Elsa Osorio
Núñez, tres ambientes amplios, con patio-jardín. Y dentro del presupuesto que sus padres manejan, un poco más, pero podrían ofrecer menos.
Núñez es lejos, le dijo su novio, una hora de colectivo al centro.
—No, no tanto, exagerás.
Sus padres no tienen que ir al centro todos los días, para cuando vengan a vivir estarán los dos jubilados. Y a Norma, que lo va a usar este año, no le importa nada viajar, y sí vivir en un lugar más tranquilo, con árboles ¡y patio! Un lujo. Y además, ella qué sabe dónde va a conseguir más horas de cátedra, ahora la suplencia la tiene en Caballito, pero mañana pueden ser en cualquier otro lugar, donde se las den. Visitará ese y otros departamentos, lo más importante no es el barrio. Era apenas una entre tantas otras cosas a considerar, la luminosidad, el ruido, no debían dejarse limitar por el barrio.
Sin embargo para Norma, Núñez es eso cálido que olía a jazmines y a Silvio, el profesor de Química, los apuntes por el piso, las manos tibias recorriéndola, esos besos, qué linda sos, esas ganas recién estrenadas, una tarde y la otra, hoy me tenés que enseñar Física, claro que sí, chiquita, pero sólo un rato, porque esa tarde, poco antes de que volviera la madre de Silvio, por primera vez, ella dejó crecer ese deseo, esa humedad entre sus piernas y se abrió toda a él, ni supo bien lo que era porque debió salir corriendo, por eso al otro día a las tres ya estaban en la cama, saboreándose, entre risas y juegos, oliendo a deseo.
Silvio al fin le enseñó Química y Física, y Norma aprobó la previa y la que se había llevado ese año, el último del bachillerato. Después se fue para Rosario, donde sus padres se habían instalado tres años antes. Quedaron en escribirse, en verse, pero el tiempo, los estudios, otra gente, otra ciudad.
Cuando se encontraron por la calle en Buenos Aires, Silvio se rio mucho, Norma le contó que estaba en tercer año del profesorado de Física y Química, le hizo una broma un poco grosera que aludía a esos encuentros de clases y sexo, pero que a ella le encantó. Tanto que ese día se fueron otra vez a la cama, aunque Norma ya estaba de novia con Luis. Silvio, muy diferente, lejos del estudiante de Ingeniería seductor que fue su profesor, y no porque ya fuera ingeniero, ni porque trabajaba en una industria, ni porque se le había muerto la madre y sólo dependía de él. Había madurado en su manera de mirar la sociedad, de explicarle lo que pasaba con el mismo entusiasmo que cuando le enseñaba Física, pero con más pasión. Norma lo escuchó con el cariño y la admiración de antes, pero no le hizo mucho caso, tenía razón, pero ella prefería no meterse en política. No iba a arreglar Norma el mundo, ni tampoco Silvio.
Se vieron tres o cuatro veces más, cuando ella iba a Buenos Aires para algún seminario o simplemente a pasear, él cada vez más serio, cada vez con menos tiempo; en diciembre discutieron porque no le gustaba a Silvio que Norma siguiera haciéndose la nenita, la no entiendo nada, la no me meto, despertate ya, Norma, y actuá, hacé algo, y muy molesto le dijo que no, que no podían ir a su casa, Silvio tenía que estudiar. Que se fuera a ver vidrieras, la agredió, él estaba ocupado con lo que está pasando y ella no parece enterarse. A Norma le dio una cierta desesperación irse peleada con Silvio, aunque su vida no tuviera nada que ver con él, quién sabe hasta cuándo no volvía a Buenos Aires, y entonces lo provocó y lo provocó, y terminaron enredándose en ese abrazo, y ese beso, dale, ¡tengo unas ganas de vos!, yo también, chiquita, un taxi, pidió ella, cobré ayer, y no fue un rato, fueron horas de pieles, manos, cuerpos, jugos, con placer, con desesperación, como si hubieran sabido que era la última vez. A la mañana, él le dijo que no podía acompañarla al micro, tenía una cita, y fue entonces cuando ella sorprendió el arma. ¿Estás loco, Silvio? No, sé lo que hago. Cuidate, por favor, vos también, y le dio un beso en la frente, y despertate, Norma, y otro en la boca.
No lo volvió a encontrar, nunca contestó el teléfono ni las cartas que le mandó. Pensó que quizás se había ido del país, porque gobiernan los milicos, pero ¡podría haberle escrito para despedirse! La única conocida en común era Natalia, ella tampoco sabía nada de Silvio. Es raro, le dijo Norma ya en diciembre, a un año de la última vez que se vieron, que no esté en la casa, que no conteste mis cartas. La hermana mayor —a quien Natalia encontró en la guía— le contestó bastante seca: que se fue de viaje, pero no sabía adónde. Un exiliado más, le dijo Natalia, ella tiene muchos amigos que se fueron del país en estos dos años, desde el 75, y otros, peor, que... se los llevaron y no saben nada de ellos.
Norma confirmó su sospecha de que Silvio se exilió, y ahora, cuando se baja del colectivo y mientras camina por Jaramillo le vuelve la cara de alegría de Silvio, y esa cara grave, la de la última vez: Despertate, Norma, hacé algo.
La inmobiliaria está en Zapiola y Jaramillo. Apenas a unas cuadras de la casa de Silvio. Muy simpática, y linda, la chica que la atiende, Ana. Cuando están por salir, entra un hombre joven, muy durito, y habla con la chica. Mira a Norma un momento, molesto con su presencia. Esos ojos acerados le dan miedo.
—Te espero aquí —le dice a la chica—. Volvé rápido.
En la calle, Ana se distiende: que el barrio es muy tranquilo, y Norma: que sí, que lo conoce. Ah, ¿sos del barrio? No, soy de Rosario, pero viví en Buenos Aires, y tenía unos amigos en Núñez, no me acuerdo bien dónde. Quizás le ha mentido porque justo están doblando por la calle Vidal, qué casualidad, Norma no quiere que se le note esa extraña sensación cuando, paso a paso, se acercan al edificio, el corazón acelerándose cuando Ana se detiene en el portal y busca un gran llavero, y más aún, cuando entra y se dirige a la izquierda, sí, allí mismo, al departamento de Silvio, donde Norma por primera vez... La puerta se abre, todo está un poco desordenado, le dice Ana, pero imaginátelo con muebles, plantas, con una glicina en este patio. Ese patio que ya no huele a jazmines, está todo seco, ni siquiera se han tomado el trabajo de arrancar ese cadáver de enredadera colgando sobre los alambres, no hay flores en las macetas. El salón está vacío, sólo ha quedado una mesita ratona destartalada, y unas carpetas por el suelo, dos almohadones abiertos, exhibiendo obscenamente su relleno, y un jarrón roto. El dueño es un muchacho joven, que casi no está, se justifica Ana. ¿Está fuera del país?, pregunta Norma, y ese brillo en los ojos de Ana la alerta. No, ¿por qué? No sé, te entendí que el dueño no está y pensé que estaba fuera del país. ¿No tiene nada más que esta mesita? Pero claro, se vende sin muebles, es que no tengo mucha experiencia, disimula con una risa, yo nunca compré. Algunos hay, y te podemos vender si necesitás… En el cuarto grande están la cama y las mesitas. ¡Esa cama! Como un ramalazo la asaltan imágenes, qué linda sos, y vos, un churro bárbaro. Silvio, ¿dónde estás?
—¿Te pasa algo?
—No, nada, me preguntaba si a mis padres les gustará la cama.
—Sí, seguro, no es nada moderna, tiene cabezal, pero son esas cosas buenas, nobles, que se hacían antes, a ellos seguro que les gusta más que a vos. Si lo comprás, después te digo cuánto pide el dueño.
Y el otro cuarto, también. Norma la acompaña, tiene que dejar de mirar la cama o Ana se va a dar cuenta. El otro cuarto, la cama chica, y también papeles y libros tirados, despanzurrados.
—¿El baño?
La cocina está algo destartalada.
A la vieja le alcanza para darnos de comer, y pará de contar —le había contado Silvio—, pero quiere que yo estudie, doy clases para mi bolsillo, por suerte este departamento es nuestro.
Esas plantas secas la estremecen.
—¿No riega nunca el dueño?
Le tira de la lengua, pero Ana, con su mejor sonrisa:
—Sí, cero onda con las plantas este muchacho, ¿vamos o querés ver otra vez algún ambiente?
—No, está bien.
Acompaña a Ana a la inmobiliaria, le interesa, aunque está algo alto el precio porque hay que invertir.
Lo quiere comprar ya, con dueño y todo, ¿dónde está Silvio?, vos debés saber, bruja, pero en lugar de eso: ¿Están bien los papeles?, digo porque si es tan desordenado el dueño... No, está todo bien. Si te decidís, pasá una oferta, mirá que hay varios interesados.
Ya que estamos aquí, te podés fijar si está todo bien, el título, esas cosas, porque no quiero hacer venir a mis padres por nada. El tipo mirando, impaciente, y ella preguntando: ¿Cuántos metros cuadrados tiene exactamente?, ¿tenés planos?, ¿estás segura de que los servicios son individuales?
El hombre, nervioso, llama a Ana, hablan en voz baja. Y ella vuelve, sonrisa amplia.
—¿Qué querías saber?
—Los metros cuadrados, propios y comunes, y si no está hipotecado, o en sucesión o algo así.
—¿Qué te parece si lo miramos cuando hacés la oferta?
—Ya te dije que es para mis padres, y todos esos datos me los piden, no van a hacer una oferta, ni dejar una reserva, sin saber lo esencial, y no quiero entusiasmar a mis padres si no es seguro.
—Es seguro, señorita. Todas nuestras propiedades son seguras, están verificadas antes de ofrecerlas.
—¿Usted es el dueño de la inmobiliaria? —Norma le extiende la mano—. Mucho gusto. Me extraña que no quieran darme todos los datos cuando me interesa un departamento, parece que están apurados o que no les interesara vender.
Le quiere preguntar a quién pertenece pero no se anima ante esos ojos furiosos: andate ya, mientras escupe:
—No es así, es que tenemos que tratar una operación muy importante ahora con la señorita, y si usted todavía... Pero dale, Anita, dale los datos que te pide a la señorita.
Le va a preguntar más y más hasta que el tipo explote. Le da miedo pero no puede con ese súbito odio que le inspira, lo quiere molestar. ¿Cómo ese tipo tiene el departamento de Silvio? ¿Qué pasó con Silvio?
La chica de la inmobiliaria se levanta y consulta en voz baja algo con el repugnante. Y él pega fuerte con la mano en el escritorio.
—¿Ahora tiene que saber si puede ser entregado ya, apenas realizada la operación? ¿Tiene el dinero ahí en la cartera?
Ana se interpone, con su sonrisa:
—Vos pensalo, hacé la oferta, y si se acepta, seguro que arreglamos con el dueño una entrega rápida. —Y abre los ojos, señalando para atrás, con cara de por favor no lo pongas más nervioso.
Mejor se va, antes de que esa trompada al escritorio se la dé a ella.
—¿Tiene teléfono el departamento? —pregunta desde la puerta, un último toque a su sistema nervioso.
—Sí, tiene.
Tiene pero lleva meses sin contestar. Si se fue del país, debe haber dejado algún poder para que se lo vendan. Tenía una hermana, ella debe ser dueña también, le parece recordar que algo le contó Silvio, era algo desagradable, pero no se acuerda qué, sí de que se llevaba mal con la hermana.
—Te llamo —le dice a Ana, en clara señal de que con el de los ojos-cuchillo no quiere tratar.
—Despertate, Norma —le había dicho Silvio la última vez que se vieron.
Tiene mucho que hacer. Averiguar ya. Denunciar no, ¿ante quién? Y si se fue al extranjero, ¿qué va a denunciar? No conoce a nadie que no sea Natalia, que se hizo la estúpida, sabe más de lo que le dijo. Irá a la casa, la sorprenderá. Natalia, por favor, es muy importante, no te puedo decir por qué, necesito ver a algún amigo de Silvio o a alguien de la familia, a su hermana. Con la hermana no se lleva bien. Desesperación le da, por qué no le habrá preguntado más a Silvio. Todo lo que consigue es la dirección de la hermana, pero no digas que te la di yo, le pide Natalia.
Si se llevaron todo lo de Silvio, se llevaron las cartas de Norma. Raro que no la fueran a buscar. Por suerte dio otro nombre en la inmobiliaria, Norma Bersalino, el apellido del novio, probando qué tal quedará cuando se casen.
De lo de Natalia ha llegado hasta Monroe, buscando un teléfono público, otra vez en Núñez, como si recorriendo sus calles pudiera dar con una pista que la lleve a Silvio. En Cabildo encuentra una oficina telefónica, al fin, la guía amarilla, por favor. Detectives. Se mete en la cabina, que nadie la escuche. Pide una cita. Urgente. Sí, en una hora puede estar.
Una oficina modesta en la calle Viamonte. Quiere que le encuentre amigos de Silvio Cilmes. De la última época. ¿No a Silvio Cilmes? También, pero él no está, creo que se fue del país. Él le puede averiguar si se fue... legal, es decir, con sus documentos. Norma sabe la fecha y el año de nacimiento pero no el número de documento. No importa, se arreglará, pero imposible pagar lo que le pide, a menos que pueda hacerlo en cuotas. Sí, en seis. Que pase el jueves a la tarde. Lo de los amigos, más difícil, pero lo intentará. Los honorarios aumentan en ese caso.
La entrevista con la hermana no le trajo mucho más que la certeza de que algo grave le pasó a Silvio. Y un rato muy desagradable. Le abrió la puerta un pibe que la hizo pasar sólo con preguntar por la señora. Llegaron los dos a la vez, amontonándose.
—¿Quién es? —quiso saber el marido de la hermana.
—Una amiga, fue alumna de Silvio, en la secundaria.
El hombre sonrió con sorna, y le hizo un gesto a su mujer del que Norma no se dio por enterada.
—Pase —dijo la mujer, aunque ella ya estaba adentro. El marido, todo el tiempo ahí, controlando. Y la hermana que no sabía, Silvio no le dijo nada.
Y en un susurro:
—Estaba metido en algo, de un día para otro, dijo el portero, no se lo vio más.
—¿Y usted presentó un hábeas corpus? —le preguntó Norma, respetando el susurro.
—No, mi marido piensa que no hay que meterse, a ver si tenemos problemas. Nosotros nos veíamos poco con él —se justificó— y tenemos hijos adolescentes.
—¿El departamento de la calle Vidal es también suyo, no?
La madre le compró su parte en cuotas, una miseria, y lo puso en vida a nombre de Silvio. ¡Eso le había contado Silvio! Ahora lo recuerda, que su hermana amenazó con pedir que lo vendan judicialmente. Mejor que no la haga acordar, su voz retomó el volumen normal, ella tendría la mitad y no la cuarta parte. Pero se lo va a discutir, legalmente, porque eso no se puede hacer, no se puede desheredar.
—Al menos tuvimos algo, si de tu hermano dependiera, todavía estaríamos esperando —apuntó el marido, un tipo asqueroso.
¿Por qué le preguntaba lo del departamento? Pero no se lo iba a decir, no, esa gente no la iba a ayudar.
—No sé, estoy preocupada, a mí me gustaría encontrar a Silvio, y se me ocurrió que tal vez usted había ido al departamento. ¿Conocen a alguien, algún amigo que pueda decirme algo?
Ella negó con la cabeza, y su marido:
—Sus amigos no nos gustaban.
Norma les agradeció su tiempo y, para cortar la tensión, les preguntó si le podían indicar qué colectivo tomar para llegar hasta Cabildo y Pedraza. El 168 o el 52.
Volver a pasar por la puerta del departamento. Y si la de la inmobiliaria la ve, mejor, creerá más en su interés cuando la llame para comprarlo.
Estaba en la parada del colectivo cuando se acercó corriendo el pibe que le abrió la puerta:
—Vos sos la que preguntó por Silvio, ¿no?
—Sí.
Y le dio un papel con varios nombres y teléfonos:
—Es mi tío, Beto, primo de Silvio, ellos sí se ven. Y este es un amigo de la facu, una vez me ayudó con un examen. Y la tía Maru, que lo quiere. Suerte, flaca. Y si sabés algo, llamame, me llamo Mauro.
Lo hubiera abrazado, pero salió volando.
Necesita un cómplice, no puede hacer todo sola. A su novio no puede contárselo, no va a entender lo de Silvio, menos si le dice que fue el primer chico con quien hizo el amor. ¿Y si lo habla con Gaby? Ella decía cosas parecidas a las que decía Silvio. Desde que llegó a Buenos Aires que quiere ir a verla. Se casó y vive en Núñez también. Apenas se baja, busca un teléfono público y la llama, y sí, puede pasar por su casa, qué alegría, Gaby tiene algo que contarle: está embarazada, muy contenta, sí, pero también cagada de miedo, no es momento para tener un hijo, ella hubiera querido irse. Pero por qué, Gaby, vos... Ay, Norma, ¿vivís en Rosario o en Marte vos? Ahora se vino a vivir aquí, está en una pensión hasta que compre un departamento para los padres, que usará ella por un tiempo. Entonces, a borbotones, deja salir todo lo que pasó ese día.
Claro que se acuerda Gaby de lo que le contó de Silvio, ¿dónde milita?, ni idea. Gaby tiene un fitito, se lo regalaron sus suegros, van a pasar por la casa, y por la inmobiliaria también, sin ser vistas. Debe estar por cerrar. Vos escondete, Norma.
La chica rubia sale de la inmobiliaria y cierra la puerta del local, camina hasta la esquina y para un taxi, ellas la siguen, como en las películas, pero es fácil porque el taxi no corre, y la chica no tiene ni idea de que la están siguiendo. Se detiene en 11 de Septiembre al 4300, una antes de Libertador, baja y se encamina hacia la avenida por Correa. Ellas siguen por 11 de Septiembre, no pueden quedarse ahí porque se dará cuenta, dan una vuelta de manzana, y despacito vuelven por Libertador. Ahí está, grita Gaby, ha cruzado la avenida. Pero ¿dónde va, si no hay nada allí? ¿Es posible? Está entrando a la Escuela de Mecánica de la Armada. El fitito de Gaby de pronto toma una velocidad inusitada, pará, loca, que nos vas a matar. ¿Sabés donde entró? ¡En la ESMA! La mina es una empleada de la Marina. Vos sabés lo que pasa ahí. No. Se tortura y se mata gente. Cuidado, Norma. Esto puede ser muy peligroso.
En ese instante Norma decide que no se detendrá hasta encontrar a Silvio, aunque sea peligroso. Y que ese día marca un antes y un después en la vida. Pero necesita ayuda.
Van a lo de Gaby. Llama a Luis: se encontró con su íntima amiga, compañera del liceo, y tienen horas para charlar, sí, mañana nos vemos, yo también te quiero.
Ahora llamar a los teléfonos que le dio el sobrino, buen pibe, no salió a sus padres. Beto no está y no tiene contestador. El compañero de la facultad le dice que hace tiempo que no ve a Silvio, que no sabe nada, y nada en su tono transmite inquietud.
La tía Maru tampoco sabe nada, pero ella sí está muy preocupada.
—¿Sos amiga de Silvio? ¿Por qué no me venís a ver? Mañana, si te parece bien.
—¿Conoce a Beto?
—Sí, es el hijo de Mirta, mi prima.
—¿Le podría hacer llegar un mensaje de mi parte? Que llame a Norma. —Y le da el número de Gaby.
No ha pasado una hora cuando llama Beto, de un público.
—Soy Norma, una amiga de Silvio.
—¿La alumnita?
Se siente orgullosa de que haya hablado de ella con alguien.
—¿Podemos hablar? Es urgente.
—¿Para qué?
Ella sabe algo de Silvio, y quiere que él le cuente otras cosas.
Le quiere dar la dirección de una amiga. No, mejor en una pizzería. En Arce y 3 de Febrero, cerca de lo de Silvio.
Llama al detective. El jueves, le dije, está bien, mañana a las 11. ¿No le puede adelantar nada? Hace más de un año que no sabe nada de su amigo, y ahora no puede esperar unas horas, no, no puedo, por favor. Y él: que su amigo no salió del país, pero que no lo deje colgado, tienen un trato y hay algo más para ella: un contacto.
Lo planifican todo esa noche, entre los cuatro, se suma Leandro, el marido de Gaby, aunque la voz cantante la tiene Beto.
Al día siguiente Norma irá a la inmobiliaria. Les dirá que lo quiere ver otra vez y que sus padres, en principio, están interesados. Tiene que llevar una cámara y fotografiarlo, necesitan pruebas. Tendrán que ir los padres antes de hacer la oferta. Norma no quiere meter en este quilombo a los padres. No, unos padres digo, no los tuyos, unos que hagan de tus viejos. Claro que nadie va a querer meterse en la boca del lobo, pero lo consultará con los compañeros. Luego de la visita, Norma confirmará su interés, deja una seña, hace una oferta alta, y le pide todos los datos. Ahí ya los tipos tendrán que largar algo.
Leandro le puede preguntar a un compañero que labura en una escribanía, es casi escribano. ¿Y no hay boleto? Si tenés toda la guita —instruye Beto— le pedís ir a escritura directa. Y vos tenés toda la guita. Qué va a tener. Ay, Norma, te digo lo que vas a hacer, vos te creés ya que tenés toda la guita, y actuás así. Lo único que hay que conseguir es la guita para la seña. ¿Y no hay boleto? Si tenés toda la guita le pedís ir a escritura directa.
Y después qué, quiere saber Norma, mucho detalle, pero dónde apunta ese plan, qué van a hacer con eso.
Todos se miran y la miran a Norma, parece que fuera obvio, que sólo ella no lo sabe.
Conseguir un escribano, o inventar un escribano, porque como Norma tiene toda la guita, la escribanía la pone el comprador.
¿Y entonces?, espera que no se noten esas piernas que tiemblan bajo la mesa, esa dificultad en tragar la saliva. Eso que nadie dice, que dan por sentado, a ella le da mucho miedo. Pero es ella quien pidió esta reunión, quien convocó al grupo. Despertate, Norma, le había dicho Silvio. Y ella buscó cómplices, a Gaby la conoce, su marido supone que será bueno, pero de Beto no tiene ni idea. Él percibe su tensión, porque corta la reunión: por hoy ya basta, estamos cansados, cada uno a su tarea, mañana más detalles y él, mientras, va ajustando con los compañeros.
—¿Encontraremos a Silvio? ¿Les parece? —la voz de Norma suena rara, como si se estuviera rompiendo.
Beto apoya su mano sobre la de Norma.
—No lo sé, Normita, pero ese departamento servirá para encontrarlo o para vengarlo.
—¿Vengarlo?
Quiere irse ya mismo, antes de que se den cuenta de lo que siente y antes de que se lo digan. Ella no va a matar a nadie, ni al tipo de la inmobiliaria, por muy mal que le caiga, ni a la chica. A nadie.
—Despertate, Norma —le había dicho Silvio.
—Yo mañana veo al detective —dice para disimular, como si ella fuera una más de ese grupo—. Aunque ya me aseguró que Silvio no salió del país.
—Esos son de los servicios. No se te ocurra darle mi nombre.
—Ni el nuestro.
No es necesario, porque el detective le da el nombre de Beto, y el de Mariela, que esa noche sabrá que es la compañera de Beto. Norma lo conoce, lo vio anoche, y entonces se acuerda de que el detective es de los servicios, cómo mete la pata. Aunque no cree, porque no le va a cobrar ni seis ni doce cuotas, no le cobrará nada.
—Cuidate, piba, lo mejor es que te olvides de tu amigo Silvio. Aunque con suerte lo liberan.
Norma le puede dar un dato: ellos, los que lo llevaron, tienen una inmobiliaria en Núñez. Le va a dar la dirección porque no le cobró nada. Pero por supuesto, no le confía sus planes. ¿Qué planes? ¿Acaso ella sabe exactamente qué harán? Y un escalofrío la sacude.
A las nueve de la noche, en lo de Gaby, se reúnen los mismos y se suma el amigo de Leandro, el casi escribano. Ya tienen muchos datos, qué organizado es Beto.
Cada uno pasa sus informes, con una disciplina increíble para un grupo tan nuevo. Norma informa lo que le dijo el detective, que la tía de Silvio presentó un hábeas corpus, y que durante una semana se quedó en su casa un amigo, el Colorado, y que prometió buscarlo, pero no volvió más. Y que la chica de la inmobiliaria no la dejó sacar fotos, pretextando que está todo desordenado, que no les dio tiempo a limpiar porque recién lo ponen en venta, también le preguntó si podían ir a escritura directa, porque los padres quieren comprarlo pronto. ¿Sin verlo?, desconfió Ana. Y ella se hizo la graciosa: que claro que lo verán, que confían en ella pero no tanto.
El casi escribano informa que debe pedir una fotocopia de la escritura a los fines de averiguar en qué situación registral está el inmueble. Y cuando ya se concrete, él pedirá todos los datos para hacer la escritura, y ellos pasarán seguramente el poder firmado por Silvio a nombre de algún canalla.
El escribano lo tienen, informa Beto, y en dos o tres semanas, la escribanía. ¿Una de verdad? Pero él no responde. Hay algunos detalles que no es bueno que conozcan todos, por seguridad.
Norma quiere conocerlos, pero no los va a preguntar, lo tomará con la naturalidad de Gaby.
El casi escribano se molesta, tenía entendido que sería él el escribano.
—Lo hablamos —corta Beto.
El único problema son los padres, de dónde sacar los padres. ¿Y la tía de Silvio con algún amigo? Ella se ofreció para lo que sea. No, dictamina Beto, ella presentó el hábeas corpus, y si ya se escondió otro compañero en su casa, no, imposible.
Por un momento Norma tiene la idea de hacer pasar a sus futuros suegros por sus padres, serían perfectos, porque como no saben nada, harían preguntas y marcarían detalles muy creíbles y le darían seguridad con la inmobiliaria. Está segura de que aceptarían, pero le da culpa con Luis. De todas maneras, apenas lo enuncia en el grupo se lo bochan. Ni una persona ajena a este grupo, y a la organización. ¿Estamos todos de acuerdo, compañeros?
Los padres no son necesarios, afirma Leandro, por qué no van a depositar toda su confianza en su hija. Le hacen un poder a Norma y un problema menos. ¿Un poder falso? Claro. Y un documento falso para el casi escribano, y seguramente falsa, la escribanía. Para sus nuevos amigos, esto parece tan sencillo y natural como ir a comprarse zapatos. Lo que no le dicen —y ella tampoco lo pregunta— es qué harán, cuál es el objetivo. Cuando todos estos detalles estén afinados, cuando las piezas calcen perfectamente unas con otras, ¿qué?
Se verán en dos días todos, cada uno a su tarea. El casi escribano se va con Beto a resolver ese asunto.
A Luis le parece raro que tampoco esa noche Norma lo quiera ver: si está casada tu amiga ¿por qué no salimos los cuatro?, y Norma se impacienta. La está ayudando en algo, es muy importante y privado, no se lo puede decir. Cuidado, no te metas si está con problemas, ¿la conocés bien?
Le diría algo desagradable, así que prefiere darle un beso y despedirse bien.
Norma ya tiene unos presupuestos de baño y cocina. Eso es lo que hay que bajar del precio del departamento. Los muebles no le interesan. Aunque la cama me gusta, le dice a Ana.
—¿Qué le pasa? ¿Se está creyendo su teatro? ¿O es que no puede dejar de meter la pata?
Deja la seña (que le dio Beto) y la oferta, que es aceptada en tres días por la inmobiliaria.
El título se está verificando. En unas dos semanas podemos firmar, si le parece, dice el casi escribano a la señorita Ana, me va pasando los datos para preparar la escritura. O mejor se los pasa a mi clienta, porque yo salgo de vacaciones por unos días, y ella se los da a mis empleados.
El casi escribano ha resuelto sus diferencias con Beto, él oficiará de escribano, le faltan apenas cuatro materias. Pero qué importa, dice Norma, si la escritura no se va a hacer. No, cierto. El título de propiedad está bien, y Norma les ha llevado los datos que le dieron en la inmobiliaria. Pero los muy idiotas no han puesto el poder. Quizás tengan algún problema y decidan a último momento quién lo representará. Hoy Norma ha vuelto a ver al repugnante en la inmobiliaria y se pregunta si será él quien tenga el poder de Silvio. No le gustaría nada cruzárselo.
¿Le podrían explicar otra vez cómo va a ser todo, qué tiene que hacer ella, cuántos vendrán por parte de los malos?
Los malos, ¡si es una criatura!, dice Beto y Norma se enfurece. Quién le ha pasado esos datos, por qué está él y toda esa organización fantasma, los compañeros que no les hemos visto la cara, sino porque ella lo ha llamado.
—Estás muy nerviosa —Gaby intenta calmarla—, nadie se burla, y estamos todos ayudándote.
—Normita, si tenés miedo, no tenés que estar todo el tiempo, sólo al principio, se presenta el poder de tus padres, escuchás los datos.
—No va ni a leerse la escritura, cuando caiga el tipo con el poder, le decimos que debió mandarlo antes. Y ya los tenemos adentro.
—¿Y yo qué hago? —pregunta Norma, cuando en realidad lo que quiere es saber qué harán ellos.
—Vos, ahí, te vas al baño, y no salís hasta la noche.
Risas y más risas. Lo tiene que preguntar, claramente. Ya no le queda tiempo tiene que preguntar. ¿Qué harán ellos?
—Los tomarán como rehenes, y pedirán la liberación de los compañeros.
Norma respira, aliviada. Los mira, sonríe. Todos esos días sufriendo, pensando atrocidades, cuando el plan es sólo tenerlos como rehenes. Le parece muy, pero muy, bien. Adelante, entonces.
Ha llegado el día. Y tal como lo han planeado, Norma entra a las tres de la tarde en la escribanía. Ya hay dos personas en la sala de espera, una recepcionista, unos cómodos sofás de cuero negro. Si no fuera por Gaby, que está en ese escritorio, atrás de la sonriente recepcionista, ella pensaría que está en una escribanía de verdad, y que está ahí para firmar una escritura por la compra de un tres ambientes con patio en Núñez.
—Señorita Torres, por aquí, por favor —dice una chica preciosa, señalando una oficina.
¿La organización de Beto los puso en una escribanía de verdad?
Una sala enorme, con varios sillones, una mesa ovalada. Hay otra puerta, por allí debe entrar el escribano.
—Me permite su documento —le dice la chica— y el poder de sus padres.
Este Beto, qué genio, es una escribanía, donde hay gente en la sala de espera, secretarias, suena el teléfono. Sólo ha puesto a su amiga Gaby ahí, para que la sostenga emocionalmente.
—¿Un café?, el escribano ya viene. Estamos esperando a la otra parte.
—Un vaso de agua, por favor.
No me imagino a ésta en una célula con Beto ni remotamente. ¿Dónde estará Beto? La rubia abre la puerta, con su sonrisa esculpida, entra: Por acá por favor. La siguen tres hombres. El repugnante, otro enorme y un hombre delgadísimo, encorvado, que mira para abajo. Todos perfectamente trajeados.
—Tomen asiento. El escribano termina una reunión y está con ustedes. ¿Quieren tomar algo?
—Café —dice el gordo.
—Coca-Cola —dice el repugnante.
—¿Y usted?
El hombre levanta levemente la cara, tiene el pelo mojado, tirado para atrás. Enormes ojeras. ¡Es Silvio! pero con quince años más y veinte kilos menos.
—Un té, por favor.
Y entonces la mira, una luz intensa y tan rápida que no sabe si ha existido o es su emoción.
—Señorita, dígale al escribano que no tenemos todo el tiempo —dice el gordo.
—¿El señor Cilmes quién es?... Su documento, por favor.
Silvio, con la mirada perdida, le extiende su documento. Norma no sabe si la ha visto o no. No quiere que la vea, teme lo que pueda pasar, y al mismo tiempo, un orgullo, que la mire, sí: me pediste que me despertara, bueno, aquí estoy.
Entra el casi escribano.
—Buenas tardes, señores.
Está nervioso, casi tanto como yo. Se ha dado cuenta de que todo lo que calculó se cae porque ahí está Silvio y entonces lo del poder no va.
—El señor es Silvio Cilmes, disculpe, ¿y los señores?
—Soy Kukier, el abogado.
—Y yo, Morero, el dueño de la inmobiliaria.
—Qué escritura más concurrida.
Parece que al casi escribano le faltaran más que cuatro materias para sostener la situación. Mira la puerta, aterrorizado. ¿Era ése el momento en que Norma podía irse al baño hasta que todo pasara? Pero con Silvio ahí, cómo está, pobrecito, qué horror.
La puerta se abre y tres hombres se ponen atrás de Silvio y sus acompañantes: tiren las armas.
Al casi escribano le tiembla la pistola en la mano, pero se lo ve más seguro.
El loco que está atrás de Silvio sigue gritando: Tirá el arma o te reviento.
—A él no —grito yo al tiempo que suena el tiro.
El odio con que me mira el de la inmobiliaria no me detiene, corro hacia Silvio que se agarra el brazo con fuerza, y salgo con él por la otra puerta de la sala. Escuchamos gritos, otro tiro, carreras.
—¡Norma! —me dice emocionado, pero no puedo detenerme.
Veo una cocina y otra puerta.
—¿Aguantás el dolor?
—Fue apenas un rasguño.
—Entonces vamos.
En la puerta estrecha del edificio por la que salimos, Beto.
—Bien, Normita. Súbanse al auto azul.
—¿Adónde nos llevan?
—A un telo, hasta que pase el quilombo —y Beto le guiña el ojo a Norma—, un telo en Núñez. No son tres ambientes con patio, pero está bastante bien. A las cuatro vendrán a buscarlo y lo sacarán por Brasil. Y vos seguís con tu vida habitual.
Sí, ella se quedará unos días más, hasta aclarar la situación con Luis.