Capítulo 11

Desigualdad global

CHRISTOPHER LAKNER

En El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty evalúa la desigualdad en el seno de las economías desarrolladas, pero el aumento de la globalización abre la puerta a otro tipo de investigaciones, orientadas a determinar el alcance de la desigualdad global. Este debate puede abordarse comparando unos países con otros pero también a unas personas con otras. En este capítulo, el economista Christopher Lakner, integrante del grupo de desarrollo económico del Banco Mundial, muestra que, durante las últimas décadas, la desigualdad ha caído a nivel mundial. De hecho, la década de 2000 fue la primera desde la Revolución Industrial en que se experimentaron descensos en los niveles globales de desigualdad. Hay, además, paralelismos con lo que Piketty encuentra en su estudio de la desigualdad interna de los países desarrollados. Y es que, tras completar una estimación de la distribución de la renta a nivel mundial, Lakner comprueba que el grupo que más ha mejorado sus ingresos es el 1 por ciento más rico, esta vez en clave mundial. Eso sí: en los países emergentes, el aumento de la desigualdad se frenó en la segunda mitad de la década de 2000. Lakner advierte, no obstante, que los datos disponibles son incompletos, de modo que hace un llamamiento a mejorar la información estadística disponible en todo el mundo.

Con este capítulo pretendo completar el análisis que ofrece Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI. Para lograrlo, planteo una perspectiva global del estudio de la desigualdad, dividida en dos partes.1 En primer lugar, evalúo la tendencia de la desigualdad global, entendida como las diferencias de ingresos entre todos los habitantes del mundo, con independencia de su país de residencia. El análisis de Piketty sí considera las fronteras, de modo que se refiere a las divergencias económicas en el seno de cada país. Con una perspectiva global y cosmopolita podemos entender otra dimensión, referida a la desigualdad total del mundo en que vivimos. Aunque no tenemos un gobierno a cargo del planeta, sí contamos con organizaciones internacionales y proyectos de gran alcance que cobran cada vez más peso y ofrecen una mirada cosmopolita que va en esta dirección. La globalización ha coincidido con un rápido crecimiento de las economías más pobres, un fenómeno que también ha empujado al alza la desigualdad interna en dichas economías. Sin embargo, el impacto de este fenómeno es distinto cuando adoptamos un análisis global, olvidándonos de las fronteras y centrándonos exclusivamente en los distintos niveles de ingresos de unas y otras personas.

En segundo lugar, planteo un vistazo a la evolución de la desigualdad interna en el mundo emergente. Una vez hemos ampliado a estos países el estudio del reparto de la renta, podemos realizar esta narrativa con mayor facilidad. Es importante mantener también el enfoque de la desigualdad por país, porque las soluciones siguen viniendo, en gran medida, de los gobiernos nacionales.2 C-21 documenta un fuerte crecimiento de la desigualdad en el seno de economías desarrolladas de Europa occidental y América del Norte. Pero el mundo emergente no está muy presente en las investigaciones de Piketty. Milanovic argumenta que, en el modelo de Piketty, los países desarrollados muestran, en gran medida, el rumbo que seguirá la desigualdad en las economías emergentes.3 China, por ejemplo, es una economía en franco proceso de desarrollo que muestra patrones similares a los de Estados Unidos en el siglo XIX, pero también guarda similitudes con la Francia de hace cincuenta años, en gran medida por la rapidez con que se está produciendo su transición demográfica. De modo que el mundo emergente se va asemejando poco a poco al mundo rico, aunque con un ritmo de cambio mucho más veloz.

Milanovic también señala que las economías emergentes desempeñan un rol en las dinámicas de la desigualdad marcadas por r > g.4 Por un lado, como estos países tienen un menor stock de capital, sus mercados arrojan retornos más elevados, lo que empuja al alza los niveles de r. Por otro lado, la aceleración del crecimiento sube los niveles de g.

Aunque el modelo de Piketty está reducido casi exclusivamente a las naciones desarrolladas de Occidente, el alcance de C-21 ha sido internacional. Su libro se ha traducido al chino, al japonés, al coreano… y ha generado debate en los medios asiáticos.5 Y es que la preocupación por la desigualdad va más allá de las economías desarrolladas. En una encuesta realizada en quince países en vías de desarrollo, el 77 por ciento de los políticos sondeados reconoció que la desigualdad constituye una amenaza para el desarrollo a largo plazo, mientras que apenas un 7 por ciento identifica las divergencias económicas como un factor positivo para el progreso.6 Otra encuesta, elaborada en Asia, sondeó a quinientos dirigentes políticos y encontró que el 70 por ciento muestra cada vez más preocupación por la evolución de la desigualdad, mientras que cerca de un 50 por ciento opina que el aumento de las diferencias económicas no es justificable ni siquiera en un contexto de reducción de la pobreza.7

Pero, antes de adentrarnos en el análisis de la desigualdad global, es preciso hacer algunas advertencias. De entrada, abarcar un campo de estudio tan amplio implica retos metodológicos complejos, sobre todo por las carencias de las bases de datos disponibles. En los países emergentes sigue habiendo grandes agujeros en el campo de la estadística, lo que implica acudir a sondeos y encuestas que, por definición, ofrecen unos resultados menos precisos, sobre todo en la medida en que subestiman los ingresos de los más ricos. Además, la mayoría de estos cuestionarios realizados en el mundo emergente suelen preguntar por los niveles de consumo y no de renta, lo que tiende a subestimar el verdadero alcance de la desigualdad. De hecho, este tipo de encuestas y sondeos suele dejar en un segundo plano algunos asuntos centrales de C-21, como las rentas del capital o la acumulación de capital. Parafraseando a Atkinson y Bourguignon, es importante reconocer cuáles son los límites de las bases de datos con las que trabajamos, aunque también es cierto que esas imperfecciones no implican que la información recopilada pierda relevancia.8

A partir de los datos que tenemos, podemos decir que el índice de Gini que mide la distribución global de la renta se está reduciendo por primera vez desde la Revolución Industrial, un fenómeno que probablemente seguirá desarrollándose en el futuro. La caída se explica por la menor desigualdad entre países, en línea con una convergencia de ingresos entre las personas. Es probable que esto conduzca a una reducción continuada de la desigualdad de ingresos a nivel mundial. En contra de esta tendencia está el aumento de la desigualdad que vemos dentro de los países. Mirando solamente al mundo emergente, vemos que la tasa nacional de desigualdad subió en las décadas de 1980 y 1990, pero empezó a bajar en la de 2000. El descenso estuvo empujado principalmente por la caída observada en América Latina, mientras que en China se registró un cierto estancamiento tras los avances de décadas anteriores. Los cambios en la desigualdad global y en la desigualdad interna han coincidido con un acelerado fenómeno como es la globalización, que cobró fuerza en la década de 1980 y ha venido potenciada por los cambios tecnológicos. Parece que la globalización ha tenido importantes efectos en la distribución de la renta, tanto dentro de cada país como a nivel global. De hecho, el fenómeno ha dejado huella en el mercado laboral, lo que ha aumentado las diferencias entre trabajadores más y menos cualificados. Por último, la globalización también ha actuado en el peso de las rentas del trabajo y del capital, cuyo equilibrio marca también la evolución de la desigualdad.

El capítulo está dividido en seis partes. Primero describo la distribución global de la renta y las tendencias observadas, para lo que bebo de trabajos anteriores que he desarrollado junto con Milanovic.9 A continuación, paso a hablar de la desigualdad dentro de los países, con la mirada puesta en las economías emergentes. En tercer lugar, me refiero al rol de la globalización y la tecnología en estas dinámicas.10 Pero también hay que ofrecer propuestas. De eso me ocupo en la cuarta sección del capítulo, que viene seguida de un quinto apartado dedicado a las proyecciones de futuro y de un sexto epígrafe dedicado a evaluar qué rumbo debe seguir la investigación sobre estos asuntos.

Distribución global de la renta y tendencias en la desigualdad global

El análisis de la distribución global presentado en este ensayo se apoya en las investigaciones conjuntas que he realizado con Branko Milanovic.11 A través de estos trabajos, hemos estudiado cómo se reparte la renta a nivel mundial. Para construir la base de datos, analizamos los datos de renta por hogar y ajustamos las cifras para reflejarlas en términos per cápita. Para que los datos sean homogéneos, ajustamos los datos para tener en cuenta el poder de compra en cada país. La recopilación estadística se nutre de encuestas realizadas desde 1988, de modo que abarcamos un período mucho más reducido que Piketty en C-21.

Tras recabar los datos, hemos tenido que hacer varios ajustes adicionales. En primer lugar, agrupamos los ingresos en diez grupos: el 10 por ciento de mayor renta, el 10 por ciento siguiente, etc., hasta llegar al 10 por ciento con menores ingresos.12 En segundo lugar, nos vemos obligados a medir la desigualdad con datos de consumo y no de renta. Esto se debe a que en los países emergentes tiene notable peso el autoconsumo.13 Sin duda, lo ideal sería tener datos referidos a la renta pero, como advirtieron Anand y Segal, «uno tiene que acostumbrarse a vivir con estas referencias imperfectas, sobre todo porque no hay forma de reconstruir la desigualdad de renta a partir de la desigualdad de consumo».14

No está de más recordar, por otra parte, que las bases de datos disponibles contribuyen a subestimar el verdadero alcance de las rentas altas. Esto es habitual en las mediciones de la desigualdad realizadas a través de encuestas, dado que dichos sondeos suelen dejar fuera a los más ricos.15 De hecho, incluso si los cuestionarios llegasen a los bolsillos más acaudalados, es habitual que las encuestas ofrezcan respuestas a la baja. No en vano, las encuestas elaboradas en los países emergentes suelen quedarse cortas a la hora de recoger las rentas del capital o las rentas empresariales, a pesar de que estas fuentes de ingresos suelen ser las más importantes para los ciudadanos más pudientes, especialmente en el caso de los países en vías de desarrollo.16 Por otra parte, las encuestas de consumo subestiman el nivel de vida de los más ricos porque las personas de mayor patrimonio suelen tener una tasa de ahorro más elevada que el resto de la población. Además, en la medida en que estas encuestas no capturan gastos duraderos que financian activos útiles en el largo plazo, seguimos enfrentando importantes carencias estadísticas.17

Todo esto sugiere que las encuestas realizadas en los hogares pueden subestimar los niveles exactos de desigualdad. Podemos pensar que, si los ingresos de las rentas altas crecen más rápido que los del resto, entonces cabe anticipar un patrón alcista en las diferencias de ingresos. Pero ¿cómo podemos saber qué está ocurriendo en realidad? Lo cierto es que algunos países emergentes, como Colombia o Malasia, aportan series estadísticas oficiales. Dichas publicaciones apuntan que los ingresos de las rentas altas están subiendo, al contrario de lo que podríamos deducir si nos ceñimos a las encuestas de consumo.18 Por tanto, hay deficiencias metodológicas que debemos tener en cuenta a la hora de abordar este debate.

¿Qué hay de las rentas del trabajo? Se dice que se están reduciendo en el mundo rico, pero ¿qué pasa en el resto del planeta?19 En China, por ejemplo, el peso de las rentas del trabajo se estaba reduciendo al mismo tiempo que la tasa de ahorro crecía por encima del PIB.20 Esto podría sugerirnos que la desigualdad de ingreso creció más rápido que la de consumo, que es el indicador que tomaremos como referencia a la hora de considerar la desigualdad en China.

Hay, además, otras fuentes alternativas de información que apuntalan la tesis de que las rentas altas están ensanchando notablemente sus ingresos. Según los datos de la Lista Forbes, el patrimonio de buena parte de los milmillonarios del mundo emergente avanza a tasas superiores al crecimiento de la economía de sus respectivos países.21 Entre 2012 y 2015, un período de apenas tres años, el número de milmillonarios en China se duplicó, pasando de 251 a 513.22 De hecho, puede que estos datos se queden cortos a la hora de capturar el verdadero alcance de estos grandes patrimonios. No en vano, las filtraciones de información financiera que hemos conocido en los últimos años apuntan que los «paraísos fiscales» albergan riqueza oculta que proviene, en muchos casos, de países en vías de desarrollo.23

Según nuestros estudios, la desigualdad mundial medida por el coeficiente de Gini ha bajado muy poco entre 1988 y 2008. Como muestra la figura 11.1, el coeficiente de Gini a nivel global ha pasado de 72,2 puntos en 1988 a 70,5 en 2008. La caída, de casi dos puntos porcentuales, ha sido especialmente notable a partir de 2003. No sorprende, en cualquier caso, que la desigualdad global sea mucho mayor que lo que vemos a nivel interno en cualquier país. En 2008, el coeficiente de Gini de Sudáfrica, uno de los países más desiguales del mundo, era de 63 puntos.24 Pero es cierto que, debido al margen de error que implican unos cálculos tan complejos, es prematuro afirmar categóricamente que se ha dado un descenso robusto de la desigualdad global.25 De hecho, si estimamos el peso verdadero de las rentas altas, vemos que la caída sería más baja, si bien se mantendría una línea descendente en los últimos años.26

En suma, parece claro que, a nivel mundial, no hay datos que inviten a pensar que la desigualdad esté creciendo. Esto no significa que todos los estudios sobre esta cuestión arrojen resultados idénticos, pues los métodos y mecanismos empleados para medir la desigualdad global son diversos. No obstante, buena parte de los trabajos disponibles coincide en señalar que hay una caída progresiva desde mediados de la década de 2000.27 En términos históricos, éste es un desarrollo notable. Bourguignon y Morrison concluyen que la desigualdad global aumentó progresivamente de 1820 a 1990, con un incremento cercano a los 15 puntos.28 Por tanto, como apuntan Bourguignon y Milanovic, la desigualdad global no sólo se ha estabilizado sino que ha empezado a descender, un hecho sin precedentes desde la Revolución Industrial.29 Los datos más recientes para 2011 y 2013 sugieren que esa tendencia bajista se acelera.30

FIGURA 11.1 Coeficiente de Gini global, 1988-2008.

Fuente: Lakner y Milanovic, «Distribución global de la renta: de la caída del Muro de Berlín a la Gran Recesión»..

Nota: La línea inferior muestra los resultados de base. La línea intermedia se refiere al mismo grupo de países, pero con datos ajustados. Por último, la línea superior hace una estimación del peso de las rentas altas, siguiendo una distribución de Pareto y considerando las carencias de las encuestas. La metodología viene desarrollada en Lakner y Milanovic, «Distribución global de la renta: de la caída del Muro de Berlín a la Gran Recesión».

El declive en la desigualdad ha venido impulsado por el descenso de ésta entre unos países y otros. La figura 11.2 desagrega la desigualdad global según las diferencias entre países y las divergencias económicas que hay dentro de los mismos. El alcance de las barras refleja la tasa global de desigualdad.31 La trama oscura corresponde al peso sobre la desigualdad global de las diferencias de renta que se observan dentro de los países. La clara obedece a otra desigualdad, la que compara las divergencias económicas entre unas naciones y otras.

Parece evidente que la brecha entre el ingreso medio de cada país se ha reducido, mientras que la desigualdad interna ha aumentado, si bien el repunte del segundo factor es inferior al descenso del primero. Eso sí: el argumento de que la desigualdad interna ha aumentado está abierto a debate, como revelan los trabajos que se centran en la desigualdad a nivel regional.32

En clave global, el descenso en la desigualdad entre países ha venido impulsado por el rápido crecimiento del ingreso medio en países como China. Eso sí, excluyendo a tres economías gigantescas como son China, India y Estados Unidos, vemos que se ha duplicado el peso del resto de los países en la distribución global de la renta.33 Por otra parte, desagregar los datos también nos permite mostrar que buena parte de la población vive en países en que la desigualdad está aumentando, por mucho que el saldo total sí arroje un descenso.

La desigualdad dentro de los países también nos ayuda a explicar la tendencia de la inequidad global en el largo plazo. En el siglo XIX, esta se explicaba casi por completo por las diferencias internas de los países.34 A raíz de la Revolución Industrial, los países que hoy son más ricos empezaron a experimentar un despegue en su nivel de vida, lo que se tradujo en un aumento de la desigualdad global. Durante las últimas décadas, esa brecha ha empezado a reducirse por vez primera.35

Al mismo tiempo, la subida de la desigualdad dentro de los países ha actuado como contrapeso, en dirección opuesta a la caída de la desigualdad entre países. Como apuntan Bourguignon y Milanovic, esto puede llevarnos a un nuevo escenario en el que las diferencias entre países reemplacen a las diferencias dentro de los países, en línea con patrones que ya vimos en el siglo XIX.36 Aunque es posible que esto ocurra, es importante recordar que las diferencias entre países siguen suponiendo el grueso de la desigualdad global, tal y como recogía la figura 11.2, por lo que el camino en esa dirección podría ser largo.

FIGURA 11.2 Desigualdad global, desagregada.

Fuente: Lakner y Milanovic, «Distribución global de la renta: de la caída del Muro de Berlín a la Gran Recesión».

Nota: La altura de las barras refleja la tasa global de desigualdad. Las divergencias de ingresos dentro de los países vienen reflejadas en las barras oscuras, mientras que las diferencias entre unos y otros países vienen recogidas en las barras claras.

En vez de echar un vistazo a los niveles generales de desigualdad, podemos también evaluar cómo cambia la distribución global de la renta a lo largo del tiempo. La figura 11.3 muestra cómo se ha repartido el crecimiento, desagregando los datos según el percentil de ingresos al que pertenece cada grupo de población.37 Con esta representación podemos entender mejor tres grandes fenómenos: el primero es el rápido acelerón del crecimiento en China, que empuja al alza el promedio global;38 el segundo, el estancamiento de los ingresos que ha vivido el mundo rico, reflejado en el percentil 80; y el tercero, el fuerte aumento de la renta que han experimentado los más ricos, reflejado en los percentiles superiores.

El acelerado enriquecimiento que han vivido las élites parece confirmar la visión de quienes apuntan que la globalización y la tecnología multiplican las oportunidades económicas para quienes están en la cima, al tiempo que generan presiones a la baja en los salarios de la clase trabajadora del mundo rico. Al mismo tiempo, esas mismas fuerzas ayudan a que las clases trabajadoras de países emergentes como China disparen su nivel de vida, al calor del desarrollo económico y de la bonanza exportadora.

A la luz de los datos, podemos concluir que la desigualdad global ha frenado su tendencia alcista y cabría afirmar que ha empezado a reducirse. También podemos decir que todas estas dinámicas han beneficiado principalmente a las rentas más altas y a las clases trabajadoras del mundo emergente. Pero no olvidemos que estos indicadores son relativos. Por ejemplo, subir automáticamente los sueldos de todos los trabajadores no altera el coeficiente de Gini, pero sí redunda en mejoras absolutas del nivel de vida. Sin embargo, también es cierto que no es lo mismo ganar un 2 por ciento más para un trabajador del mundo rico que para uno del mundo pobre. De hecho, aunque el porcentaje de mejora salarial de la clase media global fue similar al de las élites económicas mundiales, lo primero supuso pasar de 400 a 1.000 dólares, mientras que lo segundo implicó subir de 39.000 a 64.000 dólares (todo expresado en dólares de 2005, ajustados a paridad de poder de compra). Esto significa que, en términos absolutos, el 44 por ciento del aumento de la renta mundial fue a parar al 5 por ciento que más gana. Por tanto, aunque las mediciones estándar de la desigualdad apuntan a una menor desigualdad global entre 1988 y 2008, las brechas entre ricos y pobres han crecido significativamente en términos absolutos.39

La desigualdad interna en el mundo

Hasta ahora nos hemos ocupado de la distribución de la renta a nivel global. Sin embargo, buena parte de los estudios sobre la desigualdad se centra en la desigualdad dentro de cada país, entre otros motivos porque las respuestas políticas al aumento de las disparidades se abordan igualmente en clave nacional. Además, aunque hay analistas que restan importancia al aumento de la desigualdad dentro de los países y centran el tiro en el descenso de las divergencias económicas a nivel global, lo cierto es que los países siguen siendo el nivel más adecuado para enfocar el grueso de los debates sobre este tema, sobre todo porque el impacto de la desigualdad en el bienestar de las personas es mayor conforme esa desigualdad sea más próxima.40

Como vemos en la figura 11.2, referida al período que va de 1988 a 2008, la mayoría de la población mundial vivía en países en los que la desigualdad estaba aumentando. Este análisis está ajustado al tamaño de la población, por lo que no cabe deducir que la desigualdad aumentó en el país medio. Hay que dejar esto claro, porque la tendencia no será la misma dependiendo de si ajustamos las cifras al tamaño de la población o no.

FIGURA 11.3 Reparto del crecimiento por percentiles de la distribución de ingresos, 1988-2008.

Fuente: Lakner y Milanovic, «Distribución global de la renta: de la caída del Muro de Berlín a la Gran Recesión».

Nota: La gráfica plantea cómo se reparte el crecimiento anual de la renta media según cada nivel de ingresos. La línea discontinua muestra el promedio, que se situó en el 1,1 por ciento anual.

Me voy a referir brevemente a la evolución de la desigualdad nacional para luego centrarme en países emergentes de regiones como América Latina, el este de Asia o el África subsahariana. Al final, presento los datos más recientes, correspondientes al período de recuperación económica tras la Gran Recesión. Durante el capítulo, tomo los datos de desigualdad interna, medidos por el coeficiente de Gini, sin ajustarlos al peso de la población. De especial ayuda para este análisis han sido las investigaciones de Alvaredo y Gasparini y los trabajos comandados por Morelli, así como los últimos estudios del Banco Mundial.41

En el país emergente medio, la desigualdad interna aumentó en las décadas de 1980 y 1990, pero bajó en la de 2000. Los países de América Latina tuvieron especial influencia en estos procesos. Sin embargo, para una persona media del mundo emergente (es decir, haciendo el cálculo con datos ajustados al tamaño de la población), la desigualdad fue subiendo de forma progresiva desde mediados de la década de 1980 hasta 2010, sobre todo por el aumento observado en China y, algo después, en India. Pese al descenso de los últimos años, la desigualdad sigue en niveles superiores a los observados hace cuarenta o treinta años. De hecho, los niveles de desigualdad son sustancialmente mayores en el mundo emergente que en el mundo desarrollado, a pesar de que la gran mayoría de los países ricos ha vivido un aumento de la desigualdad desde la década de 1970.

La caída de la desigualdad media en las economías emergentes, observada desde el año 2000 en adelante, ha estado especialmente marcada por los cambios que han tenido lugar en América Latina.42 La región ha vivido este giro gracias a la mayor estabilidad macroeconómica, el aumento de los salarios del empleo menos cualificado y los programas de redistribución financiados con los altos precios de las materias primas.43 Pero, para ser justos, hay que tener en cuenta dos cuestiones: por un lado, la desigualdad ha seguido una curva de «U» invertida, de modo que la caída en los años 2000 vino tras aumentos prolongados en las décadas de 1980 y 1990, hasta el punto de que el coeficiente de Gini observado en 2012 era similar al de treinta años antes; por otro lado, a pesar de la fuerte caída registrada en tiempos recientes, América Latina sigue siendo una de las regiones más desiguales del mundo, junto con el África subsahariana.

El este de Asia muestra un patrón distinto que América Latina, con un aumento medio de la desigualdad en la década de los 2000. No obstante, la muestra dista mucho de ser homogénea: hay grandes variaciones por países. En las dos naciones más pobladas, China e Indonesia, la tendencia fue al alza, pero en épocas diferenciadas. China vivió un repunte de la desigualdad en la década de 1990, para luego pasar a una cierta estabilización en los 2000. Por el contrario, en Indonesia ocurrió justo lo contrario.

En la década de 1980, Corea del Sur y Taiwán lograron una importante transformación estructural en sus economías, con lo que se consolidaron como economías industrializadas sin que ello supusiese un aumento significativo de la desigualdad.44 Esta evolución contrasta con la de China, donde la inequidad creció fuertemente durante la transición, de modo similar al observado en Europa del este, tras la caída del Muro de Berlín.45 Aunque los datos disponibles tienen limitaciones, podemos decir que la desigualdad en China se estabilizó alrededor de 2005, de modo que ya podría haber tocado techo.46 Una vez más, se repite el paralelismo con las exrepúblicas soviéticas, que también han vivido caídas de la desigualdad en tiempos recientes.

La disponibilidad de datos presenta retos para el mundo emergente, pero especialmente para el África subsahariana. Durante las dos últimas décadas ha mejorado sustancialmente el acceso a datos de calidad, pero los investigadores seguimos limitados a la hora de ampliar el campo de estudio y referirnos a series largas, que cubran décadas e incluso siglos, como hace Piketty en C-21. En cualquier caso, lo que sabemos es que los niveles de desigualdad en la región son altos, especialmente al sur del continente. De hecho, siete de los diez países más desiguales del mundo están en África.47 Esto es significativo, porque la base de datos de la región se basa principalmente en encuestas de consumo, que por lo general subestiman el alcance de la desigualdad de ingresos. Por otro lado, es llamativo que la desigualdad sea tan elevada a pesar de que la propiedad de la tierra está razonablemente repartida entre la población.48 ¿Y cuál es la tendencia de los últimos años? Si tomamos las dos encuestas que pueden ser comparadas, vemos que hay países del África subsahariana que reducen su desigualdad y otros que la aumentan.49 En términos de población, el 57 por ciento de la población vive en países que han visto aumentar la desigualdad.50

Los niveles y tendencias que hemos evaluado cubren varias décadas de historia económica. Ahora, es el momento de analizar el pasado reciente, marcado por la Gran Recesión (2007-2009). Se trata, claro está, de una época especial, con una crisis financiera que afectó duramente al mundo rico. Por tanto, hay que interpretar con cuidado los datos de dicho período.

En la figura 11.4 vemos el coeficiente de Gini de países ricos y emergentes. Los círculos negros corresponden al coecifiente de Gini de las economías maduras; los círculos blancos reflejan la desigualdad de ingreso en países emergentes. El rombo corresponde al Gini de las economías en vías de desarrollo. Un eje muestra los valores para 2007, mientras que otro cubre los de 2012. Sólo se incluye a aquellos países para los que tenemos datos comparables, tomados de encuestas elaboradas en estos años. Una gran mayoría de países se ubica debajo de la línea, lo que sugiere que la desigualdad se redujo. De media, el descenso fue de un punto, pasando de 38,1 a 37,1. Dos tercios de los países evaluados (59 de 93) experimentaron un descenso en su coeficiente de Gini. En el mundo emergente, la Gran Recesión llega a una China que ya llevaba varios años experimentando el estancamiento de la desigualdad.51 Sin embargo, en América Latina parece que la tendencia a la baja de las diferencias económicas se empieza a frenar tras el estallido de la crisis.52

FIGURA 11.4 Coeficiente de Gini, durante la Gran Recesión.

Fuentes: «Indonesia’s Rising Divide: Why Inequality Is Rising, Why It Matters and What Can Be Done», World Bank Working Paper 106070 (2016); «ECAPOV: Ex-post Harmonized Dataset Created by ECA Team for Statistical Development. Countries: Romania/2008, Romania/2013», World Bank (2016); «PovcalNet: the On-Line Tool for Poverty Measurement Developed by the Development Research Group», <http://iresearch.worldbank.org/PovcalNet>.

Nota: La figura 11.4 muestra el índice Gini para 2007 y 2012 en 93 países que ofrecen sondeos para ambos años. Los países que aparecen cerca de la línea discontinua son los que no han experimentado grandes cambios en sus niveles de desigualdad. Los países que aparecen por debajo de dicha línea han visto caer la desigualdad, y viceversa. La fuente, «Global Database of Shared Prosperity», un briefing del Banco Mundial, disponible aquí: <http://www.worldbank.org/en/topic/poverty/brief/global-database-of-shared-prosperity>. Dicho recurso ofrece datos para 2003-2014.

¿Qué significa esto para la desigualdad global? La caída del Gini de los países ricos fue más reducida que la de los países en vías de desarrollo. Ajustando los datos a la población vemos que sus niveles de desigualdad sólo cayeron de 39,4 a 39,2 entre 2007 y 2012.53 Al mismo tiempo, el ingreso medio siguió creciendo con rapidez en los países emergentes, de modo que la desigualdad siguió su senda decreciente entre 2008 y 2011, tal y como muestran los trabajos de Milanovic.54

El rol de la globalización y la tecnología

Estos cambios en la desigualdad global y en los niveles internos de inequidad coinciden con un período de rápida globalización. Por definir el fenómeno a trazo grueso, podemos decir que sus implicaciones han sido un despegue del comercio internacional y de los flujos de capital y de personas, así como un patrón migratorio cada vez más dinámico. El resultado: procesos productivos mucho más globales, con creciente integración socioeconómica entre las distintas áreas económicas. En China y otras partes de Asia, el crecimiento ha sido muy acelerado a lo largo de este período, lo que ha insertado a estas economías en el capitalismo global, lo que ha reducido también la desigualdad entre unos países y otros. Al mismo tiempo, la desigualdad interna ha aumentado en los países desarrollados y emergentes. De modo que, en suma, los ganadores de la globalización son las clases mediasaltas de China, mientras que las partes más bajas de la distribución de ingresos en el mundo rico se han quedado estancadas. Así lo refleja la figura 11.3.55

En las siguientes líneas pretendo dibujar un modelo referido al cambio tecnológico que explique algunos de estos cambios, refiriéndome al trabajo de mayor o menor cualificación y también al peso de las rentas del trabajo y del capital. No es fácil establecer una relación clara entre la desigualdad, la globalización y el cambio tecnológico, puesto que la distribución de la renta depende de múltiples factores. De modo que espero que mis aportaciones sean interpretadas como una suerte de «especulación documentada».56 A grandes rasgos, la principal conclusión es que el efecto de estos factores en el comercio y la distribución de la renta son más complicados de lo que podrían sugerir los trabajos de Stolper y Samuelson. La globalización sí ha generado grandes beneficios, pero unos se han beneficiado más que otros.57

En un estudio publicado recientemente, Basu distingue entre dos tipos de cambio técnico: el que reduce la demanda de mano de obra y el que la aumenta.58 La primera categoría abarca cambios técnicos que conducen a un aumento de la demanda de mano de obra cualificada por encima de la oferta disponible, lo que a su vez genera una «prima» salarial para los trabajadores con mejor preparación, lo que redunda en mayor desigualdad (tal y como predecían los modelos originales de Tinbergen).59 Pero también es preciso reconocer el papel que desempeña el capital, especialmente en lo tocante al auge de tecnologías que reducen la demanda de mano de obra menos cualificada. Atkinson y Bourguignon argumentan que el capital puede ser complementario al empleo cualificado… pero también se erige en sustituto de trabajadores con menos habilidades específicas.60 La idea no es nueva: Meade ya argumentaba que una mayor automatización conduciría a tasas más elevadas de desigualdad.61

El cambio tecnológico que genera empleo muestra que, al mismo tiempo, el enlace entre oferta y demanda se articula hoy de forma más amplia, en virtud del aplanamiento económico que genera la globalización. Esto implica que oferta y demanda de empleo puedan encontrarse en lugares mucho más remotos que antaño. El acople puede generarse por la vía de la deslocalización del comercio, inversión extranjera, etc. Maskin argumenta que los avances en las tecnologías de la comunicación contribuyen a internacionalizar las cadenas productivas, de modo que se empieza a generar un mercado laboral global, en el que una empresa puede crear empleo a pesar de estar a miles de kilómetros de distancia.62 Esto tiene implicaciones para la distribución de la renta. En países desarrollados, los trabajadores con menor preparación se ven golpeados por la competencia que llega del extranjero, de modo que sus «sueldos acaban siendo fijados en Pekín», como diría Freeman.63 Al mismo tiempo, estos cambios derivados por el progreso tecnológico aumentan el alcance global de los individuos mejor pagados, lo que incrementa los sueldos de las superestrellas del mercado, que se benefician de mercados más grandes en los que pueden obtener rentas aún mayores.64 Como subraya Bourguignon, lo mismo sucede en los países emergentes: las estrellas del cricket en India o los industriales de China también se benefician de llegar a un mercado global.65 De hecho, los trabajadores del mundo emergente empiezan a demandar sueldos mucho más altos, de modo que también cabría decir que «sus sueldos se fijan en Nueva York».66

¿Qué significa todo esto para la desigualdad, tanto en el mundo rico como en los países en vías de desarrollo? Los trabajadores menos cualificados de las economías avanzadas enfrentan, por ejemplo, el impacto de cambios tecnológicos que reducen sus niveles de empleo, trasladando parte de la actividad a trabajadores de países menos prósperos. Esos asalariados salen beneficiados, pero en la medida en que sus sueldos sigan aumentando, pasarán a enfrentar la amenaza de que el capital siga invirtiendo en nuevas tecnologías que pueden automatizar sus empleos. Tomemos el caso de Foxconn Technology Group. Esta compañía de gran relevancia en el campo de las manufacturas tiene previsto aumentar su equipo de robots en más de un millón de efectivos.67 Por otro lado, las rentas altas de unos y otros países sí salen beneficiadas con lo que está ocurriendo. Por un lado, sus sueldos aumentan conforme los mercados se ensanchan y globalizan. Los trabajadores más cualificados convergen hacia una nueva escala salarial, más homogénea pero también más alta.68 Por otro lado, las rentas altas se benefician desproporcionalmente de las crecientes rentas que se derivan del capital, puesto que éste está mayoritariamente en sus manos y desempeña un papel relevante para impulsar los cambios tecnológicos.69

En resumen, aunque el debate tiende a presentarse como un conflicto entre mano de obra poco cualificada de países pobres y ricos o como una división global entre trabajadores más y menos preparados, al final terminamos encontrando que el verdadero conflicto sigue reflejando las diferencias entre capitalistas y trabajadores. Podríamos decir, entonces, que «durante las últimas décadas, el capital ha sido el gran beneficiario de la globalización del comercio y del aceleramiento del crecimiento económico».70

Implicaciones políticas

A la hora de plantear soluciones políticas, es importante subrayar que no sería deseable replegar la globalización. Como apunta Bourguignon, no está claro que eso haga que la gente del mundo rico se enriquezca más, puesto que más barreras al comercio redundan en precios más altos y esto se traduce en menos poder de compra.71 Además, ese repliegue de la globalización sería malo para los más pobres del planeta.

Una economía más integrada, con mayor fluidez de capital y trabajo, complica el diseño de soluciones políticas, puesto que la globalización corre el riesgo de llevarnos a una carrera hacia abajo. Pero que el diseño de soluciones sea complicado no implica que sea imposible. De hecho, en la medida en que la desigualdad no ha aumentado en todos los países, hay muchos ejemplos en los que podemos fijarnos. Y es que, aunque el impacto de la globalización y la tecnología ha sido generalizado, los resultados en clave de diferencias económicas no han resultado homogéneos. Por ejemplo, a pesar de que las cúpulas empresariales han salido ganando en Estados Unidos y Alemania, las del país norteamericano ganan cuatro veces más que las del país teutón.72

Cada vez se publican más estudios sobre la desigualdad global, y muchos de estos trabajos ofrecen distintas propuestas para combatir su aumento. En mi opinión, hay algunas sugerencias que merecen más atención de la que se les ha prestado hasta ahora. En muchas economías emergentes, las medidas fiscales han sido escasas, y a este respecto, Atkinson y Bourguignon apuntan que «ninguna economía desarrollada ha logrado un nivel reducido de desigualdad con un nivel reducido de gasto público, por mucho que sí hayan vivido avances notables en campos como la pobreza o el empleo».73 En el mundo emergente, el gasto público es reducido porque la recaudación tributaria también lo es. La capacidad de los Estados para actuar sigue siendo baja en el mundo pobre, aunque los países de ingreso medio y emergente están empezando a rectificar esta situación, expandiendo sus ingresos fiscales. En estos países, los hogares tienen cuentas bancarias, tarjetas de crédito, etc., de modo que las nuevas tecnologías pueden hacer aflorar información y facilitar la adopción de medidas impositivas. Esto es particularmente cierto en Asia, donde los modelos fiscales no son muy progresivos.74 Por toda la región, la progresividad efectiva está limitada por umbrales fiscales tan elevados que los tipos altos apenas recaen sobre una muy pequeña minoría de contribuyentes.75

La aplicación de recargos fiscales a las rentas del capital es otro aspecto que merece la pena comentar. De entrada, huelga decir que los ingresos derivados del capital tienden a estar sujetos a tasas más reducidas que las rentas del trabajo, y esto no sólo ocurre en el mundo emergente, sino también en el mundo rico. El resultado es una desigualdad horizontal.76 En consecuencia, una persona con un determinado nivel de ingresos del trabajo está sujeta a impuestos más altos que una persona con un idéntico nivel de rentas, obtenidas en su caso del capital.77 En segundo lugar, llama la atención lo bajo que es el nivel de recursos fiscales obtenidos por la vía de los impuestos de la propiedad, a pesar de que este mecanismo es relativamente eficiente, equitativo y práctico.78 Además, también es preciso hacer algo con los «paraísos fiscales». Escribí estas líneas mientras emergían los primeros detalles de los llamados «papeles de Panamá», que implican a muchos jefes de gobierno en el uso de cuentas bancarias offshore. Es posible acabar con los «paraísos fiscales», pero requiere mucha coordinación entre Estados, lo que incluye a los países ricos, de donde llega buena parte del dinero enviado a estas jurisdicciones.79 Los países en vías de desarrollo pierden una parte importante de su riqueza debido a los paraísos fiscales, que guardan entre el 20 y el 30 por ciento de los activos financieros de los países africanos y latinoamericanos.80 En las economías emergentes, los ingresos por el impuesto de sociedades aumentarían en 100.000 millones si se acabase con el flujo de recursos que van a parar a los paraísos fiscales.81

Los Estados del Bienestar, en cualquier caso, enfrentan un escenario complejo en el contexto de la globalización, de modo que la redistribución no puede canalizarse únicamente por la vía fiscal.82 Sin duda, la distribución de la renta en el mercado, antes de la aplicación de cualquier impuesto o transferencia, debe ser considerada igualmente. Milanovic compara la situación de la renta disponible en Europa occidental y los países más avanzados de Asia del este, como Japón, Corea del Sur y Taiwán. Aunque los niveles de ingresos efectivos son similares, el segundo grupo articula un menor nivel de redistribución fiscal porque su desigualdad de mercado es más baja. Conviene echar un vistazo a estos países del este de Asia, porque han logrado combinar crecimiento con igualdad, gracias a que partían de un reparto más equitativo de la tierra y de un acceso generalizado a la educación básica.83 Los ingresos obtenidos en el mercado vienen fijados por la dotación de cada individuo en términos de empleo capital, así como por las rentas que generan esos activos en términos de salarios y rentas.

América Latina destaca como una región que ha logrado reducir la desigualdad, recurriendo a transferencias monetarias como medida redistributiva que genera más igualdad económica, pero que también contribuye a engendrar una mayor horizontalidad en la medida en que se introducen elementos de condicionalidad para acceder a estos programas.84

Es importante entender la importancia del capital. Si los avances tecnológicos pueden redundar en mayor desigualdad, es precisamente porque el capital está distribuido de forma poco equitativa. Si Bourguignon está en lo cierto cuando dice que el capital se ha beneficiado significativamente con la globalización, entonces conviene avanzar hacia una distribución más igualitaria del capital, de modo que las consecuencias adversas de la globalización se vean revertidas.

¿Cómo lograrlo? Hay tres grandes áreas de trabajo. La primera son propuestas que ayuden a que los trabajadores en particular y los ciudadanos en general puedan recibir parte de los beneficios de la automatización, bien sea participando directamente en los beneficios empresariales, bien a través de la transferencia de esas rentas a un fondo soberano nacional que financie medidas redistributivas.85 En segundo lugar, articulando políticas que ayuden a que los pobres y las clases medias puedan acumular activos financieros, lo que en el mundo en vías de desarrollo implica la formalización de títulos de propiedad que hoy no están del todo reconocidos en los registros. En tercer lugar, los impuestos a las herencias y las donaciones también deberían ganar peso, puesto que su rol en los sistemas impositivos modernos es marginal. Además de ayudar a reducir la injusticia de transferir una ventaja económica a otra generación, estos gravámenes implican una menor distorsión en la medida en que no van directos a nuestro propio esfuerzo. Para abordar de forma práctica este asunto, Atkinson propone que empleemos lo recaudado para crear una especie de «herencia mínima», que se concedería a cada adulto, con independencia de su legado familiar.86

Actuar sobre los retornos de las herencias es complicado, ya que las rentas que se pueden amasar a partir del capital transferido dependen de los procesos del mercado, pero es importante reconocer que los gobiernos ya interfieren en esos procesos por dos vías. Por ejemplo, afectan al desarrollo de nuevas tecnologías, financiando el I+D con subvenciones o ventajas fiscales.87 En consecuencia, también pueden influenciar en qué dirección fluye el cambio tecnológico y el peso que adquieren las tecnologías que sustituyen empleo.

A veces se ensalza el rápido desarrollo económico de las economías del este de Asia, sobre todo Corea del Sur, apuntando al éxito de sus políticas industriales. Aunque en otros lugares del mundo estas iniciativas solo han logrado enriquecer a una pequeña élite, no podemos descartar su aplicación, sobre todo en países pobres.88 Freund resume los principales elementos de una buena política industrial: subraya la necesidad de mantener un marco competitivo entre las empresas nacionales y destaca la importancia de seguir con detalle la evolución de las exportaciones.89

La dirección futura de la desigualdad global

C-21 se ocupa de las fuerzas que mueven la distribución de los ingresos y el patrimonio en el largo plazo, de modo que cabe hacer algunas especulaciones sobre la evolución que seguirá la desigualdad global en el futuro. Según Milanovic, hay tres fuerzas que van a marcar su rumbo: las diferencias medias de renta entre unos países y otros, las divergencias de ingresos dentro de cada país y los distintos niveles de crecimiento de la población.90 Como hablamos de una cuestión tan amplia, cualquier predicción que hagamos tiene un gran margen de error, si bien es cierto que la evolución demográfica tiende a acercarse más a las proyecciones. ¿Qué implica esto? Sabemos que los distintos patrones observados en el crecimiento de la población van a contribuir a un incremento de la desigualdad, ya que la población de los países más pobres aumenta más que la de los más ricos.91 Los números más recientes de la desigualdad interna apuntan que ese aumento se va estancando con el paso del tiempo, tal y como hemos visto en el caso chino, pero esto no implica que la tendencia se haya invertido. Milanovic propone una curva de Kuznets en la que los países viven primero un aumento de la desigualdad, después un cierto estancamiento y finalmente un descenso.92 Pero las dinámicas de la inequidad interna no son inmutables, sino que dependen de las decisiones políticas que se adoptan.

Los principales cambios en la desigualdad global vienen de alteraciones en las diferencias que hay entre unos y otros países. Aunque se ha reducido, la desigualdad comparada entre las distintas economías sigue siendo la principal fuente de desigualdad global. De hecho, cuando cruzamos datos para abarcar distintos países, vemos que los cambios en el ingreso medio de cada país tienden a ser mayores que los cambios en la inequidad interna de esas mismas economías.93 A largo plazo, es muy probable que sigan en pie las poderosas fuerzas de la convergencia económica, impulsadas por el mayor crecimiento de los países más pobres.94 Hay, eso sí, tres razones que invitan a ser cautelosos: la primera es que el crecimiento en el África subsahariana es volátil, ya que el crecimiento ligado al comercio no ha ido acompañado de reformas estructurales;95 la segunda es que, al margen de China, la evolución de la desigualdad global también cuelga de otras economías emergentes, como India;96 y la tercera que el cambio climático invita a albergar ciertas dudas sobre cualquier proyección de crecimiento de largo plazo.

Refiriéndose al nivel global de desigualdad, Hellebrandt y Mauro predicen un descenso del Gini global que llegará a cuatro puntos desde la actualidad hasta 2035. Hablamos de un recorte sustantivo, pero que igualmente dejaría la desigualdad en niveles elevados.97 Sus estimaciones también apuntan que el crecimiento desempeñará un papel clave. Si los países pobres crecen menos de lo esperado, la caída del Gini global solo será de un punto. No obstante, para que se frene la reducción de dicho indicador sería necesario un aumento medio de la desigualdad interna que se mueva en el entorno de los seis puntos, un repunte tan significativo que se antoja difícil de imaginar.98

Retos para la investigación

La primera prioridad para el estudio de la desigualdad global en el mundo emergente debe ser aumentar y mejorar la calidad de los datos y estadísticas disponibles. Falta información fiable sobre el nivel de vida de muchos países, sobre todo en Oriente Medio, África, la región del Caribe y algunos países del Pacífico. El Banco Mundial ha prometido aumentar su apoyo a estos países, a cambio de que mejore la recogida de datos, con al menos una encuesta nacional cada tres años.99 Por otra parte, en las economías de ingreso medio, que están experimentando el decrecimiento de la agricultura y el autoconsumo, hay que prestar más atención a los datos de ingresos monetarios y menos a las encuestas de consumo. Los niveles de desigualdad pueden cambiar mucho dependiendo del criterio que tomemos, porque podemos ver que se subestiman las rentas de los más acaudalados.100 Además, no sabemos mucho sobre las rentas del capital en el mundo emergente, sobre todo porque muchas encuestas ni siquiera se molestan por cubrir esta fuente de ingresos.

Otro reto importante tiene que ver con mejorar la medición de los ingresos que logran las rentas más altas en los países en vías de desarrollo. La información oficial que sí tenemos en el mundo rico brilla por su ausencia en este caso, lo que impide realizar un estudio más amplio e innovador, capaz de combinar datos administrativos con encuestas.101 Aplicar un impuesto sobre la renta a una amplia base de contribuyentes ayuda a crear esos registros de información, del mismo modo que ocurre con el impuesto al capital que propone Piketty. Pero es necesario que todo esto se concrete, de modo que parece recomendable que el Banco Mundial y las organizaciones multilaterales ofrezcan préstamos a países que mejoran su sistema tributario y, como resultado, logran ofrecer mejores estadísticas de la distribución de la renta y el patrimonio.

Armados con mejores estadísticas, podremos evaluar de forma certera cuál es el verdadero nivel de la desigualdad global o cuál ha sido su evolución en los últimos años. También seremos capaces de ampliar la mirada a la desigualdad global, incluyendo datos certeros sobre las rentas del capital y los ingresos de los más ricos.102 Si mejoramos la información fiscal derivada de las declaraciones tributarias de las empresas, podremos entender mejor el grado de concentración de los distintos sectores, lo que a su vez favorece la actuación de los legisladores que velan por la competencia. También es preciso conocer el alcance real de la división capital/trabajo en los países emergentes, así como estudiar el impacto de los impuestos y las transferencias sociales en la redistribución de la renta, con ánimo de explorar si el sistema fiscal es óptimo o no. Por último, más y mejor información nos ayudará a entender el rol de los trabajadores en la economía global, diferenciando claramente el modo en que participan del nuevo mercado mundial los trabajadores del mundo rico y del mundo pobre.

Conclusión

Este ensayo ha tocado la desigualdad desde una perspectiva global, con el objetivo de complementar el análisis interno que asume Piketty en C-21. El economista francés y otros autores especializados en el mismo campo han detectado fuertes subidas de la desigualdad en las economías anglosajonas más prósperas. Sin embargo, la corriente en clave de desigualdad global es distinta: las diferencias se han estancado e incluso han caído, a raíz de la convergencia de ingresos. Tras subir fuertemente en las décadas de 1980 y 1990, la tendencia se invierte en los años 2000. Estos resultados se basan en encuestas realizadas en los hogares, de modo que subestiman el impacto de las rentas más altas y el peso de las rentas del capital. Además, son estadísticas volcadas en el consumo y no en la renta, lo que igualmente puede contribuir a resultados más bajos de desigualdad. Por tanto, hay que tomar los datos con cautela, porque falta información estadística de calidad, sobre todo en los países más pobres. De modo que es una prioridad mejorar los datos con los que trabajamos, para así poder estudiar la desigualdad con mayor profundidad.

Agradecimientos

Quiero agradecer a Espen Prydz y Matthew Wai-Poi la ayuda que me han prestado a la hora de recabar datos. También quiero agradecer a Heather Boushey, Francisco Ferreira, La-Bhus Fah Jirasavetakul, Branko Milanovic y Carmen Ye los comentarios y observaciones que me hicieron llegar. Las interpretaciones y conclusiones recogidas en este capítulo son solamente mías y no representan necesariamente la mirada o la agenda del Banco Mundial, el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo o cualquier otra entidad o instancia asociada.