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Por el momento Scott parecía estar bien. No había ninguna diferencia, él no era diferente. Por un momento parecía como si todo hubiera ido tal y como había imaginado. Había encontrado un apartamento confortable, abajo en la Bahía, cerca de la calle Pier 39. Era pequeño pero más que adecuado para sus necesidades. Había conseguido un trabajo como mecánico en un pequeño taller de los alrededores, y comenzó a asentarse. Había hecho un pequeño círculo de amigos, y la vida le empezaba a sonreír otra vez. Poco a poco dejó de pensar en Hartman, y los pensamientos de venganza fueron lentamente desvaneciéndose. Lentamente, su vida empezaba a ser normal. Empezó a cartearse con su padre, prometiéndole que le iba a visitar pronto. Incluso había la posibilidad de que el señor Scott fuera a San Francisco de vacaciones.
Scott llevaba poco más de seis meses en San Francisco, cuando todo cambió por completo.
***
Scott había estado visitando su banco en Market Street acerca de una cuenta de ahorros que quería abrir para su padre. Cuando terminó los trámites y hubo firmado todos los papeles necesarios, abandonó el edificio hacia las cuatro de la tarde, y se dirigió hacia la bahía. Era un bonito día, y tenía tiempo de sobra. Había decidido regresar caminando a casa. Tal vez haría una parada en el muelle, una bebida relajante en la bahía parecía una buena idea. Mientras caminaba se sobresaltó por el fuerte pitido de un camión detrás de él. Pasó como un rayo, y se dirigió calle abajo por la empinada carretera hacia la playa, y la bahía. Lo observó mientras le pasaba.
Un poco más lejos, el camión se detuvo en la esquina y bajaron dos hombres. Uno giró hacia la bahía, el otro giró en dirección contraria y comenzó a subir la colina hacia Scott. Scott lo podía ver bastante bien. Pensó que el hombre le resultaba familiar, aunque no podía ubicarlo. Pasó unos instantes intentando recordar quien era, mientras el hombre se acercaba cada vez más. Entonces, Scott recordó. Era uno de los muchachos de su vieja unidad del ejército. No de los Pathfinders, sino del grupo de cabecera. Pero, ¿cómo se llamaba? Millhouse, Milton, Mill algo. No podía recordarlo. Cuando el hombre se acercó más vio a Scott, y se detuvo a unos metros de él, y una mirada de total sorpresa apareció en su cara. Era bajo y fornido, con un poco de sobrepeso, se podría decir, y con la cara enrojecida.
─¿Scott? ─ Gritó. ─George Scott, ¿eres realmente tú? No puede ser cierto. ¡No puedo creerlo!
─Soy George Scott─, respondió Scott. ─Lo lamento, pero no puedo recordar...
─Milner, Jack Milner─, respondió el otro, con indignación fingida, ─No puedes haberme olvidado. No señor. No hay forma de que hayas podido olvidar al bueno del viejo Jacko, tu viejo amigo. Porque estoy abochornado y profundamente herido─. Se rio a carcajadas, y se acercó más a Scott. Puso su brazo alrededor del hombro izquierdo de Scott y le dio un fuerte apretón. Scott se retorció e intentó escabullirse, pero Milner lo mantenía firme. ─Como me alego de verte aquí─, dijo.
Scott conocía el nombre, conocía la cara, y conocía ese horrible acento sureño. Se intentó escabullir de nuevo.
Milner finalmente liberó su abrazó y retrocedió con los brazos extendidos. ─Vamos─, decía Milner con una amplia sonrisa en su cara. ─Eh, tienes que recordar. Seguro que lo haces. ─ ¿Te acuerdas de Sicilia? Mejor aún, ¿recuerdas Nápoles? ¿Cómo ibas a poder olvidar Nápoles? Qué tarde fue esa.
Scott no deseaba recordar Nápoles, o Sicilia, ni nada más. Pero de repente, recordó todo sobre Jack Milner, y recordó que no le gustaba.
─Oh, sí, claro─, dijo Scott sin entusiasmo y deseando irse lo antes posible. ─Tengo que irme...
─Ve Nápoles y muere. Esto era lo que decían─, dijo Milner de forma triunfal, ignorando completamente lo que había dicho Scott. ─Bueno, nosotros vimos Nápoles. Qué tiempos aquellos, sí señor─. Milner empezó a reír, con una mirada traviesa en los ojos y una gran sonrisa en la cara.
Le dio una palmada en la espalda a Scott. ─Sabes, no puedo creer que seas tú. Quiero decir, de todos los sitios. Déjame verte─. Sujetó a Scott por los brazos y asintió. ─Te ves bien, amigo. Muy bien. Te has cuidado, puedo verlo. Así que dime, ¿qué haces?─ Pero antes de que Scott pudiera responder Milner volvió a hablar. ─Yo me dedico a los tractores, ya sabes, y las cosechadoras, ese tipo de cosas. Maquinaria agrícola. Viajo por toda la costa oeste para venderlas. Soy el mejor vendedor de la compañía, y en poco más de seis meses. ¿Qué dices? ¿Está bien, no?
─Es genial, me alegro de oírlo─, dijo Scott, aunque en realidad no lo pensaba. Quería alejarse de ese hombre, y alejarse rápidamente. ─Me alegro de verte de nuevo─, mintió. ─Lo siento, pero no puedo pararme, tengo que...
Milner no escuchaba. ─Me hospedo ahí abajo, en la costa de Malibú. Playa privada, piscina, ya sabes. Lo tiene todo. Me va realmente bien, sí señor, realmente bien. Ya sabes, hago dos mil al año solo en comisiones─, dijo con satisfacción petulante. ─Y eso, sin incluir las facturas de hotel.
Sudaba mucho. Tomó un pañuelo, y se secó la frente. ─Hace mucho calor─, dijo. ─Podría beber algo─. Buscó en el interior del bolsillo de su chaqueta, y tomó una pequeña petaca plateada. La mantuvo en alto. ─La llevo conmigo a todas partes. Estate preparado, ese es mi lema─. Desenroscó el tapón y se lo llevó a los labios. ─Puro Bourbon, ochenta grados─, dijo lamiéndose los labios. ─Nada más que lo mejor, para el viejo Jack. ¿Quieres?─ Preguntó, mientras ofrecía la petaca a Scott.
No hubo ninguna respuesta por parte de Scott, que no quería otra cosa que marcharse.
─ ¿Estás seguro de que no puedo tentarte?─ Preguntó Milner. ─Después no digas que no te ofrecí─. Milner tomó un segundo trago, y volvió a meter la petaca en su bolsillo. ─Por cierto, ¿qué ocurrió con el muchacho ese de tu unidad? Ya sabes, tu amigo. Siempre estabais juntos. Era un poco tímido, debilucho. ¿Cómo se llamaba?─ Continuó. ─Un granjero, si no recuerdo mal. Ronald, o Reynolds, o algo así.
─ ¿Te refieres a Roberts, Terry Roberts? ─ Respondió Scott con indignación. Entonces recordo que Milner había sido el acosador de la unidad. No había sido un acosador violento, pero siempre escogía a los más débiles del grupo, los más jóvenes y callados. Personas como Terry, personas que no resistirían o que no se defenderían.
─Roberts, eso es, Terry Roberts, ese es el tipo─. Milner comenzó a reír. ─Que tipo, que carácter. Era tan influenciable. ¿No era así, no? Quiero decir era realmente un blandengue. No, esa no es la palabra, era un gran calzonazos.
Milner empezaba a disfrutar, y había más de un signo de burla en su voz. ─Le engañamos bien, ¿eh?─ Milner continuó con su narrativa. ─Emborrachándole aquella vez, ¿te acuerdas? No aguantó mucho, no pudo soportar el licor. Echando hasta las tripas. Chico, oh chico. Nunca había visto nada igual. Su uniforme era un completo desastre.
Scott no dijo nada. Conocía la historia. Sabía lo que venía y no quería oírlo. Solo quería golpear a este hombre que había delante de él, golpearlo con fuerza. Quería romperle el cuello. Quería ponerle las manos en la garganta y estrangularle. Scott podía sentir la ira creciendo en su interior. Detrás de su espalda, sus manos formaron dos fuertes puños. Quería golpear con ellos en la gorda cara de Milner.
Completamente ajeno a todo, Milner continuaba yéndose por las ramas con su historia. ─Al día siguiente estaba firme. Iba a ser un día especial de algún tipo, no puedo recordarlo. El general o alguien venía─. Milner apenas podía continuar por su risa. ─Eso es, ahora lo recuerdo. Tenía que desfilar con los colores del regimiento. Le habían escogido por ser especial─. Milner, ahora estaba histérico, y casi con un ataque de risa. ─Especial, es de risa. Era especial, vale. Chico, él era único. No ha habido nadie como él. Tenía tal resaca que no se podía mantener en pie al día siguiente. Guau. Al sargento casi le da un ataque de ira. Amenazaba con todo tipo de castigos, incluyendo el pelotón de fusilamiento. Divertidísimo, no me había reído tanto desde hacía tanto tiempo que no lo recuerdo. Mírame, aún me estoy riendo.
Scott recordaba el momento extremadamente bien, y ahora sabía porque odiaba tanto a Milner.
─Solo fue el teniente el que le salvó el pellejo, pidiéndole a Kadowski que le diera un respiro─, continuó Milner. ─Solo es un niño, sargento. No sea tan duro con él. Hablando con cautela. Deberías haber visto la cara de Kadowski. Estaba furioso, pero hizo lo que pidió el teniente. Al final Roberts estuvo siete días en el calabozo, y eso fue todo. Chico afortunado. Y en todo ese tiempo Roberts nunca dijo ni una palabra en su defensa. Ni una palabra. Qué idiota. Se quedó callado, y aceptó el castigo─. Milner comenzó a reírse de nuevo.
Scott recordaba el momento muy bien. No era un momento que le importara recordar. Debería haberle ayudado entonces Debería haber detenido a Milner, en ese mismo lugar, en ese mismo momento. Pero no había hecho nada, simplemente dejó que pasara. Le dejó caer. Le debería haber ayudado, pero no lo hizo, y su amigo estuvo en problemas. Le había abandonado en el lago también. Debería haber estado allí, pero no estuvo, y ahora su amigo estaba muerto. No, su amigo había sido asesinado. Decidió allí y en ese momento, que le vengaría, no importaba lo que pasara.
─Claro, muy divertido─, dijo Scott, pero ahora había otras cosas en su mente. En realidad no estaba escuchando a Milner. No dijo nada, solo se giró rápidamente y comenzó a caminar por la carretera hacia la bahía.
Milner se quedó con la palabra en la boca, y no podía creerlo. Scott se fue así, sin más, sin decir ni una palabra. Nadie se había alejado de él, era un chico divertido, y todo el mundo le adoraba. No podías ignorarle. Él era el alma de la fiesta.
Con prisa llamó a Scott. ─Eh, Scott. Me hospedo en el Freemont durante unos días. Llámame. El número está en la guía. Tal vez podamos quedar ir recordar viejos tiempos. Ya sabes, unas cuantas cervezas, risas y ese tipo de cosas.
Se quedó mirando en la dirección que había tomado Scott durante unos instantes más. Entonces, se dio la vuelta y continuó su camino. Mientras lo hacía, tomó su pañuelo y se secó las cejas.
─Ha estado cerca─, dijo mientras se apresuraba. ─Empezaba a pensar que no se iría nunca. Podría haber estado ahí parado con él todo el día.
***
Más tarde esa misma noche, de vuelta en su apartamento, Scott decidió que no volvería dejar caer a su amigo otra vez. Decidió, de una vez por todas, encontrar a Hartman, y matarle. Nada se iba a interponer en esa idea, no esta vez. Había dejado la idea a un lado, pero ya no. Esta vez no dudaría, no habría incerteza. Esta vez no había vuelta atrás. Nada le disuadiría, o distraería. Nada le iba a apartar de su camino.
Se sirvió un gran vaso de whisky, y empezó a beber, vaciando el vaso de un solo trago. Después se sirvió otro, y lo dejó en la mesa que había delante de él. Ahora tenía que elaborar un plan de acción. Se acercó a un pequeño escritorio que había en la esquina de la habitación, lo abrió y sacó una carpeta color beige. La colocó en la mesa al lado del whisky. Se sentó, tomó el vaso, y bebió el licor. Abrió la carpeta, y comenzó a ojear las páginas. Estaba en alemán, y no entendía la mayoría de cosas. Su alemán era lo suficiente bueno para defenderse, pero no era suficiente para esto. Sabía, sin embargo, que el archivo contenía información detallada sobre Hartman. Sabía que ahí se encontraba la pista que le llevaría hasta él.
Se acabó la bebida. Cerró la carpeta, y la volvió a meter en el mueble. Tenía que traducir el documento, tanto como pudiera, y entonces podría elaborar un plan detallado. Apagó la luz, y se sentó en el sofá mirando la oscuridad.
El día siguiente era sábado. El taller estaba cerrado, así que no había trabajo. Scott decidió ir a la biblioteca pública, y preguntar acerca de servicios de traducción.
─De alemán a inglés─, dijo la mujer joven del mostrador de recepción. Fue hacia una estantería cercana, y cogió un directorio de negocios locales. ─Déjeme ver─, dijo. ─De alemán a inglés─ repitió para ella misma, una y otra vez, por si se le olvidaba, mientras buscaba en las páginas del directorio. ─Aquí está─, dijo de repente. ─Está registrado como servicios lingüísticos. No hay mucho más, me temo─. Empezó a contar mientras continuaba leyendo. ─Uno, dos, tres─. Giró la página. ─Cuatro. Solo hay cuatro. Espero que uno de ellos le sirva─. Volvió a la primera página. ─El primero es Peter Dorfman. Está en Geary Street, número 218, segunda planta. Traducciones desde el alemán. Espero que le ayude─, dijo. ─Déjeme escribirle la dirección─. Mientras hablaba, empezó a tomar nota de la información. Cuando hubo acabado, levantó la vista, y le ofreció un trozo de papel a Scott. Scott ya se había ido.
***
Tomó un taxi directamente a la calle Geary 218, y subió a la segunda planta. Llamó a la puerta de Dorfman, y entró. Le recibió una mujer joven, quien después descubrió que era la esposa de Dorfman.
─El señor Dorfman está ocupado en estos momentos─, dijo. ─No tardará mucho. ¿Le importaría esperar?
Sí, a Scott le importaba esperar. Se sentó y sacó la carpeta beige.
La puerta del despacho de Dorfman se abrió al cabo de un rato, y un hombre de avanzada edad salió. ─Estará listo en un par de días─. Dijo una voz desde dentro de la habitación. El anciano le dio las gracias y salió de la oficina.
─Puede entrar, señor Scott─, dijo la esposa de Dorfman señalando la puerta.
Scott se puso en pie y fue hacia la puerta. Llamó dos veces, y entró.
Dorfman era un hombre joven, de veintitantos. Era alto, rubio, y ojos azules, un auténtico Ario, pensó Scott. Se puso muy nervioso ante la presencia de un alemán, y se preguntaba qué hacía en San Francisco. Más que eso, ¿Qué hacía en América?
Como si notara la curiosidad de Scott, Dorfman explicó que él había nacido en los Ángeles en 1923, sus padres eran judíos, y tuvieron que abandonar Alemania tras el final de la primera guerra mundial.
─Espero que eso le satisfaga─, dijo Dorfman. ─tal vez, en las mismas circunstancias usted hubiera preferido ir a otro lugar.
─Oh, no. Eso está perfectamente bien─, dijo Scott, actuando como si en realidad no le importase. Se apresuró a explicar lo que quería. Explicó que había recuperado el documento durante la guerra. ─Como un recuerdo, por decirlo así─, dijo a Dorfman. ─Solo pensé que podría ser interesante tenerlo traducido. Algo que enseñar a los nietos, ya sabe.
Dorfman agarró la carpeta y le echó un vistazo. No tenía mucho interés en lo que Scott estaba diciendo. El motivo de la traducción no le importaba. No le podía importar menos. Pero sabía exactamente lo que el dosier contenía. Instintivamente sabía que no era un simple recuerdo. Sabía que había algo más que un inocente interés. Pero había aprendido a no hacer demasiadas preguntas.
No debería ser demasiado difícil, pensó, aunque parecía que había muchos términos técnicos. ─Mi tarifa será de ciento cincuenta dólares, ¿es aceptable?─ Era más de lo que Scott había esperado, pero sin dudarlo aceptó. ─Deme unos días─, continuó Dorfman. ─ ¿Dónde puedo encontrarlo?─ Scott le dio su número de teléfono y una dirección. ─Adiós, señor Scott─, dijo Dorfman. ─Estaremos en contacto.
Tres días después la traducción estaba lista, y en la casa de Scott. La había recogido antes ese día, entregando a cambio ciento cincuenta dólares.
─No acepto cheques, gracias─, había dicho Dorfman. ─Solo efectivo.
Scott recogió un gran sobre que contenía las dos carpetas. Entonces, tomó la original en alemán de color beige, con la esvástica estampada en la parte frontal, y la colocó en la mesa delante de él. Después tomó la carpeta azul que contenía la traducción en inglés, y la puso al lado de la otra. Pasaba las páginas de ambos archivos de forma simultánea, comparándolas mientras avanzaba. Parecía que estaba todo. Dorfman había hecho un buen trabajo. Aunque había sido mucho dinero, habían sido ciento cincuenta dólares bien gastados. Entonces cerró la carpeta beige, y la metió en el cajón. Después, comenzó a estudiar el documento traducido. Primero, miró brevemente cada página, para hacerse una idea de la estructura del documento. La primera parte contenía información personal: lugar de nacimiento, educación, padres, abuelos, religión, dirección, ocupación anterior. Parecía ser extremadamente detallado y cubría todo en lo que pudiera pensar.
La segunda parte contenía información médica: detalles de cualquier enfermedad, medicación, operaciones quirúrgicas, y discapacidades.
La siguiente parte cubría ideología política, afiliaciones a partidos, contactos conocidos fuera de la ley u organizaciones no deseadas.
La cuarta parte cubría aspectos militares, incluyendo entrenamiento, registros de servicio, y medallas de campaña. Además, en el caso de Hartman, había un informe aparte de la Gestapo acerca de su servicio con el partido nazi, la tropa de asalto, y posteriormente en las S.S.
Era un documento muy extenso que contenía todo en lo que se pudiera pensar. No se había dejado nada en el tintero.
Scott comenzó a leer el documento detalladamente, concentrándose en la primera parte. Quería saber todo lo que pudiera sobre Hartman: su pasado, sus hábitos, sus conocidos, sus parientes, amigos, y lo más importante, los lugares que frecuentaba.
El archivo le dio detalles de cuando nació, el 22 de junio de 1912; y donde, Taunstein, un pequeño pueblo a unos pocos kilómetros del noroeste de Múnich. Su padre había sido relojero. Su madre había trabajado en una lavandería para aumentar los ingresos de la familia. Su padre había muerto de tuberculosis cuando Hartman solo tenía quince años. Él y su madre se mudaron entonces a Múnich en octubre de 1927. Su madre contrajo neumonía y murió dos años y tres meses más tarde. Durante un breve periodo de tiempo, Hartman había sido cuidado por un pariente lejano, la prima segunda de su madre.
El arreglo no fue completamente satisfactorio ya que discutían constantemente. Tras un tiempo, Hartman se había marchado y se mudó a Núremberg, solo tenía dieciocho años. Consiguió un empleo cargando cajas para una pequeña compañía de transporte. Para cuando tuvo veinte años era uno de los conductores principales de la compañía. A medida que el tiempo transcurría, la empresa iba cada vez mejor, y se decidió abrir una segunda oficina en Múnich. La empresa le preguntó a Hartman si le gustaría aceptar el cargo de jefe de operaciones en la sede de Múnich. Hartman era ambicioso y muy trabajador y no dudó. Aceptó la oportunidad con las manos abiertas. Aprendió todo lo que pudo del negocio del transporte. Así que en 1932, con 20 años, Hartman estaba de vuelta en Múnich, como director de un pequeño, pero en expansión, negocio.
Por ese entonces, Adolf Hitler empezó su campaña política por los alrededores y en el mismo Múnich. Hartman fue a uno de los mítines a principios de 1933, e inmediatamente fue absorbido por Hitler y su socialismo nacional. Estaba completamente a merced de Hitler. Dos años más tarde se había unido al partido nazi. En ese momento, aún vivía en Múnich. Y hacia 1938, Hartman era miembro de las tropas de asalto de Hitler, y se había mudado a Hamburgo.
Scott tomó nota mental de su dirección, Konigstrasse 18. Era una posibilidad remota pero era un comienzo. Scott ojeó rápidamente las otras páginas intentando encontrar su última dirección. Se reclinó en su asiento, y bostezó. Era muy tarde, y de repente se dio cuenta de lo cansado que estaba.
Cerró el documento y lo metió en el cajón. El pasado de Hartman está muy bien cubierto, y ahora tengo su dirección. Han pasado ocho años, pero no había ninguna otra dirección registrada. El documento era extremadamente detallado, así que la dirección debía ser correcta. «Konigstrasse, 18», dijo. «Por ahí es por donde empezaré». Scott sonrió. Cerró los ojos, y fue a dormir.
***
El día siguiente Scott estaba mentalmente preparado para comenzar su misión. Necesitaría dinero, pero había conseguido ahorrar una cantidad importante. Después estaban los dólares falsos que había recogido del lago. Comprobó el dinero, algo más de veinticinco mil dólares, en billetes pequeños. Tendría que ir con cuidado, pero estaba seguro de que esa cantidad era más que suficiente. Si, estaba listo. Iría a Hamburgo lo antes posible.
A las dos y media de esa tarde Scott dejó su trabajo en el taller. El jefe lamentaba que se marchara, pero le deseó que le fuera bien en el futuro. Le preguntó cuáles eran sus planes. Scott simplemente respondió que iba a Europa, y tenía la intención de buscar a un viejo conocido.
─Tengo una vieja deuda que pagar, y quiero darle todo lo que se merece─, dijo Scott.
El jefe pensó que eso era maravilloso. ─Realmente debes pensar mucho en ese tipo─. Scott admitió que pensaba mucho en él. Omitió decir que no pensaba en otra cosa. ─Estoy seguro de que apreciará lo que haces por él─, continuó el jefe.
─Bueno, ya sabe que lo que cuenta no es recibir─, dijo Scott. ─Si no dar. Eso me dará un respiro─. El jefe estaba seguro de que lo haría, sin embargo lo que iba a hacer era algo bueno, fuera lo que fuera lo que dijera.
─Tal vez, pero sacaré más de él que él de mí─, respondió Scott. ─Puedo asegurárselo.
Le pagaron a Scott todo lo que le debían, junto con una pequeña cantidad que no esperaba como extra. Hacia las tres y media había cancelado su cuenta bancaria. El banquero le dijo que había un total de tres mil tres cientos sesenta y tres dólares con veintinueve centavos en la cuenta.
─El efectivo estará listo mañana por la tarde─, le informó el banquero. ─Si pudiera venir para entonces─, comprobó la hora en el reloj de la pared. ─Sobre esta misma hora.
Scott miró el reloj. Le dio las gracias al banquero y se marchó. Una hora más tarde Scott había reservado su vuelo a Hamburgo, un billete solo de ida. Se marcharía al cabo de cinco días. Primero volaría a Nueva York, luego a Londres, y finalmente a Hamburgo.
Más tarde, ese mismo día, informó a su casero de que estaría fuera por un tiempo. Pagó tres meses de alquiler por adelantado. ─No puedo decirle cuando volveré─, explicó. ─Puedo estar fuera mucho tiempo, o solo unas semanas.
No habría ningún problema según dijo el casero. ─Echaré un ojo al apartamento, no se preocupe─, dijo. ─Estará aquí esperándole cuando regrese─. Scott le dio las gracias y volvió a su piso.
Esa misma noche comenzó a preparar las maletas. No sabía exactamente cuánto tiempo iba a estar fuera, así que no estaba seguro de cuánta ropa necesitaba llevarse. Después decidió que solo se llevaría lo importante. No iba a cargar con un montón de equipaje innecesario, solo la ropa suficiente para los primeros días. Todo lo demás podría comprarlo, eso no le preocupaba. Tenía cosas más importantes en las que pensar.
Comprobó su pasaporte. Parecía estar todo correcto, y al día. Luego, comprobó los otros documentos necesarios: Documentos de seguro, certificados médicos. Todo parecía estar en orden. Los metió dentro de un maletín de piel, junto con dos carpetas, una beige, y otra azul. Ahora estaba listo. Lo único que tenía que hacer era esperar.
Era una posibilidad muy remota, pero tenía que empezar por alguna parte. Era plenamente consciente de que hacía casi un año desde que vio a Hartman por última vez. Podía haber pasado cualquier cosa durante ese tiempo. Era, por supuesto, totalmente posible que Hartman hubiera sido capturado por los aliados, y que estuviera actualmente en la celda de una prisión en algún lugar esperando ser juzgado, incluso podría estar muerto. De cualquier modo, no importaba. Pero Scott tenía que saberlo. Tenía que descubrirlo de un modo u otro. Si Hartman ya estaba muerto, eso le ahorraría el problema. Si aún estaba vivo, también estaba bien. Sabía exactamente las acciones que iba a emprender en ese caso. Después juzgaría él mismo a Hartman. Sería justicia rápida. No habría retrasos innecesarios. No habría largos alegatos, las formalidades se mantendrían al mínimo. Él sería el juez, y el jurado. También seré testigo de la acusación, pensó con cierta satisfacción. No ofreceremos ninguna defensa. ¿Qué defensa? ¿Qué posible defensa habría? No hay ninguna.
«Sí, seré todos ellos: juez, jurado y testigo. Pero lo más importante», dijo Scott en un susurro ahogado, «Cuando se declare culpable, como seguro hará, entonces también seré su verdugo».