Ian soltó a Elizabeth a regañadientes cuando ambos escucharon unos pasos firmes regresando al despacho. Se miraron unos segundos antes de que la puerta se abriera y por ella entrase Gideon hecho un basilisco. En cuanto Elizabeth vio la expresión de su jefe, supo que algo andaba mal. Gideon se fijó en Ian, muy cerca de Elizabeth, pero no dijo nada al respecto. Cerró la puerta a su espalda y se aproximó a ellos.
—Esas chicas van a acabar con mi paciencia —masculló entre dientes, echando las manos a la espalda—. Discúlpalas, Ian, no volverán a molestarte durante las sesiones.
—Gracias, señor Thomas —respondió Ian, haciendo gala de su buena educación—. Son muy… entusiastas.
Gideon alzó una ceja.
—Cuando se trata de un modelo especialmente atractivo, sí, lo son. —Suspiró y volvió su atención a Elizabeth—. Tendremos que dejar nuestro trabajo para mañana. Ya hemos perdido mucho tiempo y tengo más asuntos que atender.
—No hay ningún problema, señor —repuso Elizabeth, recogiendo las cosas del suelo con rapidez bajo la curiosa mirada de Gideon.
—Puedes ir encargando que preparen los primeros diseños aprobados. Me gustaría tener algunas pruebas para mañana a última hora.
—De acuerdo.
—Bien. —Gideon observó a los dos chicos—. Idos ya. Estáis perdiendo el tiempo aquí.
Ambos asintieron y le dieron las gracias por todo. Salieron del despacho de Gideon como si el suelo quemara. Ninguno de los dos se sentía cómodo bajo el escrutinio del jefe. Era como si pudiera ver a través de ellos. Sin embargo, parecía como si no estuvieran preparados para regresar a sus respectivos puestos, por lo que se encaminaron hacia una zona bien iluminada, con vistas a Los Ángeles. El ventanal se extendía desde el suelo hasta el techo, ofreciendo una panorámica de la ciudad que difícilmente se podía encontrar en algún otro lugar.
Elizabeth empezó a contar hasta cien en silencio para calmarse. Tenía los nervios a flor de piel y el hecho de que ella y Ian se hubieran entendido a la perfección al escapar de Gideon solo empeoraba las cosas. No obstante, se dijo, habían llegado a un acuerdo. Durante el tiempo que Ian estuviera con ella, ninguno de los dos se interpondría en las relaciones del otro. Elizabeth se aferraba a esa promesa como a un clavo ardiendo. Si Ian no la cumplía, no sabía lo que podría ocurrir con su cabeza… y con su corazón.
—¿Crees que Gideon está cabreado conmigo? —dijo entonces Ian, sacándola de sus pensamientos.
Elizabeth lo miró de reojo.
—No. Está enfadado por la actitud de las chicas. No es tu culpa.
Ian asintió, pero Elizabeth vio cómo relajaba un poco los hombros. No se había dado cuenta de lo mucho que le preocupaba no estar haciendo las cosas bien. ¿Tanto lo había presionado ella como para darle a entender que lo fastidiaba todo?
—Y, ¿qué hay de ti? —preguntó Ian, echándole una extraña mirada que Elizabeth no supo descifrar—. Eres la sensación entre los hombres de aquí.
Elizabeth sintió que enrojecía hasta llegar a niveles insospechados. Desvió los ojos hacia el suelo y apretó los bocetos contra el pecho.
—Te equivocas —murmuró.
—No, no lo hago —repuso él, y se inclinó hacia ella con las manos en la espalda—. Me he fijado en cómo te miran. Les gustas, sobre todo al que parece un tomate y al del pelo raro.
Elizabeth soltó una carcajada contenida.
—¿Un tomate? —repitió, divertida—. Muy maduro, sí, señor.
—¿El tomate o yo?
Elizabeth le dio un golpe con la mano en el brazo, aunque no podía evitar reírse por lo bajo. Era agradable poder bromear con Ian, aunque no estaba segura de cuánto duraría ese buen ambiente entre ellos.
—No me interesa salir con compañeros de trabajo —replicó, dejando caer así que tampoco lo haría con el propio Ian.
Él acusó el golpe llevándose una mano al corazón con gesto ofendido.
—Qué cruel eres. Y muy aburrida. ¿Quién te dice que no sería interesante salir con uno de esos tíos?
Elizabeth volvió a reír, alzó una ceja y se giró para encarar a Ian. ¿Le estaba proponiendo que quedara con alguno de los que se le habían declarado, después de la manera en que había insistido para besarla y cómo se había enfadado al escuchar su último rechazo? No, definitivamente, aquello no tenía sentido.
—¿Me hablas en serio? —inquirió Elizabeth, confusa.
Ian asintió con la cabeza.
—Nunca sabes lo que puedes encontrarte. ¿Y si las cosas salen bien?
—¿Y si salen mal? —replicó, nerviosa.
—Bueno, en ese caso, tengo el camino libre —contestó Ian, guiñándole un ojo.
Elizabeth sintió que se le escapaba el aire de los pulmones. No sabía si Ian estaba rompiendo su promesa coqueteando de nuevo con ella, pero sí estaba segura de que no tenía ni idea de cómo actuar con aquel chico rubio que la incitaba a salir con otros. ¿Sería una estrategia para confundirla y volverla loca? Porque, si era así, estaba consiguiendo su objetivo.
Fuera como fuese, no pudieron seguir hablando mucho más. Nathaly reclamó la atención de Elizabeth e Ian tuvo que regresar al camerino para quitarse aquellas pintas de novio inglés, como él lo calificaba. Al acabar el día, Elizabeth tenía una única cosa clara: acababa de comenzar un nuevo capítulo en su relación con Ian, aunque dudaba si eso era bueno o malo.
A la mañana siguiente, Elizabeth atravesó las puertas del estudio con una idea en mente: poner en práctica lo que Ian le había aconsejado. Tras un pequeño análisis con Allyson mientras él se duchaba, había decidido que la única manera de averiguar lo que se le pasaba a Ian por la cabeza era hacerle caso. Hasta aquel momento, había ido a contracorriente, reticente a dejarse llevar por su deseo, literalmente. Todo había ido de mal en peor, de modo que probaría a hacer lo contrario. Se aseguraría de pedirle consejo a Ian y, solo entonces, lograría entender el hilo de sus pensamientos.
Por eso, al ver que Nathan, un chico algo mayor que ella que se dedicaba a diseñar accesorios y elementos decorativos para las diferentes campañas de Gideon, estaba allí, fue directa hacia él. Nathan no se dio cuenta de que la tenía delante hasta que Elizabeth carraspeó con suavidad y le sonrió con dulzura.
—Buenos días, Nate —saludó ella con familiaridad.
Elizabeth vio cómo abría mucho sus ojos azules y dejaba lo que estaba haciendo de inmediato.
—Buenos días, Elizabeth —dijo él como respuesta, atusándose la camiseta—. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
Elizabeth se mordió el labio inferior, sintiéndose un poco culpable. Nathan era mono, pero no estaba segura de si aquello funcionaría.
—Estoy bien, gracias. Solo quería preguntarte si aún estás dispuesto a ir al cine conmigo este fin de semana. —Elizabeth no tuvo que hacer un gran esfuerzo para adivinar la incredulidad y la emoción en la mirada de Nathan—. Verás, estrenan una película que podría gustarte y…
—¡Sí!—respondió Nathan al instante, dando un salto en la silla—. Sí, claro que quiero ir contigo. Será genial. Puedo ir a recogerte.
Elizabeth amplió la sonrisa y asintió.
—Vale. ¿El viernes a las ocho?
Nathan sonrió todo cuanto su cara era capaz de resistir.
—Sí, perfecto.
—Bien. —Elizabeth se volvió y se despidió de él con una mano—. Vamos hablando.
Nathan no pudo decir nada más. Estaba demasiado impactado por lo que acababa de ocurrir como para crear una frase coherente de más de dos palabras.
Elizabeth se alejó de la mesa de trabajo de Nathan con un sabor extraño en la boca. A pesar del visto bueno de Allyson al plan, seguía pareciéndole muy egoísta por su parte utilizar a Nathan para descubrir los pensamientos de Ian, quien, por supuesto, tenía que aparecer en ese momento con la media sonrisa que hacía que el corazón de Elizabeth diese un salto mortal.
Ian se dirigió hacia ella, que había llegado a su mesa y había esparcido los diseños del día anterior para estudiar detenidamente las propuestas de modificación de Gideon. Caminó con la seguridad que lo caracterizaba y puso una mano sobre una de las esquinas, sobresaltando a Elizabeth.
—Dios, ¿qué haces? —dijo ella, molesta.
—Vaya, sí que nos hemos levantado de buen humor esta mañana —bromeó Ian, ladeando la cabeza.
Elizabeth le lanzó una mirada envenenada. Por su culpa iba a hacerle daño a un chico bueno y tímido; pero, claro, eso él no podía saberlo.
—Solo tengo mucho trabajo que hacer. Y me has asustado —acusó Elizabeth, que le clavó una uña en el brazo.
Ian se apresuró a agarrar el dedo y llevárselo a la boca para morderlo.
—¡Ay!, ¡suelta! —exclamó Elizabeth, recuperando su dedo con una pequeña marca de los dientes perfectos de Ian.
—Aguafiestas. Solo quería preguntarte si podía trasladarme hoy mismo a mi antigua habitación.
Elizabeth alzó los ojos al cielo. Hablar con sus padres el día anterior sobre que Ian volvía a tener problemas para quedarse en casa de su prima no le gustó en absoluto a su padre. Elizabeth había imaginado que solo le daría imagen de problemático, a pesar de no haber causado ningún problema en su casa durante su estancia y que él no hubiese pasado mucho tiempo con su invitado. Sarah estuvo de acuerdo de inmediato, era una persona generosa y bondadosa, no le costaba nada tener a Ian de nuevo a salvo en su casa.
—Sí, pesado. Le pediré al chófer que vaya a buscarte y que te ayude con tus cosas.
—Perfecto. ¿Y qué te parece si este fin de semana salimos tú y yo a…?
—Ya tengo planes —lo interrumpió Elizabeth sin mirarlo directamente a los ojos.
Ian calló de inmediato y se quedó mirando a su dueña. Evitaba fijar los ojos azules en los suyos verdes, algo que solo hacía cuando le daba vergüenza admitir algo. Ian sabía que estaba jugando sucio, pero se inclinó sobre la mesa y le agarró la barbilla con suavidad para obligarla a mirarlo. A Elizabeth no le quedó otro remedio que perderse en los pozos verdes de Ian. Era inevitable.
—¿Con Allyson? —susurró Ian.
—No —respondió ella con un hilo de voz—. Con Nathan.
Ian frunció el ceño.
—¿Con quién?
—Con Nathan, a quien tú llamas «Tomate».
Ian la observó en silencio durante unos segundos. Solo entonces la soltó y se repuso de la impresión con tanta facilidad que Elizabeth se sintió estúpida por haber creído que aquella cita podría tener alguna influencia en él.
—Genial entonces, ¿no? —dijo Ian, parapetándose tras su mejor sonrisa—. Me has hecho caso.
—Sí —contestó Elizabeth, también tratando de parecer feliz ante la idea—. Ya es hora de darme una oportunidad con alguien más.
Aquello fue como un jarro de agua fría para Ian. Sin embargo, sabía que se lo merecía. Él había sido el causante de todo aquello y no le quedaba otro remedio que tragarse su orgullo e intentar alegrarse por ella. Sí, se merecía darse otra oportunidad, aunque no fuese con él, porque estaba claro que lo que Elizabeth sentía hacia él era un cariño de amigo, nada más. Debía resignarse y asumir su papel hasta que el Libro de los Deseos decidiera que era el momento de marcharse de regreso a sus páginas.
—Genial. Ya me contarás esta tarde los detalles —comentó Ian mientras se alejaba de la mesa sin perder la sonrisa.
—Claro —aceptó Elizabeth.
Y, mientras él se alejaba de ella, ambos sintieron el enorme abismo que se alzaba ante ellos.