CAPÍTULO VI
Cuando el Halcón del Mar dejó atrás el Océano indico y entró en el golfo de Omán, el Marqués ya se encontraba en el colmo del hastío.
Estaba harto de las constantes demandas de Bettine, quien pretendía acaparar su atención constantemente, y harto de la forma tan obvia en que Hermione le perseguía.
También de las conversaciones que tenían lugar a las horas de las comidas, dominadas siempre por las dos bellezas que se sentaban a ambos lados de él y que no dejaban de dirigirse indirectas.
Sentía que lo único bueno que había resultado de aquel viaje era le mejoría indiscutible de Alice.
De ser una niña retraída y aburrida había pasado a convertirse en una criatura alegre y feliz.
Sentía que todo aquel cambio se debía a Norita, mas no quería pensar en ella.
A pesar de todo, le resultaba casi imposible no hacerlo.
Por la mañana temprano, salía a cubierta para hacer algo de ejercicio antes de que los demás se levantaran y siempre descubría que Norita y Alice estaban haciendo lo mismo.
Ellas elegían para hacer sus ejercicios, la popa del barco con el fin de que Bettine y Hermione no las oyeran, pero el Marqués pudo percibir el agradable sonido de sus juveniles voces incluso antes de verlas.
Cuando llegó junto a ellas, Alice corrió hacia él y le echó sus bracitos al cuello.
—¡Me encanta estar aquí, papá!— le había dicho la niña aquella mañana—, he visto una sirena en el mar.
El Marqués sospechó que lo que la niña había visto era un delfín y dijo:
—Hay muchas sirenas y quizás ellas, igual que tú, estén buscando perlas.
—¿Crees que podré nadar hasta el fondo del mar para encontrarlas?— preguntó Alice.
—Será mucho más cómodo que observes a los pescadores profesionales.
Cuando llegaron a Bahréin, Norita y Alice se sorprendieron por la enorme cantidad de barcos pesqueros que había por todas partes.
Norita había leído en uno de los libros del Marqués que en Bahréin había unas mil quinientas embarcaciones.
Alice pareció muy interesada por los piratas.
Johnson le explicó a Norita que los habitantes de la costa habían dejado su antiguo oficio de pescadores para dedicarse a la piratería y que eran famosos porque siempre mataban a sus víctimas ya que decían que el Corán ordena que no está permitido robar a los vivos, pero que no dice nada de despojar a los muertos.
Norita no le habló a Alice de ello, sino que trató de hacerla concentrarse en los barcos pesqueros.
En Bahréin convivían en deliciosa armonía lo antiguo y lo moderno.
Muchos niños desnudos jugaban en la orilla del mar.
Había algunas casas con almenas, pero la mayoría tenían los rasgos típicos árabes.
El Marqués sabía que detrás de ellas se encontraban los sugs o especie de túneles cubiertos donde los mercaderes se pasaban horas enteras sentados con las piernas cruzadas, ha- blando sobre las perlas. Allí se entremezclaban muchas razas.
El yate ancló a cierta distancia del pueblo.
A la mañana siguiente, temprano, Norita y Alice se encontraban observando cómo los barcos pesqueros se movían, buscando un lugar adecuado para que los pescadores pudieran sumergirse.
El Marqués se reunió con ellas.
—Acabo de enterarme de que en Bahréin hay cerca de treinta y cinco mil pescadores, pero no veremos a tantos trabajar.
—¿Por qué no? —preguntó Norita.
—Porque es demasiado temprano dentro de la temporada— explicó el Marqués—, la mayoría de los pescadores prefieren trabajar entre junio y septiembre, cuando el agua está más caliente.
Norita se había dado cuenta de que los días eran ya muy cálidos pero las noches, seguían siendo muy frescas.
Sin embargo, el tiempo era mucho más cálido que en Europa.
—¿Podremos ver a algunos pescadores en acción?— preguntó ella.
El Marqués miró hacia la costa y sugirió:
—¿Por qué no vamos a verlos ahora antes de que los demás se levanten?
Alice iba dando saltos de gusto cuando los tres empezaron a andar a lo largo de la orilla.
Los pescadores se encontraban preparando sus barcos. Cada uno de ellos llevaba piedras que variaban entre treinta y cuarenta kilos de peso, según la profundidad del agua en que fueran a trabajar.
Todas las piedras eran ovaladas y tenían una perforación en un extremo para poder introducir una soga.
La soga iba atada a la cintura del pescador.
El Marqués habló con uno de los hombres que dirigían las operaciones del buceo.
En inglés entrecortado él les explicó que los pescadores, una vez que llegaban al fondo del mar, se colocaban en canclillas y reunían tantas ostras como les fuera posible durante los cincuenta segundos que podían permanecer bajo el agua.
Alice aplaudió de gusto al oír a un hombre que salía a la superficie respirando agitadamente.
Los tres pudieran observar el contenido de la gran cesta que sacó. El ayudante del pescador separó las conchas muertas de las ostras vivas.
—Deben comprender— dijo el Marqués—, que como el pescador necesita trabajar a toda prisa mientras contiene la respiración, coge todo lo que ve, incluyendo algunos despojos.
—¡Pero también hay muchas ostras buenas!— gritó Alice.
Norita le sugirió que las contara.
Los tres estaban tan fascinados con los barcos, los pescadores y las ostras que el Marqués se olvidó de la hora.
Antes de que pudieran advertirlo, Perry, Sir Mortimer y Bettine se reunieron con ellos.
El Marqués observó que al ver a Sir Mortimer, Norita se había puesto tensa y se había alejado un poco con Alice.
Otros pescadores habían empezado a trabajar a poca distancia de la orilla por lo cual era fácil ver lo que estaban haciendo.
Norita no miró hacia atrás esperando que sir Mortimer no la reconociera.
Parecía un poco resentido desde que el Marqués le había advertido que no la molestara más.
—Vamos, Selwyn— había dicho él—, esto es absurdo, a menos que estés interesado por ella tú mismo.
El Marqués había fruncido el ceño y le había respondido con aquella voz fría que asustaba a casi todo el mundo:
—Yo no me meto en la vida de mi servidumbre ni en la de los demás y eso se aplica también a mis invitados.
Sir Mortimer se había alejado sin responder. El Marqués sintió alivio al comprobar que éste no le había comentado a Bettine ni a Hermione que había otra belleza a bordo.
Tenía la esperanza de que como Elizabeth Langley era muy discreta, nadie supiera cómo era la institutriz de Alice.
De pronto, sin previo aviso ya que ella nunca se levantaba antes del mediodía, Bettine había llegado junto a él.
—¿Por qué no me dijiste que ibas a venir tan temprano a ver a los pescadores?— preguntó ella, agarrándole del brazo.
—Había pensado traerte más tarde— respondió él—, después de averiguar a través de los residentes británicos cuál es el mejor lugar para encontrar las perlas más grandes.
Hizo un esfuerzo por sonreír antes de añadir:
—Eso es lo que tu deseas, Bettine, ¿no es así? Unas perlas muy grandes para lucirlas ante todos cuando volvamos a Inglaterra.
—Quiero todo un collar de ellas— respondió Bettine—, y me enfadaré mucho si le regalas a alguien unas perlas más grandes que las mías.
Mientras hablaba, miró hacia el yate, pero no había ninguna señal de Hermione.
Entonces, acercándose un poco al Marqués, dijo:
—Mi querido Selwyn, quiero verme como el Maharajah de Patiola, quien según me han dicho tiene la colección de perlas más grande del mundo.
El Marqués se echó a reír.
—En tal caso, tendrás que hacerle el amor al Maharajah ya que su colección ha necesitado siglos para formarse.
Bettine frunció el ceño como si el Marqués le hubiera quitado algo que ella deseaba.
El Marqués miró hacia Norita, quien se encontraba algo más adelante y pensó que lo más prudente era regresar al yate.
—Lo que vamos a hacer— dijo él—, es esperar para hablar con un residente británico. Luego tú y yo saldremos en uno de los botes desde los cuales ellos están pescando.
Hizo una pausa y luego añadió:
—Así podrás estar segura de que eliges las perlas más grandes que saquen del mar.
A Bettine aquello le pareció una excelente idea.
Los dos volvieron andando hacia el yate, seguidos por Perry y sir Mortimer.
Norita se dio cuenta de que se habían alejado y emitió un suspiro de alivio.
Sabía bien que el Marqués no deseaba que aquellas damas la vieran.
Pensaba que él temía que la criticaran como institutriz por ser tan joven.
Era demasiado inocente como para pensar que algún hombre, y menos el Marqués , pudiera compararla con Lady Bettine, que era una belleza reconocida por todos, o con Lady Hermione, cuyo pelo rojo y ojos verdes debían llamar la atención en cualquier lugar.
Como Alice se sentía tan bien, las dos fueron andando hasta casi la punta de la isla.
Allí había muy pocos barcos pesqueros.
De pronto, Norita, oyó un grito.
Justo debajo de ellas había un grupo de hombres que enseñaban una colección de ostras.
—¡Perlas muy grandes!— gritó uno de los hombres.
Alice gritó de emoción.
—Unas perlas grandes para papá, señorita Combe— dijo ella—, vamos a ver si son tan grandes como el pendiente de Cleopatra.
Norita vio que había un sendero que bajaba hasta la playa.
Ambas bajaron por un lado del acantilado procurando no caer. Este no era muy alto, así que pronto llegaron a la playa donde estaba un bote bastante grande cuya proa se encontraba clavada en la arena.
El hombre que había gritado les enseñó las perlas, mientras que otros seis hombres las miraban desde el bote.
—¿Han venido ustedes en el yate grande?— preguntó el hombre señalando hacia el Halcón del mar.
—Yo quiero ver sus perlas más grandes — exclamó Alice.
—Tenemos unas muy grandes en el bote— dijo el árabe—.
Si la pequeña señorita sube a bordo se las enseñaremos.
—No, yo creo que debemos volver— respondió Norita, pero ya era demasiado tarde.
Alice corría hacia el bote.
Uno de los árabes que estaba allí la cogió en sus brazos para meterla dentro.
Otro árabe tenía algunas perlas en la mano y Alice se acercó para verlas.
—¡Escucha, Alice!— gritó Norita—. Tenemos que volver o tu padre se preocupará.
—Venga a ver estas perlas, señorita Combe. Hay muchas, pero no son muy grandes.
Era obvio que a Alice le impresionaba mucho lo que le había enseñado.
Un árabe extendió la mano para ayudar a Norita a subir y después de un momento de duda, Norita la aceptó.
Con cuidado, anduvo por la cubierta mojada hasta donde se encontraba Alice.
Tal como ella había dicho, les enseñaron muchas perlas, algunas de ellas grandes y con un brillo muy atrevido.
—¿Se las llevamos a papá?— preguntó Alice.
—Yo creo que... — empezó a decir Norita, pero en ese momento el barco se movió bajo sus pies.
Ella se volvió para decir:
—¡La niña y yo debemos volver ahora mismo al yate!
El árabe que hablaba inglés respondió:
—Eso no es posible, señorita. ¡Ustedes son nuestras prisioneras!
Mientras hablaba las velas se hincharon con el viento.
Norita quiso protestar, pero el árabe se negó a escuchar.
Inmediatamente, con horror, se dio cuenta de que las llevaban mar adentro hacia el sur.
El barco se dirigía hacia la costa de piratas por donde habían pasado ellas el día anterior.
El Marqués escoltó a Bettine hasta el yate.
Era consciente de que ella le había ido a buscar antes del desayuno, así que la llevó hasta el salón.
Estaba contento de que no se hubiera fijado en Norita así que se mostró encantador, con la esperanza de que ella se olvidara de todo lo demás.
La halagó en varias ocasiones cuando Sir Mortimer y Perry todavía se encontraban a sólo unos pasos más atrás.
Sólo cuando llevaban más de una hora a bordo del yate, el Marqués se preguntó si su hija ya estaría de regreso.
De pronto, tuvo la extraña sensación de que ella, o quizá Norita, le estaba llamando.
La sensación fue tan intensa que le dijo a Johnson:
—Vaya a ver si mi hija ya ha vuelto.
—Muy bien, milord.
Johnson tardó tanto en volver que el Marqués se preguntó qué le estaría entreteniendo tanto.
Cuando por fin apareció, dijo con voz nerviosa:
—¡El Capitán desea hablar con su señoría!
Algo en la voz de Johnson le indicó al Marqués que se trataba de un asunto urgente, por lo que salió corriendo a cubierta, donde el Capitán le estaba esperando.
—¿Qué sucede?— preguntó él.
—No quiero alarmarle, milord, pero uno de los marineros me acaba de decir que ha visto a milady y a la señorita Combe a bordo de un barco que las llevaba hacia el sur.
—¿Qué clase de barco?— preguntó el Marqués .
—Un barco de pesca bastante grande, milord, y el marino supone que provenía de la costa de los piratas.
La cara del Capitán indicó al Marqués exactamente lo que estaba pensando y exclamó:
—¡Consígame algún medio de transporte! Debo ponerme en contacto inmediatamente con el Cónsul británico.
El Capitán envió a un marino al pueblo y, mientras el Marqués esperaba en cubierta, Perry se le acercó.
—¿Qué ha sucedido?— preguntó.
—El Capitán sospecha que Alice y la señorita Combe han sido raptadas y que ahora se encuentran en un barco de pesca que se dirige a la costa de los piratas.
Perry le miró fijamente.
—¡No puedo creerlo!
—Quizá exista una explicación para todo— observó el Marqués—, pero un marino las ha visto y los piratas saben muy bien que pueden pedir una cantidad muy grande por mi hija.
—¡Por Dios!— exclamó Perry—. ¿Cómo íbamos a imaginar que algo semejante pudiera ocurrimos aquí?
—Es algo que yo debía haber previsto— señaló el Marqués.
Habló con un tono que hizo que Perry comprendiera que estaba furioso y a la vez muy preocupado.
El marinero que fue al pueblo no tardó mucho en volver en un coche viejo y destartalado.
Era obvio que había sido muy usado, pero el caballo era joven y capaz de correr.
El Marqués y Perry llegaron al consulado británico en un tiempo record, pero a ellos les pareció un siglo.
Inmediatamente, fueron recibidos por el Coronel Ross quien les extendió la mano y exclamó:
—¡Bienvenido, milord! Precisamente iba a ir a visitarles.
—¡Mi hija y su institutriz han sido secuestradas!— dijo el Marqués sin preámbulos—, uno de los marineros de mi yate las ha visto a bordo de un barco que se dirigía hacia la costa de los piratas.
El Coronel Ross, un hombre muy distinguido, le miró sorprendido.
—¡Casi no puedo creerlo!
—¡Pero es cierto!— afirmó el Marqués—, y quiero saber qué podemos hacer al respecto.
—Lo primero es asegurarnos si pretenden pedir rescate.
—¡Yo no pienso esperar!— gritó el Marqués—, si usted no puede actuar ahora mismo tendré que hacerlo yo con la ayuda de mi tripulación.
—Comprendo su angustia, milord y voy a mandar a buscar al Comandante de la tropa para pedirle su consejo.
—Gracias— dijo el Marqués—, me parece que es muy importante que no perdamos tiempo.
La forma en que habló hizo comprender a Perry que estaba decidido a poner a todos en acción.
Mientras la barca se alejaba a toda velocidad, Norita pensó que aquello había sucedido por culpa suya.
Había alejado a Alice del Marqués cuando vio que sir Mortimer se acercaba a ellos porque pensó que sería muy penoso que él se dirigiera a ella delante de Lady Bettine y el Capitán Napier.
Desde aquella noche había cerrado su puerta con llave como el Marqués le había sugerido que hiciera.
También se había dado cuenta de que Hignet siempre estaba cerca cuando ella terminaba de acostar a Alice.
El ayuda de cámara era un hombre muy amable por lo que permitía que le hablara de forma paternal.
—No se preocupe usted, señorita— le decía constantemente—, si milord dice a los señores que no deben venir aquí, ellos le obedecerán.
—¿Cómo puede usted estar seguro de eso?— preguntó Norita.
—El amo siempre se sale con la suya— le respondió Hignet—, y quien le ofende nunca más es invitado a la casa Hawk ni al palacio que Su Señoría tiene en el campo.
—¿Palacio?— preguntó Norita.
—Eso es lo que usted pensará cuando lo vea. Es más grande que Blenheim y mucho más cómodo, y se lo digo por experiencia.
Norita se echó a reír.
Con el Marqués y Hignet cuidándola, no sentía ningún temor.
Pero ahora Alice se encontraba en peligro y el Marqués se iba a poner furioso cuando supiera que las habían secuestrado.
Calculó que se encontraban como a una hora del puerto.
Entonces sintió mucho miedo de que las mataran como los wahabis habían matado a sus cautivos en el pasado. Aquello había sucedido cuando los piratas habían hecho prisioneras a personas que tenían mucho dinero o muchas perlas encima. Lo único de valor que Alice y ella tenían eran ellas mismas; por lo tanto, era absurdo sentir miedo, pero no podía evitarlo.
Se sentó en la cubierta y Alice hizo lo mismo.
—¿Qué ocurre señorita Combe?— preguntó la niña—. ¿Por qué estos hombres nos llevan lejos de nuestro yate?
—Creo que son piratas, querida— respondió Norita—, pero estoy segura de que tu padre nos rescatará muy pronto.
—¿Piratas?— exclamó Alice—, pero si ellos no llevan un pañuelo rojo en la cabeza.
—No obstante, creo que lo son— dijo Norita—, y tú debes ser muy valiente y comportarte con dignidad porque eres una inglesa.
—Tengo miedo de que ellos me alejen... de papá— musitó Alice.
—También yo— estuvo de acuerdo Norita—, sin embargo, tu padre querría que fuéramos muy valientes y que no reveláramos que sentimos temor.
Alice pensó en ello por un momento y después dijo:
—¡Papá es muy valiente! ¡Le dieron una medalla cuando estaba en el ejército!
Norita pensó que eso era de esperar.
Todo cuanto había pensado acerca del Marqués antes de conocerle era un error. Ahora sabía que él era astuto, autoritario y tan ingenioso, que las rescataría sin que nadie sufriera ningún daño.
Abrazó a Alice con fuerza.
La barca recorrió un largo trecho a lo largo de la costa hasta llegar a una pequeña bahía.
Norita no vio ninguna señal de que el lugar estuviera habitado y, con desilusión, pensó que iba a ser muy difícil que el Marqués pudiera adivinar dónde se encontraban.
Finalmente, la barca fue anclada y el árabe que hablaba inglés dijo:
—Señorita, bajen a tierra, por favor.
—¿Dónde vamos?— preguntó Norita—. Exijo una explicación.
—Les diré todo cuando bajen a tierra —contestó el árabe.
Ella tenía miedo de que si no obedecía las bajaran a la fuerza, así que permitió que las ayudaran a hacerlo.
Las dos fueron conducidas hasta una superficie de arena situada entre los acantilados. Allí no había nada más y Norita permaneció de pie sintiendo cada vez más miedo. Los árabes sacaron lo que ella pudo ver que era una tienda de campaña negra y la montaron en la arena.
Norita observó que ésta era muy pequeña y que sería imposible ponerse de pie dentro.
Cuando la tienda estuvo lista, el árabe dijo:
—Las señoritas estarán dentro. No piensen en escapar por que alguien las vigilará constantemente.
—Si vamos a permanecer aquí— observó Norita—, tendrán que darnos algo de comer. La niña pronto tendrá hambre.
El árabe pensó en ello durante unos momentos y respondió:
—Les traeré comida si me pagan.
Norita le miró.
—No traigo dinero— respondió.
El árabe guardó silencio y ella añadió:
—Si piensan pedir un rescate por nosotras, incluyan en lo que van a pedir, el precio de la comida.
El árabe dejó ver sus blancos dientes.
—Buena idea— dijo él—, el caballero pagará mucho dinero por la niña, por la señorita bonita... y por la comida.
—Espero que reciba lo que pida— señaló Norita con frialdad—, mientras tanto, queremos comida y alguna fruta para apagar la sed.
El árabe la miró y, cambiando de tono, como si quisiera demostrar su autoridad, dijo:
—Entren en la tienda, señoritas.
Como no podían hacer otra cosa, Norita y Alice se arrodillaron dentro de la tienda.
Sobre el suelo había una alfombra que a Norita le pareció del tipo que los árabes utilizan para rezar.
Aparte de la alfombra no había nada más.
El árabe cerró y ató la entrada a la tienda y Alice preguntó asustada:
—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, señorita Combe? No me gusta y quiero regresar con papá.
Norita abrazó a Alice y, como no podía hacer otra cosa, empezó a rezar porque el Marqués encontrara aquel lugar y las salvara.
—¡Ayúdanos, ayúdanos!— le pidió a Dios y a sus padres.
Inmediatamente, trató de comunicarle al Marqués cuánto le necesitaban.
Su padre le había hablado acerca de la forma en que los indúes se comunicaban a través de grandes distancias con el poder de la mente solo.
Ahora Norita estuvo segura de que el mensaje de ayuda que estaba enviando al Marqués tenía que llegarle.
«¡Sálvanos, sálvanos!», gritó ella con la mente y con el corazón.
Luego se puso a hablar con Alice y le pareció que había transcurrido mucho tiempo antes de que se abriera la puerta de la tienda.
Norita y Alice tenían sed y mucho calor ya que en el interior de la tienda no había ventilación alguna.
—Les traída comida— anunció el árabe.
—Gracias— le respondió Norita—. ¿Podría usted dejar abierta la tienda mientras comemos? Si morimos por asfixia nadie les pagará un rescate por nosotras.
El árabe sonrió y dejó la puerta abierta.
La comida, tal como ella esperaba, consistía en trozos de carne de cordero y arroz con mantequilla. No tenía un aspecto muy apetitoso y era algo que Alice nunca se hubiera comido unos días antes, pero ahora teniendo ante ella el ejemplo de Norita, le resultó divertido comer los trozos de carne con los dedos.
Dos naranjas las ayudó a mitigar la sed.
Mientras comían, el árabe permaneció sentado fuera de la tienda con un rifle sobre las piernas, pero por lo menos, la tienda estaba abierta y hasta ellas llegaba una ligera brisa procedente del mar.
Cuando terminaron de comer, el árabe las volvió a encerrar y Alice no pudo contener el llanto.
—No me gusta este lugar— refunfuñó—, hace calor y está muy oscuro y quiero volver al yate con mi padre.
—Lo que vamos a hacer— dijo Norita—, es inventar un bonito cuento acerca de esta aventura. Lo vamos a escribir y después vamos a dibujar el bote que nos ha traído hasta aquí y a los árabes malos que nos han hecho sus prisioneras.
—¿Todo eso se convertirá en un libro?— preguntó Alice.
—Lo incluiremos en el libro que tú le vas a regalar a tu abuela y yo sé que ella se mostrará muy interesada por saber todo cuanto nos ha sucedido y también se sentirá muy orgullosa de la forma tan valiente en que te has comportado.
—¡Ojalá papá se dé prisa!— exclamó Alice.
Norita deseaba lo mismo.
Se preguntó cuánto tiempo tardarían los árabes en navegar de vuelta a Bahréin para pedir el rescate.
Estaba segura de que iban a pedir una cantidad desmesurada.
El día transcurrió con mucha lentitud y el árabe no les volvió a traer nada para comer hasta ya entrada la noche, cuando Alice casi se había quedado dormida.
El árabe le llevó la misma comida de la vez anterior, pero había pescado en lugar de los trozos de carne.
—Si tratan de escapar en la oscuridad, las mataremos, ¿me entienden?
—¿Cómo podríamos escapar?— preguntó Norita—, ni siquiera sabemos dónde estamos. Si usted fuera un poco compasivo dejaría abierta la puerta de la tienda ya que aquí dentro hace mucho calor. Nosotras le aseguramos que no vamos a escapar.
El árabe pensó en ello un momento y después preguntó:
—¿Me pagará?
—Sí, le pagaré— continuó Norita—, pero tendrá que ser junto con el rescate.
Él se echó a reír.
—Yo quiero dinero ahora. Cierro la tienda al decir eso y Norita comprendió que lo único que podía hacer era tratar de poner Alice lo más cómoda posible
Se acostó en el suelo y sostuvo a la niñita en sus brazos para que ésta pudiera dormirse en su regazo.
Cuando la niña se quedó dormida, Norita se preguntó si algún día podría arrullar a su propia hija de la misma forma.
Por la mente le pasó la idea de que sería maravilloso tener un hijo que fuera tan bien parecido y tan inteligente como el Marqués.
Inmediatamente, se dijo que aquello era algo que nunca iba a suceder, así que era mejor no seguir pensando en eso aunque le fuera imposible evitar que él estuviera siempre presente en sus pensamientos.
Durante todo el día, se dedicó a contar a Alice un cuento tras otro hasta quedar afónica. Asimismo, durante todo aquel tiempo ella siguió enviando su mensaje telepático al Marqués.
Le suplicaba que las salvara y trataba de decirle dónde se encontraban.
Ahora había empezado a pensar que el Marqués quizá fuera a entregar la cantidad solicitada por el rescate, por muy grande que ésta fuera.
Y quizá entonces los piratas recurrieran a su antiguo truco de matar a sus víctimas puesto que así no desobedecían.
—¡Por favor, sálvanos, Dios mío!— imploró Norita presa del pánico.
En aquel momento se oyó una explosión que pareció un disparo y después otra y otra más.
También se oyó el grito de un hombre y varias detonaciones más.
Norita hizo tumbarse a la niña en el suelo y la cubrió con su cuerpo.
Después todo quedó en silencio.
Por un momento la joven pensó que quizá aquellos tiros no procedieran de quienes iban a salvarlas, sino de un grupo de piratas rivales. De repente, oyó unos pasos y, temblando, advirtió que alguien estaba abriendo la puerta de la tienda.
—¡Alice! ¡Norita!
Aquellas dos palabras pronunciadas por una voz que ella conocía muy bien, la hicieron dar un grito de alegría.
Era el Marqués.
Norita empujó a Alice hacia adelante y la niña salió a gatas de la tienda.
—¡Papá, papá!— gritó la pequeña—. ¡Has venido a salvarnos! ¡Aquí hace mucho calor y es horrible! Por favor, llévanos a casa.
—Eso mismo es lo que pienso hacer— contestó el Marqués.
Mientras sostenía a Alice en sus brazos, extendió su otra mano hacia Norita, quien la cogió para ponerse de pie.
—¿Está usted bien? —le preguntó.
—Ahora que su señoría está aquí, ya está todo bien— contestó ella.
Para sorpresa suya, al salir de la tienda vio que todo estaba muy iluminado.
La luna llena y las estrellas parecían formar un arco de luz por encima de ellos. Por un momento, lo único que Norita pudo ver fue al Marqués y cuando sus miradas se encontraron, sin necesidad de palabras, él confesó lo preocupado que había estado.
Los dedos de él se cerraron sobre los de ella y, sin darse cuenta, Norita se acercó a él un poco.
—¿No le han hecho daño?
La voz de él estaba tensa.
—No... estamos bien, y muy contentas de que milord esté aquí.
Miró a su alrededor y descubrió que el árabe que las había vigilado yacía muerto en el suelo.
Otros dos árabes estaban heridos y varios más eran conducidos entre un pelotón de soldados con el uniforme inglés.
—Vamos, os llevaré al yate— dijo el Marqués.
Alice tenía sus bracitos alrededor del cuello de su padre y Norita todavía no le había soltado la mano.
Detrás de las rocas había un sendero y él las condujo por allí hasta el terreno plano. A lo lejos ella vio un carruaje tirado por dos caballos y una carreta tirada por cuatro que era en donde habían llegado los soldados.
El Marqués las condujo hasta el carruaje.
Primero hizo subir a Alice y cuando Norita hizo lo mismo él se sentó entre las dos.
Fuera, un oficial daba órdenes a los soldados que llevaban entre ellos a los prisioneros.
Alice, que ya estaba medio dormida, se acurrucó contra su padre.
—¡Me alegro mucho de que estés aquí papá! Era horrible estar dentro de esa tienda negra, pero la señorita Combe me ha contado muchos cuentos.
—Sabía que eso era lo que ella estaría haciendo— comentó el Marqués en voz baja.
Él había soltado la mano de Norita al llegar junto al carruaje.
Ahora, colocó su brazo alrededor de ella y como si fuera lo más natural, la joven apoyó la cabeza en su pecho.
Norita no se dio cuenta de que Alice y ella se habían dejado sus sombreros en la tienda.
Estaba a punto de llorar a causa del miedo que había sentido. Sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Ya todo está bien— dijo él con delicadeza—, y esto no volverá a suceder.
—Yo tuve la culpa por llevarme a Alice tan lejos de Su Señoría, pero...
De pronto se preguntó cómo le iba a explicar que no deseaba encontrarse con sir Mortimer, más las palabras no fueron necesarias.
—Lo comprendo— la interrumpió el Marqués—, y yo no debí dejarla ir, pero ¿cómo iba yo a pensar que esos demonios estaban planeando secuestrarlas?
—No nos han tratado mal— explicó Norita—, pero no podía olvidar lo que los piratas solían hacer con sus prisioneros.
—¿Y cree usted que yo no pensaba en eso también?— preguntó él con tono de alarma en su voz.
Sus brazos se cerraron alrededor de ella.
—Yo estaba segura de que de alguna manera milord nos encontraría— dijo Norita—. recé y traté de comunicarme mentalmente con usted como hacen los hindúes.
—Y lo hizo— dijo el Marqués—, sentí que usted me llamaba y gracias a Dios, un vigía que informa del movimiento de todos los barcos os vio.
—¿Nos vio?
—Él os vio con su telescopio y nos dijo hacia donde las habían llevado los piratas.
—Eso ha debido facilitar mucho las cosas— comentó Norita.
—Sí, mucho— estuvo de acuerdo el Marqués—, no obstante, sabíamos que sería un error atacar antes de que oscureciera.
—Ha sido maravillosa la forma en que su señoría nos ha salvado— comentó Norita.
—Hubiera hecho volar toda la región si hubiera sido necesario.
La furia que había en su voz dio a entender a Norita que él hablaba en serio. Entonces pensó que había sido otro error suponer que no quería a su hija. Por supuesto que quería a Alice y debía haber sido una agonía tener que esperar tantas horas como lo había sido para ellas.
—Me alegro mucho de que milord no haya tenido que pagar una gran suma como rescate— comentó ella.
—Hubiera pagado un millón de libras y mucho más si hubiese sido necesario— respondió el Marqués—, como comprenderás, tratándose de vosotras, el dinero no tenía importancia.
Norita le miró con una sonrisa y él añadió:
—Habiendo encontrado la perla perfecta, sería un tonto si no estuviera dispuesto a pagar cualquier precio por no perderla.