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Capítulo Uno

El Lago Toplitzsee, Agosto de 1955

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El lago estaba manso y en calma, sin apenas una onda. Sus aguas oscuras resplandecían, reflejando la luz de la luna como si fuera un espejo. Miles de estrellas brillaban en un cielo despejado y su resplandeciente luz bailaba por toda la superficie del agua. Alrededor del perímetro del lago había altas coníferas, que se alzaban esbeltas y majestuosas llegando muy alto, compitiendo entre ellas por la luz natural disponible. Rodeando el lago había bancos de tierra arenosos que se extendían hasta la orilla. A lo lejos la tierra se elevaba gentilmente, cuya pendiente crecía gradualmente más y más escarpada, escalando a lo alto por la cara de piedra caliza hasta el lateral de la montaña. Con la luz de la luna, la blanca piedra caliza relucía de forma escalofriante, contrastando con la oscuridad de las sombras de los árboles.

***

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Un hombre joven, sentado en la orilla, veinteañero, alto y delgado, con el cabello castaño claro. A su lado, un tanque de oxígeno gastado y una máscara de buceo. Se sentó para contemplar la tranquilidad del lago, una tranquilidad que se vería momentáneamente interrumpida por un pez que salía a la superficie en busca de aire o para cazar algún insecto. No había ningún ruido, tan solo el suave susurro de los árboles, el cantar de los grillos, o quizás el suave golpeteo del agua al llegar a la orilla. Cerca, una rana croaba y saltaba al lago. Por encima de su cabeza un búho ululaba y se posaba en una rama para pasar la noche.

El joven miraba fijamente el agua, pensando en la cantidad de inmersiones que él y su amigo habían realizado ese día. Durante los últimos días habían trabajado concentrándose en la parte noreste. Esta zona consistía en un gran claro que bajaba ligeramente hasta la orilla. Era razonablemente accesible, parecía prometedor y acaban de empezar a investigar esa zona. Habían alcanzado una profundidad de veinte metros, por debajo de una de las plataformas más superficiales que se alineaba por todo el perímetro del lago. Incluso a esa profundidad estaba bastante oscuro y la visibilidad se hacía cada vez más difícil debido a las turbulentas corrientes subterráneas que removían los sedimentos del lago.

Fritz Marschall sabía que ni él ni su amigo debían estar ahí. Ellos, como tantos otros antes que ellos, habían ido al lago atraídos por los innumerables rumores que habían estado circulando. Se habían dejado llevar por cuentos de tesoros escondidos y oro enterrado. Solo eran rumores, y no había ni una sola prueba o evidencia de que fuera real. Pero aun así los rumores persistían y la atracción aún era irresistible.

El joven sabía que las autoridades austríacas desaprobaban las expediciones no autorizadas en el lago Toplitzsee, especialmente tras la muerte de aquél joven buzo francés hace tan solo un año. Querían disuadir de realizar tales actividades tanto como les fuera posible, y poner punto y final a los rumores. Las autoridades habían instigado innumerables medidas que incluían multas importantes si te atrapaban, así como patrullas rutinarias por la zona.

Sí, sabía que no debía estar ahí. Sabía que lo último que querrían las autoridades era exploradores aficionados en la zona. También sabía que si les descubrían les confiscarían el equipo y eso sería el final de su búsqueda.

***

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Era tarde y estaba anocheciendo. Había una tranquilidad inquietante. Una llovizna ligera empezó a caer y una suave brisa removía los árboles. Fritz se sentó en la orilla del lago, observando el reflejo de la luz de la luna bailando en la superficie del agua. La luna parecía enorme y llena, y muy brillante. Luna de otoño, así es como la llamaban, recordó. El agua estaba tan calmada y apacible. La luz de la luna se rompía en cientos de fragmentos de luz como diamantes desperdigados en una mesa. Era todo tan bonito.

Se frotó los ojos, los cerró por un momento y se perdió en sus propios pensamientos. Pensamientos de historias interminables sobre tesoros hundidos, o enterrados en Toplitzsee. Recordó las historias que contaban que el lago se utilizaba para desarrollar torpedos y cohetes durante la guerra. Se preguntaba hasta que punto esas historias eran ciertas. Apenas podía creer que realmente hubiera habido un lugar para pruebas de armas en el lago. ¿Cómo era posible que un lugar tan bello pudiera haber sido utilizado para tal propósito mortal?

Mirando a lo lejos del lago, se preguntaba donde había estado ese lugar. ¿Cómo era? Se preguntaba qué secretos había escondidos bajo la superficie. Miró dentro del agua, fijamente, como si intentara atravesar la turbulenta profundidad. Casi como si realmente pudiera ver claramente lo que ahí estaba escondido.

« ¿Qué había escondido ahí?», susurró. ¿Qué tesoros, si es que había alguno, yacían justo bajo sus pies, fuera de la vista, esperando a ser descubiertos? Durante años, se habían realizado multitud de búsquedas, principalmente por exploradores aficionados. Se habían encontrado multitud de objetos, incluyendo dinero americano y británico falso; joyas; documentos relacionados con actividades de búsqueda que se habían llevado a cabo en el lago; y algunas armas.

Cuantos más hallazgos había más aumentaban las historias sobre los tesoros del lago. Los rumores comenzaban a crecer y a extenderse, los rumores de que el lago contenía el oro escondido del Tercer Reich, oro que había sido robado a las víctimas del Holocausto. Pero hasta ahora, no se había descubierto ningún oro. Ni un índicio, ni una señal, ni la más mínima pista de su existencia.

***

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Un ruido repentino le sobresaltó. Se sentó y miró a su alrededor. No veía nada, pero, en realidad, no esperaba ver mucho en la oscuridad. La luna brillaba, pero no penetraba en la zona boscosa ni las gigantes sombras que cubrían todo a su alrededor. Probablemente haya sido un conejo corriendo como un rayo por los matorrales. O, podría haber sido un zorro. Escuchó atentamente pero no hubo más ruidos. «Nada de lo que preocuparse», se dijo a sí mismo, y no le dio más importancia. Se dio cuenta de que en realidad tenían que moverse. Miró su reloj, eran las ocho y media. Era mucho más tarde de lo que pretendía.

─Hora de irse─, llamó a su amigo. Nadie respondió. ─Karl─, llamó nervioso. ¿Dónde estaría?

Quince minutos antes Karl había bajado a la orilla para limpiar su máscara y las aletas.

Fritz le llamó una vez más pero seguía sin recibir respuesta. Se puso de pie y comenzó a caminar por el perímetro del lago. Había caminado unos cincuenta metros cuando vio a su amigo. Estaba de pie, quieto y observando el lago. Su mirada era tan intensa que parecía que había visto algo importante, o tal vez imaginado que lo había visto. Quizá solo se había quedado embobado por la brillante luz en el lago, como había estado él. No importaba. Lo principal era que le había encontrado y que estaba bien.

Fritz caminó rápidamente hasta donde se encontraba su amigo. ─Ahí estás─, dijo. ─Te he estado llamando y llamando, ¿no me oías?─, Karl seguía sin responder, y continuaba mirando fijamente el centro del lago. Fritz miró en la misma dirección pero no vio nada relevante. ─Karl─, dijo de nuevo mientras sacudía suavemente el hombro de su compañero. ─Karl, es mejor que nos vayamos.

─Oh, sí, perdona, ¿has dicho algo?─, respondió Karl disculpándose. ─Estaba tan concentrado que no te he oído. ─ ¿Qué ocurre?

─No pasa nada, solo que creo que es mejor que nos movamos, solo por si pasa una patrulla─. Volvió a mirar al lago. ─Por cierto, estabas muy absorto. ¿Viste algo?

─No estoy muy seguro─, respondió Karl. ─Creí haber visto algo, pero ha debido ser la luz de la luna jugándome malas pasadas. Era solo como si algo flotara en la superficie. Debía ser la rama de un árbol.

─Probablemente era el monstruo del lago. La famosa criatura de las profundidades─, bromeó Fritz. ─Echaremos un vistazo más de cerca mañana. Vamos, volvamos a la ciudad.

─Una carrera─, dijo Karl alegremente, y comenzó a correr.

Así era el viejo Karl. Karl nunca hacía nada con prisas. Karl era un trabajador lento pero laborioso, metódico y agotador. Nunca había necesidad de correr. Por lo que a él respectaba se tenían que tomar las cosas con calma. Ese era Karl. Fritz, por otro lado era más propenso a planear tan rápido como fuera posible y apurar las cosas. «No puedo parar, no puedo malgastar el tiempo. Debe hacerse, lo que quiera que sea, sin demora», solía decir. Algunas veces esto llevaba a cometer algún error y las cosas salían mal. Después tendría que pasar más tiempo corrigiendo la situación. En ese punto Karl haría algún comentario como «No por mucho madrugar amanece más temprano», o simplemente, «te lo dije».

De todas formas formaban un buen equipo. Fritz era el líder, el hombre de acción, el ambicioso. Karl, sin embargo, sería la influencia tranquilizadora. No decía mucho, pero tampoco tenía que hacerlo. Él era feliz dejando a Fritz tomar las decisiones, dejarle planear todo. Confiaba en Fritz al cien por cien. Pero Karl estaba ahí si le necesitaba, si necesitaba ayuda o consejo. No, no decía mucho, pero si el momento lo precisaba, hablaría. Si eso pasaba, Fritz se sentaría y escucharía, y tomaría notas de lo que Karl había dicho.

***

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Karl se había alejado unos cincuenta metros de Fritz cuando se detuvo a esperar a que su amigo le alcanzara. Tenía una amplia sonrisa en la cara y una mirada traviesa. Fritz no podía hacer otra cosa que reír. «Una carrera. Te daré yo carrera, vamos».

Comenzaron a regresar a la densa zona boscosa, siguiendo el río de vuelta a la carretera, donde tenían el coche. Mientras caminaban, Fritz tenía la extraña sensación de que les observaban. Estaba seguro de que había oído el ruido de ramas quebrándose detrás de ellos, o lo que podía haber sido el ruido sordo de unas pisadas. Había tenido una sensación similar durante el día, pero lo había descartado aludiendo a que no era más que su imaginación.

Las oscuras sombras se proyectaban por los altos árboles jugando malas pasadas a la imaginación. Se podía ver todo tipo de cosas, que no estaban ahí. Quizás no había sido un conejo lo que le había sobresaltado antes. Quizás era una patrulla. No estaba seguro. El ruido del rápido caudal del río que tenían al lado podía distorsionar los sonidos. Miró detrás de él pero no vio nada. Una vez más, creyó que solo era su imaginación. No obstante, solo para asegurarse, se volvió hacia su amigo. ─ ¿Has oído algo, Karl?─ Dijo.

─No, nada─, respondió Karl.

Muy propio de Karl, tan absorto en sus propios pensamientos que era totalmente ajeno a las cosas a su alrededor, pensó. Sin estar completamente seguro, Fritz llegó a la conclusión de que probablemente no había sido nada, solo su mente jugando malas pasadas.

Continuaron su camino. Ahora estaba bastante oscuro. El bosque era espeso, con esas altas coníferas que bloqueaban las estrellas y la luz de la luna, excepto por pequeñas astillas que filtraban la luz a través de las ramas. El río estaba a su izquierda, se torcía y giraba abriéndose camino hacia el lago y dirigiéndose al oeste hacia la carretera. Detrás de ellos había un escarpado acantilado, con la cara de piedra caliza, de aproximadamente tres cientos metros de alto. Parecía como si un gran cuchillo hubiera cortado la ladera de la montaña, como un pastel, dejando sus suaves lados brillando bajo la luz de la luna. Brillaba como una gran baliza, como un letrero. La salida, de vuelta a la carretera, estaba justo delante.

Tras treinta minutos sin incidentes alcanzaron la calzada. Entraron en el coche y comenzaron el corto viaje a Bad Ausee. Las carreteras estaban desiertas. Aun así, Fritz estaba intranquilo. ¿Había visto faros detrás de ellos? ¿Les estaban siguiendo? ¿O era otra vez su imaginación?

A su derecha podía ver pequeñas casas en la parte baja de la montaña, cerca de la carretera. Podía ver luces alumbrando a través de las ventanas y rastro de humo ondeando de las chimeneas. A su izquierda estaba el lago Grundlsee. Todo estaba en calma, tranquilo y apacible. Sin embargo, Fritz aún se sentía inseguro, aún preocupado. Intentó convencerse a sí mismo de que se estaba preocupando por nada. Volvió a comprobar el retrovisor, no había nada.

La carretera se estrechaba por la orilla norte del lago. En el lado oeste, la carretera pasaba por el pequeño pueblo de Grundlsee. Después giraba hacia el suroeste, siguiendo el río que fluía hacia el pequeño pueblo de Bad Ausee. El viaje no duraba más de veinte minutos y durante todo ese tiempo Fritz no vio nada preocupante.

Fritz y Karl se habían conocido hacía poco más de cuatro años. Habían empezado juntos la universidad en Núremberg. Fritz había estudiado Literatura mientras que Karl había estudiado Física. Durante algún tiempo se habían sentido integrados por la reciente historia del lago, y se habían obsesionado con la idea de explorarlo, tanto el lago como la zona colindante. Habían pensado mucho en el asunto. Después, decidieron tomarse un año sabático y cumplir esa obsesión. Habían llegado al lago Toplitzsee hacía dos semanas, aunque este no era su primer viaje. De hecho, ya habían estado antes una docena de veces. En cada ocasión habían estado dos o tres semanas en uno de los pueblos cercanos. Esta vez, se hospedarían en una granja a las afueras de Bad Ausee, un pequeño pueblo a ocho kilómetros al suroeste del lago, aproximadamente.

Aunque no tenían un equipo de búsqueda sofisticado, se sentían atraídos por la zona y querían descubrir más. Fritz estaba concentrado en los rumores sobre tesoros escondidos y oro enterrado. Sabía que algunos buzos mejor equipados que ellos habían muerto. También sabía que no estaban equipados para realizar inmersiones profundas, y en consecuencia no podía esperar llevar a cabo una búsqueda exhaustiva. Sin embargo, no podía sacarse el lago de la cabeza y estaba decidido a llevar a cabo una exploración, aunque fuera limitada. Karl decía que no podía permitir que su amigo fuera solo, y que tendría que acompañarle para evitar que se metiera en problemas. A Fritz le alegraba que pensara eso.

Habían pasado semanas planeando antes de embarcarse en la aventura. Primero, habían visitado la zona y tomado fotografías. De vuelta en su habitación del campus habían comenzado su investigación preliminar. Tenían varios mapas detallados del lago y la zona colindante. Las fotografías hacían una referencia cruzada con detalles en los mapas y de este modo podían ver con exactitud cómo era una zona en particular. Habían pasado hora tras hora examinando las fotografías y los mapas.

Poco a poco comenzaron a urdir un plan. Algunas zonas estaban descartadas ya que eran imposibles de acceder o eran impracticables. Algunos senderos de la montaña eran demasiado escarpados para cualquiera que no fuera montañero profesional. Otras zonas eran consideradas posibles, aunque no probables. Poco a poco realizaron una lista de lugares, clasificados desde probable, poco probable y definitivamente imposible. Las zonas más probables serían las primeras en ser inspeccionadas. También decidieron que las primeras investigaciones se centrarían en la orilla y las laderas colindantes. Si esa búsqueda no llevaba a ningún lado, entonces la extenderían hasta cubrir la parte más cercana del lago. Ya entonces podrían concentrarse en las plataformas más superficiales alrededor del perímetro del lago.

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Al cabo de menos de una hora de haberse marchado de Toplitzsee llegaron a su habitación en la granja. Se lavaron y cambiaron de ropa, y decidieron ir a la ciudad para comer algo. Salieron de la habitación y condujeron de vuelta a la ciudad. En el centro, bastante cerca del parque, había un pequeño restaurante que solían frecuentar. Era un local animado, principalmente frecuentado por universitarios de la ciudad. Era confortable, con un ambiente cálido y agradable. La comida tampoco estaba mal. Durante las últimas dos semanas ir allí se había convertido en algo rutinario.

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Que aproveche─, dijo el camarero al dejar sus platos en la mesa.

Fritz levantó la mirada y sonrió en agradecimiento. Al mismo tiempo se dio cuenta de que alguien le estaba observando. Era un hombre con el cabello oscuro sentado en la mesa al lado de la puerta del restaurante. Cuando vio que Fritz miró en su dirección, rápidamente volvió la mirada a su menú, como si estuviera a punto de pedir. Fritz volvió a recordar aquella tarde, y el ruido que había oído en el lago.  ¿Fue simplemente un conejo, o un zorro? ¿O les estaban vigilando? ¿Ese hombre les había estado observando?

─Karl─, susurró. ─ ¿Ves a ese hombre de ahí, al lado de la puerta?─ Karl levantó la vista y miró hacia donde Fritz le había indicado.

─Sí─, dijo. ─ ¿Qué pasa con él?

─No estoy seguro─, respondió Fritz. ─Pero creo que nos ha estado siguiendo.

─Oh Fritz, vamos─, dijo Karl exasperado. ─Solo está ahí sentado comiendo algo. ¿Por qué no haces tú lo mismo?

Tal vez solo este comiendo. Probablemente Karl estaba en lo cierto. Por supuesto que no nos está mirando. Fritz volvió a mirar hacia donde el hombre estaba sentado, pero ya no estaba ahí. Fritz miró a su alrededor para comprobar si había cambiado de asiento. No, se había ido. ─Raro─, dijo Fritz tranquilamente. ─Muy raro.

Karl alzó la vista. ─ ¿Qué es raro?

─El hombre─, respondió Fritz.

Karl miró hacia la puerta. ─Se ha ido─, dijo. ─Te dije que no era nada, ¿no?

Si, se ha ido, pero se ha marchado sin pedir nada. Si solo había venido por la comida, ¿por qué se ha marchado de repente?

─Entonces, ¿cuáles son nuestros planes para mañana?─ Preguntó Karl. Fritz no respondió. Aún estaba pensando en el extraño. ─Fritz─, Karl le sacudió el brazo. ─Fritz.

De repente Fritz se sobresaltó con el ruido de la silla de alguien que se retiraba y pasaba por su lado rozándole. Miró a Karl ─No lo hemos visto por última vez─, dijo lentamente mientras volvía a mirar la entrada vacía.

Después volvió a mirar a Karl. ─Mañana, querido amigo, vamos a nadar─, dijo sin un ápice de sus anteriores preocupaciones. ─Ahora, sigamos con nuestra maravillosa comida, ¿de acuerdo?

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Ya era muy tarde cuando volvieron a la granja y ambos estaban cansados. La casa estaba totalmente a oscuras. Parecía que los demás habitantes ya se habían ido a dormir. Entraron en la casa, tan despacio como les fue posible, subieron las escaleras hasta la primera planta, donde estaba su habitación.

Una vez dentro, Karl dijo ─Estoy totalmente exhausto. Ha sido un día agotador y estoy deseando pillar la cama─. Miró hacia Fritz. ─ ¿Y tú qué?

Primero introduciré los datos de nuestro progreso en el mapa─, respondió Fritz.

Se acercó a una pequeña mesa en la que había un mapa detallado del lago y sus alrededores. El lago se había divido en varios cuadrantes. Algunas zonas alrededor del perímetro del lago se habían difuminado para mostrar que ya se habían comprobado tan lejos como les había sido posible. Las zonas sombreadas indicaban que aproximadamente el setenta y cinco por ciento de la tierra adyacente del lago había sido inspeccionado con un detector de metales. También se habían llevado a cabo exploraciones bajo el agua, en una zona parecida, de las partes más superficiales del lago. Fritz sombreó la zona que habían cubierto ese día. Hasta ahora, habían descubierto monedas, cientos de proyectiles y algunas armas. Pero eso era todo, no habían encontrado indicios de ningún oro.

Todo muy decepcionante, pensó Fritz con tristeza. Pero no podemos detenernos ahora. Vamos a ver que nos trae mañana. ¿Volveremos a ver a ese extraño? «Apostaría a que lo haremos», murmuró.

─ ¿Has dicho algo?─ Preguntó Karl, reprimiendo un bostezo.

─No, nada─, respondió Fritz.