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Capítulo Once

Nueva York, Junio de 1945

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El escuadrón de los Pathfinders, junto con otras unidades militares, llegó a los Estados Unidos el 20 de junio de 1945, casi seis semanas después del final de la guerra en Europa. Su barco, el USS Liberty, había salido de Southampton doce días antes. En total había más de doce mil tropas a bordo, incluyendo doscientos doce heridos. También a bordo, había casi tres cientos miembros de la tripulación del barco. Antes de la declaración de la guerra, el barco había sido un crucero de lujo por el Caribe que visitaba todas las islas. En tiempos más recientes, se había utilizado como un barco-hospital con base en el Mar Mediterráneo, y para llevar a los hombres y equipamiento de la guerra. Ahora, los llevaba de vuelta a casa.

Después de atravesar el Atlántico sin incidentes, el barco entró en el puerto de Nueva York poco después de las siete y media de la tarde del 19 de junio. Esa noche el barco se había anclado a la vista de la estatua de la libertad, esperando la marea de la mañana. Era una tarde cálida, y el cielo estaba despejado. El lateral del barco estaba repleto de soldados intentando echar un primer vistazo a casa después de tanto tiempo. Allí, a pocos metros, estaba la silueta de Manhattan. Visiblemente claro estaba el Empire State, y a su lado, la cima del Edificio Chrysler brillando con el sol poniente. Estaba tan cerca que las tropas casi podían tocarlo.

La mañana siguiente, poco después de las once en punto, el gran buque militar se trasladó al embarcadero, empujado por tres grandes barcos remolcadores, uno a cada lado, y otro en la proa de la nave. Todo alrededor del gran barco eran pequeñas embarcaciones de cualquier descripción imaginable. Lanchas de policía, de bomberos, yates de motor privados, y muchos otros, todos ellos ofreciendo su bienvenida al gran transatlántico. Las sirenas resonaban, y sonaban las campanas y las bocinas como bienvenida. Los cañones de agua formaban cascadas de agua en el aire. Los barcos que ya estaban amarrados se unieron, haciendo sonar sus sirenas en harmonía. En la orilla, los vehículos que circulaban también hacían sonar sus bocinas.

Lentamente, y con cuidado, los tres remolcadores maniobraron el barco hasta dejarlo en posición. Después, el barco atracó, lanzaron el ancla, y el barco se detuvo. Las cuerdas de proa y popa se soltaron y se ataron alrededor de cabrestantes de hierro fundido, en el muelle, hasta asegurarlas por completo. Se bajaron las pasarelas, y comenzaron los preparativos para el desembarco de las tropas. El muelle estaba repleto de gente, unas mil personas se alineaban para saludar y dar la bienvenida a casa a sus seres queridos. Muchos de ellos habían pasado allí la noche. Los tejados de los edificios cercanos estaban llenos de gente trepando para obtener una mejor vista. Cualquier punto ventajoso ya estaba ocupado.

Las banderas ondeaban por todo el amarradero. Las barras y estrellas volaban alto, de lado a lado con las banderas de los aliados de guerra. Estaba el rojo, blanco y azul de la Union Jack británica. A su lado, la bandera tricolor de Francia. Después, las banderas de Canadá, Australia, y muchas, muchas más. Las serpentinas revoloteaban mientras descendían de los tejados de los edificios del muelle. Y las grullas se mezclaban con la serpentina que salía del barco. Una banda de música militar tocaba, marchando de lado a lado del barco, tocando una mezcla de marchas militares, y canciones populares.

Hacia las tres de esa tarde todo el mundo había desembarcado, y estaban ahora de camino a casa. De nuevo en casa, tras cuatro años de estar fuera. El astillero estaba ahora casi desierto, aparte de algunos rezagados, curiosos y una docena de trabajadores del astillero. La mayoría de las tropas ya estaban de camino a casa, con sus parientes, para un bien merecido descanso. Los hombres del escuadrón de los Pathfinders habían recibido diez días de permiso, antes de que se volvieran a requerir sus servicios para informar y volver a sus cuarteles para su licencia o reasignación.

Menos de media hora después, se podía ver a cuatro de los exploradores dirigiéndose al bar de Rooney, situado a un bloque de la Estación Grand Central. Liderando el grupo estaba el sargento Frank Kadowski. Seguido de cerca por el cabo Tom Bannister, el soldado Antonio Bartelli y rezagado unos metros por detrás de ellos estaba el soldado George Scott. Todos, excepto uno, el sargento Kadowski, esperaban los trenes que los llevarían a sus respectivos destinos de vuelta a casa. Kadowski solo estaba ahí para despedir a sus amigos antes de que también él se fuera a casa. Bartelli tenía que tomar su tren a Chicago en poco más de dos horas. Scott viajaba a Detroit. Su tren no llegaba hasta las seis menos diez. Bannister era el que viajaba más lejos. Iba a Texas. Su tren salía a las siete y doce minutos.

***

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Vamos George, te quedas atrás─, gritó Bannister. ─De inmediato, soldado, marcha rápida, izquierda, derecha.

Scott no le oyó, o decidió no hacerlo. Al menos no respondió, y continuó caminando por detrás de los demás. Ni siquiera había alzado la vista, y seguía con la mirada fija en el suelo.

─Un whisky doble estaría bien─, dijo Bartelli. ─Para mí un escocés. ¿Qué dices Frank?

Kadowski no dijo nada. Se alegraba de ver a los chicos tan felices, excepto Scott. Kadowski miró a lo lejos, por donde Scott venía lentamente. Estaba de todo menos feliz. ¿Qué ocurre? ¿Qué le pasa? Había estado así desde Austria. «Debo intentar hablar con él», se dijo a sí mismo.

─Disculpe, sargento─, dijo Bannister. ─ ¿Ha dicho algo?

─No, Tom, solo pensaba en voz alta, eso es todo─, respondió Kadowski. ─Ya hemos llegado muchachos, esto es el Bar de Rooney. Aquí podréis tomar el mejor whisky irlandés de todo Nueva York.

El bar estaba bastante lleno, aunque aún era bastante temprano. Kadowski se detuvo en la entrada y miró a su alrededor. Se alegraba de ver que no había cambiado durante los últimos tres años, cinco meses, tres semanas y dos días que había estado fuera.

Dentro, había varios empleados de servicio, principalmente soldados. Probablemente también estaban celebrando su vuelta a casa. Había algunos civiles, pero no muchos. La mayoría estaba trabajando. ─Bueno, esto está bien─. No le gustaba que hubiera demasiada gente o que hubiera demasiado ruido.

Cuando entraron al bar, Kadowski vio una mesa en la esquina más alejada que acababa de quedar libre. ─Tony, tú y Tom, tomad esos asientos de allí, rápido. Yo pediré las bebidas, así nos servirán más rápido, creo─, y continuó caminando hacia la barra.

Bartelli y Bannister se apresuraron a la mesa que les habían indicado. Los anteriores ocupantes de la mesa se preparaban para marcharse. Bartelli y Bannister se quedaron cerca, esperando. Finalmente las personas se alejaron de la mesa y se dirigieron a la salida. Mientras se marchaban, Bartelli y Bannister se sentaron y se aseguraron de que los demás también tuvieran asiento. Poco después, Scott entró finalmente en el bar. Bannister lo llamó. ─George, George, aquí─. Scott miró en dirección a su compañero y le saludó rápidamente. Después se acercó con lentitud hacia la esquina para unirse a ellos.

─Aquí estás, George. Empezaba a preocuparme─, dijo Bannister. ─Estás muy callado, y pareces aletargado. ¿Algo va mal? ¿No te encuentras bien?

─No me pasa nada─, respondió Scott cortante.

─ ¿Estás seguro, George?─ Preguntó Bartelli. ─A mí no me parece que estés bien. De hecho pareces incluso enfermo. Tal vez hayas pillado la gripe o algo.

─Tal vez haya sido el viaje por mar─, sugirió Bannister. ─Tengo que admitir que yo me encuentro un poco mareado.

─Os lo digo, estoy bien. No me pasa nada─, espetó Scott. ─Vale, dejadlo ya.

─Claro, George─, dijo Bartelli. ─ Lo que tú digas.

En ese preciso instante Kadowski se unió a ellos y tomó asiento. ─Las bebidas estarán aquí pronto─, dijo. ─ ¿Qué tal todo el mundo? ¿Estáis bien?─ Preguntó. Bannister lo miró con dureza y sacudió la cabeza, mirando a Scott mientras lo hacía, para después volver a mirar a Kadowski. Scott no dijo nada, sus ojos estaban fijos en la mesa. Kadowski miró hacia Bartelli, quien también sacudía la cabeza lentamente. Qué estaba pasando, se preguntaba Kadowski. ¿Qué intentan decirme?

Poco después el camarero llevó las bebidas y las colocó en la mesa frente a ellos. Kadowski las empezó a pasar. ─Aquí tienes, George. Cerveza fría para ti─. No hubo ninguna respuesta por parte de Scott. Kadowski se encogió de hombros y continuó. ─Y Tony, una cerveza también para ti. Tom, para ti un bourbon con hielo, ¿verdad?─ Dijo Kadowski levantando el vaso, un whisky. ─Caballeros, por nosotros─, dijo. ─Y por nuestra vuelta a casa sanos y salvos. De vuelta al bueno y viejo Estados Unidos de América.

Bartelli y Bannister sonrieron y alzaron sus vasos con entusiasmo. Scott, obviamente perdido en sus propios pensamientos, continuaba mirando fijamente el borde de la mesa.

─Por los Estados Unidos de América─, dijo Bartelli. ─Es bueno volver a estar en casa.

─Dilo otra vez─, dijo Bannister. ─Esta por nosotros.

Scott seguía sin decir nada. Simplemente se quedaba sentado mirando al frente. ─ ¿No bebes, George? Te estás quedando rezagado─, dijo Kadowski riendo. ─No pareces tú. Vamos, bebe.

De repente Scott levantó la vista y miró fijamente a Kadowski. ─ ¿Qué bien volver a estar en casa, sanos y salvos? Menudo chiste.

Este comentario tomó a Kadowski por sorpresa. ─Vamos, George─, dijo. ─Es bueno volver a estar en casa. Tú también debes sentirlo. Hemos estado fuera mucho tiempo. Y yo me alegro de decir que lo hemos conseguido, y que hemos llegado a salvo.

─Aunque no todos lo hemos conseguido, ¿no?─ Respondió Scott enfadado. ─ ¿O lo habéis olvidado? Terry no está aquí para celebrar, ¿verdad? Él nunca consiguió volver a casa, ¿verdad? Él no puede estar aquí, con nosotros, tomando un trago, ¿o sí?

Bannister se inclinó hacia adelante, poniendo la mano en el brazo de Scott. ─Eso no es justo, George─, dijo con suavidad. ─Y lo sabes.

Scott ignoró el apunte de Bannister, y apartó la mano. ─Tal vez no signifique nada para vosotros─, dijo, mirando directamente a Kadowski. ─Tal vez ni siquiera os importe.

─Vamos, George─, dijo Bartelli intentando calmar a su amigo. ─Todos estamos tristes por lo que le pasó a Terry, lo sabes. Lo que ocurrió fue terrible, no hay ninguna duda de eso. No debería haber pasado, pero pasó. No tiene sentido que ataques a Frank, no fue su culpa.

─Está bien, Tony─, dijo Kadowski con voz tranquila. Miró a Scott durante unos instantes. ─George, no lo he olvidado. Ninguno de nosotros lo ha hecho. Nunca olvidaré lo que ocurrió. Fue un golpe muy duro para el chico, pero no puedo cambiar nada. Lo hecho, hecho está. Le podría haber pasado a cualquiera de nosotros. No puedo volver atrás en el tiempo, no puedo traerlo de nuevo, ojalá pudiera. Era un buen chico, y no se merecía morir─. Se detuvo un momento, mirando a los otros en busca de ayuda y valor. ─Tony, y Tom se sienten de la misma forma. Estamos todos indefensos, es la guerra. No es agradable, pero es así. No hay nada que nadie pueda hacer.

De repente, Scott se levantó de la silla, tirando la silla hacia atrás, y derramando su bebida por el suelo, rompiendo el vaso. Estaba temblando de rabia, con los puños apretados. Levantó la mano derecha al aire y golpeó violentamente la mesa que había delante de él. ─Bueno, hay algo que yo puedo hacer─, gritó lleno de ira. ─Y por Terry, haré lo que tenga que hacer, donde quiera que me lleve y lo que quiera que tarde.

El bar se llenó de un completo silencio. La gente de alrededor miraba fijamente a los hombres, preguntándose a que venía el escándalo. ─Dejadlo, chicos─, gritó el hombre del bar. ─No quiero problemas aquí, entendido.

Bannister miró en su dirección y le hizo una señal de asentimiento. ─Vale, de acuerdo─, dijo. ─No es nada serio─. Aunque lo dijera, no estaba nada convencido.

─Otro problema y llamaré a la policía─, continuó el hombre. Se giró y volvió a la barra para seguir sirviendo. Poco a poco, el bar volvió a la normalidad.

Kadowski estaba perplejo. La intensidad de la voz de Scott daba miedo. Nunca había visto a Scott de esa forma. En realidad no sabía a lo que se refería, pero fuera lo que fuera, iba totalmente en serio; de eso, Kadowski, no tenía ninguna duda. Despacio, Bartelli recogió la silla de Scott y la volvió a colocar en su lugar, detrás de Scott. Puso su mano en el hombro de Scott e intentó calmarlo. ─Vale, George─, dijo con suavidad. ─Vamos, siéntate y tomemos un trago, ¿vale?

Scott miró a su alrededor y a la silla, y después a Kadowski. Luego volvió su mirada de nuevo hacia Bartelli. ─Sí, sí, Tony, claro, por qué no─, dijo, y se sentó.

Durante un rato los hombres se sentaron en silencio. No se dijo ni una sola palabra. Nadie sabía qué decir, o hacer. Scott se sentó mirando fijamente la mesa, dando golpecitos nerviosos. Bartelli, sentado a su lado, miraba primero a Kadowski, luego a Bannister, esperando que alguno de ellos hiciera algo para liberar un poco la tensión. Kadowski mantenía los ojos fijos en Scott, preguntándose qué haría después. Bartelli hizo contacto con el camarero y le hizo una señal para que llevara una ronda más.

─Bueno, Tony─, dijo Bannister, haciendo un intento de empezar una conversación. ─ ¿Qué planes tienes?

La pregunta pilló a Bartelli por sorpresa y no sabía que decir. ─ ¿planes?─ Repitió. ─Oh, no he pensado en eso todavía. No lo sé. Supongo que me quedaré en el ejército. ¿Y tú?

─Oh, no he pensado mucho en ello, tampoco─, respondió Bannister, y la conversación se acabó tan rápido como había empezado.

Los hombres se sentaron en silencio una vez más. Scott no se había movido. Tenía las manos apretadas, y su mirada seguía fija en el suelo. Kadowski aún le observaba.

─George, ¿Tu que planes tienes?─ Preguntó Bartelli nervioso, sin estar seguro de que respuesta iba a conseguir.

Scott levantó la vista lentamente, y miró hacia Bartelli. ─Volver a la fábrica Chrysler, supongo─, respondió débilmente. Entonces, volvió a ponerse nervioso y a enfadarse de nuevo. ─Planes, habláis de planes. Vosotros, de qué demonios estáis hablando. ¿Qué planes tiene Terry ahora? Decidme. Su vida comenzaba ahora. Y ahora, ¿qué tiene? Os diré lo que tiene, nada. Eso es lo que tiene, nada excepto una tumba de aguas oscuras.

Los demás no dijeron nada, y simplemente se quedaron sentados observando a Scott. Estuvo callado un rato, y de repente continuó. Aunque mucho más calmado y relajado esta vez. ─No, no será en Chrysler─, dijo tranquilamente. ─Al menos no por mucho. Tengo planes más importantes que esos.

Kadowski levantó la vista. Había algo en la forma en la que Scott hablaba; la forma en la que miraba. De algún modo parecía amenazador. ¿De qué estaba hablando? A Kadowski no le gustaba de lo que iba eso. No le gustaba lo que oía. Tenía miedo de que algo terrible fuera a pasar, no sabía lo que sería, o cuando. Aun así, sabía que no tenía poder para impedirlo, fuera lo que fuese.

De repente, Scott se volvió a agitar. Empujó la silla hacia atrás y se puso de pie. ─Tengo que irme, chicos─, dijo simplemente, y sin decir nada más salió a toda prisa del bar, tomando a los demás por sorpresa. Cuando se dieron cuenta de lo que pasaba, Scott ya había desaparecido.

─Ve tras él, Tom─, gritó Kadowski. ─ ¡Rápido! Tony ve con él─. Los dos fueron rápidamente a la salida. ─Y tened cuidado─, añadió Kadowski. Aunque no estaba seguro de por qué había dicho eso. En realidad no creía que Scott fuera un peligro, no para Bartelli y Bannister, al menos. Sin embargo tenía un incómodo presentimiento que no podía explicar. Nunca antes había visto a Scott de esa forma. No le gustaba lo que había visto, así que ser cautos no era tan mala idea.

Quince minutos después, los dos hombres regresaban sin haber encontrado ni una sola pista de Scott. Podría estar en cualquier parte. ─Hemos ido hasta la estación, y el andén. Aún falta una hora o más para el tren de Detroit.

─Por lo que pudimos ver no estaba en ninguna parte en la estación. Claro que podía haber ido en la dirección completamente opuesta─, dijo Bannister. ─No tenemos forma de saber dónde ha ido.

─V.ale, chicos. No podemos hacer nada mas─, dijo Kadowski, intentando ocultar su preocupación. ─Sentaos, y vamos a tomarnos un trago para tranquilizarnos. Tony, llama al camarero, tomaremos otra ronda.

Bartelli llamó la atención del camarero, y pidió las bebidas. Los tres hombres regresaron a sus asientos, y esperaron sus bebidas en silencio.

Bartelli fue el primero en romper el silencio. ─Espero que George esté bien─, dijo. ─Y que no haga nada estúpido─. Kadowski y Bannister se incorporaron. Bartelli acababa de expresar lo que todos pensaban, pero no dijeron nada. Poco después llegaron las bebidas.

─Sargento, ¿No se le ocurrirá ir tras ese oficial de las S.S, verdad?─ Preguntó Bartelli.

─Claro que no─, interrumpió Bannister. Kadowski no dijo nada. Los tres volvieron a quedarse en silencio.

De repente, Bartelli volvió a hablar de nuevo. ─Sargento, ¿realmente hubiera disparado a ese oficial?─ Preguntó. ─Ya sabe, cuando regresamos al lago.

A Kadowski le sorprendió la pregunta. ─Sí, sí, lo hubiera hecho─, dijo sin pensar.

─De ninguna manera, Frank─, dijo Bannister. ─De ningún modo hubieras hecho algo así. Nunca hubieras disparado a alguien a sangre fría.

─Puede que tengas razón, pero no lo sabes con seguridad─, dijo Kadowski. ─No lo sé. Creo que lo hubiera hecho, para mantener el oro en secreto. De todos modos, nunca lo sabremos con seguridad.

─Bueno, yo lo sé─, dijo Bannister. ─Le hubieras hecho prisionero y entregado a las autoridades militares.

─ ¿Y qué pasa con el oro?─ Preguntó Kadowski. ─ ¿Qué pasaría si lo mencionaba?

─Frank, no hay ningún oro. E incluso si lo hubiera, ese oficial de las S.S no hubiera dicho ni una palabra─, dijo Bannister. ─No, no le habrías matado. Lo sabes, y yo lo sé.

─Tom, digamos que tienes razón, que no le hubiera matado─, dijo Kadowski. ─El problema es que creo que George sí lo hubiera hecho, no hay nada que pueda hacer. Solo me alegro de que ese oficial esté a más de tres mil kilómetros de aquí.

Bannister no dijo nada durante un rato. Solo observaba a Bartelli. Su cara estaba cetrina y le temblaban las manos. ─Es verdad─, dijo al fin. ─Es un camino tremendamente largo. No hay ninguna posibilidad de que George haga nada. Ninguna posibilidad en absoluto. ¿Tengo razón o tengo razón, Tony?

Bartelli no estaba del todo seguro. Estaba totalmente confuso. Toda esa charla sobre matar a alguien. Vamos muchachos, la guerra ya se ha terminado. Se supone que estamos celebrando nuestro regreso a casa. ─Sí, Tom─, dijo. ─Tienes toda la razón.

─Bueno, Tony. ¿Cuáles son tus planes para los próximos diez días?─ Preguntó Kadowski, cambiando de tema e intentando apartar a un lado los pensamientos sobre Scott.

Bartelli, en realidad, no sabía lo que iba a hacer. La verdad del asunto era que no tenía ningún plan. Estaba más preocupado sobre lo que pasará cuando regresen al cuartel tras su permiso. ─Oh, visitas a la familia, supongo─, dijo. Entonces, tras pensar un rato, preguntó lo que en realidad le preocupaba. ─Sargento, ¿qué pasa con la guerra del pacífico? Me refiero a que la guerra puede haber acabado en Europa, pero aún seguimos luchando contra los japoneses, ¿no?

─ ¿A dónde quieres llegar, Tony?─ Preguntó Kadowski.

─Bueno, ¿Cree que nos pueden volver a enviar al frente?─ Preguntó Bartelli. ─Quiero decir, ¿al Pacífico?

Kadowski no sabía la respuesta. No sabía cuánto tiempo iba a continuar la guerra. Cabía la posibilidad, por supuesto, de que su unidad se reagrupara y fuera reasignada. Sinceramente, él esperaba que no fuera así. ─No sé mucho sobre eso─, dijo. ─Ahora que hemos vuelto a casa, no podría imaginar que nos volvieran a enviar al frente. ¿Qué crees, Tom?

Bannister tampoco estaba seguro, pero creía que era bastante improbable. ─Lo dudo mucho. Desde un punto de vista económico, les saldría muy caro─, dijo. ─De todos modos, la lucha no puede durar mucho más, ¿no?

─No─, dijo Kadowski. ─Estoy seguro de que tienes razón, Tom. No, no creo que tengamos que preocuparnos por eso. Estoy seguro al noventa y nueve por ciento de que nuestra lucha ha terminado, gracias a dios─. Estaba muy lejos de estar al noventa y nueve por ciento seguros, pero tenía la esperanza de estar en lo cierto.

─Brindaré por eso─, dijo Bannister levantando el vaso.

─Lo mismo digo─, dijo Bartelli, rompiendo en una gran sonrisa.

─Vamos, Tony. Bebamos─. Kadowski miró su reloj. ─Ya es casi la hora para tu tren. Será mejor que te vayas─. Kadowski puso los brazos alrededor de los hombros de Bartelli y le dio un fuerte abrazo.

Bartelli terminó su trago. ─Sí, supongo que tienes razón, sargento─, dijo. ─Os voy a echar mucho de menos, muchachos─. Su voz comenzaba a romperse, y sus ojos empezaban a empañarse.

─Venga─, dijo Kadowski. ─Sal de aquí.

Bartelli sonrió y giró hacia la salida. ─Adiós, Tom─, gritó. Bannister saludó. ─Adiós, sargento, estamos en contacto─. Se dio la vuelta rápidamente y salió del bar.

Mientras Bartelli desaparecía, los dos hombres que quedaban se quedaron sentados. ─Es un buen tío, nuestro Tony─, dijo Kadowski.

─Sí, lo es─, dijo Bannister. ─ ¿Qué tal otro trago?

─ ¿Por qué no?─, respondió Kadowski. ─ ¿Cuánto tiempo tienes hasta que salga tu tren?

─Algo más de una hora─, respondió Bannister. Hizo una señal al camarero con un movimiento circular con la mano. ─Dos wiskis─, dijo. ─Dobles.

─Sabes, Tom. Aún no puedo quitarme ese sentimiento sobre Scott─, dijo Kadowski. ─Espero que esté bien.

─No te preocupes, estará bien─, dijo Bannister.

Sin embargo, Kadowski no podía quitarse las palabras de Scott de su mente. ─No sé. Estaba tan resuelto, tan vehemente. No me importa decírtelo, Tom. Estoy asustado─, dijo. ─No creo que haya estado antes tan asustado.

─ ¿Qué quieres decir con que estás asustado?─ Preguntó Bannister. ─ ¿No creerás que tiene intención de hacerte daño?

─No, en absoluto─, dijo Kadowski. ─No tengo miedo por mí. El no planea hacerme daño. No, lo que me asusta es el daño que se pueda hacer a él mismo─. Kadowski se sentó en silencio durante un momento. ─ ¿No creerás que en serio tiene la intención de hacer lo que dijo, verdad?

Las bebidas llegaron, y Bannister le pasó el vaso a Kadowski. ─Oh, vamos, Frank. ¿Qué quería decir? Al fin y al cabo, ¿qué dijo en realidad? No estoy seguro de lo que estaba hablando.

─Bueno, sé que posiblemente sea una locura, y probablemente esté diciendo un montón de tonterías, pero a mí me ha sonado como si estuviera amenazando con algún tipo de venganza contra ese oficial alemán.

─Eso es una locura. ¿Cómo podría hacerlo? No tiene ni idea de dónde puede estar ese oficial de las S.S.─, Bannister intentaba con todas sus fuerzas que Kadowski no se preocupara. ─Es prácticamente imposible que lo encuentre.

─No, supongo que tienes razón─, admitió Kadowski. ─pero no puedo evitar preocuparme.

─No hay nada de lo que preocuparse en absoluto─, dijo Bannister. ─Scott siempre ha sido negligente, lo sabes. Siempre ha sido temerario, abandonar todo sentido de la prudencia no es nada nuevo.

Kadowski estaba muy lejos de estar convencido. ─Sí, claro, él es temerario, insensato. Nosotros lo sabemos. Sin embargo tenemos que admitir que hay algo mal. Algo es diferente, casi fanático. George no ha sido el mismo desde que asesinaron a Terry. Sé que eran muy amigos, pero lo está llevando realmente mal.

─Estoy seguro de que te estás preocupando por nada. Solo es cháchara. Algún tipo de reacción mental de la depresión. No olvides que todos nosotros hemos pasado por mucho, allí en Europa. Eso afecta a la gente de formas diferentes. Vamos a esperar a que vuelva a casa, que se recupere pronto─. Dijo Bannister. ─De todos modos lo veremos en el campamento en un par de semanas, y veremos cómo está entonces.

─Sí, cierto─, dijo Kadowski, aún sin estar muy seguro. ─Ya lo veremos.

─Bueno, Frank. ¿Cuáles son tus planes ahora que hemos regresado?─ Dijo Bannister cambiando de tema.

Kadowski se alegraba de distraerse. ─Oh, bueno, debería dejar el ejército definitivamente─, dijo. ─Ya sabes, he sido soldado durante más de veinticinco años─. Se detuvo unos instantes, intentando calcular. ─De hecho, casi treinta años. Creo que es tiempo suficiente.

─Treinta años─, dijo Bannister. ─Más que suficiente, diría yo. Sabes, Yo ni siquiera había nacido cuando te alistaste. ¿Pero, qué vas a hacer? Quiero decir, ¿no puedes retirarte y ya está, no?

─Ahí llevas razón─, dijo Kadowski. ─La pensión no estará mal, pero necesitaré trabajar. Probablemente busque trabajo en algún sitio, tal vez en alguna de las fábricas de por aquí. O tal vez, ahí abajo, en el astillero. Está cerca de mi casa. A mano. ¿Y tú, Tom?

─Oh, no estoy muy seguro─, respondió Bannister. ─Espero poder volver a la ferretería donde trabajaba. Suponiendo que me readmitan, claro. Al menos, eso espero.

Los dos hombres estuvieron sentados en silencio durante un rato. Poco después Bannister continuó. ─Ahora, ¿qué hay de ese oro?─, dijo a Kadowski. ─ ¿Crees que volverás para encontrarlo?

A Kadowski le pilló por sorpresa ─Puede, quien sabe─, respondió. ─Aunque, ¿qué tengo para continuar? Algunos trozos de madera rotos; cuatro soldados alemanes muertos, y un mal presentimiento, no son mucho, ¿no?

─Supongo que no─, respondió Bannister. ─Pero estabas tan seguro.

Kadowski se sentó en silencio, pensando de nuevo en el lago. Sí, había estado muy seguro entonces, casi al noventa por ciento, al menos. No, era mucho más que eso. Sabía que el oro estaba allí, en alguna parte. Eso era todo, solo lo sabía.

─Sí, tienes razón─, dijo a Bannister. ─Estaba totalmente convencido. No sé, ahora que hemos regresado, ya no estoy tan seguro. Es casi como si hubiera sido un sueño, como si lo hubiera imaginado. O tal vez simplemente lo había estado sacando todo de contexto. Tal vez solo quisiera que fuera verdad.

─ ¿Qué perderías al regresar y descubrirlo?─ Preguntó Bannister.

Kadowski no esperaba eso. ─En realidad no lo sé─, dijo. ─No he pensado mucho en ello.

─Bien, hazlo ahora─, insistió Bannister.

─Bueno, supongo que necesitaría algún equipo de buceo─, pensó Kadowski. ─ ¿Has buceado alguna vez, Tom?─ Preguntó.

Bannister no había buceado nunca. ─Necesitaríamos encontrar a alguien. Alguien que sepa lo que hace. ¿Qué más?

─Transporte─, respondió Kadowski tras mucho pensar. ─Necesitaríamos algunos medios de transporte. No sé cuántos necesitaríamos. Eso, obviamente, depende de cuánto oro haya─. Hizo una pausa, y después añadió, ─si es que hay alguno.

─Digamos que un camión puede transportar unas diez cajas─, Bannister empezaba a parecer bastante emocionado. ─Un camión cada uno sería más que suficiente, para un viaje, al menos. Así, que vamos a decir, tres camiones. Eso será más que adecuado. Ahora, ¿qué más tenemos que tener en cuenta?

─Las autoridades austriacas; la policía militar de los Estados Unidos, lo que sea─, continuó Kadowski. ─Probablemente estarán por toda la zona. Posiblemente ni siquiera podamos echar un vistazo.

─ ¿Por qué dices eso?─ Preguntó Bannister. ─ ¿Por qué tendrían ningún interés en el lago? No saben nada sobre el oro, ¿no?

─No─, respondió Kadowski. ─Al menos, eso creo. ¿Cómo podrían?

─Entonces dudo que se molestaran─, dijo Bannister. ─Tendrán cosas mucho más importantes de las que preocuparse. Un pequeño lago de Austria sería la última cosa en su lista de cosas que hacer.

─Puede que tengas razón─, dijo Kadowski. ─No sé. Pero será un problema financiar el viaje. Sería muy caro.

─ ¿Qué quieres decir, Frank?─ Preguntó Bannister.

─El principal problema, como yo lo veo, serían los gastos─, dijo Kadowski. ─Llevarnos a los tres de vuelta sería muy caro. Unos mil dolores, diría yo. Y después estaría el coste de vivir allí por un tiempo. Creo que todo nos llevaría como mucho unas tres o cuatro semanas. Añádele cualquier incidente; los camiones; el equipo de buceo; tiendas. Lo que quieras. Serían mil cosas, no lo sé con seguridad.

─ ¿Cuánto dirías que costaría todo el proyecto?─, dijo Bannister. ─ ¿Cinco mil dólares? ¿Seis? ¿O más?

Kadowski dudó. No sabía la respuesta a esa pregunta y hasta ahora todo eran conjeturas. No lo había desarrollado. Probablemente ni siquiera importaba. Todo era una ilusión. ¿Por qué Bannister continuaba con ello? ─Sí, creo que debe ser algo así, cinco o seis mil dólares─, respondió al final. ─Sea lo que sea, es mucho dinero. Y yo no tengo esa cantidad, ¿y tú?

─No, no la tengo─, dijo Bannister con aire pensativo. ─Pero entre los tres, seriamos capaces de acumularlo, ¿no crees?─ Bannister tomó su bebida. ─ ¿Cuánto crees que vale el oro?─ continuó. ─ ¿Digamos un lingote, mil dólares?

─Puede ser─, dijo Kadowski. ─En realidad no lo sé. ¿Por qué, a donde quieres llegar?

─Solo es hablar por hablar, Frank─, respondió Bannister. ─Nada más─. Miró a Kadowski y sonrió. En ese momento Kadowski sabía que era más que mera conversación, aunque no estaba seguro de adonde quería ir a parar Bannister.

─Mil dólares suena bien─, continuó Bannister. ─Entonces, hay diez, doce, lingotes por caja─, hizo una pausa como si contara. ─Eso son diez mil dólares por caja. Diez cajas por camión, ¿suena razonable?─No esperó a la respuesta. ─Eso son cien mil dólares─, dijo. ─Cada uno.

─Bueno, puede que lleves razón─, respondió Kadowski. ─Pero hay muchas suposiciones en tus cálculos─. Kadowski levantó la mano y enseñó un dedo. ─Uno, no sabemos el precio por lingote, podría ser mucho menos.

─Pero, podría ser más, ¿no?─ Interrumpió Bannister.

Kadowski ignoró el comentario, y continuó, enseñando un segundo dedo. ─Dos, no sabemos el número de lingotes por caja; y tres, no sabemos cuántas cajas hay.

─No, tienes toda la razón─. No lo sabemos. Pero por lo que has dicho, en el pasado, es seguro que hay más de una caja─, respondió Bannister. ─Y a juzgar por el tamaño de un lingote de oro normal, apostaría que habría al menos diez lingotes por caja, quizás más.

─Vamos a suponer, por el placer de discutir, que estás en lo cierto─, dijo Kadowski. ─ ¿Qué quieres decir?

Bannister continuó. ─La cosa es que incluso si hubiera solo una caja, el oro valdría unos diez mil dólares. Así que, recuperaríamos nuestro dinero, más un extra de beneficios. No tenemos nada que perder.

─Puede que no haya ningún oro─, insistió Kadowski. ─Puede que haya estado completamente equivocado, ¿y entonces qué?

─Entonces habremos perdido mil setecientos pavos de una tacada, no es gran cosa. Puedo vivir con eso─, dijo Bannister. ─Pero Frank, estabas muy seguro de que el oro existía. Nosotros éramos los incrédulos. ¿Por qué tienes dudas ahora?

─No lo sé, Tom─, respondió Kadowski. ─Puede que ahora que estamos en casa, todo lo que pasó allí ahora parece tan irreal. No debe ocurrir de nuevo. De vuelta aquí, las cosas toman otra perspectiva. La realidad vuelve a hacerse cargo.

─Sé lo que quieres decir, Frank─, dijo Bannister. ─Pero aún creo que merece la pena intentarlo. ¿Por qué no lo vemos?

Kadowski se mantuvo en silencio. Bannister hablaba en serio. ─ ¿Lo dices en serio, Tom?─ Preguntó.

─Frank─, dijo Bannister, ─Hablo muy en serio, pero no sobre la búsqueda del oro.

Kadowski se sorprendió por la respuesta de Bannister. ─ ¿Qué quieres decir?─ Preguntó.

─Frank, todo esto era solo simple charla─, respondió Bannister. ─Solo intentaba mostrarte las dificultades a las que te podrías enfrentar si siguieras adelante con la idea─. Bannister bebió un sorbo de su bebida y continuó. ─Ya hemos discutido varios puntos, pero aún hay un sinfín de problemas que considerar─. Entonces empezó a enumerarlos. ─Primero, lo que sea que hayamos dicho sobre las autoridades, son tonterías.

─Pero habíamos estado de acuerdo en que no se preocuparían por un pequeño lago de Austria, ¿no?

─Sí, lo hicimos. Pero obviamente eso no puede ser correcto. Por supuesto que les interesará, Frank. No van a quedarse sentados sin más, y dejarte a ti allí. Con todo el equipo necesario, con el transporte incluido, van a querer saber de qué va todo eso. No acabarían las preguntas. ¿Quién es usted? ¿Qué está haciendo? Segundo, ¿Qué pasa con los locales, la gente que vive en la zona? Sabrán de qué va todo, ¿no? Empezarán a hacer preguntas.

─Sí, tienes razón, ya lo veo─, admitió Kadowski. Las dudas, ahora, comenzaban a disiparse.

─Tercero, tendrías que considerar el oro en sí mismo─, continuó Bannister. ─ ¿Cómo explicarías estar en posesión de lingotes de oro? Digamos que tienes doce lingotes, por poner. Nunca podrías utilizarlos, no legalmente, al menos. No podrías ir simplemente a un banco y decir: Me gustaría hacer un depósito, por favor, dos lingotes de oro. O pagar en una tienda con ellos. Lo siento, no tengo nada más pequeño, ¿tiene cambio?

─Si, ya veo que tienes un punto de vista muy válido─, dijo Kadowski, intentando no reírse muy alto. ─Y serían muy pesados para cargar en carreta, ¿no? No cabrían en el bolsillo.

─Suena divertido, Frank, pero no lo es. Hablo totalmente en serio─, dijo Bannister. ─ ¿Cómo te desharías de ellos?

Kadowski no sabía la respuesta a eso. ─El mercado negro, supongo─, sugirió.

Bannister no estaba impresionado. ─Frank, ¿a quién conoces en el mercado negro? Exactamente, a nadie, ¿verdad?

Kadowski tenía que admitirlo, Bannister estaba totalmente en lo cierto. No sabría por dónde empezar. ─Necesitarías encontrar a alguien especial─, continuó Bannister. ─Algún estafador, con contactos, que sepa lo que hay que hacer, alguien que sepa como deshacerse de lingotes de oro. Exactamente, ¿a quién conoces tú al respecto?─ Se detuvo un momento, dejando que las implicaciones hablaran por sí solas. Entonces comenzó otra vez. ─Cualquiera con esas características será caro, y no tendrías elección. Dudo que recibieras más del veinte por ciento del valor real del oro. Posiblemente incluso podría ser mucho menos, quizás solo un quince por ciento.

Bannister hizo una pausa, pero muy corta. ─Después, ellos lo sabrían todo sobre el oro, y estarías atado a ellos. Estarías abierto al chantaje durante el resto de tu vida.

─ ¿Qué quieres decir?─ Preguntó Kadowski.

─Mira─, comenzó a explicar Bannister. ─Con tanto dinero incluido, ¿cuánto dijimos? Una caja equivale a diez mil dólares, ese estafador del mercado negro no se detendría hasta que tuviera en sus manos la mayoría de él. No te dejarían solo. Cada vez que pagaras serías más vulnerable, y así siempre.

Kadowski tenía que admitir que Bannister posiblemente tenía razón.

─Y serías tú quien tomara el mayor riesgo─, Bannister continuó. ─tendrías que ser tú quien hiciera toda la búsqueda y la recuperación. Después tendrías que transportarlo hasta nuestro hombre del mercado negro─. Kadowski no dijo nada, pero sabía que Bannister estaba dando puntos bastante acertados. Aún hay más. ─Otra preocupación importante es ese mayor de las S.S─, dijo Bannister. ─Estoy casi seguro de que el irá también a buscar el oro, así que estaréis en una carrera.

─Posiblemente eso sea verdad─, admitió Kadowski. ─Pero él tendrá las mismas dificultades que nosotros, ¿no?

─No del todo─, dijo Bannister. ─Él tiene dos ventajas importantes. Uno, está más cerca, solo a unos kilómetros, y no a algunos miles, como nosotros. Dos, él sabe exactamente donde está el oro. Fue él quien lo escondió en primer lugar.

─Bien, tienes toda la razón en eso─, dijo Kadowski.

─Seguramente él regresará a recuperar el oro, ¿verdad?─, dijo Bannister. ─sin duda alguna llegará antes que tú.

─A no ser que lo capturen antes─, dijo Kadowski.

─A no ser que lo capturen antes─, asintió Bannister. ─Pero las posibilidades de que eso ocurra son mínimas, como bien sabes, Frank.

─Podría pasar─, insistió Kadowski.

─Sí, podría pasar─, Bannister aceptó al posibilidad. ─Pero, no obstante, Frank, lo que estás considerando está plagado de peligros y un sinfín de problemas. Al final las recompensas financieras serían mínimas. Mi consejo es que lo olvides, y les digas a las autoridades lo que sabes.

Kadowski estaba un poco decepcionado. Había esperado que Bannister hubiera estado interesado y le hubiera ayudado en la aventura. Sabía que Bartelli se habría unido, aunque solo si se le hubiera ordenado, o convencido de que era lo correcto. Eso ero algo que Bannister podía hacer con mucha facilidad. Pero no estaba interesado. De hecho, peor aún, pensaba que era tan difícil que era mejor olvidarlo. Kadowski no estaba preparado para dejarlo correr tan fácilmente. Había esperado que sus colegas del ejército se hubieran unido a él, pero no parecía muy probable. Vale, siempre quedarían otros amigos y vecinos.

─Aprecio lo que dices, Tom. Pero ahora mismo no estoy seguro de lo que voy a hacer─, dijo Kadowski. ─Tengo que pensarlo.

─Me alegra oírlo, Frank─, dijo Bannister. ─Piénsalo largo y tendido, y después olvídalo, por favor─. Miró a Kadowski, con los ojos llenos de súplica, rogándole que hiciera lo que había dicho.

Kadowski le devolvió la mirada. Sabía exactamente lo que Bannister le quería decir, pero no dijo nada. Entonces de repente se dio cuenta de que se hacía tarde. Miró su reloj. ─Ay, Tom. Es mejor que vayas a la estación. Tu tren sale pronto.

Bannister miró el reloj. ─Tienes razón, no me había dado cuenta de que era tan tarde─, dijo. ─Es mejor que me vaya o lo perderé─. Vació su vaso y comenzó a prepararse para marcharse.

─ ¿Cuándo se supone que llegas?─ Preguntó Kadowski.

─Pasado mañana, sobre el mediodía─, respondió Bannister. ─Suponiendo que no haya retrasos. Pero tengo que cambiar de tren cuatro o cinco veces, así que no será tan fácil, estoy seguro─. Bannister se levantó y miró a Kadowski. ─Recuerda lo que te he dicho sobre el oro, Frank. ¿Me oyes?─ Recogió sus bolsas.

─Te oigo, Tom. Y lo recordaré, no te preocupes─, respondió Kadowski. ─Hablaremos de nuevo. Estamos en contacto─. Kadowski estrechó la mano de Bannister. ─Cuídate─. Caminaron juntos hacia la salida, y se detuvieron en la puerta.

─Ten cuidado Frank─, dijo Bannister. ─Cuídate─. Y entonces, como recordatorio, le urgió a Kadowski que recordara lo que había dicho. Se giró y salió del local. Kadowski observó mientras Bannister caminaba hacia la esquina de la calle, y desaparecía. Después volvió a entrar en el bar. Aún pensaba en Scott y en lo que había dicho. No podía deshacerse de ese mal presentimiento que se convertía cada vez más en miedo.

***

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Volvió a sentarse en la mesa, tomó el vaso y bebió lo que le quedaba de bebida. Después llamó al camarero y pidió otra. ─Doble, por favor─, dijo. Scott le había preocupado. Estaba enfadado. Estaba claro que estaba disgustado por la muerte de Roberts, pero él también lo estaba, y el resto de los chicos. Fue un golpe duro para el pobre muchacho. «Pero Roberts no fue el único en morir», se dijo Kadowski a sí mismo. «Ese mismo día perdimos a Reynolds, Chandler, y Morris. En total, desde que llegamos a Sicilia, perdimos treinta y uno hombres». Treinta y uno, de un total de cuanto, más de cien hombres, pensó. «Eso era una mierda de porcentaje. Treinta y uno de cien, eso es uno entre tres. Si me gustara apostar, diría que eso era muy pocas probabilidades».