Pese a que la advertencia inicial (Los hechos, personajes, empresas e instituciones...) es cierta, algunos de los delitos descritos en esta novela, especialmente los menos violentos, están inspirados en hechos reales. Uno de ellos sucedió en Las Palmas de Gran Canaria hace años y me fue referido por un testigo directo, Antonio José Rodríguez Marrero, veterano policía local. Él y su esposa, Trinidad Ferrer Mirabal, no solo me han asesorado en ciertas cuestiones técnicas, atendiendo a llamadas en cualquier momento del día para resolver dudas, sino que soportan casi cada fin de semana mi apetito voraz y mi implacable sed de vino. También debo agradecer su amable asesoramiento a Cristina Manresa i Llop, comisaria de los Mossos d’Esquadra.
En cuanto a la escritura del propio texto, soy deudor de unas cuantas personas que siempre se prestan amablemente a leer sus sucesivas versiones con paciencia infinita y un espíritu crítico que uno solo puede esperar de los verdaderos amigos: Jokin Ibáñez, Nayra Pérez, Gregori Dolz, Ilya Pérdigo, Antonio Becerra, Sergio Vera, Toñi Ramos y Gregorio González. Decisiva fue la opinión de ese poeta, ensayista y editor imprescindible que fue Josep Forment: días antes de su fallecimiento, me dio sus últimas opiniones con respecto al original. También sería este mucho peor libro sin el trabajo infatigable y preciso de Roger Clanchet. Dejo para el final a Thalía Rodríguez, que ya sabe por qué no le dedico mis libros pero que tiene claro (espero) que ella está detrás de cada palabra.
Si el amable lector o lectora es de aquellas personas que gustan de olisquear tras la tramoya, lo que sigue puede llegar a ser de su interés. Si no, hará bien en obviar estos últimos párrafos, ya que no aportan nada a la lectura de esta novela que, como toda novela, debe explicarse por sí misma, sin prólogos, epílogos o aclaraciones.
Las flores no sangran comenzó a escribirse en Madrid, en uno de los pocos rincones iluminados del pub Los 7 Pecados, en la madrugada del día 8 de abril del 2013, tras la presentación en Madrid de La estrategia del pequinés. La culpa la tuvieron el alcohol y un cuaderno fabricado por Juan Carlos González Montes, un buen amigo de Getafe, que me lo obsequió durante la cena que tuvo lugar después del acto. Me acompañaban esa noche otros buenos amigos, escritores, críticos y editores, a quienes no mencionaré para no mancillar su imagen.
El título y algunas frases incluidas en «Gente de bien» fueron escritos allí, en ese pub, esa misma noche, bajo la nunca recomendable influencia del alcohol. En ese momento solo sabía, acerca del argumento, que trataría sobre un secuestro exprés en Gran Canaria, un plan criminal decididamente idiota. Luego, la idea descansó hasta junio, cuando la retomé en unos días de descanso en Playa del Cura, en el sur de Gran Canaria. El resto del libro fue haciéndose como siempre: con fruición y desespero, entre uno y otro proyecto, entre viajes y descansos de otros trabajos más urgentes y alimenticios, entre personas amadas con quienes comparto este país asolado por las desigualdades y la tolerancia ante la corrupción.