CAPÍTULO 45

RUTH MARÍA, LA ÚNICA NIETA

Desde que su nieta Ruth María vive con Lola Olmedo, Lupe afirma que no volverá a recibirla, pero apenas la llama olvida su resolución: «Guagua, no tengo zapatos». «Vente mañana, vamos a El Palacio de Hierro». Durante el trayecto, Lupe echa pestes contra Lola Olmedo: «Es una cabrona». Ruth guarda silencio porque su abuela es el último lazo que la une a su madre.

—Guagua, yo te adoro.

—Escoge ya lo que te vas a llevar —responde Lupe con brusquedad y sin dejarse abrazar.

Ninguna habla de Ruth o de Rafael Coronel, Lupe detesta remover heridas:

—Vente a comer.

A su única nieta le encanta ver el gran estilo con que su abuela se mueve en la cocina. Cada vez que sazona un guiso o abre un frasco de especias, oficia un rito. Lava cada cuchara, cada cacerola diez segundos después de usarlas, la cocina respira armonía. Lupe ofrece un mundo muy parecido al dicho: «Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar», y Ruth María, consciente de la atmósfera, inquiere: «Guagua, ¿meditas cuando cocinas?».

—Mira, la mantequilla solo la usas para los tacos de crema. El aceite siempre tiene que ser de oliva, poquito, pero de oliva. Los frijoles se fríen con leche y aceite de oliva.

—Ahora dime cómo haces esos huevos revueltos que a nadie le salen como a ti…

—Es fácil, pones tantito aceite de oliva a fuego lento; ya que está caliente tu sartén echas los huevos como si fueras a estrellarlos, cuando se pone blanca la clara le echas un cuadrito de mantequilla y al derretirse espolvoreas tantita sal de grano y bates los huevos rápido, rápido, rápido…

—¿No echas los huevos ya batidos?

—No.

Lupe todo lo hace distinto a los demás; si Ruth le pregunta cómo logra tanta elegancia, se pone de pie, camina hacia su nieta y amarra su cinturón con tanta fuerza que casi le saca los ojos:

—Mira, la elegancia está en traer la cintura bien apretada y en lucir zapatos impecables. Eso es elegancia: zapatos boleados y cintura ceñida.

Asistir a las pruebas de sus amigas Lourdes Chumacero, Carmen del Pozo o la pintora Martha Chapa es una inolvidable lección de cultura. Lupe clava los alfileres: «¡Ay, Lupe, ay!», y finge no darse cuenta de que pica a Lourdes Chumacero. «Párate bien. Levanta el cuello, no te encorves. Camina para allá, pero no así, derecha. Mira cómo lo hace mi nieta. Ruth, ven acá, a ver, enséñale a caminar». Ruth adelanta un pie con gracia.

Los vestidos que le cose Lupe a su nieta le caen de maravilla. «¿Qué te pasa, abuela? Eso duele», protesta si la pica. «Il faut souffrir pour être belle», afirma Lupe en francés.

—Guagua, ¿por qué me cortas el vestido con una talla menos?

—Para que sumas la panza. Con los vestidos largos, los de noche, debes recogerte el pelo para que se te vea la nuca y ese cuello largo que te favorece. Durante el día, puedes traerlo suelto.

Con sus dedos largos, Lupe recoge los cabellos de su nieta. Después Ruth peina a su abuela, amarra la mata negra en la nuca. «Qué preciosas orejas tienes, Guagua. El negro de tu cabello hace resaltar el color de tus ojos. ¡Qué ojos! Nadie en el mundo tiene tus ojos». «Ándale, ándale, lambiscona». De que Ruth María la ama salta a la vista y Lupe gruñe para esconder lo que siente.

—¿No tienes a quién querer, verdad, loqueta? Mejor ponte a planchar.

Parada en el umbral de la puerta, vigila cada movimiento de su nieta que toma con las dos manos el cuello del vestido:

—¡Cómo serás de bruta! A ver, quítate. Se empieza por la falda, lo más fácil, y se va subiendo hasta llegar al cuello. ¿Qué tan caliente está tu plancha? A tu abuelo yo le planchaba sus camisas y con la Garrapiñita andaba bien descuidado…

A Ruth le encanta una pintura de Soriano que Lupe colgó en su recámara. Es un toro iluminado por la luz de los faros de un automóvil. «Puedo mirarlo durante horas enteras de tanto que me gusta», exclama Ruth.

—Una noche, camino a Acapulco, Juan y Diego de Mesa casi se estrellan contra ese toro negro acostado a media carretera. Juan iba manejando y se impresionó tanto que el toro se le volvió un sueño recurrente, o a lo mejor una pesadilla, y para librarse de ella lo pintó. ¡Por ese toro Juan nunca volvió a manejar!

—Es poético y atroz a la vez.

—Mira, usaste una palabra que usaba Cuesta: atroz. ¿Qué sabes de poesía, Ruth?

—Guagua, te he dicho que a mí me fascina la poesía. Muero por López Velarde. Yo escribo poesía.

—¿Y has leído Crimen y castigo? Porque antes de escribir tienes que conocer a Dostoievski.

—Guagua, a todos les preguntas si han leído Crimen y castigo, como si fuera la Biblia.

—Es mucho mejor que la Biblia.

Ruth acaricia las tapas gastadas del libro, sus páginas como sudarios de tan leídas, y sin más abraza a su abuela, tan alta como ella, tan delgada como ella: «No, Guagua, de que lees, lees». Ruth es la única a la que Lupe le permite entrar al costurero. «Sáquese de aquí», le ordena a su adorado Juan Pablo porque le aterra que vaya a tocar algo, pero esta muchacha es lo único que le queda de Ruth aunque no se explique cómo puede ser poeta alguien que no ha leído a los clásicos.

—Guagua, también escribo cuentos.

—Muéstramelos, quiero leerlos.

A la semana, Ruth María aparece con un cuaderno escolar y le lee «La muerte del rey», lleno de fantasía y sentido del humor. Lupe se lo presume a Martha Chapa. A partir de ese día la abuela pregunta: «¿A ver, qué traes hoy?», y cuando la nieta le tiende su cuaderno, ordena: «Lee tú, porque yo no entiendo tu letra horrorosa». Ruth María lee y acepta confiarle su cuaderno. Lupe transcribe el cuento a mano. Si Ruth reclama sus hojas, Lupe responde, contundente:

—Las rompí.

—Guagua, era mi cuento.

—Pues escribe otro.

Ruth se acuesta en la cama de Lupe o se tiende a sus pies. Se convierte en una Scheherezada que mantiene embelesada a la temible sultana. «Tienes voz de serpiente». Así, abuela y nieta olvidan el mundo, la muerte de Ruth, la soledad y el dolor que cada una oculta.

—Guagua, vamos al cine, invítame, anda.

2001 Odisea del espacio de Stanley Kubrick las entusiasma.

—Vente a Cuernavaca, Pipis.

Ruth llega con una minifalda, se desviste y se echa desnuda a la alberca. Cuando sale, encuentra a Lupe tijera en mano haciéndola pedazos:

—¿Qué haces? Me la trajo mi papá de Nueva York… Es lo único que me ha traído en su vida.

—Aquí, conmigo, no vengas en esas fachas.

Ruth busca La Diegada de Novo en el librero.

—¿Qué te pasa, mocosa? ¿Cómo voy a tener esa mierda? ¿Cómo se te ocurre hablarme de ese maricón? Después de leerlo lo hice pedazos.

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? ¿Cómo voy a guardar esa porquería?

—¿No guardas cartas del abuelo?

—Nada, nada, no preguntes tanto.

Las pechugas a la vinagreta son las favoritas de Ruth María. Cada vez que su Guagua la invita a comer le pide la receta: «Es un secreto». ¡Qué bálsamo para Lupe la voz de la Pipis dentro de la casa y la presencia de esa linda muchacha que camina los pasos que ella ha perdido, los pasos que nunca dio y se lanza a sus brazos como ella nunca se atrevió a hacerlo con su madre, Isabel Preciado!

«Ruth, quédate a vivir conmigo, comerás a tus horas, yo sé lo que te conviene, mírame a mí. No tienes que ir a ninguna parte porque la gente es mala, si te busca es para hacerte daño. La gente…». Aunque no se lo demuestre, Lupe idolatra a Ruth María.

—¡Ay, Guagua!

Ruth ya ha elegido a Lola Olmedo, más glamurosa, más mundana, más consentidora, su casa enorme, las habitaciones iluminadas y llenas de muebles antiguos, la sala repleta de cuadros de su abuelo y de invitados que noche tras noche la alaban, qué alta, qué bonita, qué lista, qué bien vestida, los vestidos escotados, los tacones altos, la champaña y las cerezas en una gran fuente de plata, regalo de Carlos Trouyet. Todos se le rinden. «Yo conocí a Ruth, tu madre». Confirman que es tan bella como la hija favorita de Diego. «Tú también habrías sido su consentida, una Rivera de cepa, digna de su abuelo».

Ruth María Alvarado tiene apenas diecisiete años cuando opta por vivir con Lola Olmedo. Áspera, Lupe se vuelve un monolito, su gran boca oscura la amenaza: «¡Estás loca de remate! ¡Es lo peor que podrías hacer, vas a ver en los líos en los que te va a meter esa gánster!». Lola solo tiene palabras de alabanza para la adolescente: «Qué guapa eres, qué inteligente, tu abuelo estaría orgulloso de ti, ahora mismo te pintaría de cuerpo entero; te pareces a tu madre, ¡ah, cómo quería el maestro a tu madre, era todo su amor, quizá su único gran amor!».

Además del apoyo, Lola sabe dirigir el enorme caserón de La Noria en Xochimilco y es fascinante abrir la ventana a un tapete verde interminable sobre el que se lucen seis pavorreales. «¿Quieres desayunar cerezas?». Lola es la mujer más poderosa del planeta y a Ruth María le concede todo. Levanta la vista para saludar a la única nieta del maestro —como la presenta con todos— y en su mirada de mujer ejecutiva hay don de mando. Ruth admira al que se impone, al glamuroso, al que triunfa. Cuando Lola Olmedo, chaparrita y de pelo estirado, entra a algún sitio, los demás se hacen para atrás: «Lola sí sabe vivir. Con mi Guagua tengo que dormirme a las seis de la tarde».

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