Escuela del dolor. Una propuesta

Aunque no existe una Escuela del dolor, pensar el mundo a partir del cuerpo lastimado, de la Tierra herida, y vincular ambos eventos con los sucesos de los otros, con la destrucción del planeta, son pilares de esa hipotética Escuela del dolor. Los prismas del sufrimiento combinan incontables tintes. Esa escuela es una idea que me persigue: el cuerpo es una casa (o el cuerpo como casa)… la Tierra es nuestra casa (o la Tierra como obligación)… Dos ideas inseparables, vinculantes, ideas que comparto. Mientras que el cuerpo es un misterio denso y espeso cuyos resquicios conocemos mejor al manifestarse alguna anomalía, la Tierra se deteriora conforme aumentan la población y los daños emanados de la tecnología. Leer en la escuela primaria, en el hogar, durante los primeros años de formación, sobre las incontables caras del dolor, personal, comunitario o planetario, y reflexionar en voz alta acerca de la responsabilidad del ser humano hacia otros seres humanos y hacia la sociedad y la Tierra, podría servir para fomentar una conciencia grupal, cuya meta sería amortiguar algunos dolores y no pocos destrozos, y, a la vez, entender los múltiples significados del término compromiso.

La realidad aplasta. A diferencia del bien, cuya presencia es cada vez menos notoria, el Mal se contagia con celeridad y facilidad. ¿Podría la Escuela del dolor, en sus aulas, en las calles, en el vientre materno, en el yo profundo, atemperar el Mal? En, A la escucha (Amorrortu, Buenos Aires, 2007), Jean-Luc Nancy escribe: “Esa piel tensa sobre su propia caverna sonora, ese vientre que se escucha y se extravía en sí mismo al escuchar el mundo y extraviarse en él en todos los sentidos, no son una ‘figura’ para el timbre ritmado, sino su propia apariencia, mi cuerpo golpeado por su sentido de cuerpo, lo que antaño se llamaba su alma”. Escuchar el mundo, dice Nancy, escuchar el cuerpo, agrego; escuchar lo que uno le dice al otro, cavilar en la casa temprana, en las aulas imberbes, fundar hipotéticas Escuelas del dolor.

“En el crisol de la evidencia está la del vacío”, explica el antropólogo Edmond Jabés. En el cuerpo abandonado florece el dolor; en la Tierra saqueada se reproduce la muerte.