Malvones

 

 

 

El malvón señala el tránsito del campo donde se realizan cultivos alimentarios a un lugar donde existe la intención de embellecer el mundo. Se confunde con el geranio, pese a sus diferencias. Es casi universal. Nace, poco exigente, de un pequeño gajo, o sea, de un trozo de tallo metido en tierra sin muchas consideraciones. Basta que esté cubierto y húmedo el extremo del que se espera una raíz, para que en pocos días el tallo siga fresco como cuando lo plantamos. Si desconfiamos, cubramos aquel extremo con una leve nube de polvo arraigador. Pronto un brote dice que todo está en orden; con el riesgo normal, en primavera, el malvón tendrá sus hojas lobuladas, casi circulares, aterciopeladas, de un verde claro y parejo, y sus flores compuestas.

Como los diccionarios pierden terreno al llegar a la botánica, insistiré en lo que nombro. Hojas: las variedades más finas se distinguen por una franja color castaño cerca de la unión con el peciolo. Flores: sus colores varían; rojos, que van del lacre al púrpura casi negro, pasando por el fucsia; blanco; rosa, como dije. Las especies mejoradas con el cultivo dan flores dobles, de un tono asalmonado, suave, con matices blancos en el arranque del pétalo. Todas tienen en común un olor discreto, algo acre, olor de naturaleza domesticada. Parece creado para que el humano más inepto se inicie en el placer de la floricultura, ni siquiera hace falta un jardín. El malvón no quiere lo extenso, que cede a la hortensia, sino la jardinera o la maceta asoleada, con tal de que no sea mínima, porque le gusta expandirse y que los gajitos que a veces rompe el jardinero en un descuido puedan ser salvados de inmediato junto a la planta madre, que crece ufana. Dúctil y generosa, donante perpetua, es especie casi gratuita. El placer que me da una planta comprada nunca alcanza el que ofrece de por vida suya una planta que he visto nacer. Como el sembradío de semillas corre peligro ante el apetito de hormigas y pájaros, prefiero las que vienen de gajos al mundo. Con los años, también en el trato con los seres vegetales prefiero la sencillez, la comodidad y la reciprocidad. Un sencillo y cómodo malvón paga con largueza mis pocos esfuerzos. Sin poda, el robusto tallo «se va en vicio», como suele decirse, da menos flores y menos nutridas. El malvón es un buen ejemplo de esa teoría que advierte que a cualquier altura del tejido vegetal existen células indiferenciadas capaces de reproducir el todo, lo que se demostró de modo espectacular plantando un tilo con sus ramas hacia dentro de la tierra, donde se cubrieron asombrosamente de raíces, mientras las raíces legítimas, al aire, echaron brotes. Para no poner a prueba mis malvones, respeto el natural sentido de los gajos, poniendo en tierra lo que acabo de separar de la planta. Su facilidad de reproducción, que permite tener varias generaciones casi simultáneas, me lo humaniza. Las plantas de semilla, por el contrario, mueren a cada temporada. Con suerte sobreviven, si germinan bien. ¿Y las que nacen de bulbo? Como Lázaro, mueren y resucitan. Hace tiempo que no me arriesgo con ellas. Detestan cambiar de hemisferio.