Lo que pasó después de Karlovy Vary

Sebastian Moran jamás confesaría a James Moriarty lo que había hecho, Wei Long estaba seguro de ello. Le haría creer, al igual que a todo el mundo, que la muerte de los Jelinek había sido un último acto de venganza del malogrado Bisognosi. Eso les daba una ventaja, porque Sebastian Moran tampoco le diría nunca a James Moriarty que, en contra de la creencia popular, Hubert seguía vivo. Que no había llegado a encontrarlo en la casa.

—Es fundamental que Moriarty piense que has muerto en ese incendio —le dijo el Maestro Wei—. Aunque en su momento te perdonase la vida, sigue siendo un hombre terrible y peligroso, y cuanto más tiempo pase, más terrible y peligroso se volverá.

Hubert asintió, pero no dijo nada. Estaban ambos sentados ante la mesa de desayuno y no había tocado apenas la comida. Meses después de la muerte de sus padres, Hubert todavía tenía días así. Días en los que el mundo parecía demasiado gris y hostil. Esos días, Wei Long solo podía quedarse a su lado y esperar a que pasasen de largo cuanto antes.

—Eres demasiado mayor para reinventarte del todo —continuó. Se había propuesto aclarar ese asunto con Hubert cuanto antes, no podía dilatarlo más tiempo—. Puedes aprender nuevos idiomas, yo me encargaré de eso. Te enseñaré inglés y shanghainés si quieres, pero es casi imposible que puedas ocultar tu acento de Bohemia. Si destacas, si utilizas el dinero que has conseguido para llevar una vida de lujos, él te encontrará. Conoce tu rostro y conoce tus orígenes. Cualquier caballero de tu edad procedente de Bohemia llamaría su atención.

—No quiero una vida de lujo —se había defendido Hubert, rompiendo su silencio—. Ni quiero ser un caballero. Si pudiera regresar a casa, con mis padres, lo haría. Quiero trabajar con mi madre en la tienda y aprender a reparar maquinaria.

El rostro de Wei Long compuso un gesto de tristeza.

—Eso, querido muchacho, me temo que es imposible.

Se habían refugiado en una agradable casa de ladrillo rojo a las afueras de la ciudad de Fráncfort. Pertenecía a unos buenos amigos de Wei Long y este se había llevado a Jonatán y a Hubert hasta allí, huyendo de Karlovy Vary. Tiempo después, Wei Long rememoraría aquella estancia en Alemania con un sentimiento agridulce. Todas esas primeras semanas con Hubert sumido en las tinieblas, con el reflejo de las llamas que habían consumido su casa todavía fresco en la mirada, y los meses posteriores, con el muchacho empezando a sanar poco a poco, mientras Wei Long iba aprendiendo a cuidar de él y de Jonatán.

En ese instante, mientras Hubert y Wei Long mantenían esa conversación sobre su futuro, sentados a la mesa del desayuno en esa casa de ladrillo rojo, Jonatán introducía sus dedos regordetes en la pequeña jaula de pájaros de Hubert. El pajarillo exótico que Hubert había rescatado de las calles del centro de Karlovy Vary se acercó a sus dedos para picotearlos con afecto y Jonatán se rio. Aquella era una de las pocas cosas que Hubert había podido salvar del fuego cuando había regresado a su casa carbonizada al amparo de la noche. Las llamas, por suerte, no habían alcanzado el patio trasero.

Los pajarillos estaban algo apretados en la jaula de viaje, pero Hubert no se había atrevido a soltarlos antes de marcharse de allí. Le había explicado a Wei Long que ninguno de los tres hubiese sido capaz de valerse por sí mismo. «En eso se parecen a nosotros —había dicho Wei Long con una sonrisa alentadora—. Por separado no funcionamos demasiado bien».

«Será mejor que permanezcamos juntos, entonces», había contestado Hubert, todavía incapaz de sonreír. Y eso había sido todo. Así se habían convertido en una familia.

—Quizá él sí que pueda reinventarse por completo —aventuró Hubert, observando a Jonatán. El niño tampoco reía demasiado últimamente, solo con los pájaros—. Aunque yo ya no esté a tiempo, él sí lo está. Puede convertirse en lo que quiera, puede llevar una buena vida. Quizá podamos usar el dinero para montar un negocio a su nombre. Un hotel —propuso, y su rostro se iluminó con una extraña ilusión—. Un hotel bien lejos de aquí, en Shanghái. Tú podrías regresar a casa y Jonatán podría tener un buen futuro…

Wei Long meditó durante unos segundos.

—Supongo que puede hacerse, aunque también deberemos pensar en algo para no llamar demasiado la atención. Un jovencito sin padres pero con una gran fortuna, salido de la nada, puede acabar despertando el interés de Moriarty… Déjame pensar en ello, ¿de acuerdo? —Sonrió a Hubert, conmovido—. Además, ¿y qué pasa contigo? ¿Qué pasa con tu futuro?

Hubert desvió la mirada de nuevo hacia la figura de Jonatán, de rodillas en el suelo, junto a la jaula.

—Yo estaré bien —le prometió—. No me importa quedarme en las sombras, cuidando de él… Solo hay una cosa más que quiero hacer antes de irnos de Europa. —Regresó su atención a Wei Long con una expresión decidida—. Quiero matar a Sebastian Moran.