Al día siguiente, la familia Walsh y su hermana Brie decidieron hacerle una visita sorpresa a Tyler para ponerlo de mejor humor.
Shona le había horneado una esponjosa y deliciosa tarta de chocolate con trozos de galletas de vainilla como decoración; Raine llevó consigo una gran cantidad de globos de helio de tonos metálicos y, de esa manera, llenó la habitación de color a pesar del duelo que guardaba por la muerte de Corey, quien también a ella la había utilizado para su propio beneficio; Karl cargó una cesta para el cuidado personal con pastillas artesanales, velas aromáticas, estropajos naturales y jabones líquidos; Brie, por su parte, llevó una pequeña caja con girasoles, rosas, tulipanes y lilas de vivas tonalidades, y Garrett cargó una canasta de frutas junto con su hija January.
—No me alcanzará la vida para agradecerte todo lo que has hecho por mi familia, Tyler —comentó Karl, parado delante de él, a los pies de la cama, junto a su esposa, la cual lo aferraba del brazo—. Ni tampoco para pedir perdón por un loco, como lo demostró ser Corey, a quien todo el tiempo tuve ante mis narices y deposité toda mi confianza, y no me di cuenta porque fui ciego con su falsa amistad.
—No hay nada que agradecer, Karl —comentó Tyler con despreocupación—. Y es mejor olvidar el pasado, que nada remediamos al estarlo recordando con constancia.
Raine no dejaba de estudiar el montón de tubos a los que Tyler estaba conectado, e hizo una mueca de desagrado cuando reparó en las agujas de la intravenosa en su brazo.
—¿Dolió? —se aventuró a preguntar la hermosa y despampanante rubia.
Esa mañana la cama estaba un poco elevada para que Tyler pudiera mantenerse sentado y así charlar mejor con sus visitas, aunque no los tenía permitidos a todos en montón, pero habían hecho una excepción por tratarse del alcalde de Providence y su familia.
—No. —Sonrió orgulloso—. Fue un rasguño.
Ayla puso los ojos en blanco, sentada a su lado, sosteniendo su mano entre las suyas, demostrándoles a todos los allí presentes que estaban juntos y enamorados.
—Casi te desangras —le recordó con suavidad—. No fue ningún rasguño.
—Vale, la navaja salió tal y como entró sin hacer estragos, salvo dejarme en un charco de mi propia sangre —admitió sin darle mayor importancia a la puñalada recibida por parte de Corey—, pero no has dejado de consentirme.
Ella se sonrojó porque tenía razón, Ayla se había pasado todo el tiempo cumpliendo sus deseos para que no hiciera esfuerzos. Tyler soltó una risotada que hizo que la herida doliera por el brío.
—¿Ves? —señaló sacudiendo la cabeza—. No tienes ningún cuidado.
—Soy feliz —admitió haciendo una mueca de dolor por su hombro—. Por cierto, ¿ya saben la noticia?
Las triviales charlas se interrumpieron y todos en la habitación contemplaron a ambos sin tener noción de las palabras de Tyler.
—No —admitió Karl mientras admiraba la tarta reposando sobre la mesa central, que se veía deliciosa—. Esperamos que sea un gran anuncio.
—Lo es. —Suspiró y apretó la mano de Ayla, quien exhaló resignada ante el ímpetu de él por desahogarse. Todo el mundo sabría la verdad, porque Tyler estaba ansioso por gritarla a los cuatro vientos—. Ayla ha aceptado casarse conmigo.
En efecto, la joven había dicho que sí en cuanto él había despertado esa mañana y lo había sorprendido observándola con todo el amor, dulzura y felicidad que no había descubierto en ninguna otra persona que la contemplara de ese modo.
Y tan solo había bastado que él tocara su rostro con delicado tacto y pestañeara con tranquilidad antes de que abriera la boca y volviera a preguntarle, libre de medicamentos, con su cabeza despejada, la misma cuestión que ya le había formulado antes. Y sin pensárselo dos veces, sin dudarlo siquiera, había aceptado.
La familia completa soltó una alegre y emocionada exclamación.
—¡No! —Brie se puso de pie y corrió a abrazar a su futura cuñada, arrancándola del lado de su hermano—. ¡Qué emoción!
Shona se unió al abrazo, incluso Raine y luego Garrett, quien la alzó unos centímetros del suelo e hizo girar entre sus brazos sin dejar de reír.
—Es la mejor noticia que me han dado en mucho tiempo, hija. —Sonrió su padre al abrazarla. Le dio un apretón a Tyler en la rodilla, contento—. Enhorabuena, muchacho.
—Gracias. —Sonrió Tyler, henchido de amor. Luego, se dirigió al hermano mayor—. Garrett, quisiera pedirte que fueras el padrino de honor si no lo consideras inconveniente.
—Al contrario, Tyler, para mí significa un verdadero honor que me consideres el padrino de tu boda —admitió emocionado—. Cuenta conmigo.
—Creo que ya sabes lo que voy a pedirte, Brie —dijo Ayla al regresar al lado de Tyler y entrelazar sus dedos con los suyos.
La aludida no cabía del gozo, los observó boquiabierta y pestañeó un par de veces.
—¡Sí! Oh, mierda, sí —chilló extasiada—. Siempre he querido ser dama de honor y jamás he podido porque, la primera vez, Tyler y su exmujer ya tenían todo el cortejo armado —comunicó—. Al fin mi sueño se cumple. Por cierto, ¿ya tienen la fecha?
—No, pero será pronto. Tal vez cuando salga del hospital.
—¿De verdad? —Brie casi se atragantó con una uva que arrancó del racimo de la canasta—. Eso es veloz.
—Por eso tenemos a los mejores padrinos. —Tyler les lanzó una mirada de aprobación a los mencionados—. Lo dejamos todo en sus manos, chicos.
—¿Todo? —quiso saber Brie echando un vistazo de terror a Ayla, en busca de apoyo—. Es broma, ¿no?
La mujer sacudió la cabeza muy sonriente por el embrollo en que acababan de meter a aquel par.
—Siempre has querido ser dama de honor, ¿no? Bueno, es momento de brillar, Brie. —Le dio un beso a Tyler en la rasposa mejilla—. Yo debo cuidar de tu hermano y no voy a tener cabeza para nada más, así que lo dejamos todo en sus manos.
Shona, quien se mantenía al margen de lo que sucedía a su alrededor, aún no lograba descifrar cómo fue que ese par se había comprometido. A simple vista se notaba que se amaban, pero no conseguía encajar las piezas del rompecabezas, debido a que pertenecían a mundos tan distintos.
—¿Cómo conseguiste que aceptara casarse contigo, Tyler? —quiso conocer muy interesada.
—Porque me di cuenta de que estamos perdiendo el tiempo sin llegar a algo estrictamente formal —explicó Ayla por su prometido—. Quizás estoy nerviosa por dar ese paso con él, pero ya es momento de dar el paso definitivo y Tyler es el hombre indicado para hacerlo. —Dio un apretón a su mano—. Quiero una vida con él, sin importar las subidas y bajadas. Hemos pasado por tanto a lo largo de este tiempo, y los obstáculos que haya todavía por delante del camino juntos lograremos burlarlos. —Tyler acarició el interior de su muñeca con el pulgar—. Bastó un instante para comprender lo mucho que me importa, lo enamorada que estoy de él y que por ningún motivo permitiré que la vida vuelva a ponernos en la misma situación peligrosa, que me obligó a abrir los ojos de golpe y darme cuenta de que, si lo pierdo, me perdería a mí misma.
Tyler la contemplaba en silencio, muy emocionado y enamorado a la vez, mientras se expresaba con las mismas palabras con las que él lo haría.
—Eres mi redención —susurró con la voz ronca, lo que atrajo la atención de la joven, quien le dedicó una pequeña sonrisa—. Vine a Providence buscando ese algo que ni yo mismo sabía qué era, y siempre fuiste tú. —Sus ojos se iluminaron llenos de felicidad—. La vida te puso ante mí y tardé en darme cuenta. Ansiaba ser redimido, encontrar la paz a mi alma atormentada y tener otra oportunidad en esta frágil vida. Y fuiste tú mi boleto a la salvación, Ayla Walsh.
***
Transcurrió una semana para que le dieran el alta a Tyler. Él estaba harto de no lograr irse cuando se le pegara la gana, porque constantemente tenía encima al médico que lo atendía y a las enfermeras de turno, quienes se la pasaban prohibiéndole movimientos bruscos debido a que la herida podría reabrirse.
También lo ponía de nervios la ligera bata que transparentaba su cuerpo desnudo debajo de ella, y lo incomodaban las miradas de dichas sanitarias fijas en él. Así que, cuando le dieron la noticia de que podría abandonar el hospital, no quiso postergarlo más y ese mismo día estuvo más qué listo para marcharse.
Ayla fue a recoger un cambio de ropa para llevarlo a casa y mantenerlo ella misma bajo estricta vigilancia, aunque significara entrar en discusiones por no ceder ante sus caprichos. Él ansiaba ponerse a trabajar y ella temía que cometiera imprudencias.
Y cuando llegó a la habitación, lo encontró fuera de la cama, sentado en el sillón de cuero blanco ubicado en una de las esquinas y escribiendo. Entró sin hacer ruido para no interrumpir su tarea, pero él, al darse cuenta de la presencia de la joven, alzó la mirada y la contempló junto a la puerta.
Ayla le dedicó una de sus francas sonrisas, uno de esos gestos tan suyos que alegraban su corazón y lo ponían del mejor humor del mundo.
—¿Qué haces, amor? —quiso conocer ella mientras se acercaba a Tyler.
—Escribía mis votos —explicó al tiempo que doblaba la hoja a la mitad para que ella no leyera lo que había escrito—. En realidad, son más una canción que unos simples votos —advirtió—. Ya te enterarás luego.
Ayla arqueó las cejas y se sentó a su lado. Ella aún no tenía claro de lo que iba a escribir para recitarle el día de su boda.
—Brie y Garrett ya tienen casi listo todo —anunció—. Estoy nerviosa.
Tyler la atrajo a su lado, depositó un beso en su frente con ternura y aspiró hondo su costoso olor, que tanto lo enloquecía.
—También yo —admitió en voz baja—. Estoy nervioso y, al mismo tiempo, ansioso por que ya llegue ese día: nuestra boda.
Ayla acarició su rostro con las manos antes de inclinarse hacia él y besarlo.
—Hoy abandonas el hospital, Tyler —susurró feliz—, y tengo una sorpresa para ti.
Él sonrió, la estrechó contra sí y profundizó más el gesto hasta hacerla jadear en busca de aire. La deseaba demasiado y Ayla era consciente de ello.
—Muero por ver esa sorpresa, futura señora Russell.
Ayla se apartó de él alegre y le tendió la mochila donde había empacado la ropa con la que Tyler abandonaría el hospital. Sacó unos pantalones oscuros de chándal, una camiseta blanca de algodón, zapatillas deportivas y ropa interior.
—Voy a necesitar tu ayuda —murmuró con voz ronca, tan solo de imaginársela tocándolo de nuevo tras días de no poder hacerlo.
Ayla se puso de pie y corrió a la puerta para ponerle seguro; su sexto sentido le decía que su sorpresa por la noche quedaría en el olvido justo en aquellos momentos.
Se acercó a él con la intención de quitarle el ligero trozo de tela que fungía de bata en aquel impresionante cuerpo masculino; sin embargo, Tyler se puso de pie y se abalanzó sobre ella, reclamándola desesperadamente a besos.
—Tyler —musitó contra sus labios, aferrada a sus amplios hombros.
—Shhh, no digas nada, Ayla. —La empujó con sus caderas contra la cama, lo que reveló su erección, y la mujer cayó de espaldas, mirándolo con ojos chispeantes—. Haremos el amor aquí, ¿entendido?
La joven asintió con la cabeza, mordiéndose los labios al comprobar la creciente excitación de Tyler presionando exigente contra su vientre.
—No quiero lastimarte —murmuró ella.
Se quitó el vestido y las zapatillas, para facilitarle el trabajo a Tyler, y quedó en ropa interior.
—No lo harás —masculló. Subió a la cama, se colocó de rodillas entre las piernas de ella y admiró la fina lencería oscura que usaba—. Eres tan perfecta.
Ayla suspiró ansiosa al sentir que su enorme y callosa mano recorría su cuerpo entero y la estremecía con sus caricias.
La hizo incorporarse unos centímetros para quitarle el sujetador y apreciar sus preciosos y redondos pechos, adornados por sus erguidos y duros pezones rosados. Se inclinó sobre ellos, los acarició con sus labios, pasando la lengua por la delicada y blanca piel de ellos, succionando los erectos botones, lo que le arrancó a Ayla un placentero suspiro al experimentar en conjunto la aspereza de la barba rasguñarle la piel y le hizo echar la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.
—Tyler —pidió—, hazlo pronto, o van a descubrirnos.
El hombre se rio entre dientes ante la súplica desesperada por parte de ella, mientras se deshacía de sus bóxers.
Si los descubrían, sin lugar a dudas, sería excitante, pero no quería que Ayla pasara por un bochornoso episodio y ya estaba más que preparado como para seguir postergando más el momento.
Con la mano sana, le arrancó las bragas y le abrió más las piernas conforme clavaba sus ojos en los suyos, tan grandes y chispeantes de deseo. Así que, mientras iba penetrándola poco a poco, era testigo del montón de expresiones que surcaban su rostro, lo que lo excitó sobremanera, y se abandonó entero a su deseo enterrándose completamente en el cálido interior femenino.
Ayla dejó escapar un pesado suspiro al tenerlo dentro de ella y volver a ser uno solo con Tyler.
—Te amo —declaró él con ferocidad, colocando su boca sobre la suya, entretanto empujaba con fuerza.
Ayla se arqueó para recibirlo mejor y, con manos torpes y a ciegas, le arrancó la bata para disfrutar de su piel contra la suya, suave y caliente. Se abrazó a su perfecto cuerpo musculoso con brazos y piernas, mientras las embestidas iban en aumento, empujándola más y más a la locura.
Él silenció sus gritos con sus besos, gimiendo contra su boca y mordiendo sus labios con fuerza mientras el placentero temblor se adueñaba de sus extremidades conforme ambos se acercaban al precipicio de su deseo.
Las uñas de la mujer se clavaron sobre sus amplios hombros y lo arañaron. Sintió que su cuerpo se volvía de gelatina y que sus piernas perdían la fuerza ante las convulsiones que consigo acarreó su orgasmo, mientras suspiraba con fibra tras ser silenciada por los labios masculinos.
Con un pesado gruñido, el cuerpo de Tyler se desplomó sobre el suyo, y enterró el rostro en su cuello resoplando entrecortado, mientras ella continuaba aferrada a él, empapado de sudor e intentando calmar su propia respiración.
—Te amo —susurró ella y depositó un casto beso en su rasposa mejilla.
Tyler sonrió soñoliento, acarició con sus labios su cuello y suspiró lleno de satisfacción.
—Ha sido perfecto hacerte el amor en una cama de hospital —declaró apartándose unos centímetros para apreciarla mejor—. Deberíamos repetir.
Ayla negó en silencio y agarró la sábana para cubrir su desnudez.
—Tyler, a este paso jamás abandonarás el hospital —se quejó y lo empujó.
Él tomó su rostro entre las manos y le dio un largo e intenso beso antes de salir de la cama para vestirse. Le daba la razón al respecto de que, si continuaban así, no se largaría pronto del hospital, que ya lo tenía hasta los cojones.
Ella sonrió divertida, abandonó también el lecho y se puso sus ropas a toda prisa; luego, lo ayudó a él cuando se trabó con la escayola.
—Deberías afeitarte —se quejó cuando acarició su cuello con la nariz, raspándola con la barba—. Parecen pinchos.
Tyler se enderezó, la aferró por la cintura con la mano buena y la atrajo más hacia sí.
—Un hombre con una espesa barba es sexi, amor. —Se burló de su expresión de «¿Te has vuelto loco?». Se pasó la mano por el mentón y se quedó pensativo unos instantes. Lo cierto era que a él le gustaba llevar barba, pero al parecer Ayla sufría con ella—. Dame una buena razón para afeitármela.
Con una amplia sonrisa en el rostro, la mujer rodeó su torso con los brazos y apoyó la barbilla en el amplio pecho masculino, mientras lo miraba directo a los ojos y le fruncía la nariz.
Hacía días que ella lo sabía y había estado guardando el secreto, mas ya iba siendo hora de confesarle a Tyler la verdad: estaba embarazada de poco más de cuatro semanas. Llevaba experimentando extraños cambios en su cuerpo, síntomas que antes no había notado y recordó que, la primera vez que habían estado juntos, no habían utilizado protección porque ella había mentido con respecto a que estaba tomando la píldora, y así habían follado sin usar ningún anticonceptivo.
—Mi piel está muy sensible por los cambios que tu hijo le provoca a mi cuerpo, en especial los pechos —confesó. Arqueó las cejas viendo con atención la expresión en el rostro de Tyler, el cual iba cambiando poco a poco, pasando de la confusión a la feliz sorpresa—. Tu barba duele. Te ves tan caliente, sí, pero a mi piel le molesta.
Tyler envolvió su rostro con su grande, cálida y rasposa mano, y se inclinó hacia ella sin dejar de mirarla directo a los ojos. No estaba muy seguro de si había escuchado bien, o de si tal vez habían sido los medicamentos para calmar el dolor, pero tenía que salir de dudas antes de asimilar por completo sus palabras y estallar de gozo.
—¿Qué? —susurró—. ¿Qué es lo que estás insinuando?
Ayla asintió en silencio, mordiéndose los labios, llena de nervios y alegría.
—Me parece que es justo lo que piensas, Russell —respondió colmada de emoción, mientras envolvía su torso de nuevo—. ¡Vas a ser papá!
—¡Voy a ser papá! —chilló y la estrechó tan fuerte que le robó el aliento—. Oh, Dios, ¿de verdad? ¿Voy a ser papá? —Cubrió su boca con la suya en un hambriento y voraz beso que la hizo gemir ante la emoción del acto—. Esa es una gran razón para llegar a casa y afeitarme. —No dejaba de sonreír por la noticia recibida y asimilada—. No quiero que nada te haga daño, Ayla. Voy a cuidarte y cuidaré de nuestro hijo. Muero por conocerlo y sostenerlo entre mis brazos. —Apoyó la mano sobre su blando vientre, ignorando que los ojos se le llenaron de lágrimas de dicha, un sentimiento que jamás había imaginado volver a experimentar porque temía no sentirse emocionado, como lo estaba en esos instantes, por la nueva vida que Ayla y él habían sido capaces de crear juntos—. Gracias, Ayla. Te juro que seré un buen padre.
Ayla le echó los brazos al cuello y lo atrajo más a ella, radiante de felicidad porque dentro de unos meses se convertirían en padres.
—Ya eres el mejor padre que un niño puede tener, Tyler —declaró emocionada, al tiempo que mordisqueaba su barbilla—. Estoy muy orgullosa de ti porque nuestro hijo tendrá un padre maravilloso y que, además, es un héroe.
***
A los pocos días que Tyler había abandonado el hospital, la boda tuvo lugar en la casa en el faro. Él admitía que Brie y Garrett habían tenido una excelente idea al hacerla ahí, en compañía de toda su familia y rodeados de la majestuosa naturaleza que los envolvía.
Habían instalado una pequeña carpa blanca con sencillos arreglos florales donde el juez y Tyler esperaban; el primero, con paciencia, y el segundo, muriendo de nervios.
—Tranquilo, hombre. La primera vez así es —le confió Garrett.
Tyler lo miró de reojo y sonrió ansiando ver aparecer a la mujer con la que uniría su vida a partir de ese preciso día.
Sacudió la cabeza y fijó su plena atención al frente, hacia el pasillo que January, la hija de Garrett, había recorrido con su precioso vestido rosa y una cesta de mimbre llena de flores, arrojando pétalos de rosas blancas y rosadas.
Las sillas de los pocos invitados estaban todas ocupadas y Tyler pudo distinguir entre ellos a su madre, quien había viajado desde Montana, en compañía de la tía Fleur y la familia de ella. Shona y Raine estaban juntas, abanicándose por el calor de esas horas, entre otros presentes.
Toda la familia de ambas partes estaba ahí reunida en su gran día, convirtiéndose en una sola.
—Estoy nervioso —confesó Tyler.
—Aún es tiempo de huir —bromeó su cuñado.
—No quiero hacerlo.
Y no lo haría, mucho menos después de divisar a la sublime mujer que apareció al final del pasillo, con su eterna sonrisa y luciendo un sencillo vestido blanco. El hermoso rostro era enmarcado por las oscuras ondas de sus cabellos, que resaltaban su palidez y los grandes ojos marrones.
Ayla caminaba del brazo de su padre, mostrando la eterna sonrisa que le transmitía paz a su alma, que lo hacía concebir en casa y que era un tipo que valía la pena. Ella lo hacía sentir grande. Un héroe.
Fueron eternos los metros separados de Ayla, que avanzaba con calma. Por fin, cuando la tuvo delante de él, siendo entregada por su padre, no pudo evitar acunar su rostro en su manos y besarla ansioso, enamorado y feliz. Ella era todo para él en esa vida.
—Te amo —declaró con ferocidad.
—También te amo —musitó ella al tiempo que le acariciaba la mejilla.
Y fue entonces cuando Tyler realmente comprendió que, en efecto, ella era ese algo que había estado buscando desde que tenía uso de razón. La única mujer con quien deseaba pasar el resto de sus días, cuidando de sus hijos y siendo tan felices juntos porque era el inicio de una vida feliz con ella.
Había encontrado su redención en su caótica existencia.