20 DE AGOSTO

El comisario Benavides se acarició la barba mirando hacia la pared que había a su izquierda. Luego se giró hacia Perera y le preguntó:

—¿Hacía mucho que conocías a Raúl Silva, Marcos?

—Bastante. Más de diez años.

—Trabajó para usted, ¿verdad? —terció el inspector jefe.

—Sí. Hasta el 2010 o el 2011, creo. Tendría que consultarlo.

Serrano revisó sus notas.

—Como jefe de equipo...

—Al principio. Después fue coordinador y luego solamente asesor. Raúl es... Perdón, todavía no me hago a la idea... Raúl era un hombre muy competente. Trabajó muchos años en seguridad en Centroamérica. Me vino muy bien contratarlo, porque la empresa estaba creciendo y yo, la verdad, me metí en lo de la seguridad privada de rebote. Necesitaba a alguien que fuera especialista en el sector.

—¿Y por qué dejó de trabajar con usted?

—Porque quiso. Yo, por mi parte, estaba encantado con él. Pero dijo que quería establecerse por su cuenta.

—¿No seguía trabajando para usted?

—No. La empresa de Raúl se llamaba RS Investigación Privada. «R» por Raúl y «S» por Silva. Trabajaba solo y, que yo sepa, se dedicaba, sobre todo, a bajas fingidas, fraudes al seguro y cosas así. Pero sí es verdad que yo era cliente suyo.

—¿En qué tipo de asuntos?

Perera apeló a Benavides con la mirada. El comisario pensó que quizá Serrano estaba perdiendo la amabilidad y decidió perfumar el ambiente:

—Solo lo que tú quieras o puedas contarnos, claro.