Morsas (y anguilas)

 

 

 

Al convertirse Thule, en Groenlandia, en base naval estadounidense, las morsas no soportaron el ruido de los aviones al aterrizar y despegar y emigraron. Los esquimales, perdidos sus medios de vida, debieron ser trasladados a Gronedal, donde les dieron casa, un vehículo y sueldo a todos los adultos. Esto lo cuenta, con el auxilio de alguna letra, Bernardo Atxaga, alguien por quien he sentido inmediata afinidad, porque también él gusta del alfabeto. Cuenta que la mudanza, pese a estar bien organizada, aparejó muchas depresiones y algún suicidio. Las morsas, digo yo, parecen aventajar al hombre en cuanto a capacidad de respuesta: ellas solitas huyeron de lo que las perturbaba, sin esperar que nadie les resolviera el problema, y, al hacerlo, se libraron del ruido y de los cazadores. A estos no parece haberles molestado la intrusión sonora, sin duda escandalosa, solo el alejamiento de su caza: doble prueba de barbarie.

La morsa es un mamífero marino, ajeno a la anguila, pez de vida movidísima. Me los acerca su profunda diferencia. El drama de la morsa es su arraigo en ciertos lugares, su vida visible y por ello harto conocida, su carencia de misterio, su poca capacidad de adaptación, que la hace huir de lo que la perturba. La anguila, hasta hace poco, llevaba una vida misteriosa; como un espía de nuestro tiempo; cambia de sitios, de apariencia, casi de natural y, claro, de nombre. Ahora, descubierta, se sabe que nace en abismos de más de mil metros, en el mar de los Sargazos, desde donde remonta, larva urgida de viajar hacia el norte, primero hacia el este, anónima, aunque trasparente, oculta en medio de sus hermanas. Todavía nadie adivina en ella a la anguila. Su forma varía, empezará a acerarse a aquella con que se la conoce, con la que al fin aparece en los ríos europeos. Su vida es ambigua, hasta el punto de salir del agua como una ninfa de Garcilaso hacia los pastos de las orillas, donde respira como si nunca hubiese vivido en otro medio, gracias a la adaptabilidad de su piel. Hasta que el ciclo se cierra y, al llegar el frío europeo, vuelve a su mar de los Sargazos a poner sus huevos y morir. Ha viajado leguas y leguas marinas, sufriendo transformaciones y adaptándose a medios y temperaturas variadísimas. Es la antimorsa. La morsa, de no ser por la base, seguiría en Groenlandia, donde estaba desde antes de los vikingos.