CAPÍTULO 29

CARTA AL DOCTOR LAFORA

En sus artículos en El Universal, Jorge Cuesta ataca continuamente a Vicente Lombardo Toledano, la máxima figura de la izquierda mexicana, el líder de la CTM, el primer obrero de la nación, el marxista, el miembro de los Siete Sabios, el gobernador interino de Puebla, el que siempre sale con el mismo traje (aunque más tarde se descubrirá que tiene cincuenta iguales colgados en su ropero). El colmo es la carta al expresidente de la República, Emilio Portes Gil, en la revista Hoy el 23 de marzo de 1940: «En todo lo que se ve, todo lo que el licenciado Lombardo Toledano ha sido es una falsedad, un disimulo, un fraude. ¡Nunca fue ni filósofo ni intelectual y nunca ha sido un revolucionario!».

Una noche, cuando regresa a su departamento ahora en la avenida México 31 de la colonia Condesa, tres hombres lo golpean hasta dejarlo desmayado en el piso. «A ver si así, pendejo, puto de mierda, dejas en paz al jefe», gritan a cada puñetazo.

Después de la golpiza de los enviados de Lombardo, los dolores de cabeza aumentan y sufre delirios de persecución; ellos vienen a llevárselo; a veces son lombardistas, a veces judíos, otras masones y aparecen a cualquier hora. Su oído izquierdo sangra a todas horas. Quizás esa tremenda paliza desencadena lo que Cuesta presentía desde muy joven y le confió a Lupe: «Tengo una enfermedad de la hipófisis, a los treinta y cinco años me voy a volver loco, esto no tiene remedio».

Pasa más tiempo encerrado en su departamento que en su trabajo en la Sociedad de Productores de Alcohol porque hay días en que la migraña le impide salir de la cama. Su hermano Víctor lo interna por primera vez, en septiembre de 1940, en el psiquiátrico de La Castañeda, en Mixcoac. Ahí los médicos le dan electrochoques e insulina y diagnostican nula su estabilidad psicológica. Durante su encierro muere su madre, Natalia Porte-Petit, de una trombosis cerebral. Cuando Jorge sale del hospital, ni siquiera Víctor se atreve a decírselo.

Al primer confinamiento le siguen al menos otros tres.

Una mañana encuentra bajo la puerta de su departamento una amenaza de muerte. Corre a llevársela a Víctor y a Alicia Echeverría, su antigua novia y ahora mujer de Víctor, que viven en una casa alquilada en Xochimilco. «Hermano, múdate a San Ángel». «¿Y mi trabajo?». Víctor le pide a Luis Arévalo, su amigo de Córdoba, Veracruz, que ayude a Jorge a montar un laboratorio en una de las habitaciones de su nueva casa. «Mi hermano es un genio, tú serás el primer beneficiado».

Cuando Arévalo, devoto de don Néstor Cuesta, ve llegar a Jorge vestido de oscuro, alto y tenebroso, con un ojo casi cerrado, se atemoriza. Y más lo asusta en los días siguientes. Jorge le explica que su experimento puede cambiar no solo su propio destino, sino el de todo el vecindario. «Luis, usted se encuentra en el umbral de una nueva vida, si colabora conmigo se convertirá en mi socio y será todopoderoso». Sin embargo, no lo deja entrar a su cuarto, ni a Víctor ni a Alicia que lo buscan con frecuencia: «Trabajo en algo muy importante». Uno de sus experimentos consiste en convertir desechos de aceite comestible en gasolina. Todas las noches, Luis Arévalo sale a las taquerías y restaurantes a buscar las sobras del aceite que usaron en el día.

—¿Y para qué lo quiere? —preguntan los cocineros.

—Para hacer funcionar los carros.

—¡Ah, si va a hacer negocio, se lo vendo!

Pero el experimento que desvela a Cuesta es el elíxir de la vida, con base en la ergotina, el hongo del centeno, fórmula que sintetizada acabaría con las toxinas que envenenan el cuerpo y destruyen sus tejidos.

Los Contemporáneos saben que Jorge es su propio conejillo de Indias. Dos meses más tarde, Cuesta cita a los hermanos José y Celestino Gorostiza y a Carlos Pellicer para probar su elíxir:

—Creo que después de largas horas de insomnio he descubierto el secreto de la juventud, espero que ustedes lo comprueben y me ayuden a divulgarlo.

—Siempre anhelé conocer la fuente de Juvencio —se burla Carlos Pellicer, que vive casi desnudo en Tepoztlán.

Para complacerlo, los amigos beben la pócima durante varios días. El efecto es el de un energético:

—No sé si es la fuente de la juventud, pero es portentoso. Ayuda a trabajar durante dieciséis horas sin cansancio —reconoce Pellicer, que golpea su pecho desnudo.

—Lo que sí, a ti, Jorge, no te ha hecho ningún efecto porque te ves bastante deteriorado —concluye Celestino Gorostiza, que tiene poco que ver con su hermano José.

—Jorge —lo invita José, bondadoso—, ¿por qué no te alejas un tiempo de todo esto? Te veo mal. ¿Por qué no te vas a descansar a Córdoba? Ve a ver a tu hijo y a tu gente… Yo te ayudo…

Desde joven Jorge padece hemorroides; sangra y deduce: «Estoy en un estado intersexual, me estoy convirtiendo en mujer».

—Estoy menstruando —le dice a Alicia que, culpable, lo visita con más frecuencia que Víctor.

—Ahora ya sabes lo que es ser mujer —responde su examante sin darle mayor importancia.

Cuando Víctor y Alicia terminan su visita, Jorge, solo y fuera de sí, toma un picahielo e intenta reventar sus testículos. Luis Arévalo lo encuentra tirado dentro de su propia sangre en la tina. Escandalizado, lo lleva a la clínica del doctor Lavista en Tlalpan.

Después de ese intento de castración y varios días de hospital, el médico Gonzalo Lafora —refugiado español— concluye que Cuesta padece una «homosexualidad reprimida» y lo devuelve a su casa. Lafora, republicano, amigo y médico también de Lupe Marín, colaboró con el descubridor del alzhéimer en Múnich y no puede equivocarse. Indignado con su diagnóstico, Jorge le envía una carta:

Le manifesté a usted que en los últimos meses estuve ingiriendo sustancias enzimáticas que yo mismo preparaba por el procedimiento de síntesis que descubrí con el objeto de experimentar en mí mismo su acción «desintoxicante». Se lo manifesté con el objeto de que pudiera considerar el efecto anatómico o morfológico que hubiera podido tener en mí la ingestión de esas sustancias. Usted encontró dos cosas: 1) Que era un nuevo absurdo (revelador también de obsesión mental) que yo atribuyera a esas sustancias una acción anatómica […]. 2) Que el efecto que pudieron tener debiera localizarse en el sistema nervioso. Esto puede ser como usted lo sospecha pero no creo que pueda comprobarse sino por la observación biológica en otros organismos experimentales la acción de las sustancias que yo ingerí, y que hasta ahora no son conocidas por nadie sino por mí mismo que las preparé.

En vez de reconocer la notable lucidez de su paciente, Lafora archiva la carta y prefiere escuchar a su informante, Lupe Marín, que vengativa viborea que Cuesta está enamorado de Villaurrutia, tiene aberraciones de todo tipo, tuvo relaciones sexuales con su joven cuñada, la muy mustia de su hermanita, Isabel Marín Preciado, que «dizque vino a atenderla a ella pero enamoró a Jorge». Insiste en que también sufre de amor por su propia hermana, Natalia Cuesta Porte-Petit, «una güera sin ningún chiste, y para acabarla de amolar es un maniático degenerado capaz de asediar a su hijo y hasta de atacar a su madre dizque francesa, tú».

Por medio del doctor Lafora, Lupe sigue de lejos pero con gran provecho la evolución de Cuesta. Para ella, comprobar su locura es demostrarle a tout Mexique que ella tenía razón. Lafora la recibe en su consultorio y la escucha como si esa mujer apasionada fuera su colega.

En la noche, sola en su cama, Lupe piensa que ese miembro que Jorge quiso cortarse estuvo dentro de ella, es parte de su cuerpo y que el sufrimiento debió ser terrible. Aunque no quiere visualizarlo atentando en contra de sí mismo, la hostiga la imagen de Jorge mutilándose. ¡Qué inmenso desorden es la vida! La sangre de Jorge la persigue y Lupe no comprende cómo Lafora le permitió salir de la clínica después de todo lo que le contó. A ella le consta que Jorge es una enciclopedia viviente, sabe más de lo que hay en los libros, es superior a cualquier médico. Desde joven se la pasa inyectándose para el progreso de la ciencia, Huxley lo consulta, muchos extranjeros vienen a México a buscarlo y sus conocimientos son superiores a los de Lafora. Lupe es un amasijo de contradicciones y no tiene conciencia del efecto de su acusación. Insiste en que Jorge no solo sabe de enfermedades mentales, sino de la castración intelectual porque también su espíritu crítico lo castró.

—Lo que pasa es que ese individuo no se quiere —concluye satisfecha por estar a la altura de Lafora.

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