Sin decir agua va, Lupe canjea las noches de parranda por la escritura. Obstinada, basta que le hablen de fracaso para que se lance. Su terquedad sorprende a Concha Michel: «No me interrumpas, no puedo salir a ningún lado». «¿Cómo se va a llamar?», se burla Concha. «La Única, porque soy la única en la vida del pintor Diego y la única en la del escritor Jorge Cuesta».
El capítulo que Lupe le da a leer indigna a Villaurrutia: «Jorge no es así. Lo tuyo es una difamación inaceptable».
—Es una novela —se defiende Lupe.
—Ni siquiera es un roman à clef, es una crónica sesgada en la que difamas a todos.
De Salvador Novo circula La Diegada en volantes que sacan de quicio a Lupe. Novo es implacable, se venga de cualquier crítica y ataca a Villaurrutia, a Pellicer, a Andrés Henestrosa, a Elías Nandino, y no se diga al nacionalista Ermilo Abreu Gómez. A Villaurrutia lo hace polvo porque se va con otro y pone en sus manos «con aroma de mujer» un soneto mortífero: «A una pequeña actriz tan diminuta / que es de los liliputos favorita / y que a todos el culo facilita: / ¿es exageración llamarle puta? / Por mucho que se diga y se discuta / ella es tan servicial, que cuando cita / las vergas que recibe de visita / ornamenta con una cagarruta». A nadie perdona, todos temen su saña. Según Novo, el nombre de Lupe debe escribirse con caca y Diego es un consumado cabrón. «Es una infamia», llora Lupe.
Novo no ceja, acumula atrocidades, habla de la horrible catástrofe que significa que Diego suba escaleras y llegue a lo alto en un andamio para ensuciar muros inmaculados. Para él, Diego es «un hijo de puta, un buey sobre el techo, un Búfalo vil, un genio pintor que se marcha a Rusia dejando a sus hijas, si hijas puede llamarse a quienes son grotesco engendro de hipopótamo y arpía». Novo cree defender a Jorge Cuesta al decir: «Dejemos a Diego que Rusia registre, / dejemos a Diego que el dedo se chupe, / vengamos a Jorge, que lápiz en ristre, / en tanto, ministre sus jugos a Lupe». Novo se desahoga, transita del sarcasmo al vituperio, lo suyo ya ni siquiera es insulto, es lacerante, habla de gonococos y de erecciones, de linfas urinarias y de heces, de chancros y bubones, de inodoros, meados, culos, y acusa a Diego de «fecundidad monótona de libre / que admite y multiplica, a duras penas / algún gringo hallará que lo celebre. / Decídase por bulbos o galenas / y vuelto hacia el pictórico pesebre, / procure derribarse las antenas». De todos los sonetos, uno, el peor de todos, circula en boca de los entendidos:
La diestra mano sin querer se ha herido
el berrendo del muro decorado,
y por primera vez tiene vendado
lo que antes tuvo nada más vendido.
Un suceso espantable es lo ocurrido;
descendió del andamio tan cansado,
que al granero se fue, soltó un mugido
y púsose a roncar aletargado.
Y una mosca inexperta e inocente,
aficionada a mierda y a pantano,
vino a revolotear sobre su frente.
Despertó de su sueño soberano
y al quererla aplastar —¡hado inclemente!—
se empitonó la palma de la mano.
Ochenta años más tarde hasta su biógrafo y admirador, Carlos Monsiváis, dirá que Novo «se olvida del refinamiento y se atiene al arte del insulto» y reproduce el más tibio de sus sonetos: «Cuando no quede muro sin tu huella, / recinto ni salón sin tu pintura, / exposición que escape a tu censura, / libro sin tu martillo ni tu estrella, / dejarás las ciudades por aquella / suave, serena, mágica dulzura, / que el rastrojo te ofrece en su verdura / y en sus hojas la alfalfa que descuella. / Retirarás al campo tu cordura, / y allí te mostrará naturaleza / un oficio mejor que la pintura. / Dispón el viaje ya. La lluvia empieza. / Tórnese tu agrarismo agricultura. / Que ya puedes arar con la cabeza». Octavio Paz, menos indulgente que Monsiváis, concluye: «Tuvo mucho talento y mucho veneno, pocas ideas y ninguna moral. Cargado de adjetivos mortíferos y ligero de escrúpulos atacó a los débiles y aduló a los poderosos; no sirvió a creencia o idea alguna, no escribió con sangre sino con caca».
Aunque ya no es la mujer de Diego, Lupe se presenta en la Casa de los Condes de Santiago de Calimaya porque sabe que en una de sus oficinas trabaja Novo.
—Allá abajo está una señora muy enojada esperándolo —avisa uno de los porteros.
—¿Cómo es?
—Es alta y trae un paraguas.
Novo se aterra, no sale a comer y a las diez de la noche el portero le avisa:
—La señora todavía está ahí parada.
Inmunizado contra la crítica y sobre todo contra el veneno de Novo, en la portada de La Única Diego Rivera dibuja en 1938 a las dos hermanas Marín: Lupe e Isabel sostienen en una charola la cabeza de Jorge Cuesta. Obviamente son ellas los verdugos.
«¿Por qué pusiste a mi hermana?». «¿No me dijiste tú que la pusiera? —exclama Diego—. ¿No me dijiste que querías vengarte de ella?». «Sí, pero ya no estoy tan segura», responde Lupe. De pronto, la novela se le ha hecho como una mancha roja en la frente que no logra borrar. «¿Y si estoy mal?».
—Esto yo no puedo publicarlo —se indigna el editor Porrúa.
Solo uno de los tíos Preciado en Guadalajara consigue que la editorial Jalisco acepte el manuscrito. Lupe distribuye ejemplares y pregunta cada día que pasa: «¿Ya lo leíste? ¿Qué te pareció?».
A Salvador Novo lo retrata como un afeminado y condena su prosa «sin ningún valor literario».
—Es una arpía, me las va a pagar —amenaza Novo después de leer el mamotreto.
—¿Más? —le responde Carlos Pellicer.
Gorostiza le lleva un ejemplar a Cuesta:
—¿No te vas a defender?
—Defenderme, ¿de qué? Nadie que me conozca creerá semejante idiotez.
En la redacción de El Nacional, Lupe confronta a Luis Cardoza y Aragón:
—Seguramente vas a hablar mal de mi libro porque eres amigo de Jorge.
—Si hablo mal de tu libro no será por mi amistad con Jorge sino porque no sirve.
La luz en los ojos verdes de Lupe se incendia, pero de pronto abre la boca, suelta una carcajada y jala a Cardoza contra su pecho:
—¡Ay, qué chiquito eres! ¡Mira dónde me llegas!
—Si fuera Jonás me iría contigo —responde Cardoza y Aragón.
—¡Qué pelado, qué majadero eres!
Deciden tomar unas copas en el Broadway, pero como Luis Cardoza no tiene un centavo, de nuevo Lupe paga la cuenta. «Como en París», recuerda Luis.
Lupe conserva en su ropero cajas de cartón llenas de La Única. Todas las noches, «henchida de indignación», planea escribir otra novela que la reivindicará frente a sus detractores.
El 12 de enero de 1938 José Juan Tablada escribe en Excélsior lo que sus amigos no dicen en voz alta:
Sus páginas son como trapos con pringue o máculas secretas, exhalando ingratísimos olores […]. Es, en síntesis, un chiquihuite de ropa sucia por su contenido y por su forma burda y mal tramada. Esposa primero de un gran pintor y después de un letrado, la autora pudo darse un barniz de cultura, pero tan leve, que il craque sous l ’ongle —poniéndose a su nivel— podríamos decir que en materias culturales «vacila de olete».
Despechada y corajuda, Lupe lamenta la nula recepción de su obra y ella, que tanta radio escucha, no se entera del decreto de expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas la noche del 18 de marzo de 1938. La decisión de Cárdenas le devuelve a México el petróleo confiscado por compañías disfrazadas de mexicanas, El Águila o la Huasteca, que en realidad son la Standard Oil y la Shell. Cárdenas contó con el apoyo de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) de Vicente Lombardo Toledano, por quien Lupe no siente la más mínima simpatía.
Lupe no entiende el entusiasmo de Frida, que le cuenta que Cárdenas la emocionó hasta las lágrimas al oírlo por radio: «Pido a la nación entera un respaldo moral y material suficiente para llevar a cabo una resolución tan justificada, tan trascendente y tan indispensable». «¿Te das cuenta, Lupe? Parece que a Bellas Artes llegaron campesinos con su gallina, una canasta de huevos, lo que fuera con tal de dárselos a doña Amalia para pagar la deuda».
En abril André Breton desembarca en México con Jacqueline Lamba, su mujer, y Diego y Frida les ofrecen su casa. Para Breton, México era un indio dormido bajo su sombrero, pero desde que conoce a Frida el país es como ella: «una bomba envuelta en un listón».
Crítico del estalinismo al grado de tener que exiliarse y solicitar un puesto de profesor en el extranjero, Breton, seguidor de Trotski, espera un nombramiento que nunca llega. Cuenta a quien quiere escucharlo que el Ministerio de Educación francés le ofreció dos países: Checoslovaquia o México. «Por supuesto escogí México».
Lupe no suelta a Diego. Las intervenciones incendiarias del muralista también fascinan a sus dos hijas cuando comen con los mayores, aunque las ideas que expone terminen por enojar a Trotski. Lupe prepara platillos y en la sobremesa recuerda su encuentro con Breton en París y su metida de pata al llamarlos subrealistas. «¡Qué bárbara eres!», exclama Diego.
A través de Lupe, Cuesta consigue que el francés le dedique el Segundo manifiesto surrealista. «A Jorge Cuesta, homenaje amistoso. André Breton».
Breton solo alcanza a dar una conferencia en la Universidad Nacional, «Las transformaciones modernas del arte y el surrealismo», porque varios conflictos estudiantiles interrumpen el ciclo. Los diarios de México reproducen los ataques del semanario francés estalinista Marianne: «Trotski apoya la expropiación petrolera de Cárdenas porque México enviará su petróleo a Hitler», y las embestidas contra Trotski alcanzan a Breton. Su mujer, Jacqueline, permanece varios días en cama con la venganza de Moctezuma.
Cuando Diego, Trotski y Breton viajan a Guadalajara a dar una conferencia, El Nacional confirma que se reunieron con Gerardo Murillo, el Dr. Atl, «agente de la embajada alemana». Los artículos del Dr. Atl se publican en el periódico La Reacción, que apoya a los Camisas Doradas, fanáticos anticomunistas:
—¡Es a mí a quien tratan de fascista! —se indigna Breton.
Con sus invitados, Diego recorre Cuernavaca, Puebla y varios pueblos de Michoacán. Breton y él suben al Popocatépetl. ¡Imposible perderse una sola excursión! Ese día Lupe sustituye a Frida en la ascensión al volcán y camina extasiada al lado de su Panzas. Al autor de L ’amour fou esa mexicana desparpajada le parece aún más atractiva que Frida. «Si alguna vez me separo de ti, ¿vendrás a verme todos los días como Lupe Marín a Diego?», le pregunta Breton a su mujer.
Breton anota cada expresión callejera, cada nombre de pulquería, cada grito de vendedor ambulante y pregunta a Diego: «¿Qué es méndigo?». Le encanta la advertencia «Échame aguas, güerito».
A los cuatro meses, Rivera y Breton redactan en Pátzcuaro su Manifiesto por un arte revolucionario independiente. El documento revela el peligro del estalinismo y del fascismo y los analistas políticos señalan que su verdadero autor es Trotski. «Toda creación libre es declarada fascista por los estalinistas. El arte revolucionario independiente debe unirse contra las persecuciones reaccionarias y proclamar altamente su derecho a la existencia».
El 30 de julio de 1938 Breton y su mujer regresan a Francia sin imaginar que la paranoia de Hitler los alcanzará a ellos también.