CAPÍTULO 26

UN REVOLUCIONARIO EN COYOACÁN

Lupe Marín también se beneficia del prestigio de Diego, y sobre todo de su legado. Aunque no quiere a Frida por visionuda y marihuana, aparece con frecuencia en la Casa Azul y prepara antojitos y tacos que Diego agradece. «Dame esas caritas sonrientes de Colima, Panzón, todos quieren comprarlas porque son un buen negocio». «Anda, llévatelas», Diego jamás le niega nada.

Lupe vive la vida de Diego. No solo lo busca en los periódicos sino que acude casi todos los días a la Casa Azul. También cuando ambas parejas compartían en Tampico 8 dos departamentos encimados, Lupe subía a cerciorarse de que la comida de Diego era la que ella le había preparado. Con la anuencia de Frida metía su cuchara en todo.

El 23 de diciembre de 1933 Diego y Frida regresaron a México a raíz del escándalo del Rockefeller Center. Diego pintó un obrero inclinado sobre un soldado herido y le puso el rostro de Lenin. El hijo de Rockefeller le pidió que lo borrara. «Es imposible tener a Lenin en la cuna del capitalismo». Para contrarrestar, Diego propuso pintar a Lincoln en otro panel pero el joven Rockefeller se enojó: «Quite ese rostro de inmediato». Diego respondió que no iba a mutilar su trabajo. Rockefeller pagó veintiún mil dólares por el mural y dio por concluido el asunto: «Ahora voy a destruirlo».

La pareja Rivera-Kahlo inaugura las dos casas de San Ángel, comunicadas entre sí por un puente en lo alto. Constan de dos estudios de altos ventanales de los que cuelgan recámaras insignificantes. «¿Vieron qué funcionales? ¡Son las casas más modernas de México!», se felicita el arquitecto Juan O’Gorman, quien en vez de barda las cerca con órganos traídos de Hidalgo que les dan un carácter de pueblo. «¡Esas sí son casas mexicanas!», sonríe Rivera. «Van a llamar la atención de todos». Llamar la atención a todas horas es una de las reglas de vida de Diego.

Cuando Lupe se entera de la llegada de Diego aprovecha para llevarle a sus hijas: «Tú eres el padre, también te toca cuidarlas».

En enero de 1934 Rivera pasa días enteros en Bellas Artes recreando el mural que Rockefeller destruyó en Nueva York. Retoma a Lenin y añade a Marx y a Trotski rechazados desde el primer boceto. A su regreso en la noche a la Casa Azul encuentra a sus hijas dormidas. «Papá, necesitamos ropa», pide Lupe chica y Diego las lleva a El Tranvía a comprar overoles como los suyos «porque nunca se acaban. También les voy a cortar el pelo».

Cuando Lupe las ve pelonas y de overol reclama: «¿Qué te pasa? No son obreros comunistas como tú».

Para ella, los mercados siguen ejerciendo un atractivo enorme. Las calles de la Merced, Mesones, del Órgano, también son una piedra imán. Sin ningún temor Lupe se detiene en la acera y aconseja a una putita que se corte el pelo. A otra le dice: «Mira, no te pintes la boca con ese color, te queda uno más oscuro». En el mercado todos saben quién es Lupe Marín porque sus preguntas divierten. Lupe está en su elemento. De pronto descubre a un muchacho alto y rubio que se abre paso entre los cargadores: «¡Ahí va el golpe!». Toma fotografías y sin más Lupe le pide su nombre: Henri Cartier-Bresson. «Acabo de estar en París», se emociona Lupe. El jovencito medio entiende español. «Se ve que este niño es de buena familia», le cuenta a Concha Michel.

Cartier-Bresson va al callejón del Órgano y retrata a las prostitutas asomadas como yeguas en su caballeriza. Desde su marco de madera relinchan a los clientes. «Oye, chato, ¿le saco punta a tu pizarrín?». ¡Qué bonitas sus caras ofrecidas y sus cejas depiladas hechas una hebrita! También ellas son hebritas. El francés vive en casa de Ignacio Aguirre, el grabador que le cuenta del Taller de Gráfica Popular, el Teatro Ulises, y ante su entusiasmo exclama: «¡Y todavía no has ido a Oaxaca!».

—Óyeme, tú —se preocupa Lupe—, yo creo que este individuo no tiene nada que comer.

Y lo invita a su casa de Tampico 8.

Concha Michel, su guitarra en el regazo y sus cabellos trenzados con lanas de colores, también fascina a Cartier-Bresson.

Lupe ignora que Jorge Cuesta se opone a la escuela socialista que promueven Narciso Bassols, Lombardo Toledano y el recién electo presidente de la República, Lázaro Cárdenas. Hacer patria para Cuesta es algo sin sentido, como tampoco lo tiene convertir al arte en propaganda. En sus críticas coincide con Bernardo Ortiz de Montellano y ambos toleran la andanada de injurias que les asestan los revolucionarios.

—El escritor no debe ser la conciencia social del pueblo, lo único que le toca es escribir bien —alega Jorge, quien tampoco cree que Pedro Henríquez Ureña tenga razón al afirmar que la Revolución mexicana es una transformación espiritual que ha logrado que el pueblo descubra sus derechos, entre ellos el de educarse. Exaltado, Henríquez Ureña escribe:

Sobre la tristeza antigua tradicional, sobre la «vieja lágrima» de las gentes del pueblo mexicano, ha comenzado a brillar una luz de esperanza. Ahora juegan y ríen como nunca lo hicieron antes. Llevan alta la cabeza. Tal vez el mejor símbolo del México actual es el fresco de Diego Rivera donde, mientras el revolucionario armado detiene su cabalgadura para descansar, la maestra rural aparece rodeada de niños y de adultos, pobremente vestidos como ella, pero animados con la visión del futuro.

—¡Ay, qué flojera! —exclama Novo.

Mientras Jorge, obsesionado por la perfección, sufre con cada línea de su largo poema Canto a un dios mineral, Diego Rivera pide asilo político para León Trotski, rechazado por los gobiernos del mundo. «¿Por qué lo haces? ¡Ni sabes qué clase de individuo es!», interviene Lupe cuyo odio a Rusia es cada día mayor.

Cuando el presidente Cárdenas concede el asilo como lo hará más tarde con los republicanos, Frida Kahlo viaja a Tampico con el catalán Bartolomeu Costa-Amic a recibir a los rusos. Además de León y Natalia hospeda en su casa a Esteban, el nieto del revolucionario, un hermoso niño de ojos azules siempre de la mano de Natalia. Más tarde se mudan a unas pocas cuadras, a Viena número 45, y los protegen agentes enviados por el gobierno de Estados Unidos.

—¿Quieres venir a ver con qué velocidad devoran los conejos la alfalfa que Trotski mete a sus jaulas? —pregunta Diego a su hija mayor.

En las fiestas de la Casa Azul, Pico y Chapo cantan con los tríos de mariachis, sirven tostadas, pozole y mole manchamanteles cuya receta es de Lupe. Que Frida la consulte halaga a Lupe, quien aconseja: «Sírveles mole, el mole les gusta mucho a los invitados y el secreto es que sea dulce». La Marín quisiera participar en la conversación entre Trotski y Diego pero mira con desconfianza al ruso al que Diego y Frida rinden pleitesía.

Después de Francia Lupe regresa a su costura y se concentra en su propia apariencia. Corta casimires y sedas y sus atuendos sorprenden a sus amigos:

—Parece que lo compraste en París.

—Es que tengo estilo.

—De ser francesa serías tan célebre como Chanel.

Si recuerda a Jorge comenta: «Ese hombre por poco y me lleva a la tumba».

—¿Y si escribo una novela y acuso a Diego y a Jorge? —pregunta a la Michel.

—¿Una novela? ¿Tú? Lo que tienes que hacer es buscarte a otro y olvidar a ese par de camaradas.

—No son camaradas, Concha, solo tú les dices así, son hombres. Si Jorge te oyera te estrangularía.

—Y a él lo estrangularía tu vida nocturna. No sé cómo le haces para salir todas las noches y coser durante el día.

Lupe frecuenta el Broadway, El Pirata, el Leda con Villaurrutia, Agustín Lazo, Lola Álvarez Bravo (ya sin Manuel), Julio Bracho y los hermanos Celestino y José Gorostiza. De todos prefiere a un muchachito espiritifláutico con cara de caballo, recién desempacado de Guadalajara: Juan Soriano. Los dos presumen los mismos extraños ojos de sulfato de cobre y una capacidad insuperable para ridiculizar a los demás. Lupe saca a Juan a la pista y la gente comenta: «¡Qué pareja tan dispareja! Él pequeño y desgarbado, ella alta y eléctrica».

—¿Oiga, usted es hombre o mujer? —le pregunta un borracho a Lupe.

—Soy más hombre que tú y más mujer que tu chingada madre —lo abofetea.

Basta con chiflarle debajo de su ventana a Lola Álvarez Bravo para que descienda a toda prisa a unirse al grupo de parranderos. Gran amiga de Lupe, le cuenta lo que sucede en la Casa Azul y le chismea que Frida bebe hasta dos botellas de coñac para paliar sus dolores. A veces se les une Pita Amor, que llega desnuda bajo su abrigo de mink acompañada por el pintor Antonio Peláez. Gabriel Fernández Ledesma cela a su bellísima esposa, Isabel, y golpea al incauto que pretenda sacarla a bailar. Machila Armida es asediada por una legión de admiradores. Sonríe seductora al explicar: «Soy la sobrina de una santa».

Imposible encontrar a Jorge en el Leda porque el poeta no frecuenta antros sino la sala de cine en la que Mae West demuestra que la vida dedicada al sexo incrementa también las neuronas. Le resulta menos conflictiva que Lupe y hasta que Alicia Echeverría.

Mae West afirma: «No puedo ser la esposa de alguien y ser también un símbolo sexual». Al igual que Lupe, abandonó la escuela en tercero de primaria para dominar el shimmy, una danza del vientre. En 1920 la metieron a la cárcel por Sex, la obra que salvó a Broadway. Ella sola salvó a la Paramount con el primer millón de dólares de sus películas. En los corrillos y en los gimnasios repetían su frase: «El sexo es la mejor gimnasia».

Lupe se obsesiona con la idea de escribir y Novo la disuade: «Dedícate a la costura». «Tú también vas a aparecer en mi libro, ya verás», lo amenaza ella. Villaurrutia ofrece: «Si me vas pasando tus hojas, puedo ir leyendo lo que escribas». «Diego prometió hacerme la portada de La Única. Nunca me dice que no a nada».

Acostumbra pedirle a Diego que le ayude un día sí y otro también. Si no es por ella, es por sus hijas; él jamás la rechaza. La escucha con paciencia y día a día aumenta su pensión. En algunas tardes solitarias, Lupe se pregunta: «¿En qué estaba yo pensando cuando cometí la barbaridad de mandarlo al diablo?».

Desde su cama de enferma Frida tampoco protesta por las múltiples exigencias y la presencia continua de Lupe Marín en la vida de su Diego porque también la familia Kahlo aparece a todas horas, sobre todo Cristina, la más cercana al corazón de Frida, que acompaña a Diego cuando Frida no tiene fuerza para desclavar de entre las sábanas su columna vertebral crucificada.

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