—Ya tengo todo lo que me pediste —iba hablando Tyler con Brie tras pagar en caja y recoger sus golosinas y café—, ¿vas a necesitar algo más?
—No, hermanito, es todo lo que tu pobre hermana necesita para sentirse mejor —respondió la joven al otro lado de la línea—. ¡Te adoro! Nos vemos al rato.
Brie alcanzó a finalizar la comunicación antes de que él se despidiera o agregara más a la charla. Se guardó el móvil en el bolsillo trasero de los vaqueros, conforme recorría la tienda con la mirada fija al frente y sin dejar de fruncir el ceño, y reparó en la mujer que continuaba sentada afuera, en la misma mesa que había ocupado antes.
Se detuvo ante la puerta unos instantes y reflexionó si sería prudente o no volver a acercarse a Ayla tras la forma infantil en que la había abandonado. No dejaba de sorprenderse a sí mismo ante los cambios de actitud que mostraba con ella cada vez que tenía la oportunidad. Tyler no se consideraba una persona de humor voluble pero, siempre que Ayla y él estaban en un mismo sitio, se liaba él solo.
Hizo una mueca de desagrado, al tiempo que apoyaba la mano en la perilla y se debatía entre salir o quedarse dentro de la tienda mientras ella continuara fuera. Resultaba imposible vadear las mesas sin topársela y tener que saludarla de nuevo, porque no podía pasar de largo e ignorarla.
Batallaba en un conflicto que lo atormentaba ahí, de pie, sin atreverse a moverse, pero no todo el mundo sufría su mismo dilema ya que deseaban irse del lugar, y un chico fue quien osó a sacarlo de su ensimismamiento llamando su atención.
—Señor, ¿saldrá o no? —preguntó. Tyler le echó un vistazo por encima del hombro y el crío le hizo una mueca de pocos amigos, con los brazos en jarras y sin dejar de aferrar su paquete en un puño—, porque mi padre nos espera y usted nos bloquea el paso.
Tyler miró por arriba de la cabeza del muchacho y vio detrás de él a una niña de rizos rubios de algunos cinco años, vistiendo un tutú rosado, tiara de princesa y unas alas multicolores a su espalda.
No fue la vestimenta ni la pequeña lo que impactó a Tyler, sino el chico, a quien le calculaba unos ocho años, la edad que en ese entonces tendría Riley. Le resultaba inevitable no buscar semejanzas entre los chicos de esa edad, comparando a su hijo con ellos, cuestionándose si Riley sería delgado o gordo, alto como él o bajo como su madre; si llevaría el cabello cortado a la moda, como aquel muchacho, o si lo usaría dependiendo de su gusto.
Quizás Riley disfrutaría de los frapuccinos, como ellos bebían ante sus narices. No lo sabía y nunca llegaría a saberlo porque su hijo estaba muerto y nada ni nadie lo devolvería para sacarlo de dudas.
—¿Señor? —insistió el chiquillo impacientándose.
Tyler pestañeó, salió de su estupor y les permitió el pase.
Ni siquiera advirtió la atención que Ayla ponía en él desde su mesa, curiosa por el modo de comportarse con los chicos y lo confundido que todavía continuaba tras hacerse a un lado. Sin perder detalle del hombre, se levantó de su asiento y avanzó directo a la puerta abierta, pues Tyler seguía aferrando el pomo, aparentando estar en una especie de trance.
—¿Te encuentras bien? —quiso saber al tiempo que le tocaba con suavidad el brazo.
Él sacudió la cabeza y salió de su estupor.
—Me ha impresionado una princesa hada —respondió en un intento por bromear, sin embargo, la sonrisa que le ofreció a la mujer no le llegó a los ojos—, ¿a ti no?
Ayla ladeó la cabeza, lo estudió y se dio cuenta de que él no estaba bien, sino que mantenía una ardua batalla interna.
—No, a mí no me ha impresionado ella. —Tiró de Tyler para dejar pasar a los demás clientes—. He visto cómo te pusiste cuando viste al chico —declaró con sutileza—. ¿Quieres hablar al respecto?
—Estoy bien, Ayla —mintió escrutando su sereno rostro—, pero no diría lo mismo de ti porque te has quedado sola en tu mesa, sin tu hermano. ¿Por qué?
La mujer asintió con desgana, advirtiendo que estaba evadiendo el tema.
—De acuerdo, no quieres contarme nada. —Se alejó y regresó a su mesa, y agradeció que no le hubieran robado el bolso—. Entonces, tampoco yo te pondré al corriente de por qué Garrett no se encuentra presente y me retiraré.
Ayla creía ridículo preocuparse por él; a fin de cuentas, Tyler no necesitaba que nadie lo compadeciera, ya que era un tipo grande, fuerte y capaz de solucionar sus asuntos sin que nadie más metiera las narices en ellos.
Le había pedido a Garrett que la dejara sola porque quería hablar con Tyler de algunos asuntos que habían quedado pendientes entre ellos, mintiéndole para que no preguntara más al respecto y no le hiciese confesar su preocupación por ese hombre.
Se pediría un taxi e iría a su apartamento para relajarse y, más tarde, volver a casa de su padre. Sin embargo, la grave voz a sus espaldas la obligó a frenarse en seco.
—El chico me recordó a Riley, mi difunto hijo —confesó con voz ronca.
Desde luego, ella no esperaba que esa fuese la razón de su aturdimiento así que, conmocionada e ignorando a quienes presenciaban la escena, Ayla corrió directo a él ante el estupor del propio Tyler. Su cuerpo tibio y blando impactó con el fibroso y cálido torso masculino; le echó los brazos al cuello y él envolvió su cintura entre sus manos sin salir de su asombro, pero agradeciendo sobremanera el contacto físico.
No recordaba que esa mujer fuese tan efusiva, y tenía que admitir que se sentía mucho mejor que su distante comportamiento. Con fuerza la estrechó, aspiró el costoso perfume de sus oscuros cabellos y se maravilló ante lo bien que encajaban de aquella manera sus cuerpos.
—Lo lamento tanto —musitó Ayla contra su pecho, permitiéndose disfrutar de la solidez de ese hombre.
—¿Por qué? —susurró. Apoyó la mejilla en su cabeza, cerró los ojos e inspiró hondo para grabarse en su memoria el embriagador olor—. Tú no tuviste la culpa.
«En ese punto tiene razón», pensó Ayla mientras se mordisqueaba los labios y jugueteaba con su camiseta. Aunque no lo conociese de antes, no podía ser ajena a su sufrimiento. Quizás, cuando Brie le había confiado información respecto al aniversario del chico, había sentido pena; pero escucharlo de voz del propio Tyler la entristecía mucho más, porque una cuestión era saberlo y la otra era ver el semblante dolorido del hombre, del padre que no tenía consigo a su hijo y al que solo le quedaban los recuerdos y los sueños al imaginar qué sería de él si estuviera vivo.
—Nadie fue culpable, Tyler —lo persuadió, sin soltarlo, deseando ser capaz de hacer más por él—. Nadie.
—Lo sé —murmuró Tyler, quien durante muchos años había opinado lo contrario.
Perdieron la noción del tiempo de aquella manera: abrazados y en silencio, ignorando el mundo —que continuaba su curso—, concentrados en apoyarse el uno en el otro y en sentirse.
—Me parece que los cafés ya se enfriaron —expuso Ayla, que rompió el silencio y se dio cuenta de lo tarde que se les había hecho—. Brie se disgustará contigo.
Tyler suspiró profundo, incapaz de soltarla.
—Y contigo también si le digo que fuiste tú quien me demoró —bromeó y depositó un beso entre sus cabellos.
Divertida, Ayla se apartó de él y le propinó un amigable golpecito en el duro estómago. Él no la soltó, no iba a hacerlo porque no quería y no podía. Le gustaba tenerla cerca a pesar de su rotunda negativa por mantearse lejos de Ayla, de una mujer cuyos estándares estaban muy por encima de los suyos y era inalcanzable para él.
Después de mucho tiempo de castigarse a sí mismo por los errores cometidos en el pasado, se sentía feliz de ignorarlos.
—Hum, yo le agrado y no se disgustará conmigo. —Fijó sus grandes ojos oscuros en los suyos, los cuales la contemplaban muy atentos—. Desconozco cómo te sientes, Tyler, pero de lo que sí estoy segura, y tú mismo lo sabes, es de que eres un hombre muy valiente.
Tyler apartó la mirada de su rostro y la enfocó en cualquier sitio, menos en ella, porque no deseaba que viera más allá de lo que mostraba en la superficie. No quería que descubriera lo que se hallaba debajo de su piel, todo aquello que lo hacía sentir avergonzado, culpable y agotado; sin embargo, Ayla lo obligó a verla.
Tomó su rostro entre sus manos y, pese a la renuencia que él mostraba, logró hacerlo enfocar su mirada en la suya, lo que lo hizo bajar en ese instante todas sus defensas.
—Mírame —ordenó con suavidad y, tras unos instantes, él dejó de huir del contacto visual—. Te admiro, Tyler Russell —expuso con firmeza, mientras acariciaba sus rasposas mejillas con los pulgares—. Eres un hombre fuerte, valiente e increíble. No cualquier persona puede seguir adelante con su existencia sin ir lamentándose por la vida y causarles lástima a los demás. Tú estás hecho de hierro y hueso.
Él le dedicó una mueca encogiéndose de hombros. Estaba delante de ella, sintiéndose completamente desnudo al reparar en que Ayla veía a través de él, más allá de su propia alma.
—Detesto la compasión —masculló.
—Me doy cuenta. —Sonrió comprensiva—. Es por esa razón que eres un gran hombre.
—No soy perfecto —insistió Tyler—. Cuando Riley murió, odié a todos los que me rodeaban e incluso solía culparme por descuidarlo unos segundos, por haberlo dejado y no haber estado para consolarlo. Discutía hasta quedar agotado con mi exmujer por perderlo de vista, por no cuidarlo como debió protegerlo, porque era pequeño y curioso. También durante años estuve disgustado con Dios, cuestionándole dónde estuvo, por qué no cuidó de mi hijo, como lo hacía con otros críos. —Inhaló tembloroso—. Consideraba injusto que mi Riley, siendo un niño, hubiese fallecido primero que yo. No debía ser así. Se supone que ese no es el ciclo de vida. —Sacudió la cabeza, apretando los labios con fuerza—. No es la forma en que funciona la vida, no es justo que se me adelantara. Yo hubiera dado mi vida por él.
—Tyler...
—Yo hubiera muerto por él, porque a Riley le faltaba tanto camino por recorrer —siguió diciendo sin escucharla, sumido en su dolor—. Tenía sueños; era un chico inteligente, comprometido con sus estudios, amoroso con sus padres y sus abuelos, el mejor amigo. Todo el mundo lo amaba y, si tú lo hubieses conocido, se habría ganado tu corazón porque era el mejor hijo que un padre puede tener. —Tomó una honda bocanada de aire, sintiendo que los ojos le escocían y que un doloroso nudo en la garganta lo oprimía, lo que le impedía llevar aire a los pulmones. Supo en ese instante que estaba perdido—. Es injusto que ya no esté conmigo, y no hay día ni un instante en el que no lo piense ni lo eche de menos. —Se le rompió la voz—. Me hizo falta decirle tanto, ni siquiera pude despedirme de él y recordarle lo mucho que lo amaba.
Ayla volvió a abrazarlo con todas sus fuerzas; le permitió desahogarse en ella y aferrarla tan fuerte mientras todo su cuerpo se sacudía con violencia, que le hizo daño, y lo acompañó en su dolor, porque una parte suya sufría tanto como él.
—Hay ciertas situaciones que escapan de nuestra comprensión, Tyler —susurró contra su oído—. Y estoy segura de que un día lo aceptarás sin que duela tanto, sin que discrepes contra el mundo, contra la vida y contra Dios. Tal vez Riley cumplió con su cometido a tan corta edad; a fin de cuentas, los niños son ángeles enviados a este mundo para hacernos ver a los adultos lo hermosa que es la vida, porque a sus ojos no hay odio ni horror, sino pura belleza y perfección. —Se apartó unos centímetros para mirarlo a la cara y darse cuenta de que él tenía los ojos anegados de lágrimas, las cuales caían sin que intentara ocultarlas de su atención. Sus manos envolvieron sus mejillas y las limpiaron con los pulgares, pese a que las gruesas gotas siguieron derramándose a tropel—. Fuiste un hombre afortunado por haber tenido un ángel en tu vida, y lo continúas siendo porque ese ángel cuida de ti desde arriba y está orgulloso de ver a su padre en pie, luchando contra las adversidades y pensándolo sin descanso.
Tyler apretó con mayor fuerza a esa mujer; temía que se le escapara justo cuando sentía que estaba en lo correcto, confiando en sus palabras —como no lo había hecho antaño con nadie—, y aliviado ante el peso de culpa y furia que sus hombros liberaban. Desahogarse con Ayla se sentía purificador.
***
Ayla fue incapaz de dejar marchar a Tyler en el estado tan deplorable en el que estaba y se ofreció a ser ella la conductora, pese a las renuencias que él mostró. También le envió un mensaje de texto a Brie, de parte de Tyler, en el que le explicaba que su hermano iría más tarde a casa y se disculpaba por lo de sus cafés.
—Ya respondió —anunció Tyler a su lado, mostrándole el móvil— y dice: «Seré la reina del drama en cuanto regreses a casa, pequeño mío».
—Oh, cielos, suena prometedora su amenaza —se burló ella, mientras se acomodaba en el asiento de la camioneta de Tyler, antes de ponerse en marcha.
—Se convierte en una verdadera bruja —murmuró él, que cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se puso cómodo, ya que él no sería el conductor por esa ocasión. De repente, reparó en un pequeño detalle que lo hizo incorporarse y mirarla de soslayo—. ¿A dónde me llevas?
Ayla se encogió de hombros y se mordió el interior de las mejillas porque no le había comunicado a Tyler que irían a su apartamento y no lo llevaría aquella tarde a su casa. Ella consideraba que, si iban al faro, Tyler se ahogaría en sus pensamientos y le permitiría al dolor hacerse cargo de él.
—A mi hogar —informó con simpleza.
—De acuerdo.
Fue su sencilla respuesta y volvió a sumergirse en sus reflexiones.
No tenía muchas alternativas de adónde podría ir y despejarse de los recuerdos del pasado que invadían su mente y lo atormentaban a su antojo. El tiempo que llevaba en Providence no lo había aprovechado, como cualquier turista que iba a pasar unos días de descanso, sino que se había alejado de todo lo mundano sumiéndose en su trabajo y haciendo a un lado los interesantes sitios a los que podía asistir.
Así que se pondría en manos de Ayla, pues ella ya se había hecho con el control, incluso, de su camioneta y estaba de más decir que confiaba en ella.
—¿Quieres que encienda la radio? —preguntó e interrumpió el hilo de sus pensamientos.
—Brie creó una lista en Spotify especial para mí. —Sonrió sin abrir los ojos, fascinado con el sonido de su voz, aún en las circunstancias más tétricas—. Antes de mudarme, ella insistió en que tenía que escucharla mientras conducía hasta Providence. La tituló «Hogar», agregó más de cien canciones, y no todo el viaje tuve alientos de poner música, así que todavía no he escuchado ni la mitad. —Se encogió de hombros restándole importancia—. Y prefiero oír la selección de mi hermana que la radio.
—Estoy segura de que gozaremos de su buen gusto musical —comentó. Encendió el estéreo y eligió la lista mencionada—. Disfruta el breve trayecto, Tyler.
—Ya lo creo —musitó y se dejó envolver por la primera canción que surgió de las bocinas del vehículo, Breathe Deep, de Sleeping At Last, y se sumergió en el sosiego que le infundía la letra.
Más de una vez él había sentido la necesidad de respirar profundo, pero sin encontrar la manera de hacerlo y experimentando la desagradable sensación de asfixia allá donde fuera y con quienes estuviera, hasta que pudo desahogarse con Ayla y respirar hondo y sin dolor.
Porque fue ella quien ayudó; en los momentos en los que no encontraba la salida del profundo abismo en que por segundos había caído, ella estuvo a su lado, confortándolo y sosteniéndolo para que no tocara fondo.
***
—De ninguna jodida manera puede ser —masculló Ayla, furiosa, al aparcar la camioneta enfrente de su edificio y visualizar, por medio del espejo retrovisor, el Audi SQ8 platino de Corey detenido a unos metros del suyo—. ¡Demonios!
A su lado Tyler se enderezó, frunciendo el ceño, y echó una mirada a su alrededor, buscando a qué objeto hacía referencia su compañera de viaje, mas su estado de obnubilación le impedía prestar la atención debida. Desahogarse con Ayla lo había agotado y no supo en qué momento del trayecto se había quedado dormido, así que oírla maldecir lo trajo una vez más a flote.
—¿Qué sucede? —quiso saber mientras se pasaba ambas manos entre los rubios cabellos enmarañados, pero ella no decía nada, sino que se mantenía frunciendo los labios y aferrando el volante tan fuerte que sus nudillos se le pusieron blancos—. ¿Ayla?
—Corey —escupió mordaz y apagó el motor—. Ese sinvergüenza está aquí. No puedo creer que haya venido pero, claro, apuesto que Garrett le dijo que había ido a casa, y no ha dudado en acudir a averiguar por sí mismo si mi hermano no mentía.
Tyler hizo una mueca, sin entender del todo qué quería decir al respecto.
—No entiendo —confesó.
Ayla se giró en redondo hacia él y lo miró con la frustración y la congoja pintadas en su bello semblante. Sus dedos, en torno al volante, se aflojaron y apartó sus manos por completo para llevárselas a la cabeza, mientras buscaba la mejor respuesta que ofrecerle a Tyler sin alterarse.
No podía creer que Garrett hubiese abierto la boca y mandado a Corey. Además, ¿dónde estaba Raine? ¿Por qué había ido Corey a su hogar? ¿Qué demonios quería?
—Tampoco yo —farfulló incapaz de ocultar su disgusto por no haber estado enterada de que su exprometido iría a verla a su apartamento. Pero ¿cómo demonios lo supo si Garrett tampoco estaba al tanto de que iría ahí?—. Joder, solo espero que no venga a fastidiar con sus estupideces.
Tyler arqueó las cejas, sin entender todavía el comportamiento de la mujer, pero Ayla debía tener sus razones para mostrarse hostil ante la perspectiva de tratar con el recién llegado.
—Te ofrezco mis más sinceras disculpas de antemano, Tyler —dijo mientras desabrochaba su cinturón y lanzaba miradas, de vez en cuando, por el espejo retrovisor. Vio que la puerta del conductor del auto de Corey se abría y descendía la alta figura del hombre de negros cabellos, cuyas gafas de sol cubrían sus grandes ojos oscuros—. Por todo. Voy a bajar y ver qué quiere Corey, pero te advierto que tiende a hacer un drama por simplezas.
Tyler asintió en silencio, mientras desabrochaba su cinturón y sonreía ante la perspectiva de conocer al tipo al que había hallado con otra mujer cuando Ayla había ido a verlo.
—Por mí no hay problema, Ayla, y no te disculpes. —Se estiró y quitó las llaves del contacto, se las guardó en el bolsillo de los vaqueros y abrió la puerta—. Me gusta presenciar un buen melodrama.
Ayla no respondió, tomó una honda bocanada de aire, y cogió su bolso antes de descender y enfrentarse a Corey.
El aludido, por su parte, ya casi había llegado caminando a largas zancadas y conteniendo el mal humor que le provocaba el mero hecho de ver a Ayla descender de una camioneta desconocida y, enseguida, a un tipo que no le dio buena espina.
—¿Puedes explicarme qué demonios haces, Ayla? —le echó en cara nada más llegar al pie de la entrada y situarse a medio metro de la mujer, ignorando la presencia del otro.
Ella frunció las cejas, fingiéndose de las desentendidas.
—No te entiendo, Corey.
El aludido se pasó una mano entre los negros cabellos, frustrado por tener que explicarse a pesar de que ella lo comprendía a la perfección, pero se hacía de las locas. Y ya que a ella no le importaba tener a un tercero que presenciara sus asuntos, a él tampoco le importaría que se enterara.
—Me refiero al hecho de llegar con un extraño. ¿Acaso no te ha servido de escarmiento lo que sucedió hoy con Karl? —reprobó sin hacer caso de Tyler—. Por Dios, mujer, ¿qué se te ha metido en la cabeza? En cuanto vi llegar a Garrett a casa de tus padres y me dijo que te habías quedado en la cafetería con alguien, no dudé en salir en tu búsqueda, temiendo que cualquiera fuese capaz de lastimarte.
Ayla lo escuchaba sin ningún interés, cruzándose de brazos y apretando los puños con todas sus fuerzas; haciéndose daño a su propia piel o, de lo contrario, terminaría noqueándolo. Resultaba increíble de oír la desvergüenza de Corey, y hacerles caso a sus palabras sería el colmo.
—Bueno, ya has comprobado por tus propios ojos que nada malo ocurrió. Llegué sana y salva a casa, ¿contento?
Corey puso los ojos en blanco al caer en la cuenta de lo mal que estaba actuando, de lo perdedor que estaba sintiéndose al respecto.
—¿Por qué haces esto? —cuestionó con voz melosa.
—¿Hacer qué, Corey?
Se exasperó.
—Ser desagradable conmigo, tu prometido.
—No estoy siendo brusca contigo y tú ya no eres mi prometido. Recuérdalo.
—Lo sigo siendo —insistió él, molesto por tener que discutir donde todos pudieran atestiguar sus palabras—. Soy tu prometido y vamos a casarnos, como lo hemos planificado desde hace tiempo. —Sacudió la cabeza, deseando liberarse del hastío—. No te entiendo, Ayla. Me ignoras y ahora insinúas que ya no somos nada. ¿Por qué lo haces, mi amor?
—¡Porque no lo somos, Corey! —chilló, lo que atrajo la atención de una pareja de ancianos que pasaban cerca de ellos—. No lo somos.
Tyler fingía que no oía nada y se mantenía muy cerca de Ayla, estudiando al hombre. No se trataba de una discusión en la que él fuera partícipe; no le importaban sus asuntos, pero tenía que vigilar por si los ánimos se calentaban. Conocía el comportamiento del ser humano en cuestión y no permitiría que ese pelmazo le alzara siquiera la voz a Ayla.
—¿Qué te hace creer semejante tontería?
Ella le lanzó una mirada tajante, boquiabierta.
—Te juro que no deja de sorprenderme tu descaro, Corey. —Se llevó ambas manos a la cabeza, harta de mantener una conversación sin sentido y, para no variar, en la calle—. A leguas se ve que no tienes remordimientos de nada, ni siquiera los conoces. Eres un cínico.
—Ayla...
—Te acuestas con Raine, mi hermana —le echó en cara, señalándolo con el índice en el pecho, presionándolo, y obtuvo una respuesta llena de sorpresa por su parte, reacción que no pasó desapercibida para la joven—. ¿Por qué la cara de extrañeza? ¿Ves a qué me refiero? No puedes con la desvergüenza que te cargas, Corey. ¿Has olvidado que los vi cuando fui a tu casa y que saliste semidesnudo con mi hermana pisándote los talones? Y no me vayas a decir que ella no estaba ahí y que es mi imaginación retorcida la que me lanzó la imagen de ella. —Hizo una breve pausa para recomponerse—. Te toleré tus infidelidades pasadas cuando no debí haberlo hecho, sino mandarte a la mierda la primera vez que todo ocurrió. Pero acostarte con mi hermana fue el colmo, Corey. No tienes perdón.
—Ayla...
—Se acabó, Corey —sentenció con determinación—. Quizás tenía que decírtelo a la cara antes de haberlo asumido por completo, y ya está, acabas de enterarte. —Con furia, se arrancó el aro de platino con un bello topacio azul central, adornado con diamantes blancos de 0.5 quilates, que llevaba en el anular—. Y te devuelvo el anillo para que hagas con él lo que desees. Yo no lo necesito.
Estupefacto, Corey dejó que ella lo cogiera de la mano, la abriera y colocara la joya sobre su palma. Le echó un breve vistazo y maldijo para sus adentros el rumbo que habían tomado las circunstancias entre los dos.
—¿Por qué haces esto? —murmuró al tiempo que cerraba el puño con rabia—. ¿Por qué carajos nos haces esto, Ayla? —siguió diciendo y, luego, reparó por primera vez en la persona que se había mantenido distante a sus espaldas, observando sus movimientos y en total silencio, y cayó en la cuenta de quién debía ser—. Ah, ya veo, ahora lo entiendo todo. ¿Es por él?
Tyler le puso los ojos en blanco, manteniéndose todavía en actitud relajada, pero en alerta ante cualquier suceso que al otro se le ocurriera.
—Acabo de exponerte mis razones y tú preguntas si Tyler es culpable de tus errores —reprochó—. ¿Has escuchado siquiera alguna de mis palabras o te has limitado a ignorarme, como siempre lo haces? Maldición, Corey, deja de culpar a los demás ante tus fallos, por Dios.
—Pero no lo niegas —se burló mientras se pasaba una mano por el rostro, harto—. No has negado nada, cariño.
Ayla se lo quedó mirando como si acabara de volverse loco, porque Tyler no tenía ninguna culpa de lo sucedido entre ellos y Corey deseaba desembarazarse con la primera persona ajena a sus problemas.
—Lo que haga o deje de hacer con mi vida no debe importarte a ti. —Se encogió de hombros, despreocupada—. Te repito: se acabó. Tú lo arruinaste por completo, y ayudó a que yo dejara de esperar más de ti. Me decepcionaste día tras día y redujiste el amor que te tenía a cenizas, las cuales fueron llevadas por el viento y se esfumaron. Así que deben tenerte sin cuidado mis acciones.
—No, Ayla. —Sin pensárselo dos veces, la agarró del brazo con brutalidad; sin embargo, el ojo crítico de Tyler y su velocidad para moverse lo hicieron soltarla de la misma manera—. ¿Qué demonios?
—¿Eres sordo? —Lo empujó él, quien se interpuso entre ambos y bloqueó a la mujer de toda atención del otro—. Ayla ha dicho que ya no tienen nada, y es mejor que ya te largues de aquí.
—¿Y tú quién demonios eres? —ladró furioso.
—Tú mismo lo has dicho e insistes en tener razón —le advirtió Tyler en modo burlesco, como si estuviera explicándoselo a un niño pequeño—. Soy el causante de la decisión de Ayla.
—Vete a la mierda —escupió mordaz Corey, lanzándole una mirada fulminante—. No te metas en lo que no te importa. Ocúpate de tus asuntos, hombre.
Tyler le dedicó una forzada sonrisa, cruzándose de brazos. No iba a perder el tiempo discutiendo con una persona tan mediocre como Corey, en especial porque Ayla se encontraba presente y ella no tenía ninguna necesidad de presenciar una escena como tal.
—Corey, ya vete —insistió Ayla, que giró sobre sus talones y se puso en marcha rumbo a la entrada de su casa—. Y, por favor, no vuelvas a aparecerte por acá.
Corey estuvo a punto de salir tras ella; sin embargo, un gesto por parte de Tyler lo frenó y lo hizo permanecer rumiando en su frustración y rabia por limitarse a quedarse plantado en la acera, siendo testigo de ver como la mujer con la que se había prometido se largaba con otro y lo mandaba a la mierda porque ya no le interesaba seguir adelante.
No lo negaba: fueron muchas las veces en que le había sido infiel y Ayla lo había perdonado. Pero en aquella ocasión no había salido librado con la misma suerte y estaba casi seguro de que no se debía precisamente a que Raine fuera su amante, sino a que Ayla estaba más que interesada en el rubio grandulón, que se mostraba más como su perro guardián que como...
¿Quién demonios podía ser aquel hombre? ¿Por qué estaba con ella y por qué nunca antes lo había visto? Oh, sí, sí que lo había visto por ahí, en los diarios que circulaban por esos días, cuyos titulares anunciaban a ese como su marido.
Se pasó una mano por el rostro, pensativo ante la extensa curiosidad que sentía hacia él, y averiguaría todo de ese tipo hasta destruirlo. Nadie se burlaba de Corey Hyland y andaba tan despreocupado por la vida para contarlo.