Desde la independencia, los retos que el Perú enfrentó para la construcción de la nación fueron formidables. Su legado colonial y su geografía eran intimidantes. Al principio de su historia, el Perú sufrió una gran derrota militar, y, a lo largo de sus dos siglos de vida como país independiente, pasó por ciclos de auge y caída económica con más frecuencia que otras naciones latinoamericanas. Estas experiencias dolorosas condujeron a niveles excepcionalmente severos de desconfianza y pesimismo social; estos obstaculizaron los esfuerzos para el desarrollo de partidos políticos y para el logro de la inclusión política y social; hasta hace poco, el Perú se hallaba por debajo de sus vecinos en este aspecto. Sin embargo, el mérito del Perú es grande, pues, a pesar de los desafíos que enfrenta, su gente ha sido resiliente y creativa, generando experimentos inusuales que, especialmente en las primeras décadas del siglo XXI, hicieron del país un ejemplo del tan citado aforismo: «El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia».

Los retos: el Perú en el siglo XIX

La conquista española de los incas catalizó el desafío fundamental del Perú: construir una nación a partir de pueblos diferentes, uno de los cuales había asolado al otro y traicionado a su líder. El Imperio incaico, cuyo centro se hallaba en el Perú, era el más grande del hemisferio sur; mantenía bajo su control a unas diez millones de personas, aproximadamente el doble que el Imperio azteca, cuyo centro estaba en México. Por ello, no es de extrañar que los traumas de la Conquista fueran más severos y duraderos en el Perú que en otros países latinoamericanos, y que la cultura política peruana —los valores y las expectativas de sus ciudadanos— estuviera marcada durante siglos por el legado de brutalidad y engaños de los españoles contra los pueblos indígenas del Perú. En comparación, los dos países latinoamericanos con un historial más sólido de inclusión y democracia —Costa Rica y Uruguay— eran zonas remotas y no delimitadas de la colonia española, sin grandes civilizaciones indígenas ni importantes recursos minerales.

La división étnica entre los criollos y otros descendientes de europeos, y los pueblos indígenas no solo era amplia, sino que, además, se veía reforzada por la geografía. Mientras que las capitales de los demás países andinos se encuentran en la sierra, Lima está en la costa, y las montañas que se ubican entre esta y los centros de población indígena del Perú son excepcionalmente escarpadas. En consecuencia, los distintos grupos étnicos interactuaban con menos frecuencia que los distintos grupos étnicos de otros países latinoamericanos.

La inmensidad del reto era evidente. Como escribió Mario Vargas Llosa, el Perú era «una reunión artificial de hombres de diferentes lenguas, costumbres y tradiciones cuyo único denominador común era haber sido condenados por la historia a vivir juntos sin conocerse ni quererse»2. El principal historiador del Perú, Jorge Basadre, distinguió «dos países»: el Perú «oficial», el de Lima y la burocracia estatal; y el Perú «profundo», el de las provincias y los pueblos indígenas. Del mismo modo, el sociólogo Gonzalo Portocarrero sostuvo que dos fantasías dividían a los peruanos: entre los descendientes de europeos, el temor a una guerra de razas; y entre los indígenas, el regreso del emperador inca a rescatar a su pueblo3.

El profundo temor a una guerra de razas ha sido citado ya en este volumen por Charles Walker, y es probable que las élites peruanas tuvieran menos confianza en su propio proyecto y más miedo a las clases bajas que las élites de sus vecinos andinos. Sin embargo, en lugar de tratar de incluir a las clases bajas, las élites peruanas buscaron continuar con su exclusión. Como destaca Walker, a mediados del siglo XIX «el Perú [...] mantuvo un rígido sistema de clases o castas», como ejemplo de ello menciona la falta de debate sobre la injusticia de la esclavitud. Esta fue finalmente abolida en Ecuador en 1822, en Bolivia en 1825 y en Colombia en 1851, pero en el Perú esto no ocurrió sino hasta 1854.

¿Por qué las élites peruanas sentían más miedo y tenían menos confianza en su propio proyecto que las de sus vecinos? Quizá, una de las razones fuera el mayor tamaño de la población indígena del Perú. Tal vez, otra razón fuera la experiencia de la rebelión de Túpac Amaru II, ocurrida en el corazón del país. Otra más puede haber sido la extrema precariedad del poder en el Perú durante sus primeras décadas: como señala Walker, hubo catorce presidentes diferentes en los veinte años que transcurrieron entre 1821 y 1841.

Asimismo, es probable también que tanto una causa como un efecto del miedo y el pesimismo entre las élites peruanas fuera la devastadora derrota del Perú ante Chile en la Guerra del Pacífico (1879-1884). El Perú no solo perdió territorios ricos en nitratos, sino que Lima fue ocupada por los chilenos, lo que tuvo un terrible costo en términos de vidas humanas, violaciones sexuales y destrucción de infraestructura. Aunque Bolivia también fue derrotada en la Guerra del Pacífico (y posteriormente en la guerra del Chaco), su capital no fue ocupada; Paraguay, por su parte, es la única otra nación latinoamericana que sufrió la ocupación de su capital por un país enemigo de la región (en la guerra de la Triple Alianza, 1869-1870). Tampoco el conflicto militar por la Confederación Perú-Boliviana (1837-1839) le fue beneficioso. Aunque las fuerzas limeñas terminaron por imponerse, los sectores del sur peruano quedaron desencantados; y, además, el general Agustín Gamarra (quien había llegado por segunda vez a la presidencia) fue asesinado cuando intentaba apoderarse de Bolivia en 1841: como informa Walker, «probablemente por una de sus propias tropas».

Otro factor que influyó en el miedo y la división de las élites peruanas fue, probablemente, la volatilidad de sus principales exportaciones. Los ciclos de auge y caída de las exportaciones del Perú implicaron ciclos de ganancia/pérdida de fortuna y poder. Como lo ha demostrado Natalia Sobrevilla, la primera montaña rusa económica para el Perú fue el guano: su comercialización en el extranjero experimentó su apogeo a principios de la década de 1840, pero se desplomó a principios de la década de 1870. A finales del siglo XIX, las principales exportaciones del Perú eran la plata y la lana, procedentes de la sierra; pero, a mediados del siglo XX, pasaron a serlo el azúcar, el algodón y el petróleo, todos ellos procedentes de la costa, lo que favoreció a las élites de esta región4. En las décadas de 1960 y 1970, se agotó el petróleo, mientras que la plata y el cobre tuvieron un repunte; pero el cambio más drástico fue el auge de los productos pesqueros de la costa peruana, sector que, a su vez, colapsó en la década de 19805. No hay ningún otro país de América Latina que haya pasado por una cantidad semejante de ciclos de auge y caída de sus exportaciones. Entre las décadas de 1870 y 1970, en Brasil, Colombia y la mayor parte de Centroamérica, el café fue el principal producto de exportación; en Argentina, Paraguay y Uruguay, los productos ganaderos; en Bolivia, los minerales (primero la plata y luego el estaño). Tanto en Chile como en Venezuela, cuando sus principales productos de exportación del siglo XIX dejaron de serlo, estos fueron reemplazados por otros de nivel constante en el siglo XX: nitratos por cobre, en Chile y cacao por petróleo, en Venezuela. Los cambios en la estructura de las exportaciones han sido considerables en Ecuador y México, pero no tan bruscos como los ocurridos en el Perú6.

Por todas estas razones, las élites peruanas han tenido enormes dificultades para desarrollar partidos políticos duraderos: dificultades tanto para llegar a los grupos de base del país como para mantener la cooperación de sus líderes. Los partidos perduran solo cuando logran desarrollar un apoyo popular que soporte errores eventuales de sus líderes, y cuando existe confianza en que los dirigentes tradicionales del partido darán paso a nuevos líderes. En cambio, si prevalece el pesimismo y se cree que los presidentes fracasarán, es probable que sus aliados los abandonen a la primera crisis y así pierdan el apoyo popular. En esta situación, los partidos se fragmentan y la gobernabilidad se hace más difícil.

En la historia del Perú, solo tres partidos —el Partido Constitucional, el Partido Demócrata y el Partido Civil— han llevado a la presidencia a más de uno de sus miembros; la última vez que esto sucedió fue en 1915. En otras palabras, desde hace más de cien años ningún partido político peruano ha conseguido encumbrar a dos presidentes distintos. El Partido Civil, cuyo primer presidente fue electo en 1872 (Manuel Pardo) y el último en 1915 (José Pardo), fue, según la mayoría de los criterios, el más fuerte de la historia del Perú. Pero, en comparación con los partidos de los países vecinos, tuvo corta duración y, como demuestra José Luis Rénique, la gobernabilidad fue problemática y la cohesión resultó difícil de alcanzar. Asimismo, la corrupción continuó —aunque en menor grado que en las administraciones militares anteriores7—; se afirma que el segundo presidente civilista, Mariano Ignacio Prado, huyó del Perú justo al inicio de la Guerra del Pacífico. El Partido Civil se vio carcomido por rivalidades internas: de 1908 a 1912, Augusto B. Leguía fue presidente por los civilistas, pero luego rompió con el partido y, en medio de unas elecciones turbulentas, buscó el apoyo de los militares para volver a la presidencia en 1919.

Esta debilidad y volatilidad extremas de los partidos eran poco usuales en América Latina. En Colombia, Honduras, Paraguay y Uruguay, los partidos fundados en el siglo XIX se mantuvieron sólidos por lo menos durante el siglo XX. En los países vecinos del Perú (Bolivia, Chile y Ecuador), los partidos fundados en el siglo XIX se mantuvieron sólidos hasta 1934, 1948 y 1947, respectivamente.

Fallas: el Perú en el siglo XX

A medida que el miedo, el pesimismo y la división de las élites peruanas continuaban en el siglo XX, también lo hicieron sus esfuerzos por impedir la inclusión política y social de las clases populares. Por ejemplo, así como el Perú estaba atrasado con respecto a sus vecinos en cuanto a la abolición de la esclavitud, también lo estaba con respecto a la extensión del sufragio a los analfabetos. Estos obtuvieron el derecho a voto en Colombia en 1936, y en Bolivia en 1952; pero esto no ocurrió sino hasta 1979 en el Perú (y Ecuador). El único país latinoamericano en el que los analfabetos obtuvieron el sufragio más tardíamente fue Brasil, en 19858.

Tabla 1: Los países andinos c. 1960: indicadores económicos y sociales clave9

PBI

per cápita (en dólares estadounidenses constantes

del 2010)

Esperanza de vida (al nacer)

Tasa de mortalidad infantil

(por cada

1000 nacidos vivos)

Alfabetización

(% de la población > 15 años)

Población

que habla la lengua

dominante

(% de la población

> 15 años)

Perú

2660

48

55

61 %

53 %

Colombia

2339

57

39

73 %

98 %

Ecuador

2238

53

60

68 %

70 %

Bolivia

1005

42

71

n. d.

37 %

La exclusión se evidencia en las estadísticas de crecimiento económico, salud y educación en el Perú hacia aproximadamente 1960, en relación con las de sus vecinos andinos. Aunque el producto bruto interno (PBI) per cápita del Perú era el más alto de los cuatro países, la esperanza de vida, la mortalidad infantil, el nivel de alfabetización y el conocimiento de la lengua dominante eran peores que en Colombia y Ecuador, y mejores solamente que en Bolivia, país con un PBI per cápita mucho menor (ver la Tabla 1).

El Perú no solo estaba por detrás de otras naciones andinas relativamente con respecto a su PBI per cápita, sino que las desigualdades regionales eran excepcionalmente graves. La Tabla 2 muestra que durante las décadas de 1960 y 1970, en lo que respecta a ingresos agrícolas per cápita, mortalidad infantil y analfabetismo, la disparidad entre el departamento más favorecido del país y el menos favorecido era considerablemente mayor en el Perú que en el Ecuador rural. Solo en el caso del agua potable la disparidad era mayor en Ecuador que en el Perú, pero los porcentajes absolutos de personas sin agua potable eran mucho menores en Ecuador. Además, en este, el mapa de la pobreza era mucho menos definido que en el Perú: uno de los departamentos más pobres de Ecuador podía salir peor parado en un indicador determinado, pero ocupar el segundo lugar en otro; mientras que, en el Perú, Ayacucho estaba casi siempre en la peor situación en todos los indicadores.

Tabla 2: Desigualdades entre departamentos favorecidos y desfavorecidos en el Perú y Ecuador entre las décadas de 1960 y 197010

Ingreso agrícola anual per cápita, 1961 (miles de soles para el Perú, dólares estadounidenses de 1979 para Ecuador)

Esperanza de vida (años al nacer), 1972

Tasa de mortalidad infantil

(por cada 1000 nacidos vivos). (Para el Perú, 1979; para Ecuador, rural, 1977)

Analfabetismo de adultos

(para el Perú, 1972; para Ecuador rural, 1974)

Sin agua potable

(para el Perú, 1972; para Ecuador rural, 1974)

PERÚ

Lima

30.2

57

56

6 %

44 %

Ayacucho

3.3

45

128

55 %

93 %

ECUADOR

Guayas

553

n. d.

56

36 %

13 %

Departamento más desfavorecido

201

(Loja)

n. d.

84

(Cotopaxi)

58 %

(Chimborazo)

34 %

(Pichincha)

Muchos analistas destacan la rígida jerarquía social y política del Perú. A lo largo de este volumen, se destaca la metáfora propuesta por Julio Cotler de la sociedad peruana como un «triángulo sin base». En su ensayo, por ejemplo, Paulo Drinot cita la conclusión a la que llegó Ernesto «Che» Guevara a principios de la década de 1950, según la cual el Perú «no ha salido del estado feudal de la colonia». Cuando estuve por primera vez en el Perú, en 1973, iniciando una investigación sobre su reforma agraria, muchas cosas estaban cambiando en el país, pero la tradición jerárquica era aún evidente. Me encontraba viviendo en una cooperativa agraria cerca de Huancayo cuando, un día, el antiguo patrón volvió para visitar lo que había sido su hacienda. Mientras la recorría, los cooperativistas caminaban obedientemente tras el antiguo patrón, no a su lado. Cuando este hablaba con el presidente de la cooperativa, utilizaba el pronombre «tú» y añadía la palabra «hijo» (para dirigirse a un hombre de veintitantos años que estudiaba un posgrado en la universidad local); en cambio, el presidente de la cooperativa utilizaba el pronombre «usted». Más tarde, cuando pregunté al presidente de la cooperativa sobre este diálogo, me dijo: «Bueno, así han sido siempre las cosas aquí». En una encuesta sobre los valores sociales y políticos en varias haciendas del Perú en 1969, más del 65 % de los residentes estaban de acuerdo con la idea de que «unos pocos han nacido para mandar y otros para obedecer»11.

Como lo describe Eduardo Dargent, la reforma agraria en el Perú tuvo características que hicieron de esta un fenómeno único en América Latina: un gobierno militar fue el primero en luchar enérgicamente, mediante una reforma agraria y una reforma educativa, en particular, por la integración nacional y la inclusión social. El poder de los hacendados peruanos quedó eclipsado y la participación popular aumentó de manera espectacular. Mientras viví en la cooperativa cerca de Huancayo, y luego en otras dos cerca de Trujillo, tuve la oportunidad de observar de primera mano el entusiasmo de los cooperativistas por el fin de las relaciones feudales en las haciendas y el inicio del respeto y la adquisición de una voz política12. En fuerte contraste con la encuesta de 1969 sobre valores políticos antes citada, en 1974 solo el 26 % de los residentes en las cooperativas creía que «unos pocos han nacido para mandar y otros para obedecer»; más bien, el 69 % afirmaba que «unos pocos no han nacido para mandar»13. Así, las reuniones entre los miembros de la cooperativa se realizaban con regularidad; la mayoría asistía a ellas y muchos daban su opinión. Por ejemplo, un miembro dijo: «A veces, no hay unidad y no me gustan las reuniones. Pero, en general, puedes enterarte de lo que pasa y tomar decisiones sobre las inversiones y lo que se va a sembrar. Uno vota por lo que quiere»14.

Sin embargo, el periodo de reformas profundas desarrolladas durante el mandato del general Juan Velasco Alvarado fue breve. Como señala Dargent, sus ambiciones eran enormes, pero el Estado era débil; además, las contradicciones que exhibía un gobierno militar que decía reivindicar una «democracia social de participación plena» eran graves. En el caso de la reforma agraria, la estructura de las nuevas cooperativas fue compleja, exigiendo que los socios de estas trabajasen juntos con los técnicos y, en el caso de las SAIS (Sociedades Agrícolas de Interés Social), que apoyasen a las comunidades campesinas contiguas. Además, los beneficios materiales para los departamentos más desfavorecidos del Perú —los departamentos mayormente agrícolas— fueron escasos. Entonces, a pesar de los avances que se produjeron durante el gobierno de Velasco, y la alegría de los miembros de las cooperativas por la desaparición de los latifundios y del sistema feudal, la mayoría se mostraba escéptica ante el gobierno de Velasco15.

A principios de la década de 1980, las cooperativas cercanas a Trujillo, donde yo había vivido, se disolvieron en parcelas de propiedad privada, y la cooperativa SAIS, cercana a Huancayo, fue destruida por la insurgencia de Sendero Luminoso. A la vez, a principios de los ochenta, los departamentos de la sierra sur se convirtieron en la base política de Sendero Luminoso. Entre las explicaciones del auge de esta salvaje insurgencia están el carisma y la astucia de su líder, Abimael Guzmán; la frustración de los jóvenes criados en comunidades andinas empobrecidas pero que recibieron una educación y veían con furia las persistentes desigualdades del Perú; y la caída en picado de la economía nacional, que agudizó la pobreza y el hambre en gran parte del Perú rural, a pesar de la reforma agraria16. A medida que Sendero Luminoso se expandía, los abusos y las violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad del Perú se volvieron atroces, a pesar de los gobiernos electos. Como indican Dargent y Alberto Vergara, el legado del conflicto armado interno fue empañar la legitimidad de la democracia y de la izquierda peruana, y favorecer al gobierno autoritario de Alberto Fujimori, quien trató de atribuirse, aunque falsamente, la responsabilidad del éxito contra la insurgencia.

Para entender las fallas en el Perú del siglo XX

¿Por qué los esfuerzos por lograr la inclusión social en el Perú resultaron insuficientes en el siglo XX? ¿Por qué no se pudo mantener la democracia durante un periodo prolongado? Diversas perspectivas teóricas —incluyendo las de la cultura política, de la dependencia, de la modernización, e instituciones y reglas políticas— ofrecen explicaciones útiles.

Los estudiosos de la cultura política consideran que las experiencias históricas de un país dan forma a sus normas, expectativas y valores que, a su vez, determinan el comportamiento de sus ciudadanos, en especial su comportamiento hacia la autoridad y desde la autoridad. Sin confianza social, los ciudadanos, los aliados y los rivales políticos se apresuran a dudar de las buenas intenciones de un líder y a retirarle su aprobación, lo que complica gravemente su tarea y, en un círculo vicioso, hace más difícil el cumplimiento de las promesas que catalizaron la desconfianza en primer lugar. En el Perú, la confianza social es perennemente esquiva. En la antes mencionada encuesta de valores de 1969 realizada en las haciendas peruanas, solo el 13 % de los residentes dijo que «se puede confiar en la mayoría de la gente de este lugar»17. Desde la década de 1990, las encuestas anuales del Latinobarómetro han arrojado que la confianza social es baja en toda América Latina, pero particularmente baja en el Perú, con una confianza que rara vez supera el 10 % de los encuestados, solo superior a la de Brasil (alrededor del 5 %)18. Asimismo, para el periodo 2002-2018, según el Latinobarómetro, el promedio de aprobación de «la gestión del gobierno que encabeza el presidente [correspondiente]» fue más bajo en el Perú que en cualquier otro país19. Aunque es lógico que los índices de aprobación promedio sean más altos en países como Bolivia y Venezuela —gobernados en buena parte de este periodo por presidentes de izquierda durante el auge de los precios de las materias primas—, no es lógico que sean más altos en países como El Salvador, Honduras o México, que fueron gobernados en gran medida por presidentes de derecha, asolados por el crimen organizado y con un crecimiento económico lento.

La teoría de la dependencia también es útil aquí. Esta teoría sostiene que los intereses económicos de las élites de los países del «centro» —aquellos que detentan el poder político y económico en el mundo en un momento dado— se alían con las élites que mandan en los países de la «periferia» del mundo para explotar a las clases bajas y conseguir una situación favorable para ambas. Drinot señala que, en la década de 1920, los Estados Unidos se estaban convirtiendo en «la principal potencia política y económica» del Perú. Este país se erigió como el socio comercial y el socio inversionista más importante del Perú; el capital estadounidense predominaba en los sectores mineros, azucareros y petroleros. Y, de hecho, la política de los Estados Unidos solía someterse a los intereses del capital estadounidense.

Primero, cuando el gobierno autoritario de Leguía dio la bienvenida a los inversionistas estadounidenses, este fue bien acogido por Washington. En cambio, cuando el gobierno reformista de José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948) tuvo dificultades para cumplir con el servicio de la deuda externa, no encontró apoyo de dicho país. Como destacan tanto Drinot como Dargent, un catalizador clave del golpe militar de 1968 contra el gobierno democrático de Fernando Belaunde fue la percepción generalizada de los peruanos de que, de manera encubierta y sucumbiendo a las intensas presiones no solo de la estadounidense International Petroleum Company (IPC), sino también del gobierno de dicho país, Belaunde había negociado con esa compañía un nuevo contrato que no era suficientemente favorable para el Perú. La IPC era una de las empresas más importantes en el Perú, y durante mucho tiempo había gozado de privilegios jurídicos y fiscales. La oposición de los peruanos a la IPC había aumentado, y una de las principales promesas de campaña de Belaunde había sido la renegociación de su contrato. Finalmente, una semana después del golpe, el gobierno militar expropió la IPC.

Como describe Dargent, aunque el gobierno de Velasco y el de los Estados Unidos nunca rompieron relaciones, el Perú tomó una distancia considerable de dicho país20. Lo más preocupante para los Estados Unidos fue que el gobierno militar recurrió a la Unión Soviética para obtener cazabombarderos y otros equipos especializados. Esta política se establecío en un contexto de tensiones cada vez mayores entre el Perú y sus vecinos (Chile, en particular). En 1967, cuando el Perú solicitó a los Estados Unidos acceso a armamento sofisticado, esta le fue denegada por el Congreso estadounidense, y, poco después, el gobierno de Belaunde compró aviones supersónicos a Francia. El Perú fue el segundo país latinoamericano, después de Cuba, en comprar armamento soviético. Por ello, no es de extrañar que, más adelante, cuando el régimen de Velasco tuvo problemas para el pago del servicio de la deuda, el gobierno estadounidense se haya mostrado poco comprensivo con la situación.

Incluso durante las décadas de 1980 y 1990, cuando bastantes sectores del gobierno estadounidense apoyaban mucho más la democracia en América Latina, los grupos empresariales locales proestadounidenses seguían siendo poderosos, y su objetivo de introducir reformas de mercado a veces se imponía al de la defensa de la democracia. Al igual que para muchas naciones latinoamericanas en la década de 1980, para el Perú, el pago del servicio de la deuda externa era un tema difícil, pero las instituciones financieras internacionales dominadas por Washington exigían dicho pago y una difícil transición a una economía de mercado, a pesar de su devastador impacto en el apoyo popular a los partidos políticos en el poder —concretamente, Acción Popular y el APRA, en el Perú—. Más adelante, en la década de 1990, los sectores del gobierno estadounidense que apoyaban la democracia en el Perú se enfrentaron a duros vientos en contra de parte de las empresas estadounidenses y sus aliados políticos, a quienes les gustaba la cálida acogida que el gobierno de Alberto Fujimori daba a las inversiones de dicho país, y se hacían de la vista gorda frente a su autoritarismo y corrupción21.

La teoría de la modernización también es útil para entender las fallas en el Perú. Desde esta perspectiva, promovida por Seymour Martin Lipset y Adam Przeworski, solo cuando los países crecen en términos económicos se hace viable la democracia. Se argumenta que, a medida que los países se vuelven más urbanos e industrializados, surgen clases medias educadas que exigen democracia; y que, a medida que los países se vuelven más ricos, aumenta la capacidad del Estado, y, con alternativas económicas más diversas, la batalla por los cargos políticos se vuelve menos salvaje. Przeworski descubrió que la democracia es probable solo cuando el PBI per cápita de un país alcanza un umbral de 4115 dólares estadounidenses (medido en dólares de paridad de poder adquisitivo de 1985)22. Aun para 1999, el PBI per cápita del Perú se encontraba muy por debajo de este umbral23. Aunque el acceso a la educación estaba aumentando considerablemente —por ejemplo, del 35 % del grupo de edad relevante matriculado en la escuela secundaria en 1970 al 70 % a principios de la década de 1990, una cifra muy superior a la media regional—, también ocurría que, aun así, menos del 50 % del grupo de edad relevante terminaba la escuela secundaria a principios de dicha década24.

Así, no solo es importante el nivel de desarrollo económico, sino también el ritmo de crecimiento económico. Przeworski y sus colegas descubrieron que, si la tasa de crecimiento de un país es negativa, es mucho más probable que se produzca un golpe de Estado25. La crisis económica del Perú en la década de 1980 fue catastrófica: como señala Dargent, fue la «peor crisis de nuestra historia», y muy posiblemente la peor de América Latina en aquel momento. El desplome del salario mínimo real del Perú —en 1989 llegaba apenas al 23 % de su nivel en 1980— fue el peor entre los diecinueve países latinoamericanos de los que se tienen datos26. El descenso del PBI per cápita del Perú durante las décadas de 1970 y 1980 fue el más fuerte de América Latina, a excepción de Nicaragua27. Entre 1981 y 1990, el PBI per cápita cayó a una tasa media anual de un -3.2 % en el Perú, mucho peor que la media regional del -1.1 %28. Como se ha señalado anteriormente, esta caída económica fue clave para la expansión de Sendero Luminoso y la disminución del apoyo popular a los principales partidos políticos del Perú.

Las instituciones políticas y las normas electorales también son importantes. Aunque se considera que un poder judicial independiente es necesario para la transparencia y la prevención de la corrupción, en la mayoría de los países latinoamericanos, incluido el Perú, el Poder Judicial ha estado dominado por el Ejecutivo29. Por lo general, se considera que los sistemas parlamentarios son superiores al presidencialismo, debido a que dichos sistemas proporcionan una flexibilidad valiosa, en particular, al permitir la sustitución de un Ejecutivo impopular, y también —por el hecho de que el Ejecutivo debe contar con una mayoría legislativa— al limitar la existencia de puntos muertos entre el Ejecutivo y el Legislativo30. Pero, por supuesto, el presidencialismo ha estado presente en el Perú y en toda América Latina; y, como menciona Dargent, un factor para el golpe militar de 1968 fue la parálisis política resultante de la implacable oposición al Ejecutivo de Acción Popular por parte de la mayoría legislativa compuesta por el APRA y el odriísmo. Además, se ha demostrado que la segunda vuelta para la elección del presidente es valiosa para su legitimidad; sin embargo, esta regla no existía antes de 197931. En lugar de ello, si ningún candidato obtenía por lo menos el 33.3 % de los votos, el presidente era elegido por el Congreso del Perú. En las elecciones de 1962, por ejemplo, el candidato Víctor Raúl Haya de la Torre, del APRA, se quedó a las puertas de este umbral, y las consiguientes maquinaciones en el Congreso y la probable escasez de legitimidad presidencial fueron factores importantes que catalizaron el golpe de Estado32.

Además, como indican Dargent y Vergara, aunque los partidos políticos del Perú en la década de 1980 estaban más estructurados que antes, y más de lo que lo están en el siglo XXI, no eran sólidos. Acción Popular y el APRA no gobernaron bien, y, en medio de la crisis económica y la insurgencia de Sendero Luminoso, todos los partidos sufrieron una pérdida de recursos humanos. Además, siguió habiendo una escasa cooperación y confianza entre los líderes de los partidos. Estos déficits se evidenciaron especialmente en las tensas elecciones de 1990 que llevaron a Fujimori a la presidencia. Primero, aunque hasta un año antes de las elecciones la Izquierda Unida (IU) parecía encaminada a la victoria, la coalición se dividió: para ganar, el líder de IU, Alfonso Barrantes, decidió moderarse y hacer una campaña personalista, pero este cambio escindió a sus colegas en dos bandos; el bando en su contra creía que Barrantes estaba desacatando los principios y procedimientos de IU. El resultado fue un reducido número de votos para ambas facciones de izquierda. Además, el presidente saliente, Alan García, no quería que su liderazgo en el APRA se viera amenazado por una fuerte votación en favor del candidato de su propio partido (Luis Alva Castro), por lo que dio algo de apoyo a la candidatura de Fujimori.

La mala suerte también es un factor para comprender las fallas en el Perú del siglo XX. Desde la década de 1930 hasta la de 1960, las élites peruanas se negaron a aceptar la legitimidad del APRA, el primer partido político reformista de masas del país. Impedido de participar en las elecciones, el APRA se comportó de manera a menudo intransigente y en ocasiones violenta, lo que, por supuesto, reforzó la decisión de las élites de reprimirlo. Estas tuvieron éxito en la exclusión del partido en buena medida porque, aunque el Ejército peruano no se oponía por completo y de manera sistemática a la reforma, sí se oponía ferozmente al APRA. El conflicto intenso entre el Ejército peruano y el APRA se debió en gran parte al ataque armado contra un cuartel por militantes apristas en 1932 en Trujillo —no autorizado por los líderes del partido— que había provocado la muerte de numerosos oficiales del Ejército. Y los militares no perdonaban. Este ataque no fue inevitable y es posible que, de no haberse producido, tampoco se hubieran ocasionado varios golpes militares que preservaron el poder de las élites.

Los logros: Perú, 2000-2019

Durante los primeros diecinueve años del siglo XXI, el Perú ha recorrido un largo camino. Por primera vez en su historia, el país sostuvo la democracia y el crecimiento económico por más de una década33. Posiblemente, también por primera vez, los peruanos rozaron la posibilidad de ser una nación cohesionada. Sin embargo, el país estaba tratando de superar una larga etapa de exclusión política y social, y los avances tuvieron sus límites.

Las tres primeras elecciones generales durante este periodo (2001, 2006 y 2011) fueron ejemplares. Las acusaciones de irregularidades o de sesgo sistémico fueron mínimas o nulas, y las tasas de participación de los votantes estuvieron entre las más altas de América Latina34. Las elecciones del 2016, sin embargo, no estuvieron exentas de problemas —un candidato de centro que figuraba bien en las encuestas (Julio Guzmán) fue inhabilitado de participar por una razón dudosa—; pero, por lo demás, fueron consideradas elecciones libres y justas, a pesar de un resultado muy ajustado en la segunda vuelta. Inusualmente para América Latina, entre los vencedores de las contiendas presidenciales, dos eran candidatos de raíces indígenas, nacidos fuera de la capital (Alejandro Toledo, en el 2001, y Ollanta Humala, en el 2011); y en el Congreso y los gabinetes la representación de las mujeres aumentó de manera considerable35.

Por otra parte, como ha indicado Vergara, durante este periodo, el crecimiento económico fue sólido; de hecho, en la primera década del siglo XXI, el PBI per cápita aumentó más que en cualquier otra década desde la de 192036. Entre el 2002 y el 2013, con un promedio de alrededor del 5 % anual, el crecimiento del PBI del Perú fue el mejor de América Latina, a excepción de Panamá; de igual modo, entre el 2014 y el 2018, el crecimiento del PBI del Perú superó con facilidad el promedio de América Latina, pero no fue tan veloz como en varios otros países37. Aunque los minerales siguieron constituyendo casi la mitad de las exportaciones del Perú, el valor de las exportaciones no tradicionales, como los espárragos y las frutas tropicales, aumentó considerablemente, y el turismo experimentó un boom38.

Una de las principales razones que explican el crecimiento económico del Perú fue el aumento vertiginoso de la demanda china de minerales peruanos. China se convirtió en el socio comercial y de inversión más importante del Perú39. Aunque los Estados Unidos seguían siendo un actor importante, ahora había dos potencias económicas en el país, y la relación de dependencia con los Estados Unidos, país que había limitado al Perú en el siglo XX, se atenuó. Durante la mayor parte de este periodo, la tasa impositiva de las empresas en el Perú fue del 30 %, aproximadamente, la media latinoamericana, pero algo más alta que en Chile (un rival clave en materia de inversión minera)40. Si bien el daño a las comunidades cercanas por parte del sector extractivo fue considerable, el Perú buscó atenuarlo mediante la implementación del «canon» (el pago del 50 % de los impuestos de una empresa minera a los gobiernos de las regiones y municipios donde se realizan las operaciones extractivas) y, desde el 2016, mediante la «consulta previa», que requiere que las empresas extractivas presenten sus planes a las comunidades para su revisión.

En este contexto, la reducción de la pobreza y la desigualdad en el Perú está muy por encima de los promedios regionales. La tasa de pobreza del Perú se redujo del 59 % en el 2004 al 20 % en el 2018, una impresionante mejora de 48 puntos41. El índice de Gini de desigualdad del Perú cayó de 56 en 1999 a 42 en el 2019; esta mejora de 14 puntos fue similar a la de Ecuador y Bolivia, pero mucho mayor que el promedio regional y, aproximadamente, el doble que la de Colombia y varios otros países de la región42. La tasa de mortalidad infantil también mejoró: de 30 muertes por cada 1000 nacidos vivos en el año 2000 —una tasa de, aproximadamente, un 30 % peor que las de Colombia y Ecuador— a 12 muertes por cada 1000 nacidos vivos en el 2016 —una tasa casi idéntica a la de Colombia y Ecuador43.

Si alguna vez se había descrito al Perú en términos políticos como «triángulo sin base», en los 2000 el Perú se convertía socialmente en un «trapecio», al incluir a una importante clase media44. Gran parte de esta tenía educación, lo que demuestra que los avances educativos en el Perú en el siglo XXI fueron importantes. La matrícula en la secundaria se volvió universal45, y en la educación terciaria (es decir, superior o técnica) pasó del 34 % del grupo de edad relevante en el año 2000 al 71 % en el 2015, frente a una media regional del 52 % en el 201546.

Al mismo tiempo, el Perú ganó prestigio internacional, lo que a su vez fomentó el orgullo por la nación —por un Perú, no dos—. Machu Picchu fue seleccionada como una de las nuevas siete maravillas del mundo; Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura 2010; y el más destacado chef, Gastón Acurio, ganó el Premio de Gastronomía Mundial 2013. En este contexto, el turismo internacional se disparó. En una encuesta de opinión realizada en el 2014, el 55 % de los encuestados dijo que el Perú les producía un sentimiento de «orgullo», y que Machu Picchu y la gastronomía competían como los principales motivos de dicho sentimiento47. Un porcentaje tan grande de peruanos orgullosos por su país habría sido extremadamente improbable en décadas anteriores.

Pero quizá lo más importante es que íconos como Acurio y la cantante y rapera peruana Renata Flores se hicieron famosos gracias a la integración de prácticas tanto indígenas quechuas como europeas o norteamericanas. Aunque Gonzalo Portocarrero había sostenido anteriormente que dos fantasías distintas —una guerra de razas y el regreso del emperador inca— dividían a los peruanos, ahora creía que ambas estaban desapareciendo48.

Sin embargo, como destaca Vergara, los legados problemáticos perduraron. Aunque las elecciones del Perú dieron lugar a presidentes que gozaron de legitimidad, ninguno de los cuatro elegidos tenía el respaldo de un partido político consolidado y con fuertes vínculos con la sociedad civil. En el momento de la reelección de Alan García en el 2006, el APRA se encontraba dominado por este y era apenas una sombra de lo que había sido. Entre el 2001 y el 2020, el único presidente que disfrutó de una sólida aprobación popular fue Martín Vizcarra, y esta se debió menos a sus logros que a su agresiva campaña contra la «clase política tradicional». En particular, se basó en su cruzada contra la corrupción, la cual —muy lamentablemente— se demostró que era endémica entre los políticos del Perú. Asimismo, tras su ajustada derrota en las elecciones presidenciales del 2016, el único partido bien organizado del país, el fujimorista, utilizó su influencia en el Congreso no para hacer avanzar al Perú, sino —al igual que el APRA en la década de 1960— para oponerse al Ejecutivo y paralizarlo.

Aunque entonces el crecimiento económico no se basaba ya en uno o dos productos básicos como en el pasado, su principal motor seguía siendo la minería. Las concesiones mineras afectaban a más de la mitad de las comunidades campesinas del Perú, y a menudo dañaban sus tierras, su agua y su cultura49. Como se ha mencionado, se introdujeron el canon minero y la consulta previa para mejorar la situación de las comunidades, pero su éxito fue limitado50.

En este contexto, la pobreza y la desigualdad siguieron representando un desafío. Aunque la tasa de pobreza rural se redujo del 83 % de la población en el 2004 al 45 % en el 2015, esta era muchas veces superior a la tasa urbana del 6 %51. En Cajamarca —donde se encuentran varias de las minas más lucrativas del Perú—, casi el 20 % de la población se hallaba en situación de «pobreza extrema»52. Y si bien la salud pública estaba mejorando, seguía siendo deficiente.

Por supuesto, cuando la pandemia de la COVID-19 llegó al Perú en marzo del 2020, la pobreza y la desigualdad empeoraron. Como muchos países del mundo, este se convirtió en un polvorín. Era difícil celebrar elecciones en medio de una pandemia: los candidatos no podían hacer campaña, los encuestadores no podían hacer encuestas, y los ciudadanos no podían reunirse para debatir sobre los candidatos y elaborar estrategias de voto en una primera vuelta (para abril del 2021) fragmentada entre dieciocho candidatos. Dos candidatos ubicados en extremos opuestos del espectro, Keiko Fujimori y Pedro Castillo, llegaron a la segunda vuelta. Tras semanas de acusaciones infundadas de fraude por parte de la perdedora, y luego del nombramiento de un gabinete mayoritariamente de extrema izquierda con varios ministros poco calificados y encabezado por un presidente del Consejo de Ministros de línea sumamente dura, la polarización y la consternación no hicieron más que intensificarse. Las turbulencias políticas continuaron.

Conclusión

En medio de la pandemia del 2020 y el 2021, el Perú se encontraba en una situación desesperada. El costo en número de vidas fue uno de los peores del mundo; se perdió más del doble de vidas peruanas por la pandemia que por la insurgencia de Sendero Luminoso. El desplome del PBI per cápita del Perú fue el peor de América Latina, a excepción del de Venezuela. La pandemia planteó muchos desafíos para las elecciones del 2021; en particular, dificultó que en la primera vuelta los peruanos de ideología centrista apoyaran a un candidato aceptable por una mayoría. Después de estas tensas elecciones, la democracia peruana se encuentra en peligro.

Sin embargo, es poco probable que los avances del Perú alcanzados durante los primeros años del siglo XXI sean efímeros. Se puede decir que hace tan solo unos sesenta años el Perú era un país feudal. Pero ahora, desde hace más de cuarenta, todos los peruanos tienen derecho al voto e inmensas mayorías han ejercido ese derecho; no se olvidará fácilmente el principio de «una persona, un voto». Tampoco desaparecerán las nuevas carreteras y sistemas de comunicación que unen a los diversos ciudadanos del país. Es probable que, con importantes avances en infraestructura y educación, los peruanos puedan retomar, por lo menos en cierta medida, la diversificación de su economía. Además, la pandemia ha reafirmado la importancia de contar con un sistema de salud pública sólido, y la relevancia de la integridad y el profesionalismo en la contratación pública. Aunque las tensiones en el Perú son graves, crean resiliencia y catalizan la intensidad y, con frecuencia, la genialidad.


Notas

1 Traducción de Jorge Cornejo.

2 Mario Vargas Llosa, «Questions of Conquest. What Columbus wrought, and what he did not», Harper’s Magazine (noviembre de 1990), https://bit.ly/3wfKLs1

3 Gonzalo Portocarrero, Desde lejos, lo cercano. Reflexiones sobre el Perú (Lima: Peisa, 2018).

4 Rosemary Thorp y Maritza Paredes, Ethnicity and the Persistence of Inequality. The Case of Peru (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2010), 109.

5 Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram, Peru 1890-1977: Growth and Policy in an Open Economy (Nueva York: Columbia University Press, 1978), 208.

6 Ver, entre otras fuentes, Rex A. Hudson, ed., Colombia. A Country Study (Washington D. C.: Library of Congress, 2010), 144-152; Rex A. Hudson y Dennis M. Hanratty, eds., Bolivia. A Country Study (Washington D. C.: Library of Congress, 1989), 152-154; Dennis M. Hanratty, ed., Ecuador. A Country Study (Washington D. C.: Library of Congress, 1989), 143.

7 Alfonso Quiroz, Corrupt Circles. A History of Unbound Graft in Peru (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2008), 448-449.

8 Marisa Kellam, «Suffrage Extensions and Voting Patterns in Latin America: Is Mobilization a Source of Decay?», Latin American Politics and Society 55, n.° 4 (2013): 23-46, 29.

9 Para el PBI per cápita, la esperanza de vida y las tasas de mortalidad infantil, ver World Bank Open Data, https://bit.ly/3FwHOHE. Para tasas de alfabetización, ver Kenneth Ruddle y Kathleen Barrows, eds., Statistical Abstract of Latin America 1972 (Los Ángeles: University of California Latin American Center,1974), 164. Para la población que habla el idioma dominante, ver David Scott Palmer, «“Revolution from Above”: Military Government and Popular Participation in Peru, 1968-1972» (tesis de doctorado, Cornell University, 1973), 7.

10 Para el Perú, ver Cynthia McClintock, «Why Peasants Rebel: The Case of Peru’s Sendero Luminoso», World Politics 37, n.° 1 (1984): 48-84, 61 y Cynthia McClintock, Revolutionary Movements in Latin America. El Salvador’s FMLN and Peru’s Shining Path (Washington D. C.: United States Institute of Peace Press, 1998), 171. Para Ecuador, ver Carlos Luzuriaga y Clarence Zuvekas Jr., Income Distribution and Poverty in Rural Ecuador, 1950-1979 (Tempe: Center for Latin American Studies y Arizona State University, 1983), 48, 71, 75 y 80.

11 McClintock, Peasant Cooperatives and Political Change in Peru (Princeton: Princeton University Press, 1981), 179.

12 Este argumento también es firmemente defendido por Anna Cant, Land Without Masters. Agrarian Reform and Political Change under Peru’s Military Government (Austin: University of Texas Press, 2021).

13 McClintock, Peasant Cooperatives, 179.

14 Citado en McClintock, Peasant Cooperatives, 133.

15 McClintock, Peasant Cooperatives, 287-315.

16 Gustavo Gorriti, Sendero. Historia de la guerra milenaria en el Perú, vol. 1 (Lima: Apoyo, 1990); Carlos Iván Degregori, Sendero Luminoso. Los hondos y mortales desencuentros y lucha armada y utopía autoritaria (Lima: IEP, 1988); McClintock, Revolutionary Movements in Latin America, 178-184.

17 McClintock, Peasant Cooperatives, 207.

18 Ver, por ejemplo, Marta Lagos, «Latinobarómetro Survey Data 1996-2000», en Challenges to Democracy in the Americas (Atlanta: The Carter Center, 2000); Corporación Latinobarómetro, Informe 2018 (Santiago de Chile: Corporación Latinobarómetro, 2018), 47, https://bit.ly/3MaDAIs

19 Corporación Latinobarómetro, Informe 2018, 46.

20 Para más detalles sobre estos acontecimientos, ver Cynthia McClintock y Fabián Vallas, La democracia negociada. Las relaciones Perú-Estados Unidos (1980-2000) (Lima: IEP, 2005), 55-70.

21 McClintock y Vallas, La democracia negociada.

22 Adam Przeworski, Michael E. Álvarez, José Antonio Cheibub y Fernando Limongi, Democracy and Development. Political Institutions and Well-Being in the World, 1950-1990 (Nueva York: Cambridge University Press, 2000), 92-106.

23 Para dólares de paridad de compra, se tomó la información de World Bank Open Data, y se la ajustó con la calculadora de inflación (https://bit.ly/2Lyda7i).

24 David Post, «Peruvian Higher Education: Expansions Amid Economic Crisis», Higher Education 21, n.° 1 (1991): 103-119, 106; y World Bank Open Data, https://bit.ly/3FwHOHE

25 Adam Przeworski, Michael E. Álvarez, José Antonio Cheibub y Fernando Limongi, «What Makes Democracies Endure?», Journal of Democracy 7, n.° 1 (1996): 39-55, 42.

26 Inter-American Development Bank, Economic and social progress in Latin America. 1990 report (Washington D. C.: Inter-American Development Bank, 1990), 28.

27 Inter-American Development Bank, Economic and social progress in Latin America. 1992 report (Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1992), 286.

28 Inter-American Development Bank, Economic and social progress in Latin America, 1992 report, 286.

29 Luis Pásara, La justicia en la región andina. Miradas de cerca a Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú (Lima: Fondo Editorial de la PUCP 2015).

30 Juan J. Linz y Arturo Valenzuela, eds., The Failure of Presidential Democracy (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1994).

31 Cynthia McClintock, Electoral Rules and Democracy in Latin America (Nueva York: Oxford University Press, 2018).

32 Arnold Payne, The Peruvian Coup d’Etat of 1962: The Overthrow of Manuel Prado (Washington D. C.: Institute for the Comparative Study of Political Systems, 1968), 48-55.

33 La República Aristocrática duró diecinueve años, pero, dado que solo se permitió el voto a un porcentaje ínfimo de la población, este periodo no puede considerarse «democrático».

34 McClintock, Electoral Rules, 156.

35 Joseph Cerrone y Cynthia McClintock, «The Impact of Runoff on Political Inclusion: Insights from Europe and Latin America», artículo presentado en la reunión anual de la American Political Science Association (virtual), 10-13 de septiembre de 2020.

36 Shane Hunt, «Seeking Progress in Twentieth-Century Peru. What the Numbers Show», Revista: Harvard Review of Latin America 14, n.° 1 (2014): 12-15.

37 Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC), Economic Survey of Latin America and the Caribbean 2013 (Nueva York: United Nations, 2013), tabla A-3; y Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC), Economic Survey of Latin America and the Caribbean 2019 (Nueva York: United Nations, 2019), tabla A-2.

38 McClintock, «Peru’s Cleavages, Conflict, and Precarious Democracy», en Oxford Research Encyclopedia of Politics, https://bit.ly/3kYZkeo

39 Germán Alarco, «China-Perú: ¿una relación comercial y de inversiones del siglo XIX?», Gestión, 13 de julio del 2020, https://bit.ly/3M6gFxH

40 KPMG proporciona cifras fiscales comparativas. Ver «Corporate tax rates for 2011-2021», KPMG, https://bit.ly/3Pg9u83

41 Para el umbral de pobreza establecido por esa nación en particular, ver World Bank Open Data, en https://bit.ly/3FwHOHE

42 World Bank Open Data, https://bit.ly/3FwHOHE

43 World Bank Open Data, https://bit.ly/3FwHOHE

44 Ludwig Huber y Leonor Lamas, Deconstruyendo el rombo. Consideraciones sobre la nueva clase media en el Perú (Lima: IEP, 2017).

45 World Bank Open Data, https://bit.ly/3FwHOHE

46 World Bank Open Data, https://bit.ly/3FwHOHE

47 «Estas son las razones de nuestro orgullo y preocupación», El Comercio, 4 de mayo de 2014, 12, https://bit.ly/39k3tqZ

48 Portocarrero, Desde lejos, lo cercano.

49 Ver, por ejemplo, Fabiana Li, Unearthing Conflict. Corporate Mining, Activism, and Expertise in Peru (Durham: Duke University Press, 2015).

50 Gerardo Damonte, Barbara Göbel, Maritza Paredes, Bettina Schorr y Gerardo Castillo, eds., ¿Una oportunidad perdida? Boom extractivo y cambios institucionales en el Perú (Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 2021).

51 The World Bank, «Peru - Systematic Country Diagnostic (English)», https://bit.ly/3yvd7Bm

52 Richard Webb y Graciela Fernández, Perú en números 2016 (Lima: Instituto Cuánto, 2016), 413.