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Capítulo Veintitrés

Potsdammer Platz 42, Hamburgo

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Cuando llegó al hotel ya era tarde, y estaba cansado. Se tumbó en la cama. Cerca se oyó el reloj de la iglesia marcando la medianoche. Cerró los ojos esperando dormirse, pero el sueño no llegó. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, muchas cosas sin resolver. ¿Qué iba a hacer?

Se sentó y miró su reloj. Eran las dos menos veinte de la mañana. Se levantó, fue hacia la mesa y se sirvió un whisky. Quizás debería intentar otra estrategia. Comenzó a andar de un lado para otro, intentando pensar en otro plan. Tal vez debería concentrarse en los contactos anteriores de Hartman, y los lugares a los que solía ir. ¿Qué tal si probaba en la compañía de transportes donde había trabajado en Múnich? Tal vez eso le llevara a alguna parte. Entonces sacudió la cabeza. «No, eso no va a funcionar». Se dio cuenta de que toda esa gente, esos lugares, eran el pasado, antes de que Hartman se convirtiera en Nazi. Las ideas de Hitler debieron de haber causado un cambio drástico en su vida. Sus viejas ideas, sus valores, se habrían desvanecido. Sus viejos hábitos no tendrían cabida en su nueva vida.

No, no creo que eso me lleve a ningún sitio, decidió Scott. « ¿Y entonces, qué?» se preguntaba una y otra vez. No podía preguntar a la policía nada relacionado con el mayor Hartman, eso era seguro. No podía mencionar nada sobre Hartman, eso podría ser desastroso.

«Espera un segundo», exclamó de repente. «No puedo preguntar sobre Hartman, pero no habría nada que me impidiera preguntar sobre alguien más.

Una idea empezaba a cuajarse en su mente. Necesita perfeccionamiento, y tenía que fijar los detalles, pero parecía prometedor. Volvió a la cama, como un hombre más feliz. Se tumbó, cerró los ojos, e inmediatamente se quedó sumido en un profundo sueño.

Poco más tarde de las diez y media de la mañana siguiente, Scott salía del hotel y caminó un corto tramo hasta el restaurante The Berliner, en la esquina. Posiblemente restaurante era una palabra demasiado grande para definirlo. Solo era una pequeña cafetería.

Aunque pequeño, The Berliner servía una buena selección de comidas, incluido desayuno, almuerzo y cena. El interior estaba limpio y recogido, y las mesas y las sillas eran cómodas. Scott había ido desde que llegó a Hamburgo, y los camareros empezaban a conocerlo. Cuando entró, Klaus, el jefe de camareros le saludó desde el otro lado de la habitación.

─Buenos días, señor─, dijo el camarero. ─Ahora estoy con usted.

Unos minutos más tarde, Klaus llegó a la mesa de Scott, con su pedido habitual de café, dos huevos y panecillo. Los colocó en la mesa delante de Scott. ─ ¿Cómo está hoy, señor?

─Bien─, dijo Scott. ─No podría estar mejor. Me alegro de verle Klaus.

─Esta mañana viene más tarde de lo normal, señor. Empezaba a pensar que no le vería hoy.

─Me quedé dormido─, respondió simplemente Scott.

El camarero terminó de preparar la mesa. ─Buen provecho, señor─, dijo mientras se marchaba.

***

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Scott había finalizado sus planes, y sabía exactamente lo que iba a hacer. Estaba orgulloso de sí mismo. Hoy disfrutaría de verdad de su desayuno.

La comida estaba buena, y el café era dulce y caliente, como a él le gustaba. Miró a su alrededor. Hizo una señal a Klaus y le indicó que le sirviera otra taza de café.

Poco después llegó la bebida. ─ ¿Ha sido satisfactoria su comida, señor?─ Preguntó Klaus.

Siempre era la misma pregunta educada, y siempre la misma respuesta. ─Sí, lo ha sido, Klaus, muchas gracias.

Scott se sirvió una taza de café y se quedó sentado con la mirada fija en la taza, empezando a capitular su idea de la noche anterior. Preguntaría sobre alguien que hubiera conocido antes de la guerra, aunque sería alguien completamente ficticio.

Tal vez una novia que hubiera conocido, o un amigo de la familia de su madre, o tal vez un amigo de sus días de universidad. Eso era, un amigo alemán que hubiera regresado a Alemania justo antes de que comenzara la guerra. Su amigo imaginario sería, ¿qué nombre podría usar? Entonces dio con él. Sí, eso es, Klaus Berliner.

Por supuesto, cualquier nombre podría haber servido. Sabía que cualquier nombre que escogiera no aparecería en la lista de víctimas, o de los supervivientes del bombardeo en Konigstrasse. Lo que le daría, sin embargo, una oportunidad de ver de cerca esas listas, una oportunidad de continuar su búsqueda de Dietrich Hartman.

***

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Cuando salió de la cafetería, Scott giró a la izquierda. Caminó pasando de largo el hotel, y continuó recto hasta llegar a Kongstrasse. Giró y cruzó hasta la iglesia. A pocos metros estaba Market place. Ahí, en la esquina, estaba la comisaría. Era un viejo edificio victoriano, de tres plantas de altura, con un entresuelo. Se detuvo en las puertas de entrada arqueadas, y subió el pequeño tramo de escalones que daban pie a la entrada.

Al entrar, había una zona de recepción a la izquierda. Un oficial de servicio estaba sentado en un gran escritorio, ocupado rebuscando entre algunos papeles. Levantó la vista cuando Scott se acercó. ─Sí, señor, ¿qué puedo hacer por usted?─ Dijo el oficial.

─Me llamo Noble, Graham Noble─, mintió. ─Soy americano, y estoy intentando seguirle la pista a un amigo que conocí en la universidad, hace unos años, en Nueva York.

─ ¿Americano?─ Dijo el oficial. ─He conocido algunos americanos destinados aquí. Me gustan los americanos, son muy generosos, y regalan mucho chocolate, y café─. Scott se pateó mentalmente. ¿Por qué no había pensado en eso? El oficial se dio cuenta de que no iba a haber ni chocolate, ni café, y continuó a regañadientes. ─ ¿Qué pasa con su amigo?─ Preguntó.

─Mi amigo se llama Klaus Berliner─, respondió Scott. ─En 1938 vivía en Konigstrasse, que está cerca. Lamentablemente, he visto que está completamente destruido. El cura de la iglesia de ahí abajo me dijo que ustedes podrían ayudarme.

─ ¿Ha dicho Konigstrasse?─ Dijo el oficial. ─Sí, eso fue terrible, muy terrible. Ocurrió en enero de 1945, el cuatro creo que fue. Hubo un ataque aéreo masivo esa noche, y muchas partes de la ciudad quedaron dañadas. Konigstrasse se llevó la peor parte, y casi la mitad de la gente que vivía allí murió. La iglesia local también sufrió daños.

El oficial pensó durante un instante. ─Cabo─, llamó. ─Traiga el archivo de Konigstrasse de 1945─. Volvió a mirar a Scott. ─Los supervivientes se llevaron a un salón público que está cerca de aquí, si no recuerdo mal. En algún lugar cerca de la estación. Hicimos una lista de todos los que tristemente fallecieron esa noche. También preparamos una lista de todos aquellos que sobrevivieron.

Se detuvo y levantó la vista cuando regresó el cabo. ─Ah, aquí está─, dijo. ─Gracias, cabo. Ahora vamos a ver que podemos encontrar─. Abrió la carpeta y echó un vistazo a los papeles, hasta que encontró los que estaba buscando.

─Konigstrasse. Sí, fue el día cuatro. Cuatro del uno del cuarenta y cinco─. Continuó pasando las páginas. ─Aquí, víctimas─, leyó. ─Cuál era el nombre, ah sí, Berliner.

Siguió repitiendo el nombre mientras escaneaba la lista. ─No hay nada aquí, a menos que no muriera. Vamos a mirar en la otra lista, los supervivientes─. De nuevo, sacudió la cabeza. ─Nada, lo siento.

Scott no estaba sorprendido. ─ ¿Puedo verlo?─, dijo.

─Claro─, respondió el oficial, y le pasó los papeles a Scott. Esto es exactamente lo que Scott había planeado.

Scott primero comprobó la lista de las víctimas. ─No, no hay nada sobre Berliner─, reconoció. También se dio cuenta de que no había ninguna entrada relacionada con Hartman. Entonces tomó la lista que detallaba los supervivientes. Ojeó la página hasta la entrada relacionada con el número 18. Vio que decía, «Konigstrasse 18; Peter Weiss; Potsdammer Platz 42». ─Aquí tampoco hay nada─, dijo al oficial. ─Esta es una lista completa de supervivientes─, dijo. ─Incluyendo los heridos, ¿es eso correcto?

─Así es, señor. Esta lista detalla todos los supervivientes en esa fecha. Por supuesto, también es posible que algunos murieran después, ya me entiende. Supongo que podría comprobar los hospitales para asegurarse─. El oficial recuperó el documento y lo cerró. ─Por supuesto, pueden haber muerto tiempo después por causas naturales.

Tal vez, pensó Scott. Decidió tener esa idea en mente, y verlo. ─Es una buena sugerencia, lo de los hospitales, quiero decir. Gracias. Por cierto, ¿a qué se refieren las tres columnas de la lista de supervivientes?

─Oh, eso está muy claro, señor─, respondió el oficial. ─La primera columna corresponde a la dirección oficial del edificio en Konigstrasse. La segunda es, obviamente, el nombre de los cabeza de familia en esa vivienda en particular y la tercera columna es la dirección de dónde se les reubicó.

De repente le vino un pensamiento a la mente. ─Por cierto, el documento no contiene información sobre las personas ausentes esa noche─, dijo. ─Así que si el nombre de su amigo no aparece, puede que no estuviera en casa esa noche.

─Gracias─, dijo Scott. ─Ha sido de mucha ayuda─. Se levantó, estrechó las manos con el oficial de policía, y salió del edificio.

No estaba seguro de cuan de ayuda había sido. Al fin y al cabo no había ninguna referencia a Hartman en absoluto. Obviamente se podía haber mudado de allí antes de 1945, o había muerto antes. Tal vez ni siquiera estaba en Konigstrasse esa noche. Si así era, según el oficial, su información no aparecería. Otra posibilidad era que se hubiera cambiado de nombre. Por cierto, ¿quién era Peter Weiss? Tal vez Hartman se hubiera mudado, y Weiss fuera el nuevo inquilino. Había tantas incógnitas y nada era seguro.

Al menos ahora tenía otra dirección que comprobar. ¿Cuál era la dirección? Potsdammer Platz, 42.

Cuando Scott pasó por delante de la iglesia, se dio cuenta de que eran casi las dos y media, según el reloj. Le había llevado horas, y aún seguía sin estar seguro de lo que había conseguido. También se dio cuenta de que no había comido en varias horas.

Cuando llegó a la cafetería, Klaus le vio entrar, ─Oh señor, otra vez tarde. Dos veces en un día, eso no puede ser─. Fue hacia Scott y le entregó la carta. ─Pronto estaré con usted, señor.

Poco después Klaus regresó. ─ ¿Listo para pedir, señor?─ Preguntó.

***

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Scott se terminó su comida y ahora se relajaba con un café. Klaus se acercó, como de costumbre. ─ ¿Ha sido satisfactoria la comida, señor?

Supongamos que digo que estaba horrible, posiblemente Klaus tendría un convulsión ahí y en ese momento. Decidió no causarle una apoplejía a Klaus. ─Como siempre, Klaus, la comida estaba muy buena, y el servicio excelente.

Klaus se alejó y se dirigió a la siguiente mesa, cuando Scott le llamó de nuevo. ─Klaus, solo un momento, por favor─. Klaus volvió a la mesa de Scott. ─ ¿Sabe dónde está Potsdammer Platz?

─ ¿Potsdammer Platz?─ Repitió Klaus. ─No, lo lamento, no lo sé. Aunque me resulta familiar─. Sacudió la cabeza. ─Pero, discúlpeme un momento, señor. Voy a preguntar─. Se alejó y habló con sus compañeros.

Volvió al cabo de un momento con un mapa. Lo puso sobre la mesa y lo abrió. Sus dedos deambularon por el plano durante unos momentos hasta que llegó al punto que buscaba. ─Ahí está, señor─. Klaus señaló una zona cerca del parque de la ciudad─. Entonces movió los dedos por el plano. ─Nosotros estamos aquí.

No parecía estar muy lejos, puede que a menos de un kilómetro, o quizá menos. ─Creo que el tranvía número 46, desde la estación, le puede dejar directamente allí, señor. Baje en Potsdammer Park, la entrada principal. Solo está a unos metros de distancia. No tiene pérdida, señor.

─Gracias, Klaus. Ha sido de mucha ayuda─, dijo Scott levantándose para marcharse. ─Regresaré para la cena, como siempre.

Klaus dobló el mapa y comenzó a recoger la mesa, y dejarla preparada para el siguiente cliente. Scott se acercó a la barra para pagar la cuenta y se detuvo. Volvió a mirar a Klaus y lo volvió a llamar. ─Intentaré no llegar tarde, otra vez─, dijo.

***

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Scott caminó los pocos bloques que había hasta la estación y encontró la parada del tranvía número 46. Ya había personas esperando, y supuso que pasaría pronto. Poco después pudo oír el sonido metálico de la barra mientras rozaba la catenaria, saltando por encima del cruce. Entonces, el tranvía apareció a la vista, en la esquina más alejada. Poco después llegó a la parada. Varias personas bajaron y se dirigieron a la estación. La gente que estaba esperando subió y Scott les siguió.

No había asientos en la parte de abajo, así que subió las escaleras y encontró un asiento al final del tranvía. Con un repicar de campana, el tranvía comenzó a moverse, era muy lento y se detenía en todas las paradas de la ruta.

Por fin el tranvía llegó al parque. Scott se puso de pie y bajó las escaleras, preparado para salir. Después el tranvía se detuvo cerca de las puertas del parque, y Scott bajó desde la plataforma. Empezó a caminar la corta distancia hasta la esquina de la calle, donde giró en Potsdammer Platz.

Las casas eran pequeñas, limpias y recogidas. Y distribuidas en un recinto de seis u ocho propiedades. Miró la primera casa, número 61. Por supuesto, la número 42 estaba aproximadamente a un tercio del camino, bajando la calle, al otro lado de la carretera. Había varias personas paseando, y varios niños jugando al lado de la carretera.

Mientras Scott avanzaba, pudo ver el humo que salía desde algunas chimeneas. Realmente hacía frío, pensó, y mucha gente encendería el hogar en un día como este. Volvió a mirar, y vio que no salía humo de la chimenea del número 42. Tal vez sus ocupantes no estaban, pensó, o tal vez, simplemente, no tenían frío.

Scott decidió acercarse a los ocupantes del número 37. Estaba bastante cerca, pero no demasiado. Llamó a la puerta pero no respondió nadie. Scott retrocedió y miró hacia arriba. Tampoco había humo en la chimenea. Miró hacia la derecha y pudo ver que salía humo de la chimenea del número 49. Parecía prometedor.

Fue hacia la puerta y llamó. La puerta se abrió casi al instante, y salió una mujer joven, que llamaba a uno de los niños que jugaban en la calle. Se sobresaltó al ver a Scott allí de pie.

─Le ruego que me disculpe─, dijo Scott a modo de disculpa. ─Lamento molestarla, pero me preguntaba si podría ayudarme.

La chica no dijo nada durante unos instantes. Entonces volvió a su atención a la calle, y volvió a llamar a su hijo una vez más. El pequeño la miró y le pidió que le dejara jugar un poco más.

─Entra ahora mismo─, dijo ella. ─Tu té está listo─. El niño se despidió a regañadientes de sus amigos, y lentamente volvió al lado de su madre. Scott observaba en silencio. Cuando el niño llegó, ella lo puso a un lado y lo empujó suavemente al interior de la casa. Ahora que el niño estaba fuera de todo peligro, miró al extraño que había de pie delante de ella.

─Sí, ¿qué puedo hacer por usted?─ Preguntó, obviamente nerviosa.

Scott le dijo que estaba buscando al señor Weiss. Estaba seguro de que vivía en esa calle, pero desgraciadamente no sabía en qué número.

La chica estaba aliviada. Se había preocupado sin motivo. ─Oh, sí─, dijo. ─Vive en el número 42, justo al otro lado de la calle─. Señaló. ─Ahí.

Scott giró la cabeza para ver hacia donde señalaba. ─Gracias por su ayuda. Ha sido muy amable─, respondió Scott. ─Por cierto, en realidad no conozco al señor Weiss, no en persona al menos. Me pregunto si podría identificarlo en esta fotografía.

Le pasó la fotografía que mostraba cuatro o cinco personas de pie delante de un hotel. ─Me temo que se tomó hace algunos años, y no se ve muy clara.

La chica observó la fotografía durante un rato. Sacudió la cabeza y empezó a mirar la fotografía por detrás. De repente se detuvo y la volvió a mirar. Entonces, tras unos instantes, señaló a uno del grupo. ─Creo que es este, el del final. No lo reconocí al principio. No sé por qué pero ahora está muy diferente. Es extraño, pero en realidad parece mucho más joven ahora. ¿No es extraño? Se ha afeitado el bigote, y se ha teñido el pelo. Ahora lo tiene mucho más oscuro que aquí.

Le devolvió la fotografía a Scott. Miró al hombre al que la muchacha había identificado y estuvo satisfecho de comprobar que había identificado al mayor Dietrich Hartman.

─Gracias de nuevo─, dijo. ─Me ha sido de mucha ayuda. Adiós.

─Espere un momento─, llamó ella. ─El señor Weiss se marchó temprano esta mañana. Creo que iba a Múnich, o a algún sitio, durante unos días, por negocios. Siempre suele ir a algún lugar. Creo que vuelve el próximo martes o miércoles, no estoy segura.

Scott no podía creerlo. Estar tan cerca, y a la vez tan lejos. Pero al menos sabía que Hartman seguía con vida, y que vivía aquí en Potsdammer Platz. Ese era un paso muy importante. No había nada que pudiera hacer ahora, excepto esperar hasta el martes. Son solo otros cinco días. ─Gracias─, dijo él. ─Muchas gracias. Volveré la semana que viene.

─ ¿Puedo decirle quién le busca?─ Preguntó. ─Tal vez pueda ponerse en contacto con usted. ¿Hay algún sitio donde pueda contactarle?

─Oh no, está bien, quiero darle una sorpresa─, dijo Scott. ─Tengo algo especial para él─. Se dio la vuelta y comenzó a alejarse. De repente, dudó y se detuvo. Se volvió hacia la chica. Puede decirle algo.

─Sí─, dijo la chica. ─ ¿Qué debo decirle?

─Dígale que su destino ha estado aquí, y que regresará muy pronto─. Con esto Scott se apresuró a bajar la calle, hacia la parada de tranvía.

La chica parecía confusa. Intentó con todas sus fuerzas comprender lo que había dicho, y lo que quería decir con ello. « ¿Su destino ha estado aquí? ¿Qué diablos significa eso?»

Ella lo observó marcharse hasta que estuvo fuera del alcance de la vista. Llegó a la conclusión de que no estaba bien de la cabeza.

«Pobre diablo», murmuró al tiempo que volvía al interior de la casa, cerrando la puerta detrás de ella. «Posiblemente afectado por la guerra, algo malo debió haberle pasado. A él y miles como él, en ambos bandos».

Al final decidió no decirle nada al señor Weiss, nada en absoluto.