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Veinte minutos más tarde la policía ya tenía toda la información necesaria de los documentos de registro del hotel. Tenían su nombre y una descripción detallada. Poco después, el inspector recibió un informe rutinario de un coche robado. El informe contenía una descripción del hombre al que estaba buscando. En general, la descripción concordaba con la del sospechoso. Ese hombre se dirigía al sur.
El cuerpo del motorista de la policía se descubriría una hora más tarde. La policía interrogó a los vecinos. Un hombre había creído ver algo, pero estaba muy oscuro. ─Pero estoy seguro que vi un coche girar a la izquierda, por ahí─, dijo señalando el final de la carretera. ─Y después aceleró hacia el noreste.
─El noreste─, dijo el inspector. ─Ha cambiado de dirección.
─Eso parece, señor─, dijo el sargento.
─Quiero a todos los oficiales disponibles buscando a ese hombre. Debemos atraparle─, anunció el inspector. ─Quiero barricadas en todas las carreteras de la ciudad. Quiero que se comprueben todas las estaciones de tren, paradas de autobuses y el aeropuerto, y que las sellen bien.
─Sí, señor, ahora mismo─, dijo el sargento. Empezó a alejarse cuando de repente se detuvo y dio media vuelta.
─Señor, se dirige a Kiel─, dijo. ─Puede que se dirija a los muelles. Tal vez pretende embarcar.
El inspector examinó el mapa extendido delante de él. ─Podría ser─, dijo. ─Será mejor que nos pongamos en contacto con las autoridades del puerto y les avisemos. Distribuyan la descripción y dígales que estén al tanto.
***
Scott tenía que salir de la ciudad, salir del país. Había conducido lo que parecían horas. Se estaba haciendo tarde, y estaba oscureciendo. Debo descansar y comer algo. Tengo que destruir el coche. A estas alturas deben tener mucha información. Habrá barricadas por todos sitios. Decidió encontrar un lugar fuera de la carretera y abandonar el coche.
A unos pocos kilómetros encontró el lugar ideal. Justo al lado de la carretera principal había una señal que llevaba a un pequeño lago. Lentamente condujo por el sucio camino hasta que llegó a la orilla del lago, donde se detuvo. Salió del coche y dejó el motor en marcha. Entonces, colocó algunas piedras pesadas en el pedal del acelerador; metió la marcha y soltó el freno de mano. El coche avanzó lentamente hacia el lago. De repente se detuvo, estancado en el lodo de la orilla. Scott avanzó y empezó a empujar. De repente, el coche volvió a moverse. Pocos minutos después el coche entró en el agua y despacio se empezó a hundir, hasta que al final desapareció completamente bajo el agua, soltando burbujas de aire a la superficie a medida que lo hacía.
Scott observó hasta que vio que no quedaba nada visible. Satisfecho de que el choche se hubiera marchado, se dio la vuelta y volvió por el sucio camino. Justo antes de llegar a la carretera, giró por una entrada y acortó por el campo. En la distancia podía ver un gran granero, y más allá una pequeña granja. Encontraría comida y un lugar donde pasar la noche.
Lentamente se aproximó a la casa. Estaba completamente a oscuras, y no había ni un ruido. Por lo que podía ver, la casa estaba vacía. En silencio, caminó hacia la parte trasera de la propiedad e intentó entrar por la puerta trasera. Estaba cerrada con llave y todas las ventanas estaban bien cerradas. A regañadientes decidió que tendría que arriesgarse y romper una ventana. Se agachó y agarró una gran piedra y sin más dilación golpeó la ventana con fuerza. El vidrio se mantuvo intacto. Volvió a golpear de nuevo, y otra vez el cristal se mantuvo intacto. Tiró la piedra al suelo y empezó a buscar otra, algo con la punta afilada.
Momentos después encontró exactamente lo que estaba buscando. Volvió a golpear el cristal. Esta vez se rompió en añicos, cayendo ruidosamente al suelo. Scott se agachó bajo el quicio de la ventana y se mantuvo muy quieto y callado, a la espera, sin atreverse siquiera a respirar. No ocurrió nada. No vino nadie. Se levantó y pasó a través del cristal roto, y se giró para abrir la ventana. Con cuidado escaló y entró en la habitación. Era una pequeña sala de estar de algún tipo. En el fuego a tierra podía ver las aún humeantes ascuas del fuego. Entonces se dio cuenta de que la casa estaba ocupada, pero los ocupantes se debían haber ido a dormir. Sabía que hasta ahora había tenido mucha suerte, pero no podía permitirse seguir merodeando.
Tenía que moverse, y moverse rápido. Fue hacia la puerta y la abrió despacio. Colocando el oído en la puerta, a la escucha. No había ningún ruido. Abrió la puerta un poco más y se asomó al pasillo contiguo. Seguía sin haber ningún ruido. Caminó por el pasillo y giró a la siguiente habitación. Era la cocina, y ahí, en la mesa de la cocina quedaban los restos de lo que Scott asumió era la cena de los habitantes de la casa. Sin dudar, Scott cogió un pequeño muslo de jamón y los restos de pan que allí había.
Rápidamente volvió a la sala de estar y volvió a escalar por la ventana para salir. Cuando lo hacía, se tambaleó y cayó contra una pequeña silla que cayó contra el suelo. Rápidamente trepó por la ventana, y corrió tan rápido como pudo. Mientras corría miró de nuevo hacia la casa; se habían encendido las luces de la planta superior.
Mientras corría le empezó a doler la pierna, tenía que descansar. Sabía que era un riesgo, pero decidió entrar en el granero y esconderse ahí durante unas horas, al menos. Los ocupantes esperarían que cualquier intruso se fuera lo más lejos posible. Nadie en su sano juicio buscaría un escondite tan cerca. Pensó que quizás, solo quizás, podría alejarse. Rápidamente corrió al granero. Cuando llegó, se dio cuenta de que las luces de la planta de abajo estaban encendidas; la puerta del granero estaba cerrada, pero no tenía candado. Entró rápidamente, y con cuidado cerró la puerta tras él; fue hacia la galería de la primera planta, y se escondió en la paja. Se tumbó, comió su comida y en unos instantes cayó en un profundo sueño.
Al día siguiente, un informe rutinario llegó al inspector. Era en relación a un allanamiento en una granja en un pueblo remoto, a unos cincuenta kilómetros al sur de la frontera con Dinamarca. No había más detalles, y no había ninguna descripción. Posiblemente había sido uno de los tantos refugiados sin hogar que vagan por el campo como resultado de la guerra. El informe se metió en el sistema por el oficial en servicio, se registró y se archivó.
***
Al mismo tiempo Scott se despertó por el ruido de gente en el exterior. Se levantó en silencio, y fue hacia la pequeña ventana en la pared más alejada del granero. Se asomó con cuidado. Aún era bastante temprano, y el sol apenas despuntaba. Comprobó su reloj; se había parado a las tres y veinte. Miró al cielo, y juzgó que serían posiblemente sobre las seis y media. Solo podía ver dos personas de pie en la esquina del granero. Mientras les observaba, estos empezaron a dirigirse de vuelta a la casa. En silencio, descendió de la escalinata y fue hacia la puerta principal. La abrió un poco y miró a través de la pequeña rendija. Las personas se habían marchado. Empujó la puerta y salió del granero, observando con cuidado la casa mientras iba hacia la esquina del granero, y giraba por el lado más alejado de la vivienda.
Rápidamente atravesó el campo y entró en un estrecho callejón. Echó un vistazo atrás a la granja, no había nadie a la vista. Continuó por el angosto camino tan rápido como pudo. En la distancia podía ver el capitel de una iglesia y varias casas. La pierna le dolía mucho y había comenzado a sangrar de nuevo. Probablemente como resultado de caerse de esa silla, concluyó. La pierna necesitaba tratamiento, y pronto. Necesitaba vendajes, alguna pomada, y analgésicos. Decidió dirigirse al pueblo y encontrar la farmacia local.
Cuarenta y cinco minutos más tarde llegó al pueblo. Ahí, en el centro de la calle principal, estaba lo que buscaba, la tienda y farmacia. La calle estaba desierta, aunque podía oír el revuelo de la gente en las casas de alrededor. Por detrás de las tiendas encontró la entrada trasera de la farmacia. Aunque la puerta parecía estar cerrada, el marco no lo estaba. Un par de golpes bien dados con un ladrillo suelto, y el marco se cayó, y la puerta quedó abierta. Scott entró en el edificio y rápidamente entró en la trastienda. Pronto encontró lo que necesitaba, y rápidamente emprendió su huida, fuera del pueblo.
Scott nunca se percató de que le habían visto a través de la ventana de la tienda. Michel Shaffer, el lechero local, casi había terminado su ronda cuando llegó delante de la farmacia. En ese momento no creía lo que había visto. Pensó que era el farmacéutico empezando antes, nada más. La importancia de lo que había visto se hizo más clara cuando se encontró el marco de la puerta roto casi una hora más tarde.
***
─Señor, hemos recibido un informe de un robo en la farmacia de un pueblo─, anunció el sargento cuando entró en el despacho del inspector. ─Un hombre ha sido visto dentro de la tienda sobre las siete y media de esta mañana.
─ ¿Tenemos algún detalle?─Preguntó el inspector. ─ ¿Una descripción, tal vez?
─Sí, señor, la tenemos─, respondió el sargento. ─Un metro sesenta y cinco aproximadamente; unos setenta kilos y pelo negro.
─Parece nuestro hombre─, dijo el inspector con entusiasmo. ─ ¿Dónde está ese pueblo, sargento?
El oficial colocó un mapa en la mesa y empezó a examinarlo. ─Ahí está, señor─ a unos cincuenta kilómetros de la frontera─, dijo.
─Envíe una patrulla tan rápido como pueda, y selle la zona. Se dirige a Dinamarca. Alerte a las autoridades de aduanas─, ordenó el inspector. ─Dígales que vamos de camino. Tráigame al chofer.
***
La rodilla de Scott estaba en muy mal estado. Estaba muy hinchada, y había sangrado mucho. Se había puesto pomada y la vendó lo mejor que pudo. Hubo una pequeña mejoría, aunque sabía que en realidad necesitaba ayuda profesional. Necesitaba un médico, pero ahora no iba a ser posible hasta que no cruzara la frontera con Dinamarca. Es mi única esperanza, pensó. Tenía que cruzar esa frontera. Solo quedaban poco más de cuarenta kilómetros, pero parecían mil. Nunca caminaría esa distancia, y no era capaz de conducir con el dolor de su pierna.
«Necesito un tren», se dijo a sí mismo. Con ese pensamiento en mente se dirigió lentamente al borde la ciudad, hasta que encontró la estación. Había un tren que se dirigía hacia el norte en una hora. Scott no tenía otra opción más que esperar. Compró su billete y encontró un cobertizo cerca. Era el escondite perfecto mientras esperaba el tren. Cincuenta minutos más tarde Scott regresó a la estación. El andén estaba desierto; dos o tres personas esperaban en el lado contrario, dirigiéndose al sur, de vuelta a Hamburgo. Uno de ellos le observó durante un instante y después volvió a su periódico.
Un repentino chirrido de un motor sobresaltó a Scott, mientras se anunciaba la llegada de su tren. Mientras que el tren entraba puedo ver satisfecho que estaba prácticamente vacío. Subió a bordo, encontró un compartimento y se sentó. Se sintió mejor al quitar peso de su pierna. El tren empezó a alejarse del andén, aumentando poco a poco la velocidad; otros treinta minutos más y estaría en Dinamarca.
Reclinó su cabeza hacia atrás y miró por la ventana. En el andén contrario un joven oficial de policía hablaba con las tres personas del andén, y uno de ellos señaló directamente al tren.
***
El tren había avanzado poco más de treinta metros cuando empezó a aminorar la marcha. Al mismo tiempo se abrió la puerta del compartimento y entró el revisor.
Scott le entregó el billete. ─ ¿Por qué nos detenemos?─ Preguntó.
El inspector lo lamentaba, pero no lo sabía. Comprobó el billete y se lo devolvió para después salir del compartimento.
Scott fue hacia la ventana y miró fuera. Al momento se apartó y se escondió bajo el alfeizar. Había varios oficiales de policía al lado del tren, caminando por la vía. Scott no tenía ninguna duda de que le estaban buscando a él, tenía que huir. Calculó que no podía estar a más de cinco o seis kilómetros de la frontera. No me van a atrapar, no ahora.
Se hizo camino hacia el pasillo y fue hacia una de las puertas del otro lado del tren. El tren continuaba aminorando la marcha. Scott abrió la puerta del vagón y echó un vistazo a la vía. Esa parte estaba desierta. Rápidamente saltó del tren y rodó por la colina colindante, aterrizando en una acequia poco profunda. El tren se movía muy lentamente y estaba seguro de que nadie le había visto.
Salió de la acequia y se hizo camino campo a través, hacia la carretera principal. No había nadie a la vista y la carretera estaba desierta. Scott sabía que no tenía otra opción que seguir caminando. A más o menos un kilómetro se acercó un coche. El conductor bajó la ventanilla y le preguntó si quería que lo llevaran.
─Voy a Dinamarca, si le sirve de ayuda─, dijo.
Scott le dio las gracias, subió al coche, y se marcharon. Justo un kilómetro y medio más tarde el conductor vio una barricada delante de ellos y empezó a aminorar la marcha. ─Están buscando a alguien que robó en una tienda de un pueblo─, dijo el conductor girándose hacia Scott.
Scott sujetaba su revólver. ─Detenga el coche─, ordenó. ─Y salga, ahora─. El conductor detuvo el coche y salió como se le había ordenado. Scott pisó con fuerza el acelerador, y condujo a gran velocidad. El coche chocó contra la barricada, entre ráfagas de disparos por parte de la policía. Una bala dio a Scott en el lado izquierdo, bajo el esternón.
Otra bala dio en el depósito. A poco más de un kilómetro y medio el coche se quedó sin combustible. Scott abandonó el coche y continuó a pie, acortando a través de campo abierto. Le empezaba a doler mucho la rodilla, que estaba muy hinchada, y la sangre borboteaba de la herida de bala. La policía estaba muy cerca detrás de él. Caminar resultaba cada vez más y más difícil. Se tambaleó y se cayó varias veces, luchando por mantenerse en pie. Estaba perdiendo sangre muy rápido y cada vez estaba más débil.
Ya estaba muy cerca de la frontera, a no más de un kilómetro. Podía ver la valla de la frontera. Ya no queda mucho, tengo que continuar. Podía ver a la policía, a quizás a doscientos o trescientos metros detrás de él. Empezaban a estar muy cerca. Tenía que continuar, ahora no podía parar. Cojeando gravemente, lentamente y con dolor avanzó, pero se cayó otra vez.
Quedaban seiscientos metros hasta la meta, quizá menos. Tengo que continuar. Intentó levantarse pero estaba demasiado débil. Empezó a arrastrarse hacia adelante, centímetro a centímetro. Una ligera lluvia empezó a caer y de repente empezó a sentir mucho frío. Lentamente giró la cabeza y levantó la mirada.
Estaba de vuelta en la carretera marchando a través de Italia. Ahí arriba, delante de ellos, estaba Salerno. Podía ver las tropas alemanas en la distancia, quizás a unos trescientos metros; podía oír el eco de sus armas por encima del valle. Sus bombas de mortero caían cerca.
─Sargento─, gritó, ─ ¿dónde está? ¿Bartelli, está ahí? Está oscuro chicos, no puedo ver nada.
Una vez más luchó por levantarse, pero estaba demasiado débil y cayó de espaldas. ─Terry─, gritó. ─Estoy muy cansado, tengo que descansar. ¿Sargento, podemos parar un rato?
Echó la cabeza hacia atrás. ─No puedo ir más lejos, sargento.
La suave lluvia se mezclaba con la sangre que brotaba de su herida. Tengo que dormir un poco, solo un rato. Cinco minutos, no más. Cerró los ojos, por última vez.
Poco después llegó la policía y le rodearon con las armas apuntando al cuerpo que yacía delante de ellos. ─No se mueva─, ordenaron. Él no se movió. Estaba muerto.