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Capítulo Veinticinco

Meister e Hijos

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Seis horas más tarde Hartman llegó a la estación central de Múnich. Cruzó el vestíbulo y bajó los escalones de la entrada principal, hacia la calle. Giró hacia la izquierda y caminó hasta la parada de taxis de la esquina. Cuando entró en el primer taxi de la fila, le ordenó al conductor llevarle a Leopold Strasse. El taxi se dirigió hacia el suroeste de la estación, hacia la zona industrial de la ciudad.

Hartman no había estado en esa zona desde hacía años, de hecho, la última vez había sido años antes de la guerra. Podía ver que había sufrido graves daños por los bombardeos tanto de las fuerzas aéreas británicas como de las americanas. Los restos de los edificios en ruinas se podían ver por todas partes. Los únicos que quedaban intactos estaban en malas condiciones y había muchos edificios vacíos. Hartman comenzó a preocuparse por si el edificio que buscaba también había sido dañado, o incluso, destruido.

─Ya hemos llegado─, dijo el conductor, cuando llegó a la esquina con Leopold Strasse.

Hartman salió del coche, pagó al conductor, y lentamente avanzó. Aproximadamente a unos cien metros a la izquierda, podía ver la familiar entrada de madera. El edificio aún estaba ahí. Se preguntaba si aún seguiría ocupado. A medida que se acercaba podía ver que ahora las puertas estaban pintadas de verde. Recordó los tiempos cuando él trabajaba ahí que estaban pintadas de rojo oscuro. Se dio cuenta de que la pintura estaba descolorida y había desconchones en algunos sitios. Aún se podía leer la señal, Compañía de transportes Meister e hijos.

Cuando había trabajado ahí, hacía diez años, era Transportes Steinburg. El edificio contiguo parecía estar intacto. Era un edificio de dos plantas; la planta de abajo solía ser las oficinas, y la superior una vivienda. Se preguntaba si ahora era igual. Observó más de cerca, y se asomó por una de las ventanas. La ventana estaba sucia, y era difícil ver a través de ella, pero se podía ver lo suficiente para comprobar que aún estaba ocupado.

Mientras Hartman estaba de pie delante del edificio, recordó los acontecimientos de esos años que habían pasado hacía tanto tiempo. Hartman había vendido la empresa hacía diez años. La empresa no había sido suya para poder venderla, pero eso no le detuvo. Abram Steinburg y su hermano habían sido denunciados a las autoridades. Eran judíos, no arios. Como tales no se les permitía tener una empresa. Y para cumplir las normas se les permitió que estuviera a nombre de Hartman. Sin embargo, fueron arrestados y enviados a un campo de concentración Nunca supieron quien les había traicionado. Nunca se les volvió a ver.

Como recompensa a su ayuda en el asunto las autoridades habían entregado la empresa a Hartman, quién en realidad vendió la compañía a Johan Meister en 1935. Ahora Meister estaba muerto. Le habían detenido por tráfico de drogas en 1942. El cargo nunca se probó, y Meister murió mientras estaba en custodia. Algunos dicen que fue asesinado, otros que se suicidó. Ahora lo sabremos.

Hartman tenía información de que los hermanos Meister habían vuelto a las andadas. Transportaban mercancías robadas fuera de la ciudad, y traían drogas ilegales en su lugar. Esto le venía muy bien a Hartman. Tenía la intención de utilizar los vehículos de Meister e hijos para transportar el oro, fuera de Austria, y meterlo en Turquía, donde se desharía de él y lo convertiría en efectivo contante y sonante. Hartman estaba seguro de que los traficantes que los Meister conocían serían capaces de deshacerse del oro por un buen precio.

Hartman continuó caminando por delante del edificio hasta la siguiente esquina, donde se detuvo y esperó. Un camión llegó y las puertas se abrieron; el camión entró y las puertas se cerraron detrás de él. Hartman ahora estaba seguro de que la empresa estaba operativa. Retrocedió hacia el edificio. Mientras lo hacía pensó en los dos hijos de Johan, Conrad y Josef. Conrad era el mayor, y el que estaba al cargo. Josef era mucho más tranquilo, solo hacía lo que se le decía. Era conrad al que Hartman quería ver

Hartman fue hasta el edificio y entró por la puerta lateral que daba a las oficinas. Una mujer joven le vio entrar y se acercó a él, ─ ¿Puedo ayudarle?─ Preguntó.

─Conrad Meister, por favor─, respondió Hartman.

─ ¿Tiene una cita?

─No, no la tengo. Solo dígale que Dietrich Hartman está aquí. Estoy seguro de que deseará verme.

Hartman se sentó a esperar. La agitada mujer se marchó de la habitación para hacer lo que se le había pedido. Poco después regresó. ─Todo recto, por aquí.

Hartman se levantó y la siguió por un estrecho pasillo que llevaba a una pequeña oficina. Meister, sentado en su escritorio, se levantó y se acercó a Hartman cuando este entró en la habitación.

─Usted no es Dietrich Hartman─, dijo Meister con firmeza. ─ ¿Exactamente quién es usted y qué quiere?

Hartman paseó por la habitación de forma casual. Deteniéndose de vez en cuando para coger varios objetos. Tras examinarlos los volvía a dejar en su sitio. Reconoció una gran fotografía que colgaba en la pared. Se había tomado en el patio de la compañía de transportes, en algún momento de 1933. La fotografía mostraba cuatro hombres de pie delante de uno de los camiones de la compañía.

─Soy yo─, anunció. Estoy al lado de Abram Steinburg. Este de la izquierda es su hermano.

Se volvió y miró a Meister, y después rápidamente volvió a la fotografía. ─Y ahí está su padre─, dijo emocionado. ─Era el mejor conductor de la empresa─. Hartman se quedó dudando un momento y después continuó de forma traviesa. ─Aparte de mí, claro está.

─Es increíble─, continuó Hartman. ─Todos los recuerdos están volviendo, ya sabe─. Miró a Meister, pero este no dijo nada. ─Era muy elegante en esos días, su padre─. Hizo una breve pausa. Meister seguía sin decir nada. ─Claro que eso fue antes de que usted empezara con la, digamos, mercancía exótica.

Se detuvo en mitad de la pared más alejada, se giró, y miró a Meister. ─Por cierto, ¿aún siguen realizando esos viajes especiales?

Hartman ignoró el tema y continuó caminando por la habitación, observado de cerca por Meister. Se detuvo de nuevo para examinar la tabla de ventas de la pared. ─Estoy impresionado─, dijo. ─Parece que lo está haciendo muy bien─. Se alejó de la tabla y miró por la habitación. ─Esta habitación no ha cambiado mucho en estos últimos, cuántos, diez, no, once años, Conrad─, continuó. ─Mire aquí─, mientras se acercaba a un almacén interior y señalaba una parte de madera dañada en la puerta. ─Ahí es donde golpeó el pisapapeles─, se giró para ver a Meister. ─ ¿Lo recuerda? El que le tiró su padre.

Meister estaba visiblemente perplejo. ¿Quién era ese hombre y qué quería? ─De acuerdo, suficiente. ¿Quién demonios es usted?

─Casi le dio, ¿verdad?─ Dijo Hartman de forma casual. ─Estaba realmente enfadado ese día.

Hartman estaba disfrutando. ─No puedo recordar de qué iba todo aquello. Quiero decir cómo empezó todo. Algo sobre un dinero extraviado, creo─. Durante todo ese rato Hartman continuaba caminando lentamente por la habitación. ─ ¿Lo recuerda Conrad?

Meister se estaba enfadando. ─No sé de lo que me está hablando─, gritó. ─Ahora, salga de aquí o llamo a la policía.

Hartman se detuvo y comenzó a reír a carcajadas. ─La policía─, dijo. ─Esos son a los últimos que llamaría, Conrad. Usted lo sabe, y yo lo sé.

Aun riéndose, continuó su visita turística por la habitación. Entonces se detuvo en la esquina más alejada, y se agachó. Meister se levantó de su escritorio y se acercó. ─ ¿Qué cree que está haciendo?─ Preguntó con indignación.

Hartman no dijo nada. Recogió la esquina de la alfombra y la retiró. Ahí, tapada con tablas de madera, había una pequeña puerta de metal. ─Aún sigue ahí─, dijo. ─Estoy impresionado. Siempre pensé que era un lugar estúpido para un refugio. Siempre quise cambiarlo pero nunca llegué a hacerlo─. Levantó la mirada hacia Meister. ─Me sorprende que no haya encontrado ningún otro lugar.

Colocó la mano en el lector y comenzó a girar. ─Me pregunto si puedo recordar la combinación─. Meister observaba, horrorizado, mientras Hartman giraba la rueda. Primero a un lado, luego al otro, y de repente la puerta se abrió.

─No he perdido mi toque─, anunció Hartman de forma triunfal. Después cerró la puerta, y volvió a colocar la alfombra. Se levantó, y fue hacia donde Meister estaba de pie. ─Ahora, suficiente de esta tontería, Conrad, no más juegos─, dijo. ─ ¿Me conoce ahora?

─ ¿Dietrich Hartman?─ Dijo Meister aún perplejo. ─En serio es usted. Me disculpo por dudar; ha cambiado─. Se puso de pie con elegancia y se acercó con la mano estirada. ─Apenas puedo creerlo.

─Sí, soy yo─, respondió Hartman, ignorando la mano. ─Pero Dietrich Hartman está muerto. Yo soy simplemente Peter Weiss, ahora, un hombre de negocios de Hamburgo.

─De acuerdo, lo que usted diga─, respondió Meister, sabiendo que no debía hacer demasiadas preguntas. ─ ¿Qué puedo hacer por usted?

─Tengo un trabajo de transporte y me gustaría que usted lo realizara─. Hartman observaba la cara de Meister en busca de alguna reacción. No había nada. ─Necesitaría tres camiones. Dos serían suficientes, pero tres será mejor. Deberán transportar la mercancía desde Austria, a través de Europa, hasta Turquía.

Meister ahora estaba reaccionando. Conocía muy bien Turquía, de ahí es de donde conseguía las drogas. Tenía muchos contactos allí, y sintió que Hartman tenía un motivo específico para elegir Turquía. Además, Meister sospechaba que el motivo tenía algo que ver con él.

─ ¿Turquía? Interesante. Ya debe saber que mis vehículos van allí con frecuencia─, dijo Meister casi despreocupadamente. Continuó de forma casual y preguntó si podía saber el contenido de la carga.

─No por el momento─, se apresuró a decir Hartman. ─Ese es mi pequeño secreto de momento. Digamos solo que le pagaré generosamente─. A Meister le gustó como sonaba eso. ─Bien, ¿qué me dice, Conrad? ¿Le interesa?

Meister lo pensó mucho. De acuerdo, no sabía el contenido de la carga, pero en realidad eso no importaba mucho. Fuera lo que fuera era ilegal, eso lo sabía de sobra. Pero él estaba acostumbrado a transportar mercancía ilegal. Le pagarían bien, y si pudiera conseguir algo para el viaje de regreso eso lo convertiría en un viaje muy bien aprovechado.

─Sí, por supuesto que me interesa─, respondió. ─Pero necesitaré más detalles. Necesitaré saber qué es la carga. Obviamente, necesitaré saber la dirección de recogida y la de destino. Y por supuesto, cuándo.

─Naturalmente, le diré todo a su debido tiempo─, respondió Hartman. ─Por cierto, también necesitaré tres buenos conductores que sean de confianza. ¿Lo puede arreglar?

─Por supuesto─, dijo Meister.

─Bien. Me pondré en contacto la semana que viene o la siguiente, y le daré todos los detalles. Antes tengo que arreglar un par de cosas─, dijo Hartman mientras se levantaba listo para marcharse. ─Debo irme. No se moleste en acompañarme, creo que aún recuerdo la salida, incluso después de todo este tiempo.

Meister sonrió. ─Espero que lo haga, ma...quiero decir, señor Weiss. Esperaré su llamada.

Con esto, Hartman abandonó el edificio y comenzó a dirigirse a la carretera principal, donde tomaría un taxi de vuelta a su hotel.