CAPÍTULO 34

LA GARRAPIÑITA

Ruth calla ante cualquier grito de su madre, en cambio, su hermana mayor la desafía. «No te guardes nada, te vas a enfermar, enfréntala», se impacienta. Más alta y delgada, Ruth no reacciona. «¡Qué coraje me da que te quedes tan callada!». Ruth extraña la figura paterna de sus primeros años, Jorge Cuesta, y cuando su madre la interroga sobre sus pretendientes responde lacónica: «Es un amigo».

En el Poli los alumnos no entienden su presencia ni toleran sus buenas calificaciones. Esa jovencita tímida los irrita con su altura y sus ojos bajos. «Ojalá la corran, pinche vieja». Son escasas las mujeres en el Poli y en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura. Cada vez que entra a su salón, treinta pares de ojos masculinos la observan y Ruth mira la punta de sus zapatos. Solo uno le dirige la palabra, Pedro Alvarado Castañón, sobrino del grabador Carlos Alvarado Lang, director de la Escuela Nacional de Pintura y Escultura. Es el único que menciona en clase a Leonardo da Vinci y Ruth, sorprendida, levanta los ojos. Resulta que no solo conoce la obra de Diego, sino que la admira:

—Es el pintor más grande de México… y no lo digo porque sea tu padre.

Pedro la defiende y una tarde Ruth lo escucha decir a dos compañeros: «Ruth es la hija del mejor muralista de México y en vez de vivir a costa de él, viene a fletarse al Poli».

A partir de ese momento los demás la acompañan a la salida, la incluyen en sus charlas, la invitan a sus bailes y ahora Ruth entra sonriendo al salón.

—Su padre es comunista, seguro por eso la mandó a estudiar una carrera de hombres —le explica un compañero a Pedro.

Al terminar la clase, Pedro y Ruth estudian juntos en la casa de Tampico 6 y lo presenta a Lupe Marín, a Lupe Rivera y a Juan Pablo, su hijito.

Ahora que la hija mayor es abogada y Ruth estudiante del Poli, Diego las presume: «¡Y tú querías que fueran secretarias!», se ríe en el rostro de Lupe, quien dedica la mayor parte de su tiempo a Juan Pablo.

Las hermanas se pelean por cualquier cosa y Lupe Marín interviene siempre a favor de Ruth:

—A ti te defiende porque haces todo lo que te pide, yo no me pienso callar —protesta Lupe chica.

Pedro Alvarado y Ruth comen los domingos en la Casa Azul con Diego y Frida. Pedro habla durante horas de pintura con Diego y Diego asiente con la cabeza. «Me cae bien tu amiguito». Cuando su hija le comunica que quiere casarse con él, Diego lo aprueba.

—¿Dónde van a vivir? —se preocupa Lupe.

—No te apures, Pedro tiene sus ahorros y pensamos comprar una casita.

Lupe Rivera vive con su madre y su hijo Juan Pablo en Tampico 6. Ruth y Pedro Alvarado se mudan a la calle Valerio Trujano, en la colonia Guerrero, a una de tres casas en serie. En la de en medio vive el bailarín Guillermo Arriaga con su esposa, la costarricense Graciela Moreno, y sus dos hijos pequeños, Guillermo y Emiliano. En la de la izquierda se instalan los teatreros de La Linterna Mágica, José Ignacio Retes y Lucila, y en la última Ruth y Pedro conciben a su primer hijo.

La idea de vivir en la colonia Guerrero al lado de Arriaga le encanta a Ruth porque se conocen desde niños. Guillermo ensaya La balada del venado y la luna con la bella Ana Mérida, hija de Carlos Mérida, amigo de Diego. Las fiestas en casa de Guillermo son frecuentes. Acuden Lupe Marín, los Retes, Pedro Coronel y Amparo Dávila, quienes festejan a Ruth y a Pedro.

Al terminar la carrera Ruth se convierte en la primera ingeniera-arquitecta egresada del Poli. Juan Manuel Ramírez Caraza, director del Poli y especialista en comunicaciones terrestres, la felicita con emoción, y el director de Bellas Artes la invita a enseñar en la Escuela de Pintura y Escultura y en la de Diseño y Artesanías. En la noche, cuando por fin regresa a su casa, apenas le queda tiempo para preparar sus clases. Su madre le reclama: «Trabajas demasiado, ya nunca te veo». Pedro Alvarado termina la carrera después que ella y busca trabajo pero solo encuentra una ayudantía en un despacho de arquitectos.

El matrimonio Rivera-Alvarado vive sin lujos. Lupe Marín come con Ruth los domingos. En la tarde, la pareja visita a Diego y a Frida y Lupe siempre quiere acompañarlos.

—¿Te hace feliz ese individuo? —inquiere Lupe—. A mí me parece sumamente desabrido.

—¡Ay, mamá!

El 25 de diciembre de 1950 Agustín Lazo llama a Lupe Marín a las diez de la mañana: «Xavier acaba de morir». «¿Qué Xavier, tú?». «Xavier Villaurrutia, Lupe, ¿a qué otro Xavier me voy a referir?». A Lupe se le aflojan las piernas, tiene que sentarse y alcanza a preguntar: «¿Cómo? ¿De qué?». Según el médico fue «angina de pecho». «Es muy raro porque Xavier no sufría del corazón, pero la familia rechaza la autopsia».

Ocho años después de Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia fallece a los cuarenta y cuatro años en su casa de Puebla 247, en la colonia Roma.

En el Panteón del Tepeyac, Lupe, con anteojos negros, se yergue en toda su altura al lado de Agustín Lazo que llora desconsolado. Jaime Torres Bodet —ahora en la ONU— envía una carta muy dolida a la familia de Xavier y otra más dolida aún a Agustín Lazo.

Imposible olvidar el amor que Villaurrutia le tuvo a ella, la celebración de su ingenio: «Lupe, cualquier cosa que digas será genial», su compañía, las lecturas en común, las traiciones de Novo. ¿Qué le pasó, si a él todavía no le tocaba? «¿También él se habrá suicidado?». Repasa el poema que Xavier le hizo memorizar:

Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro

cae mi voz

y mi voz que madura

y mi voz quemadura

y mi bosque madura

y mi voz quema dura

como el hielo de vidrio

como el grito de hielo

aquí en el caracol de la oreja

el latido de un mar en el que no sé nada

en el que no se nada.

Además de la pérdida de Xavier, Lupe cultiva otra preocupación: su hija Ruth. Mientras el matrimonio Rivera-Alvarado zozobra, su hija mayor conoce al economista Ernesto López Malo, militante del Partido Popular. Ernesto es inteligente, aficionado al cine, al teatro, a la música y a la buena comida. «Somos la pareja perfecta», confía Lupe Rivera embarazada, pero no deja de trabajar por más que su marido le pide que desista. El 21 de octubre de 1952 nace su segundo hijo, Diego Julián. Ernesto se ocupa tanto del recién nacido como de Juan Pablo, a quien trata como a un hijo. Asiste a las reuniones del Colegio Alemán que Lupe Rivera olvida. Él es quien firma la boleta de calificaciones y recibe sonriente los elogios de las maestras. Que Juan Pablo sea disciplinado es un gusto para él aunque en el Colegio Alemán es difícil ser desobediente.

La muerte de Frida, el 13 de julio de 1954, impresiona a las muchachas Rivera porque todo un mundo extraño y poderoso giraba en torno a ella. Aunque previsible, Ruth adivina que será un golpe tremendo para su padre. «¿Tendrá remordimientos?», se pregunta. Diego compartía con Frida una relación pasional que jamás tuvo con Lupe porque Frida se le ofrendaba cada día. «Haz conmigo lo que quieras». Frida vivía y pintaba para él. Lupe nunca lo amó de esa forma. Nunca entró en el misterio de Diego. Las dos hijas se detienen a la orilla de algo para ellas impenetrable. Ruth también se pregunta cuál será el destino del hijo que espera. El 20 de diciembre de ese mismo año nace Ruth María de los Ángeles, Pipis. Sus padrinos son María Félix y Diego Rivera.

Diego, viudo, es un ánima en pena, Lupe Marín lo visita con frecuencia: «Te voy a preparar un caldo de pollo. Abrígate, te vas a enfermar». Le lleva su itacate a la Casa Azul desolada y vacía. El venado Granizo ya no corre en el jardín, los xoloitzcuintles permanecen en su perrera, los changos, los pericos y las guacamayas desaparecieron, la cocinera salió de vacaciones, al fin que Diego ya no tiene hambre. En la esquina de Londres y Aldama el silencio es el de un camposanto.

¡Mala señal! Diego ya no se interesa por la política, nunca interroga a quien llega: «¿Qué le parece el gobierno?», pregunta con la que solía recibir a sus visitantes. Ahora, ni siquiera el programa de gobierno del austero veracruzano Adolfo Ruiz Cortines llama su atención.

«El viejito», como llaman al presidente, es implacable con su gabinete y el primero en declarar su estado patrimonial al día siguiente de la toma de posesión. Rechaza regalos de empresas privadas. El único dinero que le interesa es el que gana en el dominó. Lupe Marín admira su rigor y Diego sonríe cuando ella le cuenta que Luz Aspe —gran amiga de Tencha, la hija de Plutarco Elías Calles— le sugirió a Miguel Alemán vestirse de Alí Babá y los cuarenta ladrones para un baile de disfraces en Los Pinos. «Ahora que las mujeres podemos votar ojalá no elijamos a lo tarugo», se emociona Lupe.

A los seis meses de la muerte de Frida, Diego toca a la puerta de la casa de Tampico 6 y encuentra a Lupe, a su hija mayor y a su nieto Juan Pablo sentados a la mesa.

«Quiero hablar a solas con tu madre». Al salir su hija y su nieto del comedor, le propone matrimonio a Lupe Marín. Una hora más tarde, Lupe chica ve a su padre descender la escalera, encorvado, la mano sobre el barandal.

—¿Sabes qué me vino a decir tu papá y me reí en su cara? Que me case con él.

—Mamá, ¿por qué no aceptaste?

—¿Estás loca? ¡Cómo me voy a casar con ese viejo bolsa!

—Mamá, acabas de cometer el peor error de tu vida.

—Ese viejo ya está muy trabajado, ¿viste cómo se pandea? Yo tengo toda la vida por delante —alega Lupe.

Lupe Rivera mira a su madre con odio: «Mamá, ¿cómo pudiste? Perdiste lo único que vale la pena en tu vida. Mi papá le teme a la soledad. Será un gigante, pero los hombres como él no pueden vivir solos. Vas a ver la arrepentidota que te das. Dentro de seis meses estarás llorando porque ya encontró a otra».

Para Navidad, Diego les pide a las tres que se reúnan en su casa de Altavista. Lupe se luce con sus pechugas, ahora de pavo a la vinagreta. Por única vez, la familia está completa: Lupe Marín, Diego Rivera, Lupe Rivera y Ernesto López Malo con sus hijos, Juan Pablo y Diego Julián; Ruth, Pedro Alvarado y la pequeña Ruth María.

Durante la cena, Lupe chica cuenta su experiencia extraterrestre en la Sierra Gorda de Querétaro y Diego la escucha atento:

—Deberían haber visto las bolas de fuego atravesando el cielo. Allá la gente les dice tzinziniles que en otomí significa brujas.

—A lo mejor eran estrellas fugaces —interviene Lupe Marín.

—¡Ay, mamá! Desde la Biblia y el Popol Vuh se habla de que hay otros seres en el universo. ¿A poco crees que los humanos somos los únicos?

—Lo único que sé es que yo soy única y no tengo nada que ver con los ovnis —presume su madre.

Lupe vuelve la cabeza hacia su padre:

—¿Tú crees que la Piedra del Sol, o el calendario azteca, es la representación de una nave espacial?

—Sí creo que puedas tener razón, Lupe, muchos mensajes de nuestro pasado precortesiano no han sido descifrados y al igual que tú pienso que es factible que haya vida en otros planetas.

—Los dos son igual de cuenteros y de mentirosos —ríe Lupe Marín.

El 29 de julio de 1955, un año después de la muerte de Frida, Diego se casa con Emma Hurtado, su agente desde 1946 y dueña de la galería de arte que lleva su nombre. «¿Cómo se fue a casar con esa chaparra fea que a todos les parece poca cosa? —pregunta Lupe a gritos—. Es el colmo, mira que casarse con la Garrapiñita».

—Te lo dije, mamá, te lo advertí. Ahora con tu pan te lo comes.

Cada vez más alejada de su familia, la joven Lupe Rivera Marín se acerca al PRI de Agustín Olachea y Alfonso Corona del Rosal, este último militar. ¿Cómo no va a conseguir una diputación la hija de Diego Rivera si tiene los mismos méritos que otros y mucha más capacidad? ¿No oyó Lupe hablar de política en casa durante toda su vida? «¿Te metiste al PRI?», se enoja Diego Rivera. «Sí, y hasta voy a ser diputada ahora que las mujeres podemos llegar a la Cámara; son muchos los que están dispuestos a apoyarme y a costear mi campaña». Diego se sulfura: «Te vas a dedicar a la peor de las actividades que el hombre puede escoger. Si vas a llegar adonde tú te propongas, llega por el camino de la técnica y no de la lambisconería». «Papá, me parece que la doctrina social más justa es la socialdemócrata, una democracia que busca el bien de toda la población, y para mí eso es lo que representa el PRI».