CAPÍTULO 41

TLATELOLCO

En 1964 Ruth trabaja en el Museo Anahuacalli junto a Juan O’Gorman. Frida Kahlo compró kilómetros de tierra en un pedregal de lava sobre el que solo crecen espinas y cactáceas y Diego se propuso construir en ese terreno su pirámide azteca, maya, tolteca, riveriana.

Asesorado en sus colecciones por Alfonso Caso, levantó su templo de tres niveles con arcos, nichos y laberintos negros y fríos como los túneles de una mina monstruosa que apuntara al cielo. «En el piso de arriba pondré mi estudio dedicado a Tláloc». Más de cincuenta mil piezas de arte prehispánico recogidas a lo largo de su vida se exhibirán en esta faraónica construcción en el sur de la Ciudad de México. ¿No es Diego mismo un dios, un señor feudal, un magnate, un guía espiritual rodeado de discípulos y de sirvientes? ¿No es su familia la familia real de México, la que rivaliza con la presidencia?

«Con este dinerito me voy a dar el lujo de un nuevo viaje a Europa», informa Lupe tras vender un cuadro de Diego. Lupe, su hija, le hace notar: «Mamá, tendrías que asistir a la inauguración del Anahuacalli».

—¡Tienes razón! Me voy después de la inauguración.

El Museo Anahuacalli se inaugura el 18 de septiembre de 1964. Ruth, mucho más alta que el presidente de la República, y Lupe, imponente, cada una destaca enfundada en un traje blanco cortado a la perfección. Caminan al lado de Jaime Torres Bodet, Juan O’Gorman y Carlos Phillips Olmedo, hijo de Lola, quien contribuyó al buen término del museo. Conducen al presidente Adolfo López Mateos, de anteojos negros, a su comitiva y al muralista David Alfaro Siqueiros, que acaba de salir de prisión, por las salas hoy iluminadas.

En Madrid Lupe visita al doctor Gonzalo Lafora, ya retirado. Tanto Lafora como su mujer recuerdan México y disfrutan los chismes y las maledicencias que salen de su boca en catarata. Insidiosa, Lupe le pregunta al médico: «Cuénteme, Lafora, cuál es el peor caso que le ha tocado». El psiquiatra se disculpa: «Es secreto profesional».

Lafora jamás menciona a Jorge Cuesta.

«¿Se habrá equivocado en su diagnóstico?», se pregunta Lupe. «¿Me equivoqué yo?».

Se dirige todas las mañanas al parque de El Retiro. Para Lupe caminar es un reclamo de sus largas piernas. Lo hace con tanta naturalidad que los madrileños, buenos caminadores, la ven con simpatía y le gritan: «¡Fea!», un elogio muy madrileño. Ruth, quien ha sido escogida entre muchos contendientes para presentar una ponencia en un congreso de arquitectos, arriba al mismo hotel y Lupe se encanta:

—Tu papá estaría muy orgulloso de ti, Ruth.

Antes de que su hija menor regrese a México, viajan juntas a París y Lupe compra dos saquitos príncipe de Gales para su nieto Juan Coronel y le escribe una tarjeta en la que aparece un hombre de grandes bigotes abrazado a una mujer:

París, mayo 21 de 1964

Querido Juanito: Yo quisiera que ahora que vas a cumplir tus tres años tuvieras bigote como el del joven de esta tarjeta. Y también quisiera que allá en México te encontraras una novia como la que tiene el señor de los bigotes. Te mando mil felicidades en tu día y dos saquitos que va a llevarte tu mamá. Espero verte pronto. Besos de tu Guagua.

—Pero, mamá, ¿y a los otros niños qué les compraste?

—Nada, lo de Juanito es para su cumpleaños.

Cada vez que viaja a Europa, al primer nieto que le escribe es a Juan Coronel:

Madrid, mayo 11 de 1966

Mi querido Juan Coronel: Me vine sentidísima contigo porque no fuiste al aeropuerto a despedirme. Después supe que estabas enfermo y como los teléfonos del aeropuerto estaban descompuestos no pude hablarte.

Me gustaría que supieras escribir para que me contaras lo que dice tu mamá de mí. Si puedes díctale una carta a la secretaria de tu mamá y me cuentas todo. Dile al gordo que no le escribí porque sigue pipiándose en la cama y que si mientras estoy aquí no se le quita esa mala costumbre no le llevo la gabardina. Dile a Pipis que me diga lo que quieren que les lleve. Si impermeable, traje o zapatos, juguetes de ninguna manera.

Cuídate mucho y no juegues con animales; lávate las manos seguido y come carne y fruta. Te mando mil besos para que los repartas entre tus hermanos. Salúdame a tu papá, a tu mamá, a Lili y a Lupe si se fue con ustedes. También al chamaco que te cuida. Contéstame tú ya que tu mamá no me escribe y nada más dice cosas feas de mí. Besos, tu Guagua.

Después de Madrid y París, Lupe concluye que las mexicanas se visten mal, se pintan demasiado, son cursis y cuando —de regreso a México— ve a su hija mayor, la regaña como a una niña: «¡Qué horrible te arreglas, mira nomás, ya se te corrió el rímel, quítate esos trapos! ¿Qué no ves que estás hecha una vaca?». Para ella ser gordo es sinónimo de maldad, necedad, suciedad, y de tanto machacarlo hereda el trauma a sus hijas, sobre todo a Ruth, que sube de peso con facilidad y va de dieta en dieta.

Los desencuentros entre Ruth y Rafael Coronel son cada vez mayores. Rafael es ya un pintor reconocido y su obra se vende como pan caliente. Ruth María y Pedro Diego huyen de él como del diablo. Una noche, Pedro Diego encuentra a su madre abrazada a la almohada:

—¿Por qué lloras, mamá? ¿Te vas a divorciar?

—¿De dónde sacas eso? Tú no te preocupes ni te metas, son cosas de adultos, tú eres un niño.

Tímida por naturaleza, Ruth soporta sola su carga. Nunca cuenta nada a su madre y menos a su hermana. Imposible revivir los escándalos de su infancia. Toda la vida guardará el mismo bajo perfil, la costumbre de callarse y hacerse a un lado. Ya de por sí su altura la apena. Su amor por su padre y su enorme capacidad de trabajo la distinguen. Pedro Ramírez Vázquez admira su templanza, la invita a comer y le recomienda que no se haga menos y tenga fe en su talento. A diferencia de su hermana mayor, Ruth, compañera de Diego en las tediosas reuniones del partido, se aleja del triunfalismo del PRI del cual Lupe ya forma parte. Se refugia en sus alumnos del Poli que suben a buscarla hasta la avenida Altavista.

Ruth compra un departamento en el edificio Molino del Rey, en Tlatelolco, con vista a la plaza de las Tres Culturas porque no tiene tiempo de ir a cambiarse al sur cuando surge un coctel o una cena en el Centro. ¡Imposible adivinar que el futuro del edificio es el de un campo de batalla!

A mediados de 1968 el movimiento estudiantil sacude a la Ciudad de México. Solidaria con su alma máter, Ruth acompaña a los politécnicos. En cambio, Lupe Marín regaña con el rostro distorsionado a unas muchachitas que en la calle de Guadalquivir piden apoyo para los estudiantes: «Pónganse a trabajar, par de revoltosas».

Ruth y Rafael preparan tortas para los muchachos del Casco de Santo Tomás. Rafael también lleva mensajes de los estudiantes del Politécnico al Taller de Gráfica Popular. La mañana del 2 de octubre Lupe Marín y Ruth se citan en Tlatelolco y Lupe comenta: «Aquí hay un clima raro. Nunca había visto tanto muchacho rapado».

—Esos rapados son agentes de Gobernación.

En la noche, Rafael Coronel hace un recuento de la matanza allí en la plaza.

—No te metas. Recuerda que tienes tres hijos —le advierte Lupe Rivera a su hermana menor.

Aunque muchos ignoran qué sucedió en la plaza de las Tres Culturas, Lupe Rivera, amiga de Echeverría, aconseja prudencia: «Ni se asomen, esto se está poniendo muy feo», y por primera vez en años Ruth permanece todo el día en cama:

—Me siento derrotada —responde a quien la llama por teléfono.

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