—La chica que ya no sabe quién es—
Mi mente sigue embotada y me siento incapaz de hablar o incluso de caminar por mí misma. Ahora que he despertado, me da miedo cerrar los ojos. Sin el efecto de lo que sea que Jo me dio para dormir, me da pánico volver a verlo y sentirlo todo. La silla volcada. El silencio roto por mis gritos. Sus pies colgando inertes.
Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que caí de rodillas en el salón de casa de mi amiga. Lo poco que recuerdo es que me quebré y que, esta vez, ni los brazos de Cam fueron suficientes para sostenerme.
Luego todo vino de golpe. Ahora sí, toda la verdad, llevándose con ella el aire de mis pulmones.
Sé que llamé a mamá, que le pedí que me ayudara y, cinco minutos después, Harrison me confirmó que Elliot ya estaba de camino. Eso apenas me permitió respirar mejor.
Después todo se volvió negro.
Ni siquiera sé si han pasado horas o días desde el pinchazo hasta que he despertado en nuestra cama.
Nuestra.
Ya no. Ahora volverá a ser solo suya.
Liz, no te hagas eso.
Parece que la verdad no siempre nos hace libres. A veces nos envuelve en cadenas y nos empuja al fondo de un pozo oscuro y solitario.
—Esta es la última.
La voz de Elliot me hace volver a la realidad. Ese presente de mierda en el que Jo se ha encargado de recoger todas mis cosas mientras yo me escondía en sueños, incapaz de aceptar que, una vez más, mi padre acababa de robarme el futuro.
Solo si se lo permites.
—Vamos. Te ayudo.
Me agarro al brazo que me ofrece mi amiga y la sigo hasta la puerta. Salgo con la cabeza gacha porque hay demasiada luz y mis ojos siguen sensibles. O tal vez no. Tal vez solo sea que los días soleados dañan las pupilas cargadas de miseria. Por lo que se fue hace tanto. Por lo que se escurre entre los dedos justo ahora.
Imagino que el maldito pozo realmente no tiene fondo porque, cuando miro al frente y descubro a Cam sujetando a Thunder al lado de su camioneta, me doy cuenta de que sigo cayendo y no hay forma humana de que pueda frenar si no aparto la mirada.
¿Qué le estoy haciendo, Dios mío?
Hay algo verdaderamente trágico en ahogarte en plena calle, en sentir que el aire no llega a tus pulmones cuando todo lo que tienes alrededor es aire para respirar.
Sosteniéndome con más fuerza, Jo me ayuda a llegar hasta el coche.
Quiero verlo una vez más. Quiero llevarme sus ojos conmigo. Pero sé que no es su sonrisa pilla lo que voy a encontrar si levanto la vista... Solo más daño, más destrucción, y no creo que pueda soportarlo. Entro en el coche y ni siquiera escucho la despedida de Jo antes de que cierre la puerta.
No he derramado ni una sola lágrima desde que la verdad me explotó en la cara. Quizá no haya llorado en años. Pero cuando Elliot nos pone en marcha y soy consciente de todo lo que dejo atrás, de que él me está viendo marchar cuando hace horas celebramos entre susurros y sábanas enredadas que nunca lo haría, las lágrimas llenan mis ojos tan rápido que nublan mi mirada. Porque si alguna vez tuve un corazón, si lo que quedase de él después de todo aún tenía la capacidad de romperse, acaba de estallar en mil pedazos.