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Capítulo Veintidós

George Scott: Alemania, Febrero de 1946

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George Scott había llegado a Alemania unos días antes del final de febrero de 1946. Al principio había planeado empezar su búsqueda de Dietrich Hartman en la parte sur del país, en Múnich. Había encontrado información de una dirección en la ciudad donde Hartman había vivido algunos años antes. Era una dirección antigua, en realidad, y tal vez ya no era relevante, no estaba seguro. Había pasado mucho tiempo, era bien consciente de eso. Sin embargo, aún había una posibilidad, aunque fuera remota. Había pensado en visitar la compañía de transportes donde Hartman había trabajado antes de la guerra, que también estaba en Múnich. Había una remota posibilidad de que Hartman hubiera regresado. No estaba muy lejos de Austria, y le ofrecía la posibilidad de trabajo y de un salario. Así que, tal vez le habría sido conveniente.

Pero entonces, las dudas se empezaron a formar en la mente de Scott. Al principio solo eran pequeñas preocupaciones innecesarias, nada demasiado significativo. Pero después, poco a poco, las dudas comenzaban a aumentar. El tiempo que había pasado Hartman en la compañía de transporte había sido hacía mucho tiempo, razonó Scott. Casi once años para ser exactos. Tal vez era demasiado tiempo. También era posible que esos lugares ni siquiera existieran actualmente. Incluso si lo hicieran, habrían cambiado. Posiblemente la gente había cambiado, tal vez no querían que Hartman regresara. No había ninguna garantía de que estuviera empleado. Tal vez no necesitaban trabajadores extra. Tal vez no le consideraran adecuado. Había tantas incógnitas, tantas preguntas. ¿Consideraría Hartman siquiera regresar ahí?

Bastante improbable, concluyó Scott. Especialmente si Hartman había planeado comenzar de cero en otro lugar, tal vez con una nueva identidad. Tal vez esta era la zona errónea por la que empezar, después de todo. No parecía tener mucho sentido. No había nada que ganar yendo a Múnich, al menos no todavía. Tendría mucho más sentido empezar la búsqueda utilizando información más reciente. Entonces, decidió emprender su búsqueda en otro lugar. Al fin y al cabo, siempre podría volver en otro momento, más tarde, si las circunstancias lo consideraran oportuno. Entonces, si era necesario, volvería a considerar Múnich. Mientras tanto, no obstante, tenía una dirección más reciente que investigar. Esta estaba en la parte norte del país, en Hamburgo.

***

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Scott se sentó mirando por la ventana de su habitación de hotel, con la mirada fija en el ambiente anodino que se extendía delante de él. El hotel estaba situado cerca del centro industrial de Hamburgo, no lejos de la estación de ferrocarril. A la izquierda podía ver la estación principal, y más allá, la estación de mercancías. Un poco más alejado, se encontraba el principio de la zona de fábricas, con sus fachadas desnudas y sus altas chimeneas. A su derecha, había fila tras fila de bloques de pisos deprimentes. Estaba claro que la zona había sufrido importantes daños durante los bombardeos. Muchos edificios habían quedado completamente destruidos, no dejando nada más que escombros.

Hasta donde podía ver, el hotel no había sufrido ningún daño, ni si quiera por los bombardeos. Era pequeño y sombrío, y se había descuidado. Los muros exteriores estaban cubiertos con la suciedad de la ciudad, y la madera necesitaba con urgencia una buena mano de pintura. El techo necesitaba una reparación, así como algunas de las ventanas. No obstante, el hotel cumplía lo suficiente con su propósito.

***

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Scott había llegado tres días antes. Había sido un largo viaje desde California. Había estado viajando durante casi treinta horas en total, lo que no incluía las escalas en Nueva York y Londres. Scott había necesitado descansar un rato, para tomar suministros y tiempo para recuperarse. Ahora ya era tarde y fuera empezaba a oscurecer. El sol se había puesto y empezaba a refrescar y a formarse niebla.

La habitación era pequeña y descuidada, pero al menos era barata, y convenientemente situada. Y sin preguntas. Además, había pocos clientes. Sí, este arreglo le venía bien a Scott. A un lado de la habitación había una pequeña cama con armazón de hierro, colocada contra la pared. Estaba provista de una colcha descolorida colocada sobre una gruesa manta y una sola sábana sobre un maltrecho colchón. Al lado de la cama había una pequeña mesita de noche, sobre la cual había una pequeña lámpara con la pantalla dañada. Cerca de la lámpara había media botella vacía de whisky, y algo de pan y queso a medio comer. En la esquina de la habitación había un pequeño armario. Era obvio que tenía bastantes años, y una de las puertas estaba rota. Al lado del armario había una pequeña cajonera. En el suelo había dos alfombras harapientas, que intentaban tristemente iluminar la oscuridad y suciedad de las tablas del suelo. En la esquina más alejada había un pequeño lavamanos de porcelana; había una pequeña grieta en uno de los lados, y algunos desconchones por todo el borde. Un poco más hacia adelante por el pasillo estaba el cuarto de baño común.

El ruido del tráfico llegaba desde la calle, entrando a través de la oscuridad. El humo negro de las fábricas cercanas llenaba el aire, y se unía al crudo y deprimente paisaje que le rodeaba. De repente se oyó un estruendoso chirrido, y una fuerte explosión de vapor. Después un tren tronó cerca en las vías, abriéndose camino hacia la estación a medio kilómetro de distancia. La habitación tembló, y las ventanas se agitaron. Scott se levantó y cerró la ventana, asegurando el cerrojo al mismo tiempo.

Lentamente observó el tren mientras se perdía de vista, y entraba en la estación. Después, se alejó de la ventana, y miró los papeles que había desperdigados por toda la cama. A un lado estaba la carpeta marrón con la esvástica estampada en la portada. Escrito en una etiqueta borrosa, en la esquina superior derecha se podía leer el nombre Dietrich Hartman y bajo el nombre, su rango, mayor; y su número de servicio: 44263/234.

Justo al lado había un segundo documento, la carpeta azul que contenía la traducción en inglés. Esta carpeta estaba vacía en ese momento; los papeles sueltos que contenía en un primer momento se encontraban ahora desperdigados por toda la cama. Scott los había usado mucho durante los últimos días. Había ojeado las dos carpetas una y otra vez, memorizando todos los detalles. Muchos de los documentos contenían notas a mano, realizadas por el mismo Scott mientras leía los documentos, cruzando referencias. Había realizado un estudio cuidadoso de todas las fotografías que contenía el documento original.

La Gestapo había hecho un buen trabajo recopilando la información, un claro ejemplo de la eficacia alemana. Había fotografías de lugares que Hartman había visitado; fotografías de gente que había conocido; y, por supuesto, fotografías del mismo Hartman. Había fotografías de él vestido con y sin uniforme, jugando a algún deporte, relajado. Había fotografías de Hartman solo, y fotografías con más personas. También había fotografías que obviamente habían sido tomadas sin su conocimiento. Scott se percató de que obviamente Hartman había sido concienzudamente investigado por las autoridades antes de ser aceptado en las S.S. Eso era completamente lógico. Sin duda le habían seguido y espiado. Su entorno habría sido investigado a conciencia y sus actividades meticulosamente vigiladas. Todo había quedado registrado de forma detallada, y estaba todo aquí, en este dosier. Cualquier situación que se pudiera concebir parecía estar abastecida, cada posible pizca de información incluida.

Esto cumplía con el propósito de Scott. Él quería saber todo lo que pudiera sobre el hombre al que iba a dar caza. Lo más importante, tal vez, tenía que conocer a Hartman, a la vista, inmediatamente, en el momento que lo viera. No podía permitirse errores, no había lugar para meteduras de pata. No podía correr el riesgo, solo tendría una oportunidad. Tenía que estar seguro al cien por cien. Nada podía ir mal.

Scott había estudiado el documento mil veces, hasta que se aprendió el contenido de memoria. Ahora consideraba que lo sabía todo sobre Hartman. Todo, excepto lo más importante: donde estaba Hartman en este preciso momento.

Fue hacia la mesita de noche y abrió el pequeño cajón. Buscó en el interior y sacó un pequeño paquete enrollado en un trozo de trapo blanco. Lo abrió con cuidado. En su interior había una pistola Luger, la requisada a Hartman todos esos años atrás. «Sabía que un día le daría uso, y ese día, ahora, no estaba lejos», musitó. Y que buen uso sería.

Desenvolvió el arma y la sujetó en alto hacia la luz, comprobó la recámara. Estaba vacía. Acercó la boca y sopló suavemente. La cámara estaba completamente limpia, y no había obstrucciones en el cañón. Con cuidado cerró la cámara y limpió la boca del arma con el trapo. Después sostuvo el arma en su mano, comprobando su nivelación. Liberó el seguro. Después, levantó el arma, estiró el brazo y apuntó en dirección hacia la luz encendida al lado de la puerta. Cerró un ojo y, mirando a través del cañón, apuntó al centro de la luz. Después, lentamente, con suavidad, apretó el gatillo. Hubo un sonido sordo en el momento en que la cámara vacía empujaba a otra muesca.

«Bang, bang, estás muerto Hartman», susurró con gran satisfacción, con los ojos brillando de forma salvaje, y una amplia sonrisa dibujada en su cara. «Será tan rápido y tan fácil». Bajó el arma, y la limpió con la tela, puliéndola con mimo hasta que estuvo resplandeciente, brillando como si fuera nueva. Después, la volvió a enrollar con la tela y la volvió a colocar en el cajón. Mientras lo hacía pudo ver la munición al final del cajón.

Se sentó en la cama y volvió su atención a los papeles. Rebuscó entre ellos, buscando uno en particular. El documento no estaba ahí. Se levantó y miró al suelo. Entonces, de repente lo vio. Se había caído al suelo y yacía bajo la cama. Se agachó y lo recogió. Rápidamente echó un vistazo al papel, hasta que llegó a la parte que buscaba.

«Konigstrasse 18, Hamburgo», leyó. Ahí es donde Hartman vivía cuando empezó la guerra. También era la única dirección disponible en el documento. Era la última dirección conocida de Hartman. Más importante aún, era la dirección que estaba a escasos ciento cincuenta metros de la habitación de hotel donde estaba sentado. Cribó las fotografías, y seleccionó la única que mostraba como era la propiedad en 1936. Ese fue el año en que Hartman se había mudado por primera vez. Mostraba una pequeña casa de dos plantas, probablemente construida en el cambio de siglo. Y probablemente no había cambiado mucho.

Se levantó y caminó de vuelta a la ventana. La niebla era ahora más espesa y la visibilidad era pobre. «Estoy tan cerca, casi puedo sentirlo», dijo, mirando fijamente a la oscuridad.

Se alejó de la ventana y volvió a la mesita de noche. Se sentó en la cama y se sirvió un gran vaso de whisky. Bebió un sorbo, y luego otro, y otro, hasta vaciar el vaso. Entonces se levantó y se puso su abrigo. Tenía que salir un rato de la habitación ya que comenzaba a sentirse oprimido y claustrofóbico. Además, estaba impaciente por ver Konigstrasse. No es que fuera a hacer a algo, no ahora. Eso lo sabía. Solo quería ver el lugar. Solo para saber que realmente estaba ahí.

Había, sin embargo, un riesgo de que pudiera ser visto, y tenía que ir con cuidado. Pensó que no habría mucha gente esta noche, no con esta niebla. Aun si fuera así, nadie se percataría de él. Y estaba claro que nadie le reconocería. No era probable que Hartman estuviera ahí, al menos no estaría fuera. Y si lo estuviera, no me recordaría, pensó Scott. Sin duda había un riesgo, uno pequeño, pero no tan alto como para preocuparse. Estaba preparado para aceptarlo y aceptar la oportunidad.

***

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Salió del hotel, y rápidamente caminó por la oscura calle. La niebla era cada vez más espesa, y no dejaba ver a más de cincuenta o sesenta metros. Miraba de lado a lado con nerviosismo, para ver si alguien le vigilaba y cada pocos pasos miraba detrás de él para ver si le seguían.

No había nadie alrededor. Las calles estaban completamente desiertas. Al cabo de unos minutos llegó a la esquina. Cruzó la calle vacía, y giró por Konigstrasse. No estaba preparado para lo que le esperaba. La calle no era más que un lugar destruido por las bombas. Había sido casi eliminado por completo por la Fuerzas aéreas británicas durante los últimos meses de la guerra. Scott estaba devastado. Y ahora que, pensó, mientras caminaba lentamente a lo largo de la calle. Estaba totalmente destruido, ni un edificio había quedado en pie. Ha debido de morir mucha gente asesinada. Tal vez Hartman haya sido uno de ellos. Regresó al hotel, sin estar seguro de que haría después. Todos sus planes habían quedado en nada. Todo había acabado antes de comenzar.

Entró en el hotel, y subió las escaleras hasta su habitación en la tercera planta. Abrió la puerta y entró, cerrando de un portazo. Encendió la luz, y la solitaria bombilla se iluminó. Enfadado, tiró los papeles de la cama y se tumbó, con la mirada fija en el techo. La luz le dañaba los ojos. Agarró un cenicero y lo tiró hacia la luz. Hubo un ruido de cristales rotos y la luz se extinguió. Se quedó tumbado y quieto, con la mente consumida en solo una cosa. Tenía que saber si Hartman había muerto, o si había tenido la oportunidad de seguir con vida. Si estaba muerto estaba bien, ningún problema.

Pero si aún estaba vivo, ¿dónde estaba? Podría estar en cualquier parte. « ¿Por dónde empiezo a buscar?» se preguntó a sí mismo con enfado. «Más aún, ¿cómo sé si está vivo o muerto?» Se sirvió un vaso de whisky, vaciando la botella. Agarró la botella vacía y la lanzó contra la pared más alejada.

***

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A la mañana siguiente un estruendoso trueno le despertó, y las gotas de lluvia caían con fuerza a través de la ventana abierta. El tiempo era tan deprimente como la zona. Se había quedado dormido, al fin, aunque no sin antes haber decidido cuál sería su siguiente paso. Había planeado regresar a lo que quedaba de Konigstrasse y hacer algunas preguntas sobre las personas que habían vivido ahí. Necesitaba conocer los detalles del ataque aéreo. Necesitaba información sobre las víctimas. Y lo más importante, necesitaba saber si Hartman aún estaba vivo, y si así era, donde estaba.

Miró a través de la ventana. Fuera todavía estaba oscuro. Debe ser temprano. Se volvió a tumbar en la cama y poco después volvió a quedarse dormido. Se despertó varias horas después. Comprobó su reloj, era justo después de las nueve. Fue hacia la ventana y miró al exterior. La lluvia había cesado y la niebla se había evaporado. Ya no había ni rastro de los truenos. El sol comenzaba a brillar a través de la neblina. Parecía que iba a ser un buen día al fin y al cabo. Al menos eso esperaba, aunque no estaba pensando en el clima precisamente.

Salió del hotel y caminó de vuelta hacia la zona de Konigstrasse. A medida que se acercaba a la calle, podía ver el alcance total de la devastación que había sufrido. No quedaba prácticamente nada en pie, excepto montones de escombros que alguien usaba como casa. Entonces vio el capitel de una iglesia al final de la calle. Se le ocurrió que tal vez el párroco local podría darle alguna información que le pudiera ser de utilidad. No sabía si Hartman era católico o protestante. Tal vez no era ninguna de las dos cosas. De todos modos, ¿qué importaba? El párroco debía saber que ocurrió con los residentes de Konigstrasse.

Mientras se acercaba a la iglesia pudo ver que ésta también había sufrido daños por el bombardeo. Parte del techo que cubría la parte trasera no estaba, y se había sustituido por lona protectora. Una parte del muro de la parte trasera se había derrumbado, y había sido sellado. Se preguntaba si la iglesia aún estaría en uso. Después, cuando estaba a punto de alejarse, se dio cuenta de que las puertas estaban abiertas de par en par.

Mientras se acercaba a la puerta abierta se le ocurrió que en realidad estaba buscando ayuda de la iglesia en su búsqueda de venganza. Al principio lo encontró bastante divertido, aunque de repente se sintió extrañamente culpable.  Un repentino sentimiento de remordimiento se apoderó de él, pero se marchó tan pronto como llegó, al traer recuerdos de su amigo, Terry, yaciendo muerto en el frío y húmedo suelo a orillas de aquél oscuro lago. Se estremeció, y comenzó a caminar más deprisa, como si de repente tuviera una urgencia. Cuando llegó a la puerta del edificio estaba chorreando en sudor. Se sentía extrañamente nervioso, y el corazón le latía a toda prisa.

Se detuvo en la entrada y se apoyó contra la pared esperando que su respiración y el latido de su corazón volvieran a la normalidad. Mientras estaba allí parado, pasó una pareja de ancianos que entraron en la iglesia. Se le quedaron mirando durante un momento y aceleraron el paso. Lentamente, y casi reverencialmente, les siguió al interior del templo. Delante de él estaba el pasillo que llevaba al altar. A cada uno de los lados estaban los bancos. En lo alto, vio varios rayos de luz que bajaban del techo, indicando más daños por las bombas en el techo. Volvió a bajar la vista al interior del cuerpo de la iglesia. Aunque no había misa en ese momento, había varias personas sentadas, rezando en silencio.

Scott tomó asiento en el último banco y miró hacia el altar. Aunque las luces estaban encendidas no parecía que hubiera alguien ahí. De repente las luces se atenuaron, y de un lado apareció el padre. Caminó directo hacia la parte delantera del altar y se santiguó. Entonces comenzó a caminar por el pasillo hacia la puerta del edificio. Mientras se acercaba, Scott se levantó y comenzó a caminar hacia el final del banco. El cura pasó por su lado y casi había llegado a la puerta principal cuando Scott le alcanzó.

─Padre─, llamó. ─Me pregunto si puede ayudarme.

El párroco se detuvo y se dio la vuelta. ─Sí, hijo mío─, respondió. ─ ¿Qué puedo hacer por ti?

Scott le explicó que estaba buscando a alguien que solía vivir en Konigstrasse. ─Solía conocerlos antes de la guerra─. El cura notó que Scott estaba preocupado y que no estaba siendo del todo sincero. Sin embargo, decidió que seguiría con él, al menos por el momento.

─Claro, le ayudaré si puedo─, dijo el padre. ─ ¿De qué nombre se trata?─ De repente, Scott temió mencionar el nombre. ¿Y si el cura conocía a Hartman personalmente? ¿Y si eran amigos desde hacía mucho tiempo? Tal vez el cura podría avisar a Hartman de que estaba en peligro. Tal vez el cura intentaría detener a Scott.

Tal vez. Tal vez...me estoy preocupando por nada. Scott pensó que si quería continuar con la misión, y encontrar a Hartman, sería necesario, en algún momento, mencionar su nombre. También pensó que según el dosier, Hartman no era un hombre de fe. Era razonable asumir, entonces, que el cura no lo conociera a nivel personal.

─El nombre de la familia es Hartman. Mi amigo era Dietrich─, Scott intentó parecer ligero y relajado. ─Solían vivir en el número 18 de la calle Konigstrasse. La última vez que supe de ellos fue en 1936.

El cura se mantuvo de pie, quieto y callado, con la cabeza inclinada y los dedos índice y pulgar a cada lado de su nariz y los ojos entrecerrados. Estaba sumido en sus pensamientos. Entonces abrió los ojos, retiró la mano de su cara, y sacudía la cabeza. No le venía a la mente ninguna familia con ese nombre. Seguramente, no habían sido miembros de su congregación.

─Es posible que fueran protestantes y fueran a la iglesia de Freidrickstrasse─, sugirió el párroco. Entonces un pensamiento le vino a la mente. ─ ¿Dice que vivían en Konigstrasse?

─Si, correcto─, respondió Scott. ─Número 18.

─Konigstrasse fue bombardeada por los británicos en enero de 1945─, continuó el párroco. ─Esa noche, prácticamente todas las casas quedaron totalmente destruidas, o muy maltrechas, tanto que se demolieron más tarde. Había unas setenta personas viviendo en esa calle en ese momento. Esa noche, murieron veintitrés personas, y otras treinta y seis resultaron heridas─. El cura se detuvo durante un instante, para seguir brevemente después, visiblemente emocionado. ─Fue terrible, una noche terrible.

Scott empezaba a inquietarse. No necesitaba una lección de historia, y estaba seguro que no necesitaba sentirse culpable por el bombardeo. Solo necesitaba información que le pudiera llevar hasta la ubicación actual de Hartman. El cura se había detenido un instante, pensando en las victimas, y en los acontecimientos de esa noche. Tras un rato continuó. ─Si recuerdo correctamente, los supervivientes fueron todos llevados al centro comunitario cerca de la estación de ferrocarril, en Minster Strasse.

Scott de repente recuperó el interés.

─También, hasta donde puedo recordar, todos los detalles de las víctimas, y de los supervivientes, fueron anotados por la policía local. Puede que ellos sean capaces de decirle algo.

A Scott no le gustaba la idea de involucrar a la policía. Ellos podrían recordarle en el futuro, pero no tenía elección. ─Eso es de mucha ayuda─, dijo. ─ ¿Podría decirme dónde está la comisaría?

─Oh, está muy cerca. Cuando salga de la iglesia, gire a la izquierda, y siga caminando hasta que llegue a la plaza del mercado. Verá la comisaría en la esquina más alejada─, indicó el cura. ─Lo lamento, no puedo serle de más ayuda. Espero que encuentre a su amigo.

También yo, pensó Scott. ─Muchas gracias, ha sido de mucha ayuda─, respondió.

Se giró y fue hacia la puerta principal, y salió de la iglesia. Y ahora qué, se preguntó. No puedo ir a la policía, ¿no? ¿Puedes imaginar su reacción?

─Hola, soy americano, un exsoldado y estuve aquí desde 1943 hasta 1945, y estoy buscando a un oficial de las S.S.

Eso debería ir bien, no hay nada raro en eso, ocurre todos los días. Probablemente harían lo imposible por ayudar, no lo creo. Podía imaginar las preguntas que le harían.

─ ¿Por qué busca a ese hombre?

oh, solo quiero encontrarle y matarle.

─ ¿De qué lo conoce?

oh, resulta que él asesinó a uno de mis amigos en 1945.

─De acuerdo, ningún problema─, sin duda, la policía lo entendería. Muy probablemente se apresurarían a ayudar. Probablemente, incluso se ofrecerían a sujetar el arma por mí.

Scott comenzaba a ponerse cínico y a frustrarse. Estaba sin palabras, y no sabía que hacer ahora. Y todo iba a ser fácil.

«Rápido y sencillo», había dicho. No, eso no era correcto. Nunca pensé que fuera a ser fácil. Simplemente no creí que fuera a ser tan difícil.

Decidió comer en el restaurante de la esquina del hotel. Después regresaría a su habitación y volvería a pensar en su siguiente movimiento.