Las semanas siguientes

 

Seguir con la práctica de la meditación

«Simplemente ponga su cuerpo ahí»

 

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Un amigo me invitó un día a comer y me hizo la siguiente confesión: «Llevo meditando unos tres años y tengo que decir, sinceramente, que mi experiencia durante el tiempo en que estoy sentado meditando no es lo que yo creía que iba a ser o que debería ser. Todavía tengo altibajos; mi mente se distrae y empiezo de nuevo. Además, experimento momentos de inquietud o de somnolencia. Pero ahora soy una persona diferente por completo. Soy más amable y más paciente con mi familia y amigos, y también conmigo mismo. Estoy más implicado en mi comunidad. Pienso más en las consecuencias de mis acciones y en las reacciones habituales que llevo conmigo a cualquier situación. ¿Es suficiente?».

Yo le respondí sonriendo: «Sí, creo que eso es suficiente».

Ésa es la razón por la que practicamos la meditación, para poder tratarnos de forma más compasiva, mejorar nuestras relaciones con amigos, familia y comunidad, para vivir nuestras vidas con una mayor conexión y, en el caso de que tengamos que enfrentarnos a desafíos, permanecer con lo que nos importa en realidad y actuar de forma coherente con nuestros valores.

Una de las cosas que siempre me han parecido interesantes sobre la práctica de la meditación es que lo que requiere puede parecer poco (sólo usted y una habitación), pero las lecciones vitales, las cosas que descubrimos y que comprendemos a partir de ella, son muy importantes.

El proceso consiste en intentar recibir continuamente nuestra experiencia, sea la que sea, con conciencia, amor incondicional y compasión. Eso nos ayudará a darnos cuenta de que todo cambia de forma constante y a estar bien con esos cambios. El esfuerzo que hacemos en la meditación es una disposición a estar abiertos, a acercarnos a lo que hemos evitado, a ser pacientes con nosotros mismos y con los otros y a dejar ir nuestras ideas preconcebidas, nuestras proyecciones y nuestra tendencia a no vivir plenamente.

La práctica de la meditación contribuye a que renunciemos a hábitos antiguos y dolorosos, cuestiona nuestras asunciones sobre si merecemos o no la felicidad y nos reafirma con fuerza en la idea de que sí la merecemos. También despierta una energía muy potente y viva en nosotros. Con una base sólida acerca de cómo practicar la meditación, podemos empezar a vivir de una forma que nos permita respetarnos, estar tranquilos en lugar de ansiosos y ofrecer una atención cariñosa a los demás en vez de vernos retenidos por nociones de separación.

Pero, aunque sepamos que esas ventajas hacen que el esfuerzo de la meditación merezca la pena, puede resultar difícil seguir con la práctica. En las siguientes páginas encontrará algunas sugerencias para reforzar su compromiso a lo largo de las semanas venideras.

Cuando empecé a practicar meditación, solía sentir que el mindfulness me estaba esperando fuera, en algún lugar, pero que me iba a costar mucho esfuerzo y determinación encontrarlo, aunque, algún día, después de mucho luchar, iba a poder hallar un momento de mindfulness, algo así como si plantara una bandera en lo alto de una montaña.

 

INDICACIONES

 

Intente establecer una práctica diaria con sesiones de al menos veinte minutos. Después, aumente el tiempo de las sesiones hasta fijarlo en entre treinta y cuarenta y cinco minutos.

Durante las cuatro semanas pasadas, usted ha tenido la oportunidad de experimentar diferentes prácticas de meditación. Realizar cualquiera de ellas le resultará útil. A lo largo del mes siguiente, más o menos, haga una sola meditación por sesión. Cuando gane experiencia y confianza, divida la sesión entre, por ejemplo, una meditación básica y una meditación de amor incondicional, o una meditación andando y una meditación sobre emociones. Usted elige. La meditación básica puede seguir siendo su punto de apoyo, y la meditación andando o en movimiento siempre es una buena forma de incorporar la práctica a una actividad de la vida cotidiana. Habrá veces en que querrá centrarse más en el cuerpo; entonces podrá elegir un ejercicio como el escáner corporal que aprendió en la segunda semana. Si se siente ansioso o inquieto, tal vez una meditación de amor incondicional sea la mejor elección. Lo más importante es que medite, que ponga en funcionamiento las habilidades de concentración, conciencia y amor incondicional y que las haga reales.

 

Mi visión de ese asunto se amplió y mi comprensión se transformó cuando me di cuenta de que el mindfulness no era inaccesible ni remoto, que siempre había estado ahí conmigo. En el momento en que lo recordé (en el justo instante en el que me di cuenta de que me estaba olvidando de practicarlo), ahí estaba. Mi mindfulness no necesitaba mejorar ni ser tan bueno como el de otra persona porque ya era perfecto. Igual que el suyo. Pero olvidamos esa verdad muy a menudo en la vorágine de nuestras ocupadas vidas y de nuestras complicadas relaciones. Una de las razones por las que meditamos es para recordar esa verdad; así podremos tener presente cada vez más a menudo y de forma más natural que queremos estar plenamente conscientes durante todo el día. La práctica regular hace que el mindfulness se convierta en parte de nosotros.

La meditación nunca es una sola cosa; experimentará momentos de paz, momentos de tristeza, momentos de alegría, de ira o de somnolencia. El terreno cambia constantemente, pero tendemos a solidificarlo alrededor de lo negativo: «Esta experiencia dolorosa va a durar el resto de mi vida». La tendencia a fijarnos en lo negativo es algo a lo que podemos acercarnos a través del mindfulness; podemos notarla, ponerle nombre, observarla, ponerla a prueba y hacer que se desvanezca utilizando las habilidades que hemos aprendido durante la meditación.

Cuando continúe con su práctica de la meditación, cada sesión será muy diferente de la que la precedió, igual que lo han sido todas sus sesiones durante este mes de introducción. En algunas sesiones se sentirá de maravilla; otras serán dolorosas porque se producirá una invasión de todos sus problemas magnificados. Pero esas experiencias variadas son parte del proceso. Una sesión difícil es tan valiosa como una placentera, o incluso más, porque encierra enseñanzas más potentes. Podemos mirar la alegría, la tristeza o la angustia a través del mindfulness. No importa lo que esté ocurriendo; la transformación viene del cambio de nuestra relación con lo que sucede en ese momento.

Hace poco compartí docencia con el psiquiatra y escritor Mark Epstein. Él le explicó a la clase que, desde que había empezado a practicar meditación, en 1974, había intentado asistir a un retiro cada año. Desde el primero de ellos llevaba un cuaderno en el que anotaba la introspección más importante de cada retiro, además de la frase más iluminadora, profunda o provocadora del maestro. Unos años atrás había decidido releer dicho cuaderno. Se sorprendió al darse cuenta de que, año tras año, había registrado variaciones de la misma cosa: «Lo que surge en nuestra meditación es mucho menos importante que cómo nos relacionamos con ello».

El principal descubrimiento de Mark puede reformularse de diferentes formas: «No importa lo que surja, podemos aprender nuevas formas de estar con ello»; «Tenemos la capacidad de recibir cualquier pensamiento o emoción con mindfulness y equilibrio»; «Por desagradable que sea la emoción que sintamos, podemos dejarla ir». Releer esas palabras puede hacer que se siente a meditar, aunque eso sea lo último que le apetezca.

Hay una frase que se le atribuye a Albert Einstein: «Los problemas a los que nos enfrentamos no pueden resolverse con el mismo nivel de pensamiento que los creó». Para romper con nuestra forma habitual de las cosas, pensar a un nuevo nivel y reaccionar de forma diferente, hace falta mucho valor. A continuación le explicaré algunas estrategias que le ayudarán a enarbolar la bandera del coraje cuando se sienta demasiado asustado (o cansado, o aburrido, o le molesten las rodillas), a seguir con su práctica de meditación.

 

 

Volver a empezar

 

Si su autodisciplina o dedicación parecen empezar a debilitarse, lo primero que tiene que hacer es recordar que es natural y que no tiene que reprenderse por ello. Busque inspiración de la forma que mejor le funcione: leyendo poesía o prosa que le inspire, comunicándose con amigos que piensen como usted, encontrando una comunidad de practicantes de meditación o incluso un grupo de personas con las que practicarla. Tal vez pueda formar su propio grupo. Si hasta ahora no ha llevado un diario de meditación (como proponía en el apartado de «Concentración»), inicie uno. Y sea consciente de que no importa lo mal que le parezca que van las cosas ni el tiempo que haya pasado desde al última vez que meditó; siempre puede volver a empezar. Ni se ha perdido ni se ha estropeado nada. El momento presente está justo delante de nosotros. Podemos empezar ahora mismo.

Las meditaciones de este libro son herramientas excelentes para empezar de nuevo. Están pensadas para leerlas una y otra vez. No las rechace diciéndose: «Ya lo he leído y lo he entendido». Siempre viene bien echarle otro vistazo; le proporcionará oportunidades de practicar de nuevo o de profundizar en las cosas. Cada vez que utilice alguna de las meditaciones será diferente. Trabajando con ellas a diario, podrá observar que un día se siente conectado y distraído al siguiente. Tanto la jornada mala como la buena le enseñarán algo. Y la siguiente siempre encierra la promesa de una experiencia nueva y renovada.

 

 

«Limítese a poner su cuerpo allí»

 

Una vez acudí a mi maestro Munindra-Ji porque era incapaz de mantener una práctica regular. «Cuando me siento en mi casa a meditar y me encuentro bien, me entusiasmo, tengo fe y sé que es la cosa más importante de mi vida. Pero en cuanto me siento mal, lo dejo. Me desanimo y me rindo.» Mi maestro me dio un consejo fantástico: «Limítate a poner tu cuerpo allí. Es lo único que tienes que hacer. Poner tu cuerpo allí. Tu mente estará haciendo varias cosas diferentes todo el tiempo, pero tú sólo tienes que mantener tu cuerpo allí porque ésa es la expresión del compromiso. El resto vendrá detrás».

Siempre llega un momento de evaluar nuestra práctica, de ver si nos resulta útil y si merece la pena continuar. Pero no debemos evaluarnos cada cinco minutos o estaremos alejándonos del proceso continuamente. Y, cuando llegue el momento de evaluar nuestro progreso, tendremos que centrarnos en los criterios adecuados: ¿es mi vida diferente? ¿Estoy más equilibrado y soy más capaz de dejarme llevar? ¿Soy más amable? Ésas son las preguntas cruciales. El resto del tiempo, sólo tiene que poner su cuerpo allí.

Puede que esté pensando que es una persona demasiado poco disciplinada para mantener una práctica de meditación. Pero seguro que sí puede poner su cuerpo allí día tras día. Es muy frecuente que nos comportemos de manera muy disciplinada cuando se trata de cosas externas, como ganarnos la vida, llevar a los niños al cole, hacer la colada... Hacemos todo eso nos guste o no. ¿Por qué no podemos aplicar la misma disciplina sólo durante unos minutos al día a nuestro bienestar interior? Si es capaz de reunir la energía para hacer la colada, podrá reunirla también para «poner su cuerpo allí» y conseguir una vida más feliz.

 

 

Recuerde que los cambios llevan tiempo

 

La meditación a veces se explica de la siguiente manera: imagine que está intentando partir un enorme trozo de madera con un hacha pequeña. Lo golpea noventa y nueve veces y no ocurre nada. Lo golpea una centésima vez, y la madera se parte. Tras ese último golpe, puede que se pregunte: «¿Y qué he hecho de forma diferente esta vez? ¿He cogido el hacha de forma diferente? ¿He cambiado de postura? ¿Por qué ha funcionado la vez número cien pero no las noventa y nueve anteriores?».

Está claro que las anteriores noventa y nueve veces han sido necesarias para debilitar la fibra de la madera. No le parecerá que esté realizando progresos en los golpes treinta y cuatro o treinta y cinco, pero los está haciendo, y no sólo por el acto mecánico de golpear la madera y debilitar su fibra; lo que realmente opera el cambio es su disposición a seguir, su apertura a la posibilidad, su paciencia, su esfuerzo, su humor, su autoconocimiento creciente y la fuerza que va ganando al insistir. Esos factores intangibles son vitales para el éxito. En la práctica de la meditación, esos elementos crecen y se hacen más profundos, incluso cuando estamos somnolientos, inquietos, aburridos o ansiosos. Constituyen las cualidades que, con el tiempo, nos acercan a la transformación. Son lo que abre la madera y el resto del mundo.

 

 

Utilice momentos ordinarios

Ahora tiene la posibilidad de acceder a las fuerzas del mindfulness y del amor incondicional en cualquier momento sin que nadie sepa que lo está haciendo. No es necesario que camine de modo dolorosamente lento por las calles de una gran metrópolis de manera que alarme a todos los que le rodean (de hecho, mejor que no lo haga); puede ser consciente de su entorno de formas menos obvias.

Concentre su atención en la respiración o sienta los pies contra el suelo en una reunión, durante una conversación telefónica, cuando pasee al perro... Hacerlo le ayudará a mostrarse más consciente y sensible a todo lo que esté ocurriendo a su alrededor. A lo largo del día, tómese un momento para parar sus prisas y olvidar la lista interminable de cosas por hacer, para comer, alimentar a su bebé o escuchar los sonidos que le rodean siendo muy consciente de lo que hace. Incluso en situaciones difíciles, esa pausa le provocará una sensación de conexión o de alivio de la obsesión por eso que no tiene ahora mismo o por saber qué acontecimiento o persona podría hacerle feliz en el futuro.

Una vez enseñé en un retiro en el que tenía que subir y bajar un tramo de escalera varias veces al día. Decidí convertir esa actividad en parte de mi práctica. Cada vez que tenía que subir o bajar, me paraba para recordarme que debía prestar atención. Me resultó útil y, además, divertido. También se me ocurrió hacer una meditación de amor incondicional cada vez que tuviera que esperar: en la cola de la frutería, en la sala de espera de la consulta del médico, aguardando mi turno para hablar en una conferencia... Y contaba todas las formas de transporte como maneras de esperar (porque estaba esperando para llegar al siguiente lugar o a la siguiente cita): aviones, metro, autobuses, coches y traslados a pie. En todos esos desplazamientos, empezaba: «Que pueda estar en paz, que pueda estar segura, que pueda ser feliz». ¿Por qué no aprovechar todas esas situaciones «intermedias» para generar amor incondicional? Seguramente, esa forma de incorporar la meditación a su vida cotidiana le resultará una buena manera de avivar su práctica de la meditación.

 

 

Asegúrese de que su vida es un reflejo de su práctica

 

Hace muchos años, mis colegas de la Insight Meditation Society y yo invitamos a nuestra sociedad a un maestro de la India y lo acompañamos por todo el país para presentarlo en varias comunidades en las que el interés por la meditación estaba creciendo. Al final de esa gira, le preguntamos qué pensaba de Estados Unidos. «Es increíble, pero a veces los alumnos de aquí me recuerdan a personas sentadas en un bote y remando con muchas ganas, pero que no han soltado las amarras del muelle. Parece que quieran meditar para tener grandes experiencias transcendentales o alcanzar estados de conciencia sorprendentes. Lo más seguro es que no les interese mucho cuando les hablamos de cómo comunicarse con sus hijos o de cómo tratar a su vecino», nos respondió.

La forma en que realizamos cualquier cosa puede ser una muestra de cómo hacemos las demás. Resulta útil intentar identificar si nuestra vida, fuera de la práctica de la meditación, es congruente con nuestra vida mientras meditamos. ¿Estamos viviendo de acuerdo con nuestros valores más profundos, buscando fuentes de verdadera felicidad y aplicando las habilidades del mindfulness, la concentración y el amor incondicional a todas las áreas de nuestra vida? Cuando practicamos la meditación, todo eso empieza a ocurrir naturalmente con el tiempo, pero durante el intervalo debemos analizar nuestra vida para ver si hay alguna falta de armonía que queramos cambiar. ¿Hay desconexiones entre nuestros valores en la meditación y nuestros valores en el mundo (nuestros hábitos de consumo, por ejemplo, la forma que tenemos de cuidar a una persona en concreto o cómo cuidamos de nosotros mismos)? Si encontramos algo que no está en armonía, ya tenemos las herramientas para ponernos a trabajar en busca del equilibrio.

 

 

Preguntas frecuentes

 

Pregunta: ¿Cómo sé si estoy meditando bien? ¿Cuándo podré ver el cambio por mí mismo?

Respuesta: Recuerde que el éxito en la meditación no se basa en acumular experiencias maravillosas. No se trata de un concurso para ver cuántas respiraciones conscientes seguidas es capaz de hacer; está transformando su mente por medio de la vuelta al comienzo, tranquila y con mucha compasión, cada vez que se pierde en sus propios pensamientos. Está aprendiendo a relacionarse con su cuerpo, sus emociones y sus pensamientos de forma diferente. Recuerde que no meditamos para hacernos mejores en la meditación; meditamos para mejorar en la vida.

Esa transformación suele hacerse evidente a través de cambios visibles en nuestra vida diaria más que a través de cambios en la práctica formal. De hecho, puede que los demás noten la evolución antes que usted. Con el tiempo verá que puede aportar más equilibrio y conciencia a cualquier experiencia. Una de las transformaciones más profundas y de mayor alcance será su creciente convicción de que es capaz de quererse a usted mismo y a los demás.

 

P: Siempre que consigo unos minutos de meditación clara y centrada, me entra el pánico, pienso «¡Ya está!» y quiero salir corriendo. Y a veces incluso lo hago. ¿Es algo inusual?

R: Muchas personas describen exactamente esa misma sensación. Su energía dispersa se reúne y sienten una gran sensación de paz e incluso de felicidad. Pero eso puede dar miedo; incluso los estados positivos de la mente pueden resultar alarmantes si no estamos habituados a ellos.

Hay muchas formas de ampliar su campo de conciencia para incorporar tanto el miedo como la angustia. Algunas son tan simples como escuchar los sonidos que se producen naturalmente en el entorno —porque eso crea más espacio interior para contener la angustia— o como hacer una meditación andando —que generará energía para equilibrar esa profunda calma que le asusta—. También puede llevar a cabo una meditación de amor incondicional, que es asimismo expansiva. Independientemente de la acción que realice, es mejor que permanezca en su posición durante todo el período de meditación que haya establecido, sin interrumpirlo en cuanto tenga ese pensamiento. Mantener la continuidad de la práctica establecida es muy importante. Así podrá trabajar con la energía para que la meditación no se convierta en una lucha.

 

P: Me cuesta mucho hacer una meditación al día. ¿Cómo puedo conseguir hacerlo?

R: La mejor forma de hacer que la meditación sea una parte de su vida y de su ser es convertirla en una práctica diaria. Pero eso puede resultar difícil; quizá sea un compromiso demasiado grande. Mi colega Joseph Goldstein decidió hace tiempo que no se iría a dormir nunca sin, al menos, haber adoptado la postura sentada de meditación en algún momento del día. Eso es fácil; es un compromiso de treinta segundos. Yo le sugiero que intente lo siguiente: si no ha hecho su meditación formalmente durante el día, antes de irse a dormir siéntese y colóquese en la postura en la que medite habitualmente. Observe si eso afecta o no a su estado mental y cómo. A veces, con sólo adoptar la postura ya nos sumergimos en la meditación. La resistencia suele producirse en el momento de empezar, no a la hora de continuar una vez que ya se ha empezado.

Si cumple con ese compromiso justo antes de irse a la cama, observe si eso afecta a la calidad de su sueño y a lo que sueña. Yo he notado que duermo mejor si medito justo antes de irme a la cama, porque no me llevo conmigo toda la vorágine de pensamientos del día.

Esa resolución es menos pesada que pensar: «Me voy a sentar durante dos horas todos los días y durante media hora los fines de semana». Puede que incluso no llegue a permanecer sentado ni cinco minutos. Pero, aunque su compromiso sea de treinta segundos, al menos habrá estado un momento en su interior y habrá tenido la sensación de conectar consigo mismo.

 

P: He probado la meditación un par de veces con anterioridad y la resolución me ha durado poco más de una semana. ¿Qué puedo hacer esta vez de forma diferente para conseguir continuar?

R: A veces ayuda reconocer que se tienen dificultades a la hora de mantener la práctica de la meditación durante un tiempo. Pero que sea difícil no significa que sea imposible. Puede aprender mucho observando la razón que le hace rendirse con tanta facilidad. En mi caso, solía tratarse de la autocrítica y la impaciencia, o de la sensación de que había perdido algo que casi había alcanzado el día anterior, cuando había sentido más paz durante mi práctica. Finalmente, conseguí desarrollar una perspectiva a más largo plazo y pude ver que mis sesiones iban generando cambios importantes aunque yo no me diera cuenta de que estaban pasando.

Cuando abrimos la Insight Meditation Society (Sociedad de meditación introspectiva) en 1976, recibimos dos cartas muy curiosas en el plazo de un mes: la primera iba dirigida a la Instant Meditation Society (Sociedad de meditación instantánea), cosa que no nos pareció tan rara dada la naturaleza generalmente acelerada de nuestro mundo. La otra iba dirigida a la Hindsight Meditation Society (Sociedad de meditación retrospectiva); aquélla también nos pareció muy reveladora, porque a menudo sólo nos damos cuenta de que el esfuerzo y el compromiso que hemos invertido han merecido la pena cuando miramos retrospectivamente.

Algo que siempre me ha resultado útil es dedicar mi sesión de meditación al bienestar de otra persona; así, medito para ambos. Suelo elegir a alguien que me haya ayudado, que tenga problemas, que se enfrente a una dificultad o, incluso, a un político o alguien importante en el mundo. Dedicar la meditación me ayuda a ver mi sesión como una ofrenda no sólo para mí, sino también para los demás, y eso me inspira a seguir con la práctica. Consulte el recuadro «Un final feliz» del apartado «Concentración» para ver un ejemplo de ese tipo de sesiones dedicadas.

 

P: A veces me aburro durante la meditación. ¿Qué puedo hacer para cultivar el interés?

R: A mí en ocasiones me parece que estar aburrido es lo mejor, porque se trata de algo interesante. Estamos condicionados para evitar el conjunto de sentimientos que forman el aburrimiento. Toda la estructura de nuestra sociedad, desde el momento en que nacemos hasta que morimos, parece estar construida alrededor del esfuerzo por evitar el aburrimiento. En el mismo instante en que lo percibimos, tenemos que hacer algo, comprar algo, cualquier cosa que evite esa sensación. Así que resulta bastante interesante permitirnos sentarnos y aburrirnos sin más para así prestarle atención a esa sensación.

Pero hay otros momentos en los que lo que necesitamos es detectar las raíces del aburrimiento y aplicar un antídoto.

En ocasiones el aburrimiento surge cuando nuestra experiencia es neutral. Eso también forma parte de nuestro condicionamiento: dependemos de altibajos intensos para despertarnos. Abrirnos y estar presentes en el espacio que hay en el medio nos supone un esfuerzo. Conectar cuidadosa e intencionadamente con las experiencias ordinarias (la respiración, los sonidos) nos ayuda a lograrlo.

El aburrimiento también puede ser un tipo de espera. Creemos que lo que está ocurriendo no es bueno, que sólo estamos pasando el tiempo hasta que ocurra algo importante. El antídoto es tomar conciencia de ello y estar completamente presente en cada una de las respiraciones. No tiene que preocuparse más que de una respiración cada vez, pero tiene que estar de verdad con esa respiración. Y después con la siguiente. Al final, todo cobrará un sentido.

Solemos contar con que algo cambie para aliviar nuestro aburrimiento, pero a menudo el problema no se halla en ese objeto, sino en el hecho de que sólo estamos con él en parte. La verdad es que, si realmente estuviéramos prestando atención, el mismo objeto de siempre (la respiración, nuestros pensamientos y sentimientos, el hecho de caminar, de comer una manzana o de fregar los platos) no nos resultaría tan aburrido.

 

P: Tengo la sensación de que mi práctica de la meditación no va a ningún lado y estoy sufriendo mucho. ¿Alguna sugerencia?

R: Determinados tipos de sufrimiento pueden actuar como buenos sistemas de respuesta, de autoevaluación. A veces tomamos una decisión, consciente o inconscientemente, sobre cómo debería ser nuestra meditación y rechazamos cualquier otra cosa que no cumpla con ese ideal. Juzgamos nuestra meditación y nos juzgamos a nosotros mismos. Si lo notamos, ya habremos aprendido algo importante sobre nosotros.

Si nuestra práctica nos hace sufrir, esa sensación puede enseñarnos cómo respondemos habitualmente ante otras muchas cosas de nuestra vida, no sólo ante la meditación. Mi respuesta ante mi dolor de rodillas durante la práctica me enseñó lo a menudo que solía proyectar mi dolor físico o emocional hacia un futuro inamovible y lo derrotada que me sentía por ello. A partir de mi forma de relacionarme con la ira que me surgía durante la meditación, aprendí cuánto miedo tenía a ciertos sentimientos y me di cuenta de que negándolos los estaba fortaleciendo. Las dificultades constantes de mi mente me mostraron a cuánta autocrítica me estaba sometiendo. Y aprender cómo empezar de nuevo, cómo abrirme a cualquier cosa que estuviera ocurriendo, cómo sentir compasión por mí misma en lugar de criticarme, me enseñó a relacionarme con el sufrimiento de mi vida de forma muy diferente.

Todos tenemos grandes expectativas acerca de lo que debería ser nuestra práctica de la meditación. Pero el objetivo no es alcanzar ningún modelo o ideal, sino ser conscientes de todos los estados diferentes que experimentamos. Es un mensaje difícil de creer y por eso necesitamos oírlo una y otra vez.

 

 

Reflexiones finales

 

Una vez le pregunté a un amigo cómo había cambiado su vida desde que empezó a meditar. Sin dudar, me dijo que antes, pasara lo que pasara por su mente, se sentía como si todo se estuviera representando en un teatro pequeño, oscuro y claustrofóbico y que veía toda la acción del escenario como algo abrumador y sólido; sin embargo, desde que había empezado a meditar, su conciencia sobre lo que ocurría en su mente era más bien como ver una ópera en un teatro al aire libre. Ya no era tan abrumador ni parecía sólido e inmutable.

Entendí perfectamente lo que quería decir. Poco tiempo antes de esa conversación yo había visto mi primera ópera al aire libre en un teatro abierto en Santa Fe, Nuevo México (EE.UU.). Podía contemplar el escenario y el amplio cielo a la vez. Ver a los personajes luchar contra esas situaciones y emociones inmensamente complicadas sobre el fondo de un cielo abierto y espacioso era una yuxtaposición extraordinaria: por muy dramática o incluso histriónica que fuera la acción, por mucha angustia o éxtasis que se produjera en el escenario, todo quedaba dentro del contexto de un cielo enormemente extenso y lleno de posibilidades. La práctica de la meditación trata de proporcionarnos una amplitud de miras tan vasta como el cielo. Eso nos da una perspectiva más holgada. Puede que no seamos capaces de cambiar las circunstancias de nuestras vidas, pero sí podemos cambiar nuestra relación con esas circunstancias.

La meditación nos permite dejar de buscar la felicidad en los lugares equivocados y descubrir que la de verdad, la duradera, no es el resultado de satisfacer nuestras necesidades de forma temporal. Eso, por lo general, nos lleva a un ciclo infinito de decepción y a un deseo siempre en aumento: las cosas en las que ponemos nuestras esperanzas no suelen ser suficientes, el listón sube continuamente y volvemos a estar alertas, tensos, en busca de alguna otra cosa.

La felicidad convencional, el consuelo de la distracción momentánea, no es sólo transitoria, sino que puede aislarnos de los demás, ya que suele llevar implícita una corriente de miedo subyacente. Incluso cuando las cosas van bien, en medio de nuestro placer tenemos la sensación acuciante de que nuestro bienestar es frágil e inestable y de que debemos protegerlo. Y la forma que tenemos de hacerlo es apartándonos del reconocimiento compasivo del sufrimiento del mundo y del nuestro propio, porque sentimos que, si lo reconocemos, debilitaremos o destruiremos nuestra frágil felicidad. Pero en ese estado de aislamiento protegido no podemos experimentar la felicidad real. Sólo cuando reconozcamos todos los aspectos de nuestra experiencia vital podremos ser verdaderamente felices.

La felicidad auténtica depende de lo que hagamos con nuestra atención. Si la entrenamos a través de la meditación, conectaremos con nosotros mismos, con nuestra verdadera experiencia, y después con los demás. El simple acto de estar completamente presentes y atentos a otra persona es un acto de amor y fomenta un bienestar indestructible. Ésa es una felicidad que no está vinculada a una situación concreta, es la felicidad que puede soportar cualquier cambio.

Con la práctica regular de la meditación descubrimos la felicidad auténtica de la simplicidad, de la conexión, de la presencia. Cultivamos la capacidad de desvincularnos de las luchas habituales en las que ni siquiera pensamos. Experimentamos el placer de esa integridad y nos sentimos cómodos con nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras vidas. Vemos que en realidad no tenemos que mirar más allá de nosotros para sentirnos realizados. Y nos acercamos más y más a vivir cada día de acuerdo con esta bella cita de Wordsworth: «Con ojos hechos a la calma por el poder de la armonía y el gozo, escrutamos la vida de las cosas».

A veces les digo a mis alumnos: «Si averiguarais que hay una actividad segura y simple que podéis realizar durante veinte minutos al día para ayudar a un amigo que lo necesita, ¿la haríais?». Siempre me responden que claro que sí, que la harían gustosamente, sin planteárselo. Pero parece que pasar esos veinte minutos ayudándonos a nosotros mismos nos resulta incómodo; nos preocupa ser muy egocéntricos o demasiado indulgentes con nosotros mismos. No obstante, ayudarnos a nosotros es ayudar a nuestros amigos. Nuestra felicidad auténtica es la fuente de la que surge nuestra capacidad para dar a los demás. Como dijo Thich Nhat Hanh una vez: «La felicidad está disponible. Sírvanse ustedes mismos».