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Capítulo Quince

La Casa Redfern

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A la hora señalada Bartelli se dirigió al vestíbulo de la iglesia situada en la calle de al lado. La puerta estaba abierta de par en par. Bartelli miró por la entrada. El vestíbulo parecía estar completamente a oscuras, aparte de un pequeño resplandor proveniente de una única luz al final de este. En el resplandor, Bartelli solo podía ver al Padre O’Brien, que estaba sentado en una mesa de caballete justo delante del altar.

Bartelli llamó con cuidado. ─Hola, ¿se puede?─. No hubo ninguna respuesta. Avanzó unos pasos, y entró en el edificio. Se detuvo, y volvió a llamar una vez más. De nuevo, nadie respondió. Llamó a la puerta, pensó que oiría el sonido en la oscuridad. Se asomó a su izquierda, pero no podía ver nada. Escuchó atentamente, pero no oía nada más. Avanzó un poco más hacia el altar. Mientras avanzaba, se percató de que había más mesas. Parecían estar preparadas para una fiesta de algún tipo. Bartelli no le dio mayor importancia, y continuó su camino. Llamó una vez más, de nuevo nadie respondió. Cuando llegó a la altura del altar, el párroco levantó la vista.

─Antonio, bienvenido─, dijo. ─Por favor, pasa─. Miró el gran reloj que había justo encima. ─Y justo a tiempo. Las siete y media, en punto. Eres muy puntual. Esa es una muy buena cualidad, dice mucho de una persona. Lo siento, no te oí entrar─. El cura se levantó y se acercó hasta donde Bartelli estaba de pie. ─Debo haberme quedado dormido─, continuó. ─Parece que lo hago mucho últimamente, me hago viejo, supongo.

─Oh, he llamado un par de veces─, dijo Bartelli, aceptando la mano estirada del párroco. ─No quería molestar─. Entonces pensó en las mesas preparadas. ─Aunque no debería estar aquí. ¿Tiene planes para esta noche?─ Dijo al mismo tiempo que señalaba las mesas. ─Puedo volver en otro momento. Tal vez mañana por la tarde, si le parece bien─. Se dio la vuelta y comenzaba a marcharse, no había ido muy lejos cuando, una vez más, creyó oír algo en la oscuridad. Miró a su alrededor pero no vio nada.

─No, está bien, Antonio, quédate, por favor─. Le llamó rápidamente el padre para que regresara. ─Quería hablar contigo─. Bartelli se giró y se acercó a la mesa. Cuando llegó a donde el cura estaba sentado, se detuvo y se puso firme como si estuviera en formación.

─Por favor, por favor, Antonio, siéntate─, dijo. ─Y podemos ahorrarnos las formalidades─. Bartelli se relajó y se sentó. ─ ¿Te apetece un café?─ Preguntó el padre. ─No tengo nada más fuerte, lo lamento.

─Café está bien, señor─, respondió Bartelli mientras se sentaba delante del padre.

El Padre O’Brien sirvió el café. ─ ¿Leche y azúcar?─ Preguntó. ─Me alegro mucho de que estés de vuelta en casa, lo sabes─, continuó el cura, tomando a Bartelli por sorpresa. ─Todos estábamos muy preocupados por ti cuando te fuiste.

Bartelli se preguntaba quién era ese «nosotros», pero se mantuvo en silencio.

─Y ahora, gracias a Dios, estás de vuelta en casa, de vuelta con nosotros─, continuó el cura.

Aquí llega, Espero verte en misa, espera sentado.

─ ¿Tienes planes, para tu futuro?─ Preguntó el padre. ¿O aún es demasiado pronto?

Eso no era lo que había esperado. Tal vez la próxima vez, pensó. Por un momento no estuvo seguro de cómo responder. ─No estoy muy seguro, padre─, murmuró. ─Necesito pensar las cosas un poco más, pero creo que me quedaré en el ejército. Creo que me voy a alistar como soldado regular.

─Oh, ya veo─, dijo el cura, sonando un poco decepcionado. ─Bueno, podría ser peor, supongo─. No sonaba muy convincente. ─No creo que lo sepas, pero estoy relacionado con un pequeño orfanato, a unos pocos kilómetros a las afueras de la ciudad. La casa Redfern. ¿Has oído hablar de ella?

No, Bartelli no había oído hablar de ella. No había ninguna remota razón por la que debería haber oído hablar de ella. Estaba comenzando a impacientarse, y se preguntaba a donde llevaba todo esto.

─Es un sitio muy activo, y andan un poco justos de personal. Podrían tener algún tipo de ayuda extra a tiempo completo─, dijo el cura.

Bartelli se preguntaba por qué necesitaba saber todo esto. Tal vez la rutina de Espero verte en misa hubiera sido preferible, después de todo.

Sin embargo, el cura continuó. ─Ya sabes, lo típico, un empleado de mantenimiento. El sueldo no es muy bueno, pero no está tan mal. Además, incluyen la acomodación libre de cargos. Tu propio apartamento, todo lo que necesites. Y la comida. Está todo incluido. Oh, y ropa de trabajo. Ya puedes imaginar que habrá mucha que esté desgastada─. El padre soltó una risita y continuó. ─Más tres semanas de vacaciones al año. Así que, en general, no es mal trato.

─Suena realmente interesante, padre. Suena realmente genial, seguro─, dijo Bartelli con poco, si no ningún, entusiasmo. ─Nada mal, en serio. ¿Pero, por qué me lo cuenta? ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo?

El padre le observó durante un instante. ─Oh, por nada, por nada en particular─, dijo. ─Solo pensaba que tal vez podrías considerarlo. A mí me parece bastante adecuado─. Dijo el cura al tiempo que se encogía de hombros. ─No te preocupes. Tal vez esté equivocado. No sería la primera vez. Tal vez no sea lo tuyo, después de todo.

─Cierto─, dijo Bartelli. ─No, padre. Seguro que no es lo mío. No suena ni un poco adecuado. Lamento que haya perdido el tiempo, pero no estoy interesado. Así de simple.

Bartelli recordó cómo eran los orfanatos, tan vivamente. Esos recuerdos estaban arraigados en su memoria. No eran sitios agradables. De hecho, el odiaba estar en ellos. Odiaba todo lo que tenía que ver con ellos. Los viejos edificios eran sombríos, deprimentes y lúgubres. La gente que estaba a cargo era cruel, e hiriente. Eran lugares terribles. ─No, no creo que pudiera querer regresar a uno de esos lugares─, declaró. ─Ni siquiera como miembro del personal. Gracias, pero no, gracias.

De repente, la expresión del padre O’Brien cambio al percatarse de lo que ocurría. ─Ahora lo recuerdo─, dijo. ─Por supuesto, tu creciste en un orfanato, ¿verdad, Antonio?─ Él sabía exactamente como habrían sido los orfanatos esos días. ─Lo siento. Lo había olvidado por completo, he sido un estúpido.

─Sí, padre, estuve en un orfanato. De hecho, estuve en varios─, respondió Bartelli, un poco impaciente. ─Y soy Tony─. Tan pronto como lo dijo se lamentó. Eso no había sido necesario, pensó, y por dentro se golpeó. Se apresuró a contestar, esperando que el padre O’Brien no se hubiera dado cuenta. ─No eran lugares muy agradables, de hecho, era...─Se detuvo justo a tiempo. ─Eran lugares horribles. Y las monjas, bueno, cuanto menos diga, mejor─. Se dio cuenta de la mirada perpleja del padre O’Brien. ─Lo siento, padre, pero así es como era. Las monjas eran terribles. Yo las odiaba. Lo siento─. Bartelli agachó la mirada, evitando el contacto visual.

El párroco no necesitaba que se lo dijeran. Estaba avergonzado de admitir que lo que decía Bartelli era totalmente cierto. ─Claro que eso fue hace algunos años, naturalmente─, dijo el padre O’Brien. No había oído el comentario sobre el nombre de Bartelli, o había decidido ignorarlo. ─Imagino que fue, cuanto, ¿hace doce años más o menos?

─Sí, padre, más o menos. Hace casi diez años, para ser exactos─, respondió Bartelli, más calmado esta vez, pero nervioso por encontrarse en esa situación. ─De todas formas, estoy seguro de que tiene muchas cosas que hacer. Será mejor que me marche.

─Imagino que eran muy diferentes por aquél entonces. Los orfanatos, quiero decir─, dijo el cura, ignorando por completo el último comentario. ─Estoy seguro de que ahora son mucho mejores. Sé que Redfern es un lugar maravilloso, y...─ Podía ver la expresión en la cara de Bartelli, y sabía que era inútil continuar. ─Si no estás interesado, supongo que no hay nada más que decir. Aunque es una lástima. Solo pensé...─No terminó lo que iba a decir.

Bartelli ya no escuchaba. Había oído algo, y ahora miraba detrás de él. Pudo ver a varias personas moviéndose en la semioscuridad. ¿Qué estaba pasando? Se preguntaba. Entonces, se dio cuenta. Probablemente se estaban preparando para un ensayo del coro o algo así. ¿Por qué no encienden las luces? Debía marcharse, ahora mismo. Se volvió hacia el padre.

─No, padre, realmente creo que no estoy interesado. De hecho, sé que no lo estoy─, dijo. ─Lo lamento. Pero gracias por pensar en mí. Encontrará a alguien, alguien más adecuado y que lo aprecie más, estoy seguro. Ahora, debo irme─. Se levantó listo para marcharse.

─Qué le vamos a hacer─, dijo el padre. ─Tenía la esperanza de que pudieras ir un día o dos. Ya sabes, echar un vistazo, ese tipo de cosas. Si no te gusta, no pasa nada, no hace daño a nadie, ¿qué tienes que perder? Un par de días en el campo, eso es todo─. Se detuvo, esperando una respuesta que nunca llegó. ─De acuerdo, lo dejamos así, entonces. No importa, gracias por venir a verme, de todas formas. Espero que todo te vaya bien─. De repente el cura se puso de pie.

Cuando lo hizo, las luces del vestíbulo se encendieron. De pie, detrás de Bartelli, había un grupo de sus vecinos. Estaban el señor y la señora Mulvaney. A su lado, el señor y la señora Greenwood, y sus tres niños. Niños, decía. El más joven tenía quince años y el mayor dieciocho. ¿Qué estaba pasando? Estas personas no cantaban en un coro. Además, la mayoría de ellos ni siquiera era católico. Entonces vio al señor Jackman, del piso de arriba; al señor y la señora Tomlin del otro lado de la calle. En total había unas veinte personas. Debe haber una reunión de vecinos o algo así. Debo salir de aquí, y rápido.

Estaba a punto de marcharse, cuando de repente le dieron unos golpecitos en el hombro. Se dio la vuelta. De pie, detrás de él, estaba Laura Stanley. Se acercó a él, y le besó suavemente. ─Bienvenido a casa, Tony─, dijo simplemente. Entonces hubo un estruendoso estallido de júbilo. Después, un aplauso salió de la multitud allí reunida. Bartelli estaba completamente sorprendido.

─Los vecinos me pidieron que preparara esta pequeña bienvenida para ti─, dijo el padre. ─Y yo estaba más que encantado de aceptar. Espero que no te importe. Todo el mundo ha sido maravilloso y ha colaborado─. Miro a su alrededor a las personas allí congregadas. Después volvió a mirar a Bartelli, con la mano en alto. ─Bienvenido a casa, Tony.

***

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No era el mayor evento social de Chicago aquel verano, pero para Bartelli significaba el mundo. Había gente a la que le importaba después de todo. No eran solo los muchachos del ejército. Estas personas no necesitaban montar un alboroto, pero estaban ahí. No estaban ahí porque estuvieran obligados a hacerlo. Estaban ahí porque querían estar. Eso era lo que realmente importaba, era lo que contaba. Aún no estaba seguro de sus planes de futuro, pero ahora no estaba seguro de nada. Al fin y al cabo, no iba a quedarse con los militares. No ahora, que había descubierto estos otros amigos.

***

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Al día siguiente, Bartelli regresó a la iglesia para ver al padre O’Brien y agradecerle la fiesta. ─Oh, no me lo agradezcas a mí, Tony. Debes agradecérselo a Laura. Fue idea suya, ya sabes─, respondió el padre. ─De ella y de la señora Mulvaney. Sabes, realmente le gustas.

─ ¿A quién?─ Preguntó Bartelli inocentemente. ─ ¿A la señora Mulvaney?

─Bueno, sí. Imagino que le gustas a la señora Mulvaney─, respondió el párroco. Empezaba a sentirse un poco incómodo. No era muy bueno en este tipo de cosas. Tosió varias veces para aclararse la garganta. ─De hecho, estoy completamente seguro de que le gustas. Sin embargo, en realidad estaba hablando de Laura. Le gustas mucho.

Bartelli estaba anonadado. ─Le gusto─, dijo con timidez. ─ ¿En serio que Laura dijo eso?

El cura simplemente sonrió. ¿Quizás era momento de volver a sacar el tema del orfanato? ─Por cierto─, dijo. ─ ¿Has pensado en lo que hablamos ayer? Ya sabes, sobre el orfanato.

─Bueno, sí, más o menos. Ya sabe, por encima─, respondió Bartelli. En realidad había pensado en ello largo y tendido. Estaba empezando a creer que tal vez merecía la pena un poco de investigación. Además, no tenía nada que perder, ¿verdad? ─ ¿Dónde dijo que estaba ese orfanato?─ Preguntó.

─Oh, no está demasiado lejos─, dijo el cura. ─A unos veinte o veinticinco kilómetros, creo. Está en las afueras, en la orilla este del lago─. ¿Estaba Bartelli realmente interesado, o era solo conversación educada? ─ ¿Por qué lo preguntas?

─Oh, solo por curiosidad, creo─, Bartelli se tambaleó ─Solo estaba pensando, eso es todo. Nada, er─. Dudó. ─Nada definitivo, no estoy seguro de que pueda entenderlo. Tal vez solo pueda ir y echar un vistazo, ya sabe. Pura curiosidad, nada más─, dijo. ─Ya que no tengo nada que hacer─. Bartelli intentaba con todas sus fuerzas parecer casual, sin querer comprometerse y fallar. ─De todos modos, un viaje al campo puede ser divertido, nunca se sabe. Usted lo dijo antes.

─Cierto, lo hice. Esto suena genial─, dijo el cura. ─Se debe estar muy bien, especialmente cuando hace buen tiempo. Es mucho mejor que estar aquí en la ciudad─. Sin discusión, pensó Bartelli. El cura continuó. ─Solo observa como son las cosas al día siguiente o así. Si encuentras un momento libre les haré saber que vas. Arreglaran algún sitio para que te quedes. Puede ser divertido, nunca se sabe. Si decides ir, estoy seguro de que Laura te dirá como llegar, ella va unas tres o cuatro veces por semana.

─ ¿En serio?─ Dijo Bartelli sorprendido. El orfanato se volvía más interesante por minutos. ─ ¿Por qué lo hace?─ Bartelli intentaba no parecer demasiado interesado, pero sin éxito.

─Ella trabaja para ellos a tiempo parcial─, dijo el cura. ─Enseña allí, sobre todo a los más pequeños─. El párroco observó a Bartelli. Esto estaba teniendo el efecto deseado, lo sabía. Apostaría a que mi pescado italiano ha mordido el anzuelo y está completamente pescado. ─De todas maneras, hazme saber tu decisión.

Bartelli no dijo nada. Las cosas empezaban a sonar cada vez mejor. Cada vez estaba más y más interesado, y más y más emocionado. No hizo ningún comentario, simplemente asintió con la cabeza y comenzó a dirigirse a la salida.

Cuando llegó a la entrada, se detuvo y se dio la vuelta. ─Padre─, llamó despreocupadamente. ─ ¿Podría avisar al orfanato de que estaré allí mañana, sobre medio día?

Dicho esto, salió rápidamente y se apresuró de vuelta a su apartamento. Tenía planes de ver a cierta señorita esa tarde. Tenía mucho que decirle y no podía esperar.

***

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Esa tarde, Bartelli llevó a Laura al cine local. Una vida robada, con Bette Davis. Fue un dramón. Laura lo disfrutó al máximo y Bartelli no tenía ni idea de lo que iba la película. Él solo estaba feliz de que Laura estuviera con él. Después, fueron a tomar café. Pasaron horas hablando de todo lo imaginable, incluido el orfanato. Se sorprendieron de ver que tenían mucho en común. Sus películas favoritas, música, lo que les gustaba hacer. Laura le contó todo sobre el orfanato. Él le contó que estaba pensando seriamente el trabajar allí. También le contó que iría al día siguiente y que estaría allí un par de días.

***

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Al día siguiente condujo hasta el orfanato. Era un bonito día soleado. El cielo estaba totalmente despejado, sin una nube a la vista. No había ningún rastro de la tormenta del día anterior. Ya había hecho los arreglos, o al menos el padre O’Brien los había hecho, para que pudiera quedarse unos días. Abandonando la ciudad se dirigió al oeste. En menos de una hora ya estaba en el campo. Se sentía bien fuera de la ciudad. Era un bonito día. Hacía calor, pero se estaba bien, con una ligera brisa. El aire era limpio y fresco.

Aunque no era espectacular, tenía que admitir que el paisaje era bonito. Las verdes colinas se elevaban suavemente por todo el margen del río y se podían observar acres y acres de bosque, y pequeños pueblos con casas desperdigadas.

La carretera serpenteaba y se elevaba con suavidad. Cuando llegó a la cima de la colina, la carretera se desvió abruptamente hacia la izquierda. Ahí, en el valle, estaba Yorkville. El orfanato, la casa Redfern estaba justo a las afueras. Podía ver el acceso que guiaba a través del bosque, y pasaba por una zona ajardinada, hasta la parte delantera de la casa. Aminoró la velocidad en la cima de la colina, y se hizo a un lado. Apagó el motor, y salió del coche. Desde su posición aventajada tenía una maravillosa vista del edificio, y del campo, que parecía ser infinito. El edificio principal era un gran edificio laberintico, de ladrillo rojo con fustes de chimenea retorcidos, y ventanas plomadas. Época victoriana, pensó, y no es que él supiera mucho de esas cosas. No era como ningún otro orfanato que él hubiera conocido. El edificio era sólido, y ornamentado, pero también era acogedor. No era lúgubre, u opresivo como los orfanatos que él había conocido. Pero solo era el edificio, la principal preocupación era cómo se llevaba.

Volvió a su coche, y continuó su camino. Mientras lo hacía podía ver que más allá de la casa principal había tres o cuatro edificios más pequeños. Parecían más nuevos, y probablemente solo tenían veinte o treinta años como mucho. Delante de los edificios podía ver grupos de niños jugando.

Cuando llegó a la entrada principal un hombre salió a recibirle. ─Tony─, dijo. ─Lo siento, quería decir ¿Señor Bartelli? Soy Peter, y voy a ser su guía durante los próximos días. Es mi tarea enseñarle todo el lugar, y responder cualquier pregunta que tenga

─Oh, hola Peter─, respondió Bartelli. Seguramente este no es un miembro del personal. Parece demasiado joven. ─Tony, está bien.

─Venga por aquí─, dijo Peter, recogiendo rápidamente la maleta de Bartelli, y subiendo los escalones de la entrada principal hacia el vestíbulo, Bartelli le siguió.

Esperando para saludarle, cuando hubo entrado en el recibidor, había una mujer de mediana edad. ─Hola Tony, me llamo Katherine, y soy la matrona de esta casa─, dijo. ─Bienvenido a Redfern─. Entonces, se giró hacia Peter y le ordenó llevar la maleta de Bartelli a su habitación. ─Al final de las escaleras, tercera puerta a la izquierda─, dijo. ─Y luego ven y acompáñanos a tomar un té en el porche─. Luego se volvió hacia Bartelli. ─Espero que disfrute su estancia con nosotros─, dijo. ─Venga, vamos a tomar un té.

Mientras Bartelli seguía a Katherine al porche, pensó que el padre O’Brien había estado en lo cierto. Las cosas habían cambiado. Esto era más como una casa con una gran familia. No había señales de ninguna monja por ningún sitio. Esta gente en realidad si se preocupaba. Mientras caminaban por el pasillo, Bartelli vio a varios niños pasando por su lado, u ocupando las habitaciones que iban pasando. Solo mira las caras de los niños. No puedes obligar a las personas a ser felices. Esto es único. Tal vez, quizás, él podría trabajar ahí como cuidador, o un auxiliar, o algo.

─Gracias─, le dijo a Katherine. ─Así que usted es la matrona de la casa. ¿Cuál es la posición de Peter?

Katherine se detuvo de repente y se giró hacia él. Tenía una gran sonrisa en la cara. ─ ¿Peter?─, dijo. ─Peter no trabaja aquí. Es uno de nuestros huérfanos─. Bartelli estaba avergonzado, sin habla. No se esperaba eso. ─Es un chico maravilloso, nosotros le adoramos. Se conoce el lugar como la palma de su mano y creímos que sería un guía excelente. Espero que no le importe.

─No, no. En absoluto─, dijo Bartelli, intentado recomponerse. Qué idiota. ¿Por qué debería importarme? ─Estoy encantado─, dijo. ─Yo no era así cuando era un huérfano.

A Katherine le habían contado sobre su pasado, así que sabía exactamente de lo que estaba hablando. ─Verá que ha habido muchos cambios desde que usted era un huérfano─, dijo sonriendo. ─Y todos para mejor. Venga, vamos a comenzar la visita. Tenemos mucho que hacer.

Entraron en el porche, y tomaron asiento en la esquina más alejada. Bartelli se percató de que las cosas del té ya estaban preparadas. Se acercó a la ventana y miró hacia fuera al jardín, y la zona boscosa que iba más allá. ─Bueno, hay un cambio muy bienvenido─, dijo. ─Nosotros nunca tuvimos este tipo de vista en Southwater Road. Estaba justamente en medio de la ciudad, al lado de la estación de tren. Ni una brizna de hierba en kilómetros.

─Venga y siéntese─, invitó Katherine a Bartelli. ─Y podremos comenzar. Tenemos que hablar de muchas cosas. Primero, le contaré como hacemos las cosas aquí─. En ese mismo instante, Peter entró en la habitación y se unió a ellos.

Dos horas más tarde Bartelli ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre el lugar. Tenía los detalles de la propiedad, el personal, y lo más importante, información sobre los propios huérfanos. El personal representaban el padre y la madre que faltaban a los chicos. Lo que necesitaban ahora era la figura del tío, o tal vez de un hermano mayor. Bartelli cumpliría ese papel con facilidad. Parecía demasiado bueno para ser verdad. Katherine se puso de pie. ─Me tengo que ir ahora, pero le veo en la cena. Por ahora, Peter le enseñará todo─, dijo. ─Si tiene alguna pregunta, Peter es su hombre. Si él no sabe la respuesta, es probable que no merezca la pena saberla. Dicho esto, saludó brevemente con la mano y salió de la habitación.

Bartelli se giró hacia Peter. ─Antes de que empecemos, ¿te importa si te hago unas cuantas preguntas personales?─ Preguntó. A Peter no le importó. ─Para empezar, ¿cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

Peter tenía cuatro años cuando le trajeron. Sus padres murieron en un accidente de coche. No tenía a nadie más. Ahora tenía dieciséis años.

Bartelli observó al chico unos instantes. Había muchas cosas en Peter que le recordaban a él mismo. Así que llevas aquí doce años─, dijo. ─ ¿Y en todo este tiempo no te han adoptado?

─Fui a una casa de acogida cuando tenía seis años, creo─, respondió Peter. ─Aunque no por mucho tiempo.

─Pero nunca te han adoptado.

─Nunca─, respondió Peter. ─Demasiado mayor, decían. Aunque no me importa, me gusta estar aquí. Tengo muchos hermanos y hermanas, y el personal es genial, y todos queremos a la señorita Katherine.

─Vale, Peter, eso en referencia a la gente─, dijo Bartelli. ─ ¿Qué tal el lugar? ¿Me lo enseñas?

Peter se puso en pie. ─Empezaremos por las casas─, dijo. ─Venga, por aquí.

Fueron hacia las puertas de la terraza interior que daban al jardín. Mientras lo hacían, Peter continuaba explicando sobre las casas. Había cuatro casas: Jazmín, Fucsia, Madreselva y lavanda. Se trataba como una familia, una gran familia. Cada casa tenía sus padres, y aproximadamente veinticinco niños de entre ocho y dieciocho años.

─Parece mucho trabajo para los padres─, comentó Bartelli.

─Ahí se equivoca─, dijo Peter. ─A los niños les encantan ayudar. Todos arriman el hombro, incluso los más pequeños. Todos tienen sus tareas, su pequeña parte de responsabilidad. No hay nada que los niños no hicieran por el personal. Adoran el lugar y a la gente. Ya lo verá.

Bartelli lo vio. Los niños parecían muy felices. No podías fingir eso. Las casas estaban limpias; resplandecientes.

Peter continuó con la visita, estaba disfrutando con ello. Mientras caminaban por el patio, perder iba señalando varias cosas. ─Ahí─, dijo señalando a la izquierda, ─está la zona de la piscina. Justo detrás está la pista de tenis.

─Pista de tenis─, dijo Bartelli perplejo.

─Claro─, dijo Peter. ─Tenemos tanto pista interior como exterior─. Bartelli estaba cada vez más y más impresionado. El edificio principal contenía las oficinas, el comedor, una pequeña enfermería, las habitaciones del personal, y tres zonas de habitaciones para los más pequeños. Bartelli aprendió que había aproximadamente unos 110 niños al cuidado de la institución. El personal consistía en el director del Hogar, la matrona, cuatro parejas de padres, un manitas, que se encargaba de la mayor parte del trabajo de mantenimiento, dos jardineros que trabajaban a tiempo completo, y una enfermera que venía tres veces por semana. Aparte de eso, había cinco personas, incluida Laura, que trabajan en el hogar a tiempo parcial.

─ ¿Qué hay de la educación?─ Preguntó Bartelli. ─ ¿Cómo se organiza? Quiero decir, no vais a una escuela local, ¿no?

─Bueno, algunos sí que vamos. Yo voy─, respondió Peter. ─Los mayores vamos a la escuela local cada día. Solo está a un par de kilómetros. Hay un autobús escolar que nos lleva y nos trae. Los demás toman las clases aquí. Tenemos dos profesoras que vienen cada día, y otra profesora que viene tres o cuatro veces a la semana, así que no hay problema.

Bartelli estaba más y más impresionado. Su propia educación había sido muy limitada. Solo consistía de clases dadas por monjas que él odiaba. También recordaba la falta de equipamiento, sobre todo de libros. Se preguntaba si había un problema similar en Redfern.

─Ningún problema en absoluto─, dijo Peter. ─Déjame ver vuestra biblioteca.

Peter y Bartelli se dirigieron lentamente de vuelta al edificio principal. Peter llevó a Bartelli por el pasillo principal y entraron en la biblioteca. La habitación estaba alineada con estanterías que iban del suelo hasta el techo, y agarró un libro. ─Quiero enseñarle mi libro favorito─, dijo. ─Lo he leído muchas veces, ¡he perdido la cuenta!─. Bartelli aceptó el libro que le ofrecía Peter. Pudo ver que estaba muy usado. Lo abrió y miró la página de título. Era Oliver Twist, de Charles Dickens.

Bartelli empezó a leer el primer capítulo. Entonces se detuvo, y levantó la vista del libro. ─Peter, ¿qué pasará contigo cuando cumplas los dieciocho?─ Preguntó Bartelli, devolviéndole el libro. ─Quiero decir, ¿dónde irás? ¿Qué harás?

Peter miró a Bartelli unos instantes y después se quedó mirando la fila de libros que había delante de él. Sabía exactamente lo que iba a hacer. ─Es fácil─, dijo tomando el libro y devolviéndolo a su lugar en la estantería. ─Soy como ese libro─, dijo. ─Pertenece a un lugar específico en una estantería en particular. Yo creo que hay una estantería en algún lugar esperando a todo el mundo, como Oliver Twist, Jane Eyre, o cualquiera de los libros que hay aquí─. Y señaló la amplitud de la habitación. ─Sé, sin ninguna duda, que mi estantería está aquí, en Redfern─. Se dio la vuelta y salió de la habitación, hacia el pasillo. ─Me quedaré y trabajaré aquí. Haciendo lo que sea que se necesite─. Se detuvo, se giró y llamó a Bartelli. ─Vamos─, dijo, ─pronto será la hora de la cena. Le enseñaré su habitación, así puede refrescarse. Me muero de hambre.

De repente, Bartelli se dio cuenta de que tenía bastante apetito. Él también estaba hambriento. Rápidamente fue hacia la entrada y se detuvo. Miró al interior de la habitación, y por encima de las estanterías. Podía ver claramente donde estaba Oliver Twist. ─Tal vez mi estantería está esperándome, aquí también─. Se dio la vuelta y avanzó por el pasillo. ─Voy─, gritó mientras se apresuraba a alcanzar a Peter.

***

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Esos pocos días habían pasado muy rápido. Bartelli había pasado un tiempo maravilloso. El personal había sido muy amable y servicial. Peter había estado increíble. Definitivamente, era el hermano pequeño que nunca había tenido. Esos días se habían acabado, pero Bartelli había prometido que volvería. Tenía que conseguir ese trabajo lo antes posible. No podía esperar a hablar con el Padre O’Brien. Tampoco podía esperar a hablar con Laura.

Al final de los diez días de permiso, el soldado Bartelli comenzó a empaquetar sus cosas, listo para volver al cuartel. Su futuro ahora estaba más claro que nunca. Ahora sabía exactamente lo que iba a hacer. Ahora ya no tenía dudas, y ya no tenía más miedos. Estaba preparado.

Pocos días después volvió a Chicago. Ya no era más un soldado. Ya no necesitaba el ejército. Podría sobrevivir perfectamente sin ellos. No necesitaba a los chicos, después de todo. Claro que seguirían en contacto, eso estaría bien, pero eso era todo. Una carta ocasional o una tarjeta en navidad, tal vez alguna visita.

Unas cuantas semanas después Bartelli regresó a la casa Redfern para comenzar sus tareas como miembro del personal. Pronto estableció una rutina. Peter se convirtió muy pronto en su ayudante. Bartelli había encontrado su lugar en la estantería. También él había encontrado esa gran familia con la que siempre había soñado.

Seis meses después, Bartelli y Laura se casaron. Al final él tuvo lo que siempre había necesitado. No pensó más en el sargento y sus legendarios lingotes de oro, o los desvaríos del soldado George Scott.