Creo que todo proceso creativo es como un loop infinito de emociones: buenas, regulares y feas. También que las primeras perduran, de las del medio se aprende y las últimas se superan y se olvidan. Hoy escribo estas líneas convencida de ello porque, para llegar aquí, enfrenté un bloqueo que me paralizó durante meses. Por ese tiempo que necesité y se me dio, el primer nombre aquí solo puede ser el de Aranzazu, mi editora. Gracias porque, sin tu paciencia, comprensión y apoyo, Liz y Cam no habrían llegado hasta aquí. Porque trabajar contigo es una suerte y un placer a partes iguales. También a todo el equipo de Vergara y Penguin Random House, por aportar vuestro granito de arena para hacer de este proyecto y de mí algo mejor.
A mi familia, siempre. Porque no puedo llenar una página entera con vuestros nombres, pero vosotros lleváis años enmarcando este sueño con vuestras sonrisas.
A las que están cada día y me han dado la mano a lo largo de toda la historia. La de Liz y Cam, sí, pero también la mía. Abril, Alice, Andrea y Elsa, hacéis que cada pequeño paso en este mundo sea infinitamente mejor.
A las compañeras que nunca escatiman en ánimos ni ayuda.
A las amigas que siguen ahí. Algunas justo al lado, otras lejos pero cerca. Ambas siempre indispensables.
A las lectoras, que no han dejado de darme alas ni un solo día. Las fieles que habéis esperado esto con tantas ganas; espero que haya valido la pena. Y las que acabáis de llegar, porque ojalá lo hagáis para quedaros.
Y, por supuesto, a Rut y María. Porque hace once años me fui de mi casa con mucha ilusión y otro tanto de miedo, y vosotras me disteis otra. También una segunda familia. A Roger, que llegó para convertirse en parte de los cimientos. Y a Berta, porque desde el día que naciste las vecinitas pasamos a ser cuatro, y estoy segura de que harás de cada nueva aventura un recuerdo imborrable.