CAPÍTULO IV
El Marqués llegó a Greenwich mucho más tarde de lo planeado.
Se había ido a despedir de Lady Bettine y la había encontrado acostada.
Así que lo que iban a ser unas pocas palabras de despedida se convirtió en algo mucho más apasionado.
Transcurrieron dos horas antes de que el aristócrata se pusiera de nuevo en marcha. Una vez más, su pensamiento se volvió a centrar en el viaje.
Mentalmente se puso a repasar los últimos aparatos que habían sido instalados en el yate y pensó que iba a sentirse muy molesto si aquellos no funcionaban tan bien como él suponía.
Ya era de noche cuando llegó al muelle.
El Capitán le estaba esperando para darle la bienvenida y tan pronto como lo hizo fue levantada la pasarela.
El Marqués dio la orden de que zarparan.
Subió al puente para ver salir la nave del muelle y cuando ésta ya avanzaba por el río, bajó a su camarote para cambiarse.
Como era la primera noche a bordo, el chef se esmeró y el Marqués disfrutó de algunos platos nuevos.
Una vez que hubo terminado subió una vez más al puente a pesar del frío y allí permaneció hasta que el yate llegó al canal.
En ese momento no tenía la intención de anclar en alguna bahía tranquila para pasar la noche como lo harían más adelante, cuando hubieran recogido a los invitados.
Él pensó que sería bueno para la tripulación y para el yate seguir avanzando sin parar hasta llegar a Marsella.
En realidad, le gustaba mucho la forma en que se deslizaba el yate y no bajó a su camarote hasta que se sintió bastante cansado.
Su cansancio se debía a Lady Bettine y a que había permanecido despierto casi toda la noche anterior, pensando en el viaje a Bahréin.
Cuando el Marqués despertó a la mañana siguiente, el tiempo había empeorado y el mar estaba revuelto.
Tan pronto como terminó el desayuno subió una vez más al puente donde permaneció casi todo el día.
Hasta el anochecer no recordó que su hija se encontraba a bordo y que él no se había ocupado para nada de ella.
Estaba seguro de que se le habrían brindado todas las comodidades.
Recordó que a su llegada el Capitán le había informado de que Lady Alice y su institutriz ya se encontraban en sus camarotes.
Mientras el Marqués pensaba en Alice, advirtió que el yate se movía mucho.
Esperó que la niña resultara ser una buena marinera, pero como nunca la había llevado al mar lo ignoraba.
«Supongo que debo ir a ver cómo se encuentra», pensó.
Avanzó a lo largo del pasillo que conducía hasta los camarotes que él había considerado más adecuados para su hija, aunque ésta, afortunadamente, siempre era muy tranquila.
No deseaba molestar a sus invitados innecesariamente.
Cuando llegó al camarote, por un momento pensó que estaba vacío. Entonces vio que había dos personas sentadas en el suelo.
Una era su hija y la otra, obviamente la institutriz.
Le pareció que aquella era una posición inusitada en la señorita Marsh, quien siempre adoptaba una actitud muy digna.
Inmediatamente vio que su hija estaba dibujando sobre una hoja de papel y que la institutriz hacía lo mismo.
—Yo ya he terminado mi perla, señorita Combe— estaba diciendo Alice—, la he hecho muy grande.
—Y yo casi he acabado mi guerrero marino— contestó una voz suave—, y entonces veremos quién gana el premio.
—Supongo que eso es lo que usted espera que yo le dé— dijo el Marqués.
Dos caras se volvieron para mirarle.
Para sorpresa suya, advirtió que la mujer que él había pensado que era la señorita Marsh tenía unos ojos muy grandes y una cara ovalada con forma de corazón.
Su pelo era rubio y tan claro que casi parecía de plata a la-luz de la lámpara.
Parecía tan joven que pensó por un instante que Alice había invitado a alguna amiga.
De pronto, su hija se puso de pie y corrió hacia él, diciendo:
—¡Mira, papá! Acabo de dibujar el pendiente de Cleopatra, el que ella no se bebió. Debía ser una perla muy grande.
El Marqués cogió el trozo de papel y como el barco se movía mucho se sentó en la silla más cercana.
Mientras lo hacía, Norita logró ponerse de pie agarrándose a una mesa.
Entonces, el Marqués advirtió que ella no era la niña que él había pensado, sino una joven muy delgada, con un vestido muy gastado que resaltaba las curvas de su esbelto cuerpo.
—¿Quién es usted?— preguntó él.
—Soy la nueva institutriz, milord. Supongo que le habrán informado de que la señorita Marsh tuvo que marcharse urgentemente.
—No me han informado de nada — respondió el Marqués.
El barco se tambaleó.
Norita se sujetó con desesperación a la mesa para evitar caer.
—Será mejor que se siente y me explique la situación— dijo él.
Su voz tenía un tono áspero, pues si había algo que a él le disgustaba eran las sorpresas.
Pensó que había sido un descuido por parte de Seymour no informarle de que había una nueva institutriz, sobre todo cuando ésta parecía demasiado joven para el puesto.
—¡No has mirado mi perla!— intervino Lady Alice, agarrándose al brazo del sillón de su padre.
—La estoy viendo ahora mismo… y me parece un buen trabajo— dijo el Marqués—, pero en Bahréin ya verás muchas más que podrás dibujar.
—Eso es lo que me ha dicho la señorita Combe y ella también dice que son las joyas más preciosas del mundo.
—Supongo que esa es una lección de historia— observó el Marqués mirando a Norita.
—Es la forma más fácil y a la vez más agradable de aprender historia, milord— respondió ella.
El notó que la joven tenía un hoyuelo en la barbilla.
—Quizá usted quiera explicarme quién es y cuál es su experiencia anterior —sugirió el Marqués.
—Mi nombre es Norita Combe.
El Marqués pensó por un momento y después dijo:
—Así que por eso está tan interesada por las perlas.
El pensó que la sorpresa que apareció reflejada en los ojos de Norita era un poco ofensiva.
—¿Sabía su señoría que Norita quiere decir perla en griego? —preguntó ella.
—No soy tan ignorante— respondió el Marqués.
—Lo siento… de verdad… quizá es algo que yo no debía haber dicho— respondió Norita—, pero creo que milord es la primera persona que no ha exclamado: ¡Qué nombre más raro! Nunca lo había oído.
El Marqués se echó a reír.
—Y yo que creía que mi griego no era tan fluido como en mis días en Oxford.
—Eso es una lástima— observó Norita—, es muy útil para aprender otros idiomas.
El Marqués estuvo a punto de manifestar la sorpresa que le producía el hecho de que ella supiera otra lengua además de la suya, pero entonces Alice levantó el papel sobre el cual Norita había estado dibujando y exclamó:
—¡Ahora comprendo lo que quieres decir con lo del guerrero del mar! ¿De verdad todo su cuerpo era de perlas?
Ella se acercó a su padre para enseñarle el dibujo.
—Mira, papá, la señorita Combe me ha contado todo acerca del guerrero del mar. ¡Parece un hombre feroz!
El Marqués miró el papel que tenía su hija entre las manos.
En éste aparecía un magnífico dibujo de una joya del siglo XVI. Era un pendiente que se decía provenía del imperio romano y que contenía la estupenda perla que formaba el cuerpo del guerrero.
Era una historia que había llamado la atención del Marqués especialmente.
Le sorprendió mucho ver la figura tan bien dibujada por aquella mujer joven que estaba ante él.
—Veo que es usted una artista, señorita Combe —comentó él.
Norita río y su risa resultó un sonido cristalino y agradable.
—Ojalá eso fuera cierto, milord, pero como varios grandes artistas han dicho: yo hago lo que puedo, más no lo que quisiera.
Se expresó con confianza.
El Marqués se sorprendió, pues estaba acostumbrado a que la servidumbre enmudeciera ante él.
—Debo felicitarle, no sólo por su talento sino también por interesar a mi hija por el dibujo y por haberle contado la historia de Cleopatra. Mientras hablaba, pensó que pocas mujeres podían resistir el pensar y hablar acerca de Cleopatra.
Sabía que muchas se veían a sí mismas como la reencarnación de una de las grandes bellezas del mundo.
—Desde niña siempre me he sentido fascinada por la forma en que ella impresionó a Marco Antonio pulverizando y bebiéndose una de las perlas más valiosas de todo el mundo— dijo Norita—. Alice también ha encontrado muy interesante esa historia.
—Eso fue un gran desperdicio, ¿no es así, papá?— preguntó Alice.
—¡Sin lugar a dudas! —estuvo de acuerdo el Marqués—, espero que cuando lleguemos a Bahréin no se te ocurra querer beber muchas perlas, pues eso podría resultar muy caro.
Alice se echó a reír y el Marqués pensó que hacía mucho tiempo que no la había oído hacerlo.
Mientras tanto, tenía que hacer un esfuerzo por pensar y apartar sus ojos de Norita.
Era consciente de que era muy bonita; sin embargo, su belleza era muy diferente a la de todas las mujeres que había conocido hasta entonces.
Había algo muy especial en la forma en que la muchacha le miraba directamente, así como en la leve sonrisa que se dibujaba en sus labios.
De pronto, se dijo que aunque pareciera increíble, ella no le estaba admirando sino criticándole.
Entonces pensó que todo era producto de su imaginación.
Si había algo diferente acerca de aquella joven era debido a que estaba nerviosa.
—Me estaba preguntando si usted es buena marinera, señorita Combe —le preguntó en voz alta—. Tengo el presentimiento de que vamos a tener mal tiempo al cruzar la bahía de Vizcaya.
—Eso mismo me pregunto yo — respondió Norita—, pero le prometo a su señoría que Lady Alice y yo estorbaremos lo menos posible. Si el mar está muy picado, permaneceremos en la cama leyendo.
Pareció dudar un momento y después con una mirada inquisitiva, añadió:
—Espero, milord, que sea tan amable de proveernos de los libros necesarios.
Fue entonces cuando el Marqués se dio cuenta de que la diferencia que existía en aquella joven institutriz radicaba en su forma de hablarle, como si fuera su igual.
Aunque pareciera extraño, Norita no le tenía miedo.
—Yo creo que usted descubrirá que mis libros son un poco aburridos y que están muy por encima del nivel de Alice— observó él después de un momento.
—Lo único que le puedo asegurar es que yo nunca me he encontrado con un libro aburrido —señaló Norita—, y aunque aquí en el salón de clases hay varias estanterías, éstas se encuentran lamentablemente vacías.
Era sorprendente que ella se atreviera a censurar lo que la rodeaba y el Marqués pensó regañarla por eso, pero después cambió de parecer.
«Es posible que esta mujer logre sacar a Alice de su letargo, cosa que hasta ahora nadie ha conseguido hacer», pensó.
Sin embargo, estaba seguro de que cuando ella viera los libros que estaban en su camarote no tardaría en perder su interés por ellos.
—Dígame usted cuáles son los temas que más le interesan, señorita Combe, y yo trataré de complacerla.
—Muchas gracias— contestó Norita—, a Alice sí que le gustan los cuentos… así que estoy segura de que sus libros podrán estimular mi imaginación para que, a la vez, yo pueda estimular la suya.
—¡La señorita Combe me cuenta historias muy bonitas papá! Y me va a contar una acerca de cada puerto en el que nos detengamos y de cada país por el que pasemos.
—¡Eso me parece muy bien!— exclamó el Marqués—, sólo espero que la señorita Combe puede cumplir lo prometido.
Norita comprendió que él pensaba que ella sólo había estado alardeando y tuvo que hacer un esfuerzo para no decirle todo cuanto sabía acerca de los países del Mediterráneo.
Éstos siempre le habían interesado mucho al igual que a su padre.
Supuso que a él sólo le interesaba estar con mujeres que hablaban frivolidades y que estaba convencido de que fuera de Inglaterra nada valía la pena.
El Marqués se sorprendió cuando se dio cuenta de que sabía lo que ella estaba pensando.
Ignoraba la razón y pensó que se debía a los grandes y expresivos ojos de Norita.
Y, a la vez, ¡ella era tan joven e inocente!
Al instante, se dio cuenta de que era la primera vez en muchos años que había estado conversando con una mujer joven sin que ésta tratara de coquetear con él.
—Además de la historia, ¿cuáles son sus aficiones más importantes, señorita Combe?
—Sé que a Su Señoría no le extrañará lo más mínimo que
sean los caballos.
Norita habló con tal sinceridad que el Marqués tuvo la certeza de que no lo había dicho por quedar bien con él.
—Eso me hace deducir que usted ha vivido en el campo— indicó él.
—Sí, toda mi vida— contestó Norita—, y como los únicos viajes que he realizado han sido con la imaginación y la ayuda de los libros, para mí resulta muy emocionante estar a bordo de este maravilloso yate y poder viajar de verdad.
La emoción de su voz indicó al Marqués lo mucho que aquello significaba para ella. Pensó que esa emoción era semejante a la que solía percibir cuando las mujeres hablaban de él.
—Tengo curiosidad por saber cómo la encontró mi secretario, el señor Seymour, precisamente cuando la señorita Marsh se tenía que marchar.
Hablar con el Marqués resultaba mucho más fácil de lo que ella se había imaginado, así que Norita le confesó la verdad.
—Yo fui a visitar a la señorita Marsh para pedirle su ayuda.
—¿Por qué?
—Porque ella fue mi maestra durante años y pensé que sería fa persona más indicada para ayudarme a encontrar un trabajo.
—¿La señorita Marsh le dio clases?— preguntó el Marqués.
—Vivíamos en la misma aldea— repuso Norita.
—¡Comprendo!— exclamó el Marqués—, y como la señorita Marsh tenía que marcharse le ofreció el puesto a usted.
—Para mí eso fue un gran alivio y estoy segura de que podré cuidar de Alice casi tan bien como lo hacía ella.
—Ella me cuenta cuentos muy bonitos, papá— repitió Alice.
La niña estaba mirando su dibujo hasta que escuchó que mencionaban su nombre y cuando se percató de que su padre hablaba acerca de ella, dijo:
—Me gusta la señorita Combe. Ella hace las cosas antes que la señorita Marsh.
—Debes decirle a papá que así es como tú vas a ser muy rápida— terció Norita—, y ya sabes que eso depende de tu alimentación.
—Hoy he comido mucho— dijo Alice.
—Sí, te has portado muy bien— respondió Norita.
Miró en dirección al Marqués y añadió:
—Cuando lo disponga su señoría, me gustaría poder hablar con usted, si le es posible.
—Claro que me es posible— contestó el Marqués—. ¿A qué hora se va a la cama Alice?
—A las seis.
—Cuando pueda dejarla sola, venga a mi camarote privado.
—El jefe de camareros nos lo enseñó cuando llegamos. Todo el yate me ha impresionado mucho— explicó Norita.
—Me alegra que le guste.
En la voz del Marqués había un toque de sarcasmo.
Le resultaba difícil creer que estuviera manteniendo aquella conversación con una chica tan joven.
—Yo nunca había visto un yate— continuó diciendo Norita—, y estoy segura de que lo que he leído acerca del Halcón del Mar en los periódicos es totalmente cierto y que es un triunfo de la mano de obra inglesa.
Una vez más, el Marqués pareció sorprendido. Sabía que cualquier otra mujer hubiera dicho que era un triunfo del ingenio de él.
El Marqués se puso de pie.
—Bueno… la veré entonces más tarde, señorita Combe. Buenas noches, Alice— y se inclinó para besar a su hija en la mejilla.
Moviéndose con la experiencia de un marino, llegó hasta la puerta y salió.
Tan pronto como él se hubo ido, Alice dijo:
—Ahora vamos a seguir dibujando. Papá no ha dicho quien ha ganado el premio.
—Mañana le haremos otro dibujo —prometió Alice—, y nos aseguraremos de que nos dé un premio cuando los vea.
—Papá no ha dicho que deseara enmarcar mi dibujo — observó Lady Alice después de un momento.
—Creo que lo mejor será que hagamos una colección de dibujos. Y al final del viaje los podemos reunir en un libro y regalárselo a alguien que sienta interés por ellos.
Alice meditó un momento y luego dijo:
—Creo que es buena idea. A mi abuela le gustaría ese libro.
—Estoy segura de que sí— contestó Norita.
Mientras ayudaba a Alice a desnudarse, pensó que no era sólo la comida lo que sacaría a la niña de su letargo, sino el recibir más cariño.
Recordaba que cuando tenía la misma edad de Alice, su padre charlaba con ella, la acompañaba a montar y le había explicado todo cuanto no entendía.
Y siempre procuraba que todo pareciera interesante y divertido.
Jamás se había ido a la cama sin recibir un beso de su madre.
La señora Winter le había dado a entender que el Marqués se mostraba bastante indiferente hacia su hija y también le había hablado de las muchas mujeres que ocupaban su tiempo.
—En el área de la servidumbre se hacen apuestas acerca de quién será la compañera de milord— le había comentado el ama de llaves.
Ella río antes de continuar:
—No hay necesidad de preguntarse si Lady Bettine Daviot estará presente. Es la última conquista de su señoría y es muy hermosa.
También le había contado que el público se ponía de pie para ver pasar a Lady Bettine y que era aplaudida cuando aparecía en un palco del teatro.
—Estoy segura, señorita Combe— continuó diciendo la señora Winter— de que todo este asunto del viaje hacia un lugar con sol tiene algo que ver con Lady Bettine. He oído decir que milord, el esposo de Lady Bettine, está de viaje y que sería una pena que volviera antes de que ella pudiera partir.
—¿Milord? —preguntó Norita.
—Lord Daviot. Un caballero muy agradable, pero mucho mayor que su esposa.
—¿Quiere decir que... Lady Bettine está casada?
—Claro que sí, querida. Su señoría nunca tiene nada que ver con las chicas jóvenes. Tiene miedo de encontrarse casado de nuevo, como ya le ocurrió una vez.
Norita contuvo la respiración. Ella era muy ingenua, pero por la forma en que la señora Winter había hablado del asunto, comprendió que el Marqués estaba enamorado de Lady Bettine.
Jamás se le habría ocurrido pensar que ella fuera una mujer casada.
Estaba segura de que su madre se hubiera escandalizado ante la idea de que alguien tan importante como el Marqués estuviera enamorado de la esposa de otro hombre.
—Son muchas las mujeres que se han enamorado de nuestro amo—continuó diciendo la señora Winter—, y nadie puede culparles viendo lo guapo que es.
—¿Enamoradas de... él? — murmuró Norita.
—Es sólo una forma de hablar— respondió la señora Winter—. Yo pienso que en realidad ellas no tienen mucho corazón y todo se reduce a una especie de coqueteo, ya sabe lo que quiero decir.
Norita no tenía la menor idea, pero la señora Winter continuó:
—Nadie debe salir perjudicado ni debe lamentarse cuando termina la aventura, pero son siempre las mujeres las que más sufren, señorita Combe.
—Entonces, ¿por qué lo hacen?
Norita ignoraba qué era realmente lo que hacían, pero sin lugar a dudas no era algo muy ortodoxo.
—Esa es una buena pregunta, señorita Combe y mi opinión es que todo se debe al aburrimiento. Ellas no tienen otra cosa que hacer más que embellecerse y esperar que algún hombre se vuelva loco por sus encantos.
Norita se echó a reír.
—Eso parece una pérdida de tiempo.
—Hay muchas cartas que van de puerta en puerta— continuó la señora Winter como si ella no hubiera hablado—, citas en lugares secretos y, por supuesto, siempre existe la posibilidad de que un esposo ofendido rete a su señoría.
—¿Retarle? — preguntó Norita.
—Sí, a un duelo, querida. Éstos han sido prohibidos por su majestad y son mal vistos por la gente respetable, pero aún se siguen practicando.
Suspiró y continuó:
—El derrotado siempre acaba con un brazo o una pierna vendada durante un buen período de tiempo.
A Norita todo aquello le parecía increíble.
La señora Winter siguió comentándole lo fascinante que era el Marqués y las mujeres que había en su vida y Norita llegó a la conclusión de que le despreciaba.
Tal vez lo hubiera entendido si las mujeres fueran viudas.
Él debía tener algún sentido del honor y negarse a engañar a los esposos de aquellas mujeres descuidando, al mismo tiempo, a su propia hija.
«Quizá debería casarse con una mujer adecuada», pensó Norita más tarde, «y tener un hijo, que es lo que más desean todos los hombres».
Ahora que había visto al Marqués podía entender por qué las mujeres le encontraban tan atractivo.
Sin embargo, no pudo evitar comparar ese tipo de relaciones con las de su propia familia. Pensó en lo mucho que había trabajado su padre entrenando caballos para venderlos y en lo feliz que había sido en compañía de su madre.
El Marqués era un tonto al no desear tener un hijo que heredara su título.
No sólo uno, sino varios que llenaran su casa de risas y alegría. En lugar de eso, ni siquiera hacía caso de su pobre hija.
Era inútil pretender que los criados, por buenos que fueran, podían ocupar el lugar de los padres.
Los médicos, ni siquiera uno tan importante como sir William Smithson, no se daban cuenta de que Alice no llevaba una vida apropiada para su edad.
A pesar de todo ella se iba a encargar de que se convirtiera en una niña alegre y feliz.
Mientras andaba por el pasillo hacia el camarote del Marqués, agarrándose a los pasamanos para no caer a causa del movimiento del barco, pensó: «Supongo que su padre no me va a comprender».
Norita había oído rezar a Alice sus oraciones.
La niña repitió la de los cuatro ángeles, pues le había gustado.
—Mañana— dijo Norita—, si el tiempo no está muy malo, subiremos a cubierta para buscar a las sirenas que cabalgan sobre los caballos blancos.
—¿En el mar?— preguntó Alice.
—Sí, en el mar— aseguró Norita.
Ella se inclinó para besar a Alice, quien le rodeó el cuello con los bracitos.
—Prométeme que me contarás un cuento acerca de ellas— le suplicó.
—Por supuesto que lo haré— respondió Norita—, y quizá podamos encontrar un dibujo de alguna sirena en uno de los libros que están en el camarote de tu padre.
—¡Eso sería maravilloso!
Alice se recostó sobre su almohada con una sonrisa y Norita se preguntó por qué el Marqués no podía ir a darle las buenas noches a su hija.
Su padre siempre lo había hecho.
«Por lo menos no tiene a nadie a quien poder besar en estos momentos», pensó Norita.
Y una vez más recordó que Lady Bettine estaba casada y se estremeció ante lo desagradable de la situación.
«Yo sólo quiero pensar en cosas bonitas», se dijo cuando llegó a la puerta del camarote del Marqués, «y estoy segura
de que el Mediterráneo será el lugar más bello que yo haya conocido».
Abrió la puerta y vio que el Marqués la estaba esperando.
—Entre usted, señorita Combe— dijo él—, le sugiero que se siente lo antes posible.
El barco se movía bastante, así que ella obedeció al instante.
La silla en la cual se sentó era grande y muy cómoda.
Al Marqués le pareció que la muchacha era increíblemente bonita.
Observó también que llevaba puesto el mismo vestido con el que la había visto una hora antes.
Él tenía mucha experiencia en todo lo relacionado con la ropa femenina y le parecía extraño que Norita no hubiera hecho ningún esfuerzo por arreglarse.
Las luces de lo que el Marqués consideraba como su estudio eran muy brillantes y él pensó que el color del cabello de Norita no sólo no era común sino además muy bello.
Su piel era muy blanca y de pronto se descubrió pensando que su nombre era muy adecuado, pues ella era como una perla.
—Yo quería hablar con su señoría acerca de Lady Alice— empezó a decir Norita.
—La escucho —contestó él—. Pero si va usted a decirme que la niña no muestra interés por nada y que cuesta mucho enseñarla, ya lo he oído muchas veces.
Hizo una pausa para añadir:
—Supongo que ya le habrán informado que Sir William Smithson piensa que está anémica.
—Así es— estuvo de acuerdo Norita—, y eso es consecuencia de que no ha recibido una alimentación adecuada. Además, su letargo proviene en gran parte de que no hay nada interesante en su vida.
El Marqués no se hubiera podido sorprender más si ella hubiera arrojado una bomba.
—¿Qué quiere decir con que no hay nada interesante en su vida? Mi hija tiene todo cuanto pudiera desear.
—Excepto algo que es más importante que cualquier otra cosa— respondió Norita.
—¿Y eso qué es?
—Algo muy sencillo que se llama amor.
El Marqués miró a Norita como si no hubiera escuchado bien.
Estaba acostumbrado a que las mujeres le hablaran de amor, por supuesto. Mas no estaba preparado para que alguien le echara en cara la falta de éste en la vida de su hija y menos una mujer muy joven y que además era poco más que una criada.
—Usted no sabe lo que está diciendo— respondió él a la defensiva.
—Lo natural es que los niños reciban cariño— afirmó Norita—, y como Alice no tiene una madre, la única persona que puede dárselo es su señoría.
—¿Me está insinuando que yo no quiero a mi hija?— preguntó el Marqués con tono cortante—. Yo...
Se detuvo porque advirtió que lo que había estado a punto de decir no era verdad.
Recordó cómo a menudo su abuela y muchos otros parientes le habían suplicado que se casara otra vez, no sólo para tener un heredero sino también para darle una madre a la pobre Alice.
Era inevitable que aquella fastidiosa jovencita que acababa de entrar a su servicio le dijera lo mismo.
Como él no habló, Norita continuó:
—Estoy segura de que Alice está mal alimentada por eso ayer, cuando embarcamos, hablé con el cocinero y hoy ella ha comido bastante bien.
Miró al Marqués como si le desafiara y añadió:
—Esta tarde yo he tenido la sensación de que había un poco más de vida dentro de ella.
—¿Me está diciendo que mi hija casi se muere de hambre?— preguntó el Marqués molesto.
—No exactamente —respondió Norita—, pero los alimentos que enviaron ayer al salón de clases a la hora de la comida estaban tan insípidos que nadie hubiera sentido deseos de comerlos. Hoy la comida ha sido muy diferente y estoy segura de que su chef siempre preparara algo que guste a milady.
Sonrió y después añadió:
—Al igual que yo, él está convencido de que Lady Alice será una niña muy diferente cuando termine el viaje.
—Veo que ya tiene todo organizado— dijo el Marqués con sarcasmo.
—Como milord seguramente habrá advertido, eso es sólo una parte del problema— respondió Norita—. El resto depende de su señoría.
El Marqués se puso tenso.
En sus ojos grises apareció un brillo de acero que solía surtir el efecto de atemorizar a todos los que estaban ante él.
Norita simplemente sugirió:
—Mientras sus invitados llegan, por favor, milady, intente pasar un poco más de tiempo con la niña. Quizá los dos puedan comer juntos y disfrutar de las bellezas del mar.
Ella meditó un instante antes de seguir diciendo:
—Podría usted enseñarle las máquinas, por ejemplo. La niña disfrutaría mucho y usted más explicándole su funcionamiento.
Ahora, Norita le hablaba con voz suplicante, así que el Marqués sintió que su contrariedad se desvanecía.
Ella parecía muy joven; sin embargo, hablaba con sinceridad y de una forma muy seria, tal como lo hubiera hecho una mujer de mayor edad.
También advirtió que la muchacha parecía luchar por algo que le importaba realmente.
Y Resultaba conmovedor que se preocupara tanto por una niña a la que casi no conocía, no pudo evitar pensar que muchos hombres debían haberle dicho lo bonita que era e incluso haber pensado en hacer todo lo posible porque ella no tuviera que trabajar.
Sin embargo, Norita emanaba tal pureza e inocencia que estaba seguro de que nunca encontraría a otra mujer como ella.
Ahora ella le estaba mirando de una forma crítica de nuevo y aquella fue una experiencia nueva que encontró sorprendente.
—Ciertamente voy a tener en cuenta lo que usted me ha dicho, señorita Combe —respondió él—, y como usted sugiere, antes de la llegada de mis invitados, me ocuparé más de mi hija.
—Gracias, milord, eso es lo que esperaba que me dijera— respondió Norita, y se puso de pie mientras hablaba.
Con una sonrisa, el Marqués pensó que, por lo general, era él quien daba por terminada una conversación.
—Ya que está aquí, quizá quiera usted coger algún libro — sugirió él.
El notó cómo los ojos de Norita se iluminaban y supo que aquella era una reacción espontánea ante su oferta.
—Supongo que usted no tendrá ninguna ilustración de una sirena o de un tritón en su biblioteca— dijo Norita—, he estado tratando de describirle a Alice cómo son.
—¿Cree usted en las sirenas, señorita Combe?— preguntó el Marqués con escepticismo, y pudo ver como los hoyuelos de las mejillas femeninas se acentuaban antes de que la joven respondiera:
—Yo quiero creer en ellas, milord, y es algo en lo que Lady Alice debe creer a su edad.
El Marqués se echó a reír. — Tiene usted toda la razón, señorita Combe, y aunque no puedo prometerle que le encontraré un dibujo de sirena aquí, le aseguro que lo buscaremos en Gibraltar o si no en Marsella.
—¡Eso sería maravilloso!— exclamó Norita—, y por favor, ¿me podrá prestar algunos libros sobre Egipto, La Meca y Bahréin?
—¿Para usted o para Alice? — preguntó el Marqués.
—Para las dos— respondió Norita—, hay mucho que yo deseo aprender acerca de estos lugares para luego contar a la niña cuentos basados en lo que aprenda. Estoy convencida de que los niños asimilan mejor las cosas si lo que se les enseña les resulta atractivo.
El Marqués se echó a reír de nuevo.
Se acercó a los estantes y allí encontró un libro acerca de Egipto y otro sobre Arabia.
—He sido un poco descuidado al no haber comprado ningún libro acerca de nuestro destino final— comentó él—, pero estoy seguro de que podremos solucionar eso cuando lleguemos a Marsella.
Miró a Norita.
—Aunque, por desgracia, los libros que compre allí estarán en francés.
—Yo sé francés— respondió Norita—. Es más, también puedo entender el italiano, por si encontramos algún texto en Nápoles.
Le miró mientras hablaba, pensando que quizá estaba siendo demasiado exigente. Sin embargo, el Marqués estaba recordando la gran cantidad de dinero que había despilfarrado con las mujeres durante los últimos años.
¡Nunca una mujer le había pedido un libro!
—Haré una lista de lo que usted necesita— prometió él acercándose al escritorio—, y sugiero que usted haga otra de lo que puede hacer falta a Alice.
Después de sentarse, sugirió:
—Supongo que como la está enseñando a dibujar, va a necesitar pinturas y pinceles.
—También necesitaremos unos buenos cuadernos para dibujar.
—Creo que será más fácil si hace usted una lista, no importa lo larga que sea— propuso el Marqués.
—La haré— respondió Norita—, y muchas gracias, milord, le estoy muy agradecida.
Le hizo una reverencia y antes de que el Marqués hubiera podido pensar en algo más que decir, ella ya había salido del camarote.
Él permaneció mirando la puerta por la cual la joven acababa de salir.
Pensaba en que aquella entrevista había sido muy diferente a la que él esperaba mantener con una institutriz.
—Esta muchacha no tiene nada que ver con ninguna de las personas que han trabajado para mí— dijo en voz alta—, y realmente se preocupa por Alice, aunque es obvio que me desprecia a mí.
Y, apretando los labios, se dijo que aquello en sí, era algo excepcional.