó el plato que sostenía en sus manos y se giró en redondo hacia él para encararlo, mas no contaba con que Tyler estaba detrás de ella, sin hacer el menor ruido que delatara su cercanía, lo que la tomó desprevenida y le hizo pegar un bote por la sorpresa.
—Cuando yo lo decida —le echó en cara, alzando la barbilla y desafiándolo—. Ni antes ni después.
Tyler soltó un bufido, girando el rostro en otra dirección para ocultar su diversión, mientras buscaba una respuesta que la provocara a disgustarse, mas no encontró nada porque ella misma lo había desarmado con su insolencia, por el hecho de llevarle la contraria y excitarlo sobremanera.
En el momento en que volvió a encararla sin tener un certero argumento, su mirada se posó primero en sus grandes y chispeantes ojos oscuros y, de inmediato, se desvió a los rosados labios entreabiertos.
Ayla experimentó la ridícula sensación de su estómago hacerse nudo y contraerse de puros nervios. El pulso se le disparó a mil y su corazón latió violento contra su pecho, lo que le provocaba casi dolor físico. La respiración se le entrecortó, y el calor ascendió hasta sus mejillas y las tiñó de escarlata.
Una amplia sonrisa de suficiencia se curvó por el bello y masculino rostro, al caer en la cuenta de lo que a Ayla le ocurría, ya que su cuerpo manifestaba las mismas sensaciones que ella experimentaba. Su respiración se volvió incluso superficial, y anhelaba romper la distancia de una zancada y recordar, por medio del roce de sus labios, a lo que sabían sus besos.
«Aleja tal pensamiento, Russell», se recriminó, prendado de esos grandes y chispeantes ojos marrones. Sin embargo, el deseo que advertía por ella le hacía más difícil escuchar a su conciencia, ser coherente y lógico porque no podía aspirar a nada con Ayla.
Ayla estaba muy por encima de sus posibilidades. La había ayudado a escapar de quien le quería hacer daño, pero no debía dejar echar a volar su imaginación, idealizando más. Se trataba de una mujer hermosa, sensual, inteligente y dulce; le encontraba más cualidades que defectos y lo sabía a la perfección, mas debía recordarse quién era Ayla Walsh.
Sacudió la cabeza, descartando cualquier sentimiento ridículo hacia ella, y se recordó que esa mujer iba a volver a su ritmo de vida, retomaría su curso y dejaría de necesitar que le echara la mano cuando volviese a verse en aprietos. Él no era ningún caballero andante, mucho menos un héroe, y sería tonto creer lo contario. Asimismo, lo haría sentir peor si volviera a auxiliarla para defenderla pues, al contrario que a su hijo, a ella sí la había salvado.
Asintió para sí mismo al llegar a esa conclusión y retrocedió ante la interrogante que ella le lanzaba.
—Tengo que ir a comprar algunos productos que Brie necesita —le comunicó—, así que sugiero que te alistes para irnos. Por favor.
Muda ante el tremendo cambio de la actitud del hombre, cuando ella se hubiese atrevido a jurar que la besaría al verlo en sus azules ojos, al advertir el deseo en él, Ayla asintió con la cabeza, decepcionada
Tyler no dijo nada más, giró sobre sus talones y de un par de zancadas ya estaba fuera de la cocina. Dejó a una muy confundida Ayla todavía contemplando el umbral por el que él había desaparecido, arrugando la frente ante su fiasco y quedándose con las ganas de obtener más.
***
Debido a que no tenía nada por empacar para llevarse consigo, Ayla pasó al salón de estar, donde esperaría que Tyler apareciera para irse.
Se sentó en uno de los sillones y husmeó en el móvil cualquier novedad en su correo, pero ya había leído todos y no había nada nuevo; sin embargo, sí tenía varios mensajes de texto por parte de Corey.
Llamó su atención uno en especial con la palabra urgente en mayúsculas y un archivo adjunto. Llena de curiosidad tomó la decisión de abrirlo y casi se fue de espaldas de no haber sido porque estaba sentada.
—Oh, mi Dios —chilló, cubriéndose la boca con la mano y pestañeando varias veces, cuestionando lo que veían sus ojos—. Oh, mi Dios.
Acababa de enviarle una fotografía que alguien les había tomado a ella y Tyler, saliendo del hospital el día de su accidente, y una nota al pie de letra citaba:
«¿Quién es el atractivo extraño que acompaña a la hija del alcalde de Rhode Island? Sin duda alguna, Ayla Walsh tiene una existencia que ha sabido mantener fuera del foco de la prensa, siendo bastante cuidadosa en su vida privada. Al parecer, ha fallado con su privacidad, pues nos hemos enterado de que se ha casado en secreto con un atractivo desconocido y apenas se deja ver en compañía de su flamante marido».
Se llevó una mano al pecho, boquiabierta por lo que leía. Aquellas breves líneas mencionaban que Tyler era su esposo y había guardado dicho matrimonio en celoso secreto. Había imágenes de ambos y, sin duda alguna, alguien del hospital había brindado dicha evidencia a la prensa y vendido su integridad y, de paso, la estabilidad de Ayla.
En ese momento caía en la cuenta de por qué Corey quería hablar de lo que circulaba en los diarios. Ya estaba al tanto y, sin duda alguna, también lo estaría su familia.
—Mierda —escupió disgustada por la posición en la que todo eso la ponía, y también a Tyler.
No escuchó llegar a Tyler, quien se quedó de pie a mitad del umbral, observando la conmoción que ella sufría al enterarse de dicha noticia.
—¿Estás bien? —quiso saber mientras avanzaba algunos pasos en su dirección.
Ayla pestañeó varias veces, eliminando el rastro de bruma que había caído sobre ella. Alzó su mirada hacia el hombre, que se encontraba a escasa distancia, cuyo masculino rostro ya distinguían muchas personas a partir del momento en que la noticia de su supuesto matrimonio se había dado a conocer. Sus azules ojos la contemplaban muy serios.
—Corey me envió un correo con una imagen adjunta —explicó. Vio que el ceño fruncido de Tyler se iba acentuando poco a poco conforme relataba—. Y en ella aparecemos tú y yo abandonando el hospital. —Empezó a ponerse nerviosa ante el silencio de él—. Hubo quien vendió información del mismo hospital a la prensa y empezó a circular la noticia de nuestro falso matrimonio.
Tyler tuvo que inhalar hondo antes de preguntar.
—¿De cuándo es la noticia?
—Reciente —admitió ella bajando la voz—. Lo lamento.
—¿Por qué? —Arqueó una ceja, cruzándose de brazos y deseando conocer con sinceridad—. A mí no me afecta para nada. Eres tú quien sí se nota bastante perturbada.
—No busco causarte mayores problemas al respecto.
—Ayla, ya he dicho que no me aquejan. Vivo lo bastante aislado del mundo para que chismes de ese tipo me provoquen cualquier incomodidad.
—No lo dirás más adelante cuando ellos quieran saber más detalles, conocer más a fondo cómo se dieron las circunstancias —insistió ella al recordar lo fastidioso que llegaba a ser el tratar con la prensa—. No te dejarán tener una vida privada porque siempre estarán encima de ti y te colmarán la paciencia.
Tyler se encogió de hombros, demostrándole que se mantenía firme en su pensar, porque resultaba muy difícil perturbarlo. Él no estaba acostumbrado, tal y como ella mencionaba, a lidiar con dichos personajes; sin embargo, no podía ser tan difícil hacerlo. Había batallado con personas más castrantes en el pasado y continuaría trabajando más adelante.
—Lidiaré con ellos en dado caso —insistió lleno de paciencia—. Eres tú quien estará más en el foco de su atención, Ayla. Deberías ser tú quien se arme de la mayor paciencia.
—Sé manejarme al respecto —masculló.
—Y no lo dudo —asintió y decidió cambiar de tema—. ¿Ya estás lista para irnos?
—Me hizo falta agradecerle a Brie su hospitalidad, aunque tampoco quiero despedirme de ella porque detesto las despedidas —admitió con pesar—. ¿Podrás darle las gracias de mi parte?
Tyler bajó los brazos a ambos lados de su cuerpo, mostrando una actitud relajada, asintiendo con la cabeza.
—Lo haré —respondió. Se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros y contempló en silencio a la mujer que se encontraba delante de él, próxima a marchar de su hogar—. ¿Nos vamos?
Tyler era consciente de que, con la partida de Ayla, su vida retomaría el ritmo tranquilo y monótono que deseaba tener. No necesitaba en su existencia que una hermosa, inteligente e increíble mujer lo perturbara, aunque estaba muy claro que Ayla ya lo había hecho sin proponérselo siquiera y sin qué él se diese cuenta a tiempo.
Ayla asintió en silencio y encabezó la marcha cuestionándose si deseaba regresar a su hogar, cuando en esa casita se sentía a salvo de todo peligro y no estaba sola, como lo estaría en su apartamento, siempre pendiente por si surgía alguna alteración.
Y debía recordarse que tampoco podía continuar invadiendo el espacio de Tyler. Él no tenía por qué cargar con alguien a quien apenas conocía y que lo único que había hecho desde el primer instante fue causarle problemas, obligándolo a llevarla a su casa y mantenerla alejada de aquellos que deseaban lastimarla y herir a su familia.
No era justo para él que siguiera solicitando constantemente de su ayuda, y debería comenzar a desistir de hacerlo una vez que se encontrara lejos de la casita del faro.
***
Tyler aparcó la camioneta enfrente del edifico de apartamentos donde Ayla vivía sin apagar el motor y notando la calma de la calle a esa horas del día. La joven tomó una honda bocanada de aire, lo soltó poco a poco y se preparó de manera mental para descender, agradecerle una vez más a Tyler y despedirse de él.
—¿Quieres pasar a tomar algo? —ofreció para romper el silencio que los envolvía.
Tyler mantenía la mirada fija al frente, aferrando el volante y negando.
—Tengo que hacer la compra. —Giró el rostro hacia ella, quien lo contemplaba con atención—. Y no he avisado a Brie que saldría.
—Entiendo —musitó. Echó un vistazo a su alrededor y, sin quererlo, comparó aquel lugar con la casa del faro, tan tranquila y lejana de ese barrio en el que llevaba viviendo desde hacía muchos años—. He pospuesto un montón de trabajo y debo terminarlo. De nuevo, gracias por todo y perdona las molestias ocasionadas.
—Descuida.
Al parecer, aquel hombre no estaba muy conversador ese día o ya deseaba deshacerse de ella lo más pronto posible, y Ayla no iba a seguir causándole desagrados.
—Que tengas un excelente día.
—Igual tú —expresó sin hacer el menor movimiento por bajarse.
Ayla asintió en silencio, abrió la puerta y bajó de un brinco, cerró con fuerza y rodeó la parte delantera de la camioneta. No se volvió para mirar una última vez a Tyler porque no tenía sentido hacerlo si él ansiaba desembarazarse de ella.
Muy por el contrario de los pensamientos de la joven, Tyler mantenía una lucha interna consigo mismo para no acceder a bajar, seguirla y echar al aire todas sus buenas intenciones por mantener las distancias. Así que portarse con ella como un completo patán podía ser la mejor manera de defraudarla y defraudarse a sí mismo.
Y con semejante pensamiento en mente, pisó el acelerador y se esfumó del lugar.
Ayla se quedó unos segundos en la entrada del edificio, divisando la blanca camioneta perderse en la lejanía. Le resultaba imposible salir de su asombro al ver lo bien que manejaba Tyler una situación tan peliaguda como el aniversario luctuoso de su primogénito. Ella, por el contrario, estaría sumida en un profundo letargo, implorando que los recuerdos no la castigaran por seguir adelante sin su hijo. Uno de sus mayores deseos siempre había sido convertirse en madre, y la sola idea de perder a su retoño la trastornaba.
Suspiró melancólica, sintiendo un profundo respeto y admiración ante la fortaleza que Tyler demostraba. Sin duda alguna, aquel hombre estaba hecho de metal y hueso.
***
Ayla tuvo que pedirle prestado un juego de llaves de su apartamento al portero porque no contaba con su propio juego, y sabía que Albert tenía un respaldo de todas las viviendas del edificio.
Una vez que estuvo a salvo en su interior, tras asegurar bien ventanas y puerta, decidió ducharse y descansar un rato. Más adelante saldría a hacerle una visita a su padre para ponerlo, de una buena vez, al margen de su situación; no quería preocuparlo, pero había ciertas situaciones que ella misma no podía manejar sola y una de ellas era la de vivir siempre mirando por encima de su hombro, cuidando que nadie la siguiese.
Tras ducharse, procedió a checar los mensajes de voz que tenía en su contestadora. Se instaló en el salón de estar y se secó los cabellos con una toalla mientras prestaba atención a lo que la máquina le lanzara.
Tenía cinco mensajes. Uno de ellos pertenecía a Raine, el cual ni siquiera se molestó en oír, sino que lo borró al instante; por el momento no tenía alientos de atender a su hermana y ponerse de mal humor. Dos de los otros correspondían a su padre, quien la invitaba a comer esa misma tarde y charlar de negocios, y también porque estaba bastante intrigado en saber quién era el hombre con el cual la estaban asociando varios periódicos. Otro mensaje era de Corey, quien exigía una explicación de su falso matrimonio con Tyler y el cual la hizo reír porque Corey aún tenía el descaro de exigirle cuentas cuando no gozaba de ningún derecho de hacerlo.
Y había un último mensaje de un número desconocido, el cual la inquietó sobremanera.
«No te lo tomes como amenaza, sino más bien como advertencia, Ayla Walsh —decía una voz que para ella ya resultaba conocida, debido al escalofrío que la recorrió de pies a cabeza—. Mis hombres te vigilan día y noche, no se despegan de tu edificio y te siguen a donde quiera que vayas, así que deja de huir. Tu padre prometió dejar libre a Prokhorov y sigue sin cumplir su palabra el viejo. Si durante esta semana Zhenechka no queda libre, te sugiero que vayas disfrutando de tus últimos días de libertad, porque serás tú quien será encerrada. No es ningún juego, Ayla. Ándate con tientos y presiona al viejo Karl si este no desea verse privado de su printsessa».
Terminado el mensaje de voz, el sonido de clic invadió el silencio de la habitación.
Ayla apenas y podía asimilar lo escuchado; no era capaz de mover ni un solo músculo por el temor de que alguien estuviese vigilándola, la notara asustada y se aprovechara de su estado emocional.
Desconocía el tiempo que permaneció inmóvil, casi temerosa por respirar siquiera, hasta que el sonido de su móvil le hizo pegar un brinco del susto. Soltó un jadeo, se levantó con rapidez del sillón y corrió a su alcoba, donde había dejado el aparato.
Con manos temblorosas lo cogió y con alivio descubrió que la persona que llamaba se trataba de Garrett. Tomó una honda bocanada de aire y se preparó para fingir que nada la perturbaba o, de lo contrario, su hermano no dudaría en ir con ella y asaltarla con el sinfín de preguntas.
—Hola, Garrett.
—Ayla, debes venir de inmediato a la casa. Papá ha sufrido un percance —comunicó su hermano sin ceremonias—, y hemos recibido un anónimo.
Ayla sintió que la sangre huía de su rostro debido al impacto de la noticia, mas se obligó a mantenerse en pie, serena y a eliminar el estremecimiento de miedo que por unos segundos la dominó. Tragó saliva con fuerza, aunque paladeara la bilis ascendiendo por su garganta, y asintió.
—Enseguida salgo para allá —prometió con voz escueta antes de colgar.
Con meticulosa calma volvió a tomar asiento, llevándose una mano al pecho.
Aquello era la gota que derramaba el vaso. No le importaba que le hicieran daño a ella, pero que no se metieran con su padre; con él estaba prohibido hacerlo. Y, al parecer, habían quebrantado esa norma, habían rebasado los límites, y de ninguna manera permitiría que volviese a suceder.
Quizás Zhenechka Prokhorov fuese un hombre demasiado peligroso, pero también ella podía serlo, y más si su familia estaba involucrada. Podía ser capaz de convertirse en la peor criminal de todos los tiempos tratando de proteger a sus seres amados, sin importarle las consecuencias.
Sin permitir que ningún otro sentimiento la venciera, se levantó de su asiento y fue directo a su dormitorio en busca de qué ponerse para ir cuanto antes a casa de su padre.
Ayla tenía plena conciencia de que el atentado se debía a que Karl detestaba tener a alguien detrás de él todo el tiempo, justo como ella aborrecía, pero resultaba más que necesario contratar a quien cuidara sus espaldas, y a su mente acudía el nombre de una sola persona a quien ella consideraba adepto. Solo esperaba que ese alguien estuviera disponible para custodiar a su padre.