Dolor como escuela
Dolor como escuela, como reflexión y parteaguas, como vía para entrar y esculcar en los rincones más profundos del alma. Tras haber mirado y padecido, las pérdidas imponen un alto. Vicente Quirarte, sumido dentro de sí mismo, marcado por las cicatrices tras el suicidio de su hermano, se desgaja y se vierte en el poemario Zarabanda con perros amarillos (Colibrí, Puebla, 2002). Las palabras de Quirarte para encontrarse con su alter ego y despedir a su hermano, quien abandonó el mundo al comprender que la vida ya no era suya, retratan ese ir y venir del dolor, espacio necesario si se pretende mirar y mirarse de otra forma, desde otro ángulo, con otros ojos. En el canto XIV, Quirarte evoca con elegancia y tristeza su dolor:
Ayer domingo levantamos tu casa.
Pusimos en cajas cuanto sigues siendo,
aunque ya no estés.
Empacamos, atamos, rotulamos
todo lo que formaba parte de la vida,
con la que ya nada querías,
con la que ya no podías.
* * *
Dolor como homenaje a lo que fue y ya no es. Poesía para atemperar la tristeza, como remanso para recordar, detener y mirar la vida desde otro lado: los ojos llenos de zozobra miran distinto. La profundidad del dolor es tan importante como su duración. Algunos se ahogan en sus honduras; otros se paralizan en su tiempo. En el caso Quirarte, sufrimiento necesario, tanto por el hermano cuya decisión lo llevó al suicidio, como por las heridas guardadas en algún rincón del alma. El dolor no se cura con más dolor pero se mitiga si se vive y se confronta con otro tipo de dolor.
En La autoridad del sufrimiento. Silencio de Dios y preguntas del hombre, de Fernando Bárcena et al. (Anthropos, Barcelona, 2004), en el capítulo “La prosa del dolor”, leo:
Se ha dicho que el dolor nos amenaza, al menos, desde tres puntos: desde el cuerpo, que parece condenado a la decadencia y la aniquilación; del lado del mundo exterior, ya que muchos de nuestros padecimientos provienen de fuerzas destructoras que no podemos controlar, y por último, del lado de las relaciones con los demás. Aunque conozcamos las causas de las que provienen muchos de nuestros malestares y dolores, al final el dolor se conoce por experiencia, y nos recuerda nuestra propia finitud.
Es fácil comprender la naturaleza del malestar si el problema es un hueso fracturado o una llaga de la cual mana pus. Si el motivo no puede explicarse por cambios bioquímicos, por la presencia de sustancias celulares que producen dolor, o si la razón del dolor es obvia para quien lo padece pero no para la vista o el tacto, explicar el motivo de la queja es difícil. Encontrar las palabras adecuadas para describir la herida cuando el desamor descompone la vida, y el cuerpo camina y funciona pero no el alma, o cuando el duelo por la pérdida de un ser querido se prolonga y se convierte en duelo patológico, o si la persona requiere dolor para funcionar, o incluso para vivir, es tarea compleja. En los últimos versos de La jaula, Alejandra Pizarnik escribió:
Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.
Vivencias similares expresan algunos enfermos:
•“Ningún dolor es igual a otro dolor. Lo que yo padezco lo sufro yo: nadie entiende mi calvario porque nadie sabe cómo me corroe el dolor”, escuché a una mujer de cincuenta años, víctima de fibromialgia, quien había visitado incontables consultorios y era desdeñada por sus familiares.
•“Los dolores me han acabado. Meses atrás existía un tiempo donde aguardaba, en ocasiones inundado de miedo, otras veces, lleno de ilusión. En los últimos meses los dolores no me abandonan, me siguen de día, me despiertan de noche, me buscan cuando me escondo. Salvo el papel y el lápiz, nadie me escucha”, escribió una poeta.
* * *
La trilogía propuesta por Bárcena, cuerpo, como casa íntima y hábitat funcional, pero también como morada enferma, mundo exterior, como casa plural, con frecuencia razón de angustia y preocupación por los daños producidos por la naturaleza —tsunamis, temblores, erupciones volcánicas— o por los destrozos provocados por el hombre —guerras, contaminación ambiental, desertificación—, así como por los significados y responsabilidades hacia el otro, son invitación y obligación para reflexionar acerca del origen plural del dolor y sus consecuencias. La trilogía advierte: no hay un dolor, son muchos dolores. Los hilos de uno se trenzan con otros. Las telas de quien padece agrupan cuerpo, mundo exterior y a otros. Emmanuel Lévinas, en Ética e infinito, decía: “desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él; su responsabilidad me incumbe”. El otro de Lévinas inicia en la mirada propia —el cuerpo de uno—, prosigue hacia la mirada atenta al devenir del mundo, y finaliza en la lectura que se haga del otro, del otro como uno mismo.