Un matrimonio que deje de luchar por sus sueños está destinado al fracaso... hasta que la muerte los separe…
Es otro día; pero, por más que trato, no puedo levantarme. Un pensamiento entristece mi corazón. Siento que mi vida no sirve para nada. Estoy desesperada. Todos los días son la misma rutina: complacer a los demás, reír, abrirle las piernas a mi esposo, fingir mi orgasmo, tratar de no llorar, buscar ocultar mi infelicidad, mi tristeza, mi vacío interno, sabotear mis sueños y conformarme con lo que tengo. Sí, ya sé, debo estar agradecida y sonreír para no decepcionar a mi familia. Tengo suerte de estar viva, de tener comida, de tener una casa. Si eso es lo que necesitamos para ser felices, entonces por qué me siento tan vacía. Ya no puedo usar más esos pretextos y castigarme por sentir que necesito más, algo más. No sé bien qué es, pero no puedo continuar así por mucho tiempo. ¿Me tengo que conformar con lo que tengo? Pues lo siento. No me da la gana. No puedo hacerlo, porque mi corazón me pide a gritos que necesita algo más.
A veces me asalta un pensamiento. Es terrible. Lo sé, pero no puedo controlarlo. No me importa si me lleva la muerte. Estoy cansada, agotada de tratar de ser feliz. Le pido a Dios todos los días que aleje esos pensamientos de mi mente, que no deje que ellos me lleven a ese lugar oscuro, de sombras, de tinieblas; pues no hay nada más triste que sentir que morir o vivir te da igual. Entonces me levanto al día siguiente y vuelvo a fingir nuevamente. Mi sonrisa es lo primero. Esa es la peor parte: sonreír cuando por dentro quieres gritar, llorar, pedir ayuda, salir corriendo a cualquier lugar lejos; rogar que te dejen en paz, que te dejen ser, así vayas en contra de todo el mundo que está a tu alrededor.
Mi nombre es Amal y soy una rebelde con causa. Todos los que me rodean son árabes: mis padres, abuelos, tíos, primos,… Toda mi familia es árabe, bien árabes, de esos retrógrados. Soy una mujer en una familia árabe. Eso quiere decir que, en el momento que eres consciente de ello, hasta te provocaría haber sido hombre. Ser una mujer en una cultura árabe significa solo una cosa: represión. Sí, así tal cual. Es estar reprimida por todo lo que te rodea desde que tienes uso de razón, y, cada vez que tratas de expresar tu sensualidad —algo que las mujeres llevamos en las venas—, te tildan de sharmuta, como a mí, por ejemplo.
Cuando al fin logré levantarme, con muy poca fuerza, me dispuse a preparar la comida. Hasta cocinar, que era algo que amaba hacer, se había vuelto insoportable. Más vale cocinar algo digno de Karim, mi esposo, que, como buen árabe, no suele conformarse con cualquier cosa. Yo, como buena esposa árabe, cocino lo que al señor le gusta.
Al terminar de poner la mesa, ni un minuto más ni un minuto menos, llegó.
—¿Cómo está la mejor esposa del mundo? —Lo recibí con mi mejor sonrisa fingida que aparentaba que todo estaba bien.
Se sentó a esperar que le sirviera. No me quitaba la mirada de encima cuando empezamos a comer.
—¿Qué pasa, mi amor? ¿Por qué me miras así? —le pregunté. Mi sonrisa fingida continuaba.
—¿Por qué no estás comiendo nada? ¿Así quieres embarazarte? —me dijo molesto usando las mismas palabras de su madre, que cree que todo se arregla comiendo.
Por más que traté, no pude continuar con mi sonrisa fingida. Me tocó una fibra que en ese momento de mi vida era dolorosa. Llevábamos un poco más de un año tratando de tener hijos. Me comí todo lo que había en el plato, a pesar del escaso apetito que tenía.
Ese día estaba ovulando, así que fuimos al cuarto. Me desnudé y lo esperé acostada sobre la cama. Recuerdo que le pedía a Dios con los ojos cerrados: «Por favor, Diosito, danos un hijo hoy. Te lo pido». Apenas salió del baño, fue directo hacia mí, se arrodilló sobre la cama entre mis piernas, me deslizó hacia él y entró dentro de mí. Él, como siempre, buscaba ver mis ojos; y yo, como siempre, lo esquivaba. Me volteé hacia un lado.
—Esta posición es la mejor para concebir —dije suavemente y él continuó detrás.
Mi sexo rabioso gritaba: «Por favor, que termine rápido esta vez. No puedo soportarlo por mucho tiempo». Lo rechazaba con todas sus fuerzas. Cada minuto que pasaba se enfurecía más y más. Tenerlo dentro de mí era un recordatorio de lo desdichada que era mi vida. Mis pezones se endurecían como dos cañones de guerra; y mi sangre recorría mis venas con tristeza, desesperación, dolor y sufrimiento. Cientos de veces pensé en dejarlo, divorciarme; pero tenía miedo. «¿Que sería de mi vida sin él? Por lo menos cuida de mí», siempre pensaba. Ese día ni siquiera tuve fuerzas para fingir mi orgasmo; así que dejé que terminara, lo aparté rápidamente y me acosté boca arriba por unos minutos como me lo había recomendado el doctor.
De pronto, se paró frente a mí, me miró fijamente por unos segundos sonriendo levemente y, luego, se despidió dándome un beso en la frente. Cómo odiaba esos besos en la frente y sobre todo después de haber tenido sexo. Sí, suena horrible; pero es la verdad. Me confieso: en los años que llevo casada, nunca he hecho el amor con mi esposo.
Karim es ingeniero civil. Es lo que siempre quiso su padre que estudiara. Los dos trabajan juntos. Son dueños de una empresa de construcción muy lucrativa.
—Tengo que salir un momento. ¿Tú qué vas a hacer el resto del día? Es sábado. ¿Por qué no te vas de compras con mi mamá y mis hermanas? Para eso tengo bastante dinero. Para lo que quiera mi reina.
—No tengo ganas de ir de compras. Voy al parque a pintar.
—Tú debes ser la única mujer en el mundo a la que no le gusta ir de compras. ¿Otro cuadro, Amal? Ya no cabe uno más en esta casa.
—¡Por favor, Karim, no empieces! Sabes que es mi distracción, mi pasión. Me hace mucho bien pintar.
—¡Tu pasión tengo que ser yo! ¡¿Me oyes?! —dijo molesto con su tono déspota de siempre.
En ese momento, sentí que me moría. «La pintura es lo único que me da un poco de felicidad y mi esposo ni siquiera puede ver eso. Mi matrimonio es una mentira. No soy feliz y él tampoco lo es. Estoy segura». Me preguntaba si algún día cumpliría con mi sueño de ser pintora y poder pintar lo que realmente quería sin sentirme avergonzada. Lo miré con decepción, tomé mi maletín y un lienzo nuevo, y me fui caminado al mismo parque de siempre, para pintar el mismo paisaje de siempre. Ese parque era el único lugar al que mi esposo me había aprobado ir sin él. A pesar de que todos los días eran iguales, me sentía viva mientras estaba allí, rodeada de la magia de la naturaleza.
Horas más tarde, de regreso, a tan solo pasos de la puerta, me detuve por un instante. Estaba inmovilizada. Una parte de mí esperaba que algo sucediera. Anhelaba desaparecer de repente para así no tener que entrar a esa casa, en donde me esperaba lo mismo de siempre: mi sonrisa fingida, atender a mi esposo, cocinar la cena, abrirle las piernas y llorar sobre mi almohada cuando él se durmiese. «Cuando tenga un hijo, todo va a cambiar», ese pensamiento fue el que logró que al fin pudiera moverme, entrar y enfrentar mi vida.
—Disculpa. Perdí la noción del tiempo ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue en el trabajo?
—Bien, bien… Sabes que no me gusta llegar a la casa y que no estés. A ver: ¿qué estabas pintando? ¡Quiero ver eso que es más importante que tu esposo! —dijo con una media sonrisa. Abrió el lienzo, lo detalló por un instante y luego continuó—. Todo lo que pintas es triste. No entiendo por qué siempre te pintas a ti misma a lo lejos en todos tus cuadros. Además, tu cara siempre parece de funeral.
Lo miré fijamente a los ojos, desconcertada. «¿Cómo puedes estar tan ciego? ¿Cómo no te das cuenta de la tristeza que llevo por dentro? Soy yo la que está triste; no, el cuadro. ¿Cómo es qué no lo ves?», pensaba mientras mi aflicción me abrazaba tan fuerte que casi no podía respirar.
Recuerdo, como si fuese ayer, cuando pinté mi primer desnudo. Era una mujer hermosa. Su cuerpo esbelto era arte puro. Resultó el día más feliz de mi vida, pues fue la primera vez que mi alma pintó desnuda, sin complejos, sin miedos, sin arrepentimientos. Por primera vez tenía el coraje para hacerlo, pero esa felicidad no duró mucho.
—¡¡¡Amaaaaaaaal!!! ¿Qué significa esto?
—Karim, ¡déjame explicarte! Es uno de mis cuadros nuevos. Mi sueño hecho realidad. Es lo que en realidad siempre he querido pintar —le dije llorando de miedo y al mismo tiempo de felicidad.
—¿Sueño hecho realidad? ¡Qué carajo estás diciendo! ¡Eres una sharmuta! ¡Este cuadro es una vergüenza! ¡No quiero que vuelvas a pintar algo así jamás! ¡Me entendiste!
Recuerdo que tomó el cuadro y, con una furia incontrolable, lo rompió en mil pedazos. Allí, sobre aquel suelo frío, lloré por horas al ver mi sueño hecho trizas.
—¡Bueno! Cuando pinté algo diferente, dijiste que era una vergüenza, y lo rompiste. ¿Te acuerdas?
Él desvió su mirada vacía y yo me dispuse a preparar la cena. Nada más y nada menos que kibbeh horneado con tabbouleh, porque eso era lo que quería comer el señor. Es curioso como en mi vocabulario la palabra «no» estaba en peligro de extinción. Siempre complacía a los demás. Ya estaba acostumbrada a decir «sí», cuando en realidad quería decir «no».
Al caer la noche, me acosté y empecé a soñar despierta. Lo hago todas las noches antes de dormir. Es mi momento mágico. Puedo estar donde quiera, con quien quiera, y ser quien sueño ser. Sueño que mi sueño es realidad. Esa noche, llevaba puesto un vestido rojo pasión con un escote elegante, tenía los labios pintados del mismo color, el cabello suelto, guantes y tacones negros. Estaba en París, presentando mi primera exposición de cuadros. La galería de arte se llamaba L´art de l´amour. Se encontraba llena de personas maravillosas y estaban allí por mí, porque mis cuadros las inspiraban. Karim, mi esposo, siempre a mi lado, con una expresión de felicidad indescriptible por compartir conmigo mi sueño hecho realidad. A los pocos minutos, me dormí. Seguí soñando lo mismo, aunque dormida.
Al día siguiente, me levanté contenta, pero mi alegría no duró mucho tiempo.
—Esta noche tenemos la cena en casa de mi madre —dijo mientras nos desayunábamos.
—¡Ay, verdad! Se me había olvidado —respondí con mi sonrisa fingida.
Ese recordatorio me amargó el resto del día. Lo último que necesitaba en ese momento era sentir la mirada de mi malvada suegra, Nasira, que siempre me hacía sentir culpable, incompleta, defectuosa, mala esposa, egoísta, mala cocinera, mala ama de casa. «¿Cuándo me vas a dar un nieto?», me preguntaba cada vez que nos vemos, con esa carita de suegra pobrecita. Antes de casarme, nunca imaginé la presión social que existe con este tema. No solo ella; también mi familia me juzgaba porque no había quedado embarazada. Era la principal razón por la cual había estado en boca de todas las chismosas viejas y jóvenes árabes. Mi suegra siempre tiene puesto un disfraz de mujer fuerte; sin embargo, por dentro, es insegura, acomplejada, cobarde. La peor parte era cuando me leía el café y, por supuesto, me tragaba todas las miradas de lástima de ella y de mis dos cuñadas, que, con veinticuatro y veinticinco años respectivamente, ya tenían dos hijos cada una.
—¿Y no podemos cancelarlo? Quiero pasar una noche romántica contigo. Hace tiempo que no salimos a cenar tú y yo solos.
—De ninguna manera, mi mamá ha estado toda la tarde cocinando.
—Tu mamá siempre está cocinando.
—¡Cuidado, Amal! Es mi madre —me dijo cerrando el puño derecho con fuerza.
—¿Cuidado o qué? ¿Qué me vas a hacer?
Golpeó la mesa con fuerza. Me levanté y, sintiéndome una extraña en mi propia casa, salí corriendo de allí.
Sin darme cuenta, estaba en la playa. Mi corazón rebelde hizo caso omiso a su regla más estricta y me llevó hasta allá. Allá era donde quería estar. Me remangué los pantalones y caminé a la orilla del mar por un buen rato. Contemplaba el paisaje más hermoso del mundo: el océano y el horizonte juntos. No dejé de llorar ni un instante. El ir y venir de las olas me mojaba cada vez más. Entonces decidí seguir mi impulso: me metí al agua con la ropa. Nadé, nadé y nadé hasta que mis pulmones no dieron más. De pronto, me detuve cuando un pensamiento negro y carente de valentía se apoderó de mi mente: la muerte. Pensé en morirme otra vez: «¿Y si me lleva la muerte? Aquí mismo, ahogada, se acabaría todo. No más sufrimiento». Sin embargo, no pude hacerlo. En realidad no quería morirme. Tenía una convicción en mi corazón: debía continuar. Esa convicción me empujó a seguir adelante por una razón que estaba más allá de mi entendimiento.
Regresé a la casa completamente mojada, directo a la ducha. Mi esposo me miró sorprendido desde el sofá; no dijo una sola palabra. Puse el agua lo más caliente que mi cuerpo podía soportar. Luego, sintiendo el agua caer sobre mi cuerpo tembloroso, cerré los ojos. A los pocos minutos, sentí a Karim abrazar mi cintura por detrás y, muy suavemente, acercó su cuerpo hacía el mío. El vapor hacía que mi respiración se hiciera cada vez más débil. Respiré profundamente un par de veces mientras sentía su erección cada vez más firme.
Me recostó lentamente contra la pared. Quitando sus manos de mi cuerpo, lo rechacé cuando intentó besarme.
—¡Por favor! ¡Ahora no! —expresé.
—Pero yo te deseo ahora.
—¡Por favor! ¡Ahora no! —repetí.
Cuando llegamos a casa de mi suegra, ya la cena estaba servida. En ese lugar, el protocolo es llegar, saludar y comer de una vez.
—¡Esto es demasiada comida, Nasira!
—¡Tienes que comer! Y más ahora que no has logrado quedar embarazada. —Hizo una pausa y continuó—. Mi hijo necesita un heredero, y que sea varón el primogénito, por supuesto.
Dijo esas venenosas palabras sin compasión. La miré con decepción al mismo tiempo que comencé a hablarle con mi mente a mi amuleto, mi ojo turco protector: «Protégeme. Que sus malas energías no me afecten».
Cada vez que tengo que contener mis lágrimas, mi corazón llora con más fuerzas. Me tomó unos minutos recuperarme de ese episodio tan desagradable. Cuando sirvieron el postre, ella y mis cuñadas habían destruido a medio mundo. Hablaron mal de todas las personas que conocían, incluidas las de su propia familia. Es lo que mejor saben hacer. Cuando las escucho hablar tan despectivamente de la gente, me imagino todo lo malo que dicen de mí cuando no estoy presente. Por esta razón, no me gusta rodearme de quienes hablan mal de los demás; es una señal de debilidad e inseguridad. Siempre recuerdo las sabias palabras de mi madre: «Cuando escuches a alguien que siempre habla mal de otras personas, ten la seguridad de que también habla mal de ti. Nunca creas que tú eres la excepción».
—Vamos a ver qué dice el café. Amal, ¡permíteme tu taza! —me dijo mi suegra con una mirada maliciosa.
—¡Bueno… Aquí veo llanto! —continuó
—¡Basta, suegra! Por favor no quiero saber. Ya estoy lo suficientemente angustiada. —Le quité de golpe la taza de sus manos.
—Pero… ni siquiera me dejaste terminar —dijo con voz de víctima. Era su mejor atributo: fingir que no había partido un plato.
—¡Esta vez no la voy a dejar terminar! ¡Todo lo que me dice siempre es malo y me hace sentir mal! ¡Será mejor que me vaya! —dije tartamudeando a causa de los nervios.
—¡Sharmuta! ¡Malagradecida! Te vas a arrepentir de hablarme así. No entiendo cómo mi hijo pudo casarse con una buena para nada como tú, que ni siquiera es capaz de darle un hijo y solo pinta mujeres desnudas. ¡Eres una vergüenza para la familia, Amal!
Al fin volvimos a la casa, mi corazón estaba destrozado. Ninguno de los dos dijo una palabra durante el camino. No podía dejar de escuchar en mi mente sus podridas y abominables palabras. «Algún día lograré hacerme inmune a su veneno. Lo juro».
—¿Qué te pasa, Karim? ¿Estás molesto conmigo? —le pregunté al notar su expresión.
—¡Molesto es poco, Amal! ¿Cómo te atreves a hablarle así a mi madre? ¡Que sea la última vez! ¡¿Me oyes bien?!
—¡No puedo creer lo que estoy escuchando! Qué tristeza siento por dentro, Karim. Yo estaba pensando lo mismo, pero al revés: es la última vez que permito que tu madre me hiera y me falte el respeto. No puedo creer que no me hayas defendido. Ya me cansé. ¿Por qué siempre son los sentimientos de los demás los que importan? ¿Y los míos qué? Yo soy humana. No soy una máquina; siento y padezco. Estoy harta de que se meta en nuestras vidas, porque tú se lo permites, porque tú no me das el puesto que yo merezco. Tú madre es una egoísta; no quiere que su propio hijo sea feliz.
—¡Ya cállate, Amal! ¡Eres una malagradecida! No te voy a permitir que sigas hablando así de mi madre, después de todo lo que ella hace por nosotros.
—¡Sí, claro! Hace mucho por nosotros: nos jode la vida cada vez que puede.
—¡Que te calles! Mi mamá tiene razón ¡Eres una sharmuta! —gritó golpeando la pared con fuerzas.
—No puedo creer que volviste a decirme esa palabra. ¡Sí! ¡Soy una sharmuta! ¿Y qué? ¡Te odio, Karim! ¡¡¡Te odio!!! En algún momento llegué a pensar que eras diferente a tu madre. ¡Qué equivocaba estaba!
Nunca había gritado tanto durante toda mi existencia. Todo mi cuerpo estaba temblando. Fui a la cocina y, en un impulso incontrolable, saqué unos cuantos platos de la vajilla. Empecé a romperlos contra el piso, uno por uno. Cuando sentí que ya me había desahogado lo suficiente, me detuve. Empecé a caminar hacia el baño y me devolví a romper unos cuantos más. «¡Ahora sí!», grité. Karim estaba frente a mí observándome con la boca abierta. Lo ignoré y comencé a recoger aquel desastre mientras me reía a carcajadas.
Al terminar de limpiar, me levanté, caminé con la mirada en alto, me detuve frente a él y, sin miedo, solté esas palabras que habían estado presas dentro de mí por tanto tiempo.
—¡No soy feliz y sé que tú tampoco lo eres, Karim! Nuestro matrimonio es un fracaso. Hemos dejado nuestra felicidad y nuestros sueños a un lado.
—¿Qué sueños? ¿De qué estás hablando? Tú estás loca. Tenemos todo. Tienes de todo. Nunca te ha faltado nada. Tienes dinero de sobra. ¿Qué más quieres?
—¡Tu sueño de abrir un restaurante! Me lo dijiste cuando nos conocimos hace quince años.
—Ni me acordaba de eso, Amal. Esas eran tonterías, cosas de jóvenes ingenuos. Mi lugar es en la empresa de construcción con mi padre.
—¡Mentira! Claro que te acuerdas. Los sueños nunca se olvidan. Lo sé porque yo nunca he olvidado el mío. Quiero que seamos felices. Quiero ayudarnos a serlo. ¡Tú no eres feliz! Dilo. Ya basta de pretender, Karim. La vida es maravillosa. Hay que empezar a vivirla. Merecemos ser felices.
—¡Yo sí soy feliz!
—¡No, Karim! Esa es otra mentira. Puede que pienses que eres feliz, pero por dentro sabes que no es así. Por favor, al menos acepta eso —le supliqué con lágrimas. Él simplemente se marchó.
Busqué la cajetilla de cigarros que tenía escondida y no fumé uno, ni dos, ni tres; me fumé la caja completa a escondidas. Me sentía completamente sola. No sabía qué camino tomar y veía cada vez más lejos la posibilidad de ser feliz a su lado y lograr mi sueño: poner mi arte allá fuera para que la gente pudiera apreciarlo. Consideraba cada vez más difícil que las personas llegaran a conocer lo que realmente soy: una pintora que pinta mujeres desnudas, y expresa su sensualidad en cada pincelada.
Cada vez que creía que mi vida podía mejorar, que era posible convertir mi infelicidad en felicidad, algo pasaba: un huracán me arrastraba llevándose mis esperanzas y llenándome más de miedos y desesperanza; pero tenía que continuar.
Al día siguiente, fui al parque temprano. Apenas llegué, me acomodé bajo un árbol e inmediatamente, con un cigarrillo en la mano, empecé a pintar lo primero que se me ocurrió. Me detuve un momento para ver con detenimiento lo que había pintado y, mientras apreciaba la mirada triste que tenía la mujer en mi pintura, sin poder evitarlo, mis ojos detectaron a un hombre que no dejaba de observarme. Por más que intenté no pude dejar de mirarlo. Sus ojos eran como imanes que me halaban con una fuerza irresistible. Cuando al fin logré romper el hechizo, me enfoqué de nuevo en la pintura. Por alguna razón, apagué el cigarrillo. No quería que me viera fumando, pero no entendía por qué me habría de importar que un extraño me viera fumar. De repente, aquel hombre estaba parado a mi lado.
—¡Hola! Disculpa, pero me muero de curiosidad por ver lo que estás pintado —me dijo con una voz que me transportó en el tiempo a otro lugar, un espacio irreal. Me quedé mirándolo sin poder hablar. Era como si estuviera reconociendo a alguien, pero no tenía ningún sentido. Nunca lo había visto antes. De pronto, sentí unas ganas imparables de abrazarlo. Algo dentro de mí me decía que me necesitaba.
—Perdón… No fue mi intención asustarla señorita.
—No estoy asustada, es solo que… yo… digo… bueno me tomó por sorpresa.
Sus ojos brillantes me decían que estaba sintiendo lo mismo que yo. Su expresión, al escuchar mi voz, era evidente para mí. Una sensación de paz y de calma nos envolvía. Me sentía cómoda ante su presencia y, a pesar de que era un completo extraño, sabía que podía confiar plenamente en él.
—¡Qué bello pinta, señorita! Pero ¿por qué está tan triste esa hermosa mujer?
—Porque lleva una pena en el corazón, porque lleva tiempo buscando la felicidad y no la encuentra, porque vive con un vacío, porque tiene miedo y, por último, porque no sabe cuál camino tomar.
—¡Wow! Qué descripción. Pobre mujer; pero, a pesar de todo lo que me dice, también veo mucho amor en sus ojos. Tiene usted mucho talento.
—¡Gracias!
Nos quedamos varios segundos sin hablar. Solo nos mirábamos. Estaba hipnotizada e impactada con el brillo de sus ojos. Sentía que los míos brillaban también aunque no los podía ver. Brillaban como nunca. Nuestras sonrisas expresaban que sabíamos que cada uno albergaba los mismos sentimientos. Estábamos experimentado algo extraño que no necesitaba explicación en ese momento. Era como si nuestras almas hubieran tomado el control de la situación y estuvieran comunicándose sin necesidad de hablar.
—Bueno, señorita, fue un gran placer conocerla.
Cuando toqué su mano, sentí algo tan fuerte que mi corazón y mi alma se lanzaron por una corriente eléctrica. Estaba segura de que lo volvería a ver. Seguía sin entender lo que me había pasado. Era una sensación totalmente desconocida. Tenía la convicción en mi corazón de que ese encuentro sería importante en mi vida. Asumí que estaba predestinado por un plan divino con un único fin: el amor.
«¿Quién es realmente esta persona? ¿Cómo puedo sentir esas cosas tan fuertes por alguien que solo he visto una vez?», me interrogaba desconcertada. Mi mente le preguntaba a mi corazón, peleaba con él, diciéndole que era algo absurdo, sin importancia, que desaparecería en poco tiempo.
El encuentro con ese hombre hizo que sintiera sensaciones difíciles de explicar. Fue como un despertar. Una bomba de amor que explotó dentro de mí, así, de un momento a otro. En todo el tiempo que pasé con él no existía angustia, celos, dependencia, posesión. Sentí un momento de felicidad tan grande que llenó de ilusión mi vida a pesar de todo lo que estaba pasando. Era una luz repentina en mi total oscuridad, y lo único que quería hacer era seguirla.
Esa ilusión hacía que mi pena y mi angustia disminuyeran. Pensaba en él en cada momento. Mi necesidad de verlo de nuevo se hacía más fuerte. Quería confirmar si seguía sintiendo lo mismo que yo. Esa semana fui al parque todos los días esperando encontrarlo, pero no sucedió.
Por las noches me imaginaba como sería mi vida con ese hombre que despertó tantos sentimientos juntos a la vez y provocó un proceso alquímico en todo mi ser. «¿Y por qué no? ¿Por qué no puedo ser feliz con él?», pensaba desesperada. Al mismo tiempo, también sentía que debía intentarlo con Karim, seguir luchando, al menos intentarlo por última vez. «¿Será que no lo he dejado porque todavía lo quiero? Dios, por favor, quiero ser feliz. No quiero sufrir más. Estoy cansada. Por favor, ahórrame este sufrimiento. Ayúdame a ser feliz».
Volví al parque. De pronto, lo vi frente a mí. Todo a mi alrededor se iluminó. Estaba sentado en el mismo lugar donde nos vimos por primera vez, exactamente donde yo estaba pintado, bajo aquel hermoso árbol. Me senté a su lado y, en ese segundo, parecía que todo el universo y lo ángeles celebraban aquel reencuentro. En el momento que nuestros ojos se encontraron, se iluminaron como dos estrellas en la oscuridad, llenando de luz la sombra que reflejaba el árbol que nos abrazaba.
—¡Hola! —dije simplemente.
—¡Hola! —expresó simplemente.
Mis miedos se desvanecían. Quería escarparme con él. Me sentía protegida, segura, amada a pesar de que ponía al descubierto mis más oscuros defectos. Él, sin juzgarme, hacía que me diera cuenta de lo que necesitaba cambiar para ser mejor, para ser finalmente yo misma. Era tan feliz a su lado que bastaba con que me tomara de la mano y me dijera: «Ven conmigo». Escaparme con él era lo único a lo que no le tenía miedo en ese momento de mi vida. Quería que me raptara, que me salvara de aquella vida y me hiciera feliz; pero esa ilusión se desvanecía. Dentro de mi alma sabía que eso no pasaría, que nuestro amor tenía otro propósito.
Su sonrisa era tan encantadora. Quería besar sus labios como nunca había besado a nadie. Mi cuerpo se estremeció por completo. Mi corazón latía con fuerza. Mi sexo ardía en llamas y palpitaba incontrolablemente. Él también estaba sintiendo lo mismo. Estaba completamente segura. Cada minuto que pasaba era más difícil mantener nuestros cuerpos separados.
—Estoy casada.
—Yo sé. Yo también lo estoy.
—¿Hijos? —le pregunté.
—Sí, una hermosa niña de seis añitos.
Me dio tanta alegría saber que tenía una hija y, a pesar de mis sentimientos, esperaba que fuera feliz con su esposa.
—¿Y tú cuándo piensas tener hijos? —me preguntó con ternura.
—Es complicado. Para algunos no es tan fácil tenerlos.
—Siempre es fácil tener hijos —dijo con una sonrisa suave.
Su ternura provocó que mis ojos se llenaran de lágrimas. Bajé mi cabeza y, en ese momento, supe que no solamente se imaginaba mi dolor; lo estaba sintiendo. El tiempo pasó volando. Los dos sabíamos que era momento de partir. Nos dimos la mano y una euforia nos envolvió. Tuvimos que hacer milagros para evitar que una fuerza extraterrenal uniera nuestros cuerpos.
Me marché con el cuerpo exaltado, tembloroso. Una descarga eléctrica hacía estragos en mis venas. Una pasión que había estado reprimida dentro de mí se liberó ferozmente, de manera indomable. Mi sexo era como una bomba atómica a punto de explotar. Una fuerte cascada caía desde mi vientre hacia mi sexo. El impacto de volver a verlo fue tan fuerte que se me cortaba la respiración. Quería desnudarme frente a él. Deseaba que me tomara entre sus brazos y me hiciera el amor, que apagara el fuego que había dentro de mis piernas. Todas mis fantasías estaban al descubierto, pues cada uno de los poros de mi piel me delataban. Por un segundo pensé en devolverme, darle a mi cuerpo lo que tan desesperadamente me estaba pidiendo; abrazarlo, besarlo hasta más no poder. Moría de ganas por sentir sus fuertes manos tocando cada centímetro de mi ser. Necesitaba que su lengua viajara por mi cuerpo, desde el cuello hacía abajo, besando mis senos, con su sexo dentro del lugar más deseado por él. Podía sentir su energía. Ella me susurraba al oído: «Amal, te deseo con locura».
Al entrar a la casa, Karim me recibió con emoción. Me abrazó apretando su cuerpo contra el mío. Tenía en sus manos uno de mis lienzos abierto donde había escrito con una de mis pinturas: «Perdóname. Te amo».
—¿Tú me amas? — Me preguntó.
Quería morirme, lo menos que necesitaba era responder a esa pregunta.
—Claro, mi amor.
—Quiero hacerte el amor ahorita mismo —me dijo masajeando mi sexo ligeramente.
Otra vez quería morirme. Mi esposo quería hacerme el amor y mi cuerpo estaba estremecido por otro. «¿Qué clase de persona soy?», pensé después de un largo suspiro.
—Esta noche no. No me siento muy bien y no tengo ganas de eso. Voy a dormir.
Apenas puse la cabeza en la almohada empecé a soñar despierta con aquel hombre que había visto dos veces en mi vida y que hacía que mi sexo y sus alrededores brillaran con intensidad, palpitaran tan fuerte que para calmarlos hacía falta más de un orgasmo. Cerré los ojos y mis manos se convirtieron en sus manos: viajaban por mi cuerpo, masajeaban mis senos suavemente, pero los apretaban con fuerza hasta llegar a mi llama más ardiente: dentro de mis piernas. Una vez allí, comenzó un placer mágico. Él sabía cómo tocarme. Conocía mi cuerpo a la perfección. Eran nuestras almas amándose, uniéndose. Una unión que nos elevó al cielo con un amor sublime y una pasión sin límites, y nos llevó a un viaje por las estrellas del universo. Cuando alcanzamos el milagro, éramos un solo cuerpo, su alma era mi alma. Éramos uno. Me dormí recordando cada detalle de nuestro encuentro. Mi felicidad era tan grande que me dolía el corazón. Moría por volverlo a ver.
Todas las tardes durante dos semanas fui al parque con la esperanza de verlo, pero cada día que pasaba me hacía más consciente de que eso no pasaría. La certeza en mi corazón de que no lo volvería a ver me desgarraba por dentro. Estaba molesta. Me preguntaba por qué Dios me había puesto ese amor tan hermoso y a la vez imposible frente a mis ojos. Estaba sufriendo más que en cualquier otro momento. Sabía que tenía que tomar una decisión para mejorar mi vida y también entendía que yo había cambiado para siempre. Era otra persona. Era yo misma, por fin.
Poco tiempo después de haber asimilado todo lo que mi cuerpo había experimentado, entendí por qué lo había conocido. Dios quería mostrarme el amor que yo merecía, el amor que él quiere para todos nosotros, el amor verdadero. Él quería que yo supiese que era merecedora de un amor así, que merecía y tenía que ser feliz. «No basta solo con vivir; hay que vivir feliz».
Ese día mi vida cambió. Tomé una decisión. Decidí ser feliz al lado de mi esposo Karim; pero, para lograrlo, él también debía serlo. Entonces inventé un plan para ser felices, y la mejor manera que encontré para explicárselo fue por medio de un e-mail.
De: Amal Daher
Enviado: jueves 10 de marzo, 2016 at 11: 05 A. M.
Para: Karim Daher
Asunto: Plan de la felicidad
Querido esposo:
Te escribo este e-mail porque he decidido ser feliz, y no habrá nada que pueda evitar que lo logre. Quiero que tú también lo seas, porque te amo.
Yo no puedo ser feliz contigo si tú no lo eres. Quiero que sigamos juntos con una condición: lograr la felicidad de ambos. De no ser así, yo emprendería mi camino a la felicidad sin ti, deseándote todo lo mejor del mundo y que en algún momento lo seas. Para logra ser felices mi plan es el siguiente:
Mi plan de la felicidad
Primera acción: Debemos empezar el camino a nuestros sueños, ya mismo, hoy mismo. No hay tiempo que perder. La felicidad no se puede lograr si no hacemos nuestros sueños realidad de la mano de la persona amada. Así que hoy mismo empezaré el primer cuadro de mi primera exposición. Será un desnudo de una mujer árabe hermosa, con los ojos más bellos que hayas visto, llenos de una pasión a punto de explotar. Por otro lado, tú decidirás donde vas a abrir tu restaurante (los sueños se pueden hacer realidad en cualquier rincón del mundo).
Segunda acción: Tenemos que dejar de vivir para complacer a los demás, defender nuestros sueños y felicidad por muy fuerte o difícil que parezca. Nadie tiene el derecho de sabotearlos (los que realmente te quieren y tienen amor dentro de ellos, no joden ni envidian la felicidad de otras personas; más bien se alegran. Es así de simple). Si los detienes cuando intenten entrometerse, podrán cuestionarse y ver que hay algo en lo que tienen que trabajar para ser mejores personas.
Tercera acción: De ahora en adelante, sin excusas, sin importar lo que dice o pueda decir la gente, siempre escucharemos, confiaremos, y seguiremos a nuestros corazones. Les haremos caso. El corazón es el órgano más poderoso y sabio que existe y, lo más importante, lleva por dentro un amor infinito que nos salva siempre.
Cuarta acción: Nunca nos rendiremos por más obstáculos que encontremos en el camino. Continuaremos y seguiremos aplicando el plan. Sin desistir. Al final lo lograremos.
Quinta acción: Ser nosotros mismos siempre, aunque eso signifique pertenecer a una minoría.
Responde «SÍ» si quieres llevar a cabo mi plan y ser feliz a mi lado.
Responde «NO» si quieres continuar tu camino y dejarme libre para yo poder ser feliz.
Karim, quiero que sepas algo: un matrimonio que deje de luchar por los sueños de ambos está destinado al fracaso... hasta que la muerte los separe…
PD: se admiten sugerencias para mejorar el plan. Quiero que sepas que cualquiera que sea tu respuesta siempre estarás en mi corazón.
Con amor,
Tu esposa Amal
Tres largas horas transcurrieron, esperando su respuesta, esperando una palabra que decidiría mi camino.
Karim Daher
To: Amal Daher
Sí.
¡No podía creerlo! ¡Tuve que leerlo varias veces! «Gracias Dios».
—¡Amal! —dijo mi nombre con tanto amor en su voz que mi cuerpo se estremeció y comenzó a temblar. Estaba detrás de mí.
—¡Karim! ¡Te amo! Gracias, mi amor. Gracias por decirle «sí» a la felicidad.
—Hazme el amor. Tómame como nunca. Te necesito tanto.
Esa fue la primera vez que mi esposo y yo hicimos el amor. Todavía recuerdo sus besos desesperados, llenos de amor, pasión y deseo; su lengua dentro de mi boca, como una serpiente venenosa a punto de inyectar su veneno. Sus manos acariciaban mi cabello mientras me penetraba. Recuerdo haber sentido una especie de luz interna que iluminaba todos mis órganos sexuales. Cada uno de ellos palpitaba con una fuerza milagrosa. Mi placer era irreal. Era como tener un fuego imposible de apagar por dentro. Me quemaba cada vez más. Tenerlo dentro de mí se sentía como un milagro. Cuando alcancé el orgasmo, sentí que mi cuerpo flotaba en otra dimensión. Lo miré a los ojos y ellos me miraron con un amor infinito. Quería tenerlo dentro para siempre.
—¡Karim! Tú, dentro de mí, se sintió como un milagro. ¡Te amo!
—Fue un milagro, Amal, porque hicimos el amor. ¡Yo también te amo con locura!
Tiempo después
Esta es mi tercera exposición de cuadros en la galería más famosa de París. Pinté veinte cuadros de mujeres desnudas, veinte diferentes expresiones de sensualidad. Me acompañan mis dos amores: Ana, mi hijita hermosa; y Karim, mi amado esposo, que ahora es dueño del mejor restaurante de comida árabe de la ciudad.
Mi plan funcionó. Fue todo un éxito. Soy inmensamente feliz. Mi esposo es feliz. Nos tomó cuatro años llegar hasta aquí, años de lucha constante para lograr hacer realidad nuestros sueños y todo lo demás que queríamos; pero qué son cuatros años en una vida entera. Valió la pena cada segundo de nuestro camino. No hay nada mejor en la vida que llegar a la felicidad como recompensa de tu esfuerzo, amor, trabajo y pasión.
Aquel hombre que había despertado tanto amor en mí me ayudó a salvar mi matrimonio y a ser feliz. El amor siempre viene a salvarnos, pero tenemos que abrir nuestro corazón.
Por mucho tiempo tuve miedo de lo que la gente pudiera pensar de mí al ver los cuadros de mujeres desnudas que yo quería pintar. Una vez que los mostré al mundo, ya eso no me importó, porque soy feliz.
Siempre quise ser una de esas mujeres valientes que se atreven a alcanzar sus sueños, sin importar el ambiente represivo, las restricciones, los obstáculos y dificultades que puedan tener. Ahora soy una de ellas. ¡Ya Allah!
Je t'aime Karim… Je t'aime.
POR FIN