2018: EPÍLOGO

EL VAR ES COLOMBIANO

Ya el fútbol no va a ser lo mismo que el de siempre. Habrá que referirse a este deporte con otro nombre, con otro calificativo bien distinto al de hoy, porque parece que lo que menos está importando es el fútbol mismo: las miradas parecen más pendientes de otros asuntos, como poner cámaras en todos lados y así reducir el margen de error, que es una de las cosas más lindas que existen en la cancha, en especial si las fallas provienen de uno que otro arbitraje. Es justo que le inventen un nombre nuevo y nos dejen en paz a los que lo vamos a extrañar.

Solamente hubo un hombre que vio venir esa sombra que se encargará de teñir de tedio y aburrimiento la manifestación deportiva que antaño llevaba el nombre de “fútbol”. Fue Roberto Fontanarrosa en 1990 y nadie pudo ser más visionario que él. Hincha furibundo de Rosario Central, futbolero hasta la médula, amante de cada uno de los sucesos que envolvían a la pelota, autor de una fantástica columna que escribía una mentalista imaginaria llamada “Hermana Rosa” durante el Mundial de 1994 en la que comentaba lo ocurrido en cada jornada de la Copa, creador de infinidad de libros y de caricaturas y que puso una vara muy alta para quienes escriben de fútbol con un libro titulado No te vayas, campeón en el que describe con paciencia, sarcasmo y evocaciones cada uno de los equipos campeones en el profesionalismo argentino. Él, Roberto Fontanarrosa, tenía puestos los pies en el futuro mientras que el resto del universo se angustiaba por cuenta de los avatares que cada día dicta el cruel presente, y nadie le creyó. Suponían que ese relato que hoy toma vigencia era simplemente parte de la extensa imaginación del argentino y que lo que él consignaba con profunda sabiduría en las páginas de un libro de cuentos jamás iba a darse. Era como pensar que algún día, en algún parque cercano al hogar, pudiéramos ver un lobo disfrazado con capa roja y un leñador que abría sus entrañas para rescatar a una jovencita que quiso irse por el camino fácil.

La historia data de 1990 y el cuento lleva el título Fútbol y ciencia. Allí al ‘Negro’ Fontanarrosa le da por echar la historia del sistema AUP, cuyas siglas corresponden a la germánica definición del Arbipeissal Und Perspecktiven, inventado en Alemania y que era una torre con altura de 75 metros ubicada a 100 metros de un estadio donde se estaba disputando un anodino juego. Dentro de la torre había 127 cámaras de televisión y tres árbitros que observaban con cuidado cada una de las acciones que pudieran generar controversia y que han dictado largos relatos del fútbol, algunos consignados en estas páginas. Desde esa fortaleza se dictaba sentencia de cada uno de los fallos que la justicia arbitral tenía que dar, ya fuera por una mano de esas que parecen imposibles de ver para el ojo humano, un offside que se generó por apenas milímetros o una pelota de la que no existiera certeza —como la de Geoffrey Hurst en la final del Mundial de 1966— de que hubiera cruzado en su totalidad la línea de sentencia.

Desde esas letras Fontanarrosa advertía que la magia de los temas que nacen al finalizar un partido de 90 minutos podría extinguirse. La controversia y la polémica serían cosa del pasado, asunto que ya quedaría descartado a la hora de discutir con un amigo, porque la tecnología habría asesinado de tajo la opción de sentirnos en desacuerdo. Describió una especie de Gran Hermano, omnipotente, que vigilaría cada uno de los movimientos de los jugadores y que con cornetas altisonantes mandaría a detener las acciones si es que se detectaba alguna maniobra que estuviera en contradicción con las leyes.

Esa resultó ser la primera manifestación de lo que sería hoy el fútbol. Nadie pudo advertirlo, excepto alguien con el genio de Fontanarrosa.

Diecinueve años después, en un congreso de la FIFA que se llevó a cabo en Bogotá, Gianni Infantino, presidente de la entidad y uno de los pocos sobrevivientes, por ahora, del tsunami denominado Fifagate —una operación en la que se descubrieron una cantidad de negocios espurios de dirigentes que, a punta de sobornos, se llenaban los bolsillos haciendo reparticiones a dedo sobre derechos de torneos de televisión— comentó con exultante alegría que el sistema VAR, cuyas siglas significan video assistant referee y que ya había sido ensayado en torneos de otra categoría y en ligas europeas, iba a tener su espacio en la Copa del Mundo de Rusia 2018. Esa novedad tecnológica —dicen los sonrientes directivos que poco saben de fútbol— le ayudará al árbitro a solucionar sus dudas en el campo, si es que hay una jugada que ponga a prueba su sentido común. Para este efecto estará instalado dentro de cada estadio un salón en el que una terna de réferis estará mirando con atención y a través de un circuito cerrado de televisión las jugadas que se escapen del ojo del juez que anda corriendo en el césped. Falta la torre de 75 metros. Fue en lo único que falló la predicción de Fontanarrosa, de resto es igualito.

El lema que se trasladó desde la FIFA es que la herramienta llevará a que sea el fútbol un deporte mucho más justo, y sus caballitos de batalla fueron otros deportes, como el tenis, que acudieron a las maravillas tecnológicas para reducir a sus mínimas proporciones el error humano. Sí, todo suena hermoso. Lástima que no puede haber algo más aburrido que la aplicación del VAR porque resulta ser una especie de coitus interruptus del que cuesta recuperarse.

En Italia y Alemania no están tan convencidos de su uso, debido a la disparidad de criterios y a la diferencia conceptual entre los jueces que están dentro de la cabina y el que debe propender por dictar justicia en el campo. Así, con las pulsaciones a mil, se han generado escenas surreales. Por ejemplo, hace poco perdió su puesto Helmut Krug, el encargado de accionar el VAR y de ponerlo a punto en la Bundesliga. Nadie sabía que el tipo, más allá de haber sido árbitro alguna vez, también sentía que su corazón de hincha palpitaba por el Schalke 04, equipo tradicional de Gelsenkirchen. Pues Krug, comandando la sala de televisión del VAR, empezó a influir para que fueran sancionadas cosas inexistentes a favor del club de sus amores, hasta que se lo pillaron.

En Portugal pasó algo que ni la mente brillante de Fontanarrosa habría pensado: estaban jugando un partido de liga dos clubes, el Aves y el Boavista. Hubo un tiro de esquina a favor del Aves y de ese lanzamiento hubo un cabezazo de un jugador local que peinó la pelota para la entrada de un atacante del Aves que marcó así el segundo tanto para su equipo. El árbitro sintió que algo no estaba del todo bien porque le pareció ver que el anotador estaba ubicado en posición fuera de juego. Entonces, para reafirmar lo que él pensaba acudió al VAR con la señal rectangular de los brazos, que significa la materialización, en otro punto del estadio, de una pantalla de televisión —como Uma Thurman en Pulp Fiction cuando hace un rectángulo con su dedo índice dentro del auto de John Travolta—. Por los auriculares el juez confiaba en que las imágenes consignadas darían luces ante lo sucedido. Lo que nadie tenía entre sus planes era que la cámara que estaba siguiendo esa acción puntual del partido terminó siendo cubierta por una gigantesca bandera de la hinchada del Boavista justo en el momento en que se produjo el gol. Nadie pudo ver nada y el tanto —que sí pudo ser anulado porque, en efecto, existía offside— terminó siendo otorgado como válido.

VAR es papelón. Y será gran protagonista en Rusia, para la desgracia de todos. Pero así como desde Argentina las letras de Fontanarrosa advirtieron sobre esos peligros, hay que decir que parte del VAR es producto del ingenio nacional.

MANUFACTURA CASERA

En el año 2000 se dieron cita en el Estadio El Campín varios hinchas de Santa Fe. El partido pintaba para ser bien simpático porque cuando el Deportes Tolima pisa la cancha sagrada del fútbol bogotano cuaja actuaciones más que dignas. El sol estaba pleno en el cielo y la tarde futbolera de esos tiempos daba siempre la alegría de poder ir a ver fútbol a las 3:30 p. m. no como ahora, que los horarios no los designa la costumbre, sino las transmisiones de televisión.

Por ese tiempo Santa Fe contaba en sus filas con un combo alentador que puso a soñar a su gente con la posibilidad de acabar de tajo con 25 años en los que no se podía ganar un solo título: allí estaban Edison ‘Guigo’ Mafla, aquel volante del Cali que cada vez que le pegaba a la pelota en un tiro libre era sinónimo de gol inminente; Jair ‘Chigüiro’ Benítez, poseedor de uno de los mejores apodos de la historia del fútbol nacional y que hacía fiesta por sus vertiginosas escaladas por el sector izquierdo del campo; Leonel Rocco, arquero de nacionalidad uruguaya a quien sus compañeros le decían el Campesino Gomelo por su parecido físico con ese personaje humorístico que aparecía de vez en cuando en el programa Sábados Felices… y en el comando técnico, el gigantesco Fernando ‘Pecoso’ Castro, viejo zorro del fútbol, campeón con Cali en 1996 y figura en cada uno de sus vectores: apareció como extra con parlamento en la serie El Chinche haciendo de sí mismo, fiel escudero de la escuela de Carlos Salvador Bilardo, quien fue su entrenador en el Deportivo Cali de finales de los setenta, calentón pero querido, estaba alineado con la idea de que con ese combo podía levantar el trofeo del fútbol colombiano y en ese camino iba con sus dirigidos.

Surgió el Tolima como adversario de ocasión, en momentos en los que el calendario futbolístico va hasta ahora por la mitad de su curso y esos partidos son importantes para solidificar la idea de colectivo.

La vaina pintaba bien: un centro desde la izquierda de Benítez encontró a Jeffrey Díaz, atacante guajiro de poca efectividad, en su mejor momento: se levantó por los aires y de cabeza venció la resistencia de Freddy ‘Chito’ Torres, arquero que se convirtió en pieza de mobiliario indispensable en el club de Ibagué durante años por sus buenos rendimientos. El portero voló lo que más pudo, pero la pelota lo superó, colándose en el ángulo inferior de su mano izquierda. Apenas el balón traspasó la línea, Torres se levantó como un caucho tocándose la extremidad derecha con su mano izquierda. El guardameta no paró de gritar hasta que logró la atención de Óscar Julián Ruiz, uno de los mejores réferis en el fútbol colombiano y designado para conducir las acciones de aquel encuentro. El reclamo del Chito no era cualquier cosa: según su versión y la de los demás compañeros tolimenses, Jeffrey Díaz no cabeceó la pelota, sino que estiró su puño, que supo camuflar con el cráneo, para marcar la anotación que a todas luces era ilícita. Santa Fe, entre tanto, no se preocupaba y tras celebrar ruidosamente el tanto, regresaba a su sector de la cancha para tomar posiciones antes del saque de centro que le correspondía al Tolima por cuenta del gol recibido. Sin embargo, los pijaos seguían enfervorizados, casi fuera de sus casillas, por la mano de Jeffrey y cada vez se hacía menos lejano el círculo vital de protección del árbitro Ruiz contra el rondo armado por el Tolima y que lo cercaba cada segundo un poquito más.

Y acá está ese granito de arena que hoy no hemos reclamado en cuanto al aporte nacional en la creación del VAR. Así como se dijo que la mamá de Prince era caleña, que Iggy Pop vivió en La Candelaria varios meses, que Franco Nero dejó un hijo botado en Cartagena después de grabar La misión y que el Barcelona multicampeón con Guardiola y la España vencedora con Aragonés y Del Bosque en Eurocopas y Mundial tuvo el aporte de Shakira por estar casada con Gerard Piqué, habría entonces que decir que sí, que el amarillo, azul y rojo de nuestra bandera está correlacionado directamente con la asistencia tecnológica que se impone hoy en el fútbol.

Ruiz tomó una curiosa decisión: les pidió calma a los reclamantes porque se le había ocurrido una idea y en ese momento el juez se fue trotando hasta el costado del campo, lugar en el que estaban ubicadas las cámaras de la transmisión del juego y varios monitores de la empresa de televisión Sky, dueña por esos tiempos de los derechos de transmisión del futbol profesional colombiano. Allí, impávido, sentado en una butaca, un encargado de ponchar tomas y que andaba sentado al lado del armatoste catódico se sorprendió cuando Óscar Julián se acercó hacia él y le pidió el favor de ver si podía devolver la cinta con el único fin de comprobar o desmentir la teoría del gol ilegal de Díaz. Y claro, el encargado pulsó un par de funciones y oprimió el botón de rewind para mirar detenidamente la jugada en su totalidad. El cameraman puso play y se vio el centro desde la izquierda rumbo al área. La pelota por los aires buscaba a Jeffrey Díaz que, en efecto, cerró su mano y con los nudillos golpeó la pelota: el gol no podía ser validado.

Volvió entonces Ruiz mientras aguantaba una catarata de insultos del entrenador de Santa Fe que le decía, con razón, que eso no se podía hacer. El árbitro echó hacia atrás lo que había pasado y les explicaba a los futbolistas que la mano de Díaz era muy clara en las tomas de televisión, que no lo indujeran al error. En 5 minutos Santa Fe, que lograba irse arriba 1-0, se encontraba con que la pizarra volvía al 0-0.

La piedra del ‘Pecoso’ Castro era inmanejable: Insistía con que lo estaban despojando de un gol que no debió ser invalidado por cuenta del extraño método de Ruiz, más allá de haber sido hecho con la mano. Impotente el buen Pecoso diseñó pronto su corta venganza y no fue contra el juez, sino contra los de Sky: el entrenador dio la orden perentoria de que las porristas ubicadas en la pista atlética debían hacer pirámides y figuras frente a las cámaras. También correr y atravesarse en pleno eje de cámara si era necesario, para así tapar los lentes de aquellos fisgones que capturaron las tomas del tanto y que, además, se las pusieron en bandeja al árbitro. Aquel encuentro, para los que lo vieron en la casa, se recuerda como un juego sin planos cerrados y puro plano abierto.

La noticia empezó a sonar bastante en el mundo porque nunca jamás un árbitro había apelado a ese recurso. Ruiz recibió un regaño cordial, pero también una felicitación porque en sus manos hizo hasta lo imposible por impartir justicia y a fe que lo consiguió. Desde ese instante se puso mucho más presente en la cabeza de los dirigentes y de los encargados del sanedrín arbitral la idea de apoyarse en la tecnología.