«Cataluña es hoy una Comunidad Autónoma
en estado de rebeldía.»
PEDRO JOTA RAMÍREZ, día de Navidad de 2012
Hace un montón de años, los colonos norteamericanos pusieron en marcha una rebelión que cambió la faz de la tierra. Aquella gente, cuatro gatos, desafiaron al imperio más grande del mundo y, a pesar de ello, lo derrotaron. En su declaración de independencia detallaron los motivos que les habían impulsado a tan irracional acto de secesión, a emprender ese loco «camino hacia ninguna parte».
Quizá los motivos os resulten familiares. Los padres de la patria de Lady Gaga acusaban al entonces rey Jorge III de «negarse a dar aprobación a leyes, la mayoría de las cuales son convenientes y necesarias para el bien público» ¡Ah! ¡Qué recuerdos me trae esta queja de los divertidos años de tramitación del Estatut!
Pero los agravios contra el todopoderoso imperio seguían: «Ha hecho que los jueces dependan únicamente de su voluntad». «Ha creado una gran cantidad de nuevas oficinas y ha enviado un enjambre de funcionarios para asediar y empobrecer nuestro pueblo» (les faltó decir que habían creado el café para todos y ya tendríamos la similitud completa). Se quejaban los aún colonos de que el rey: «Ha influido para que la autoridad militar sea independiente del Poder y superior a él» (¡Ay, caramba! Como el título VIII de la Constitución).
Finalmente, los colonos recriminaban al imperio el hecho de «suprimir nuestras Cartas constitutivas, abolir nuestras leyes más valiosas y alterar en esencia las Formas de nuestros gobiernos». Piénsese en la LOMCE, las sentencias del Constitucional y el paquete recentralizador del gobierno Rajoy y nos podremos hacer una idea. Es lo que ellos llamaron las Intolerable Acts, leyes intolerables.
En aquellos años, los mosquetes eran lentos y mataban poco. Sin embargo, mucha gente perdió la vida y la hacienda al considerar que los motivos eran suficientes como para enfrentarse al poder más grande del planeta. Se arriesgaron a perder el mercado británico y se jugaron la expulsión de la comunidad internacional. Iniciaron una rebelión sin moneda propia y prácticamente sin gobierno. Sin amigos y sin experiencia. Y prevalecieron.
Uno, cuando estudia la historia de las emancipaciones de todas las naciones y pueblos se suele encontrar, de hecho, con unos motivos similares a los arriba expuestos: impuestos, leyes y libertades, agravios culturales, soberanía…
Ahora los catalanes estamos también en rebeldía. Lo afirma Pedro Jota y eso es aval y garantía de que este hecho es veraz y cierto. El proceso político, que tiene como punto solemne la declaración de soberanía del Parlament del 23 de enero del 2013, se hace incompatible ya con la Constitución de 1978. El nuestro es ya un momento destituyente. Somos un pueblo desobediente.
Estamos en una rebelión tranquila, que no es todavía una revolución por la modestia y realismo de sus planteamientos y la cordialidad de sus formas, de la misma manera que no podemos hablar de revuelta ya que viene canalizada por las instituciones del país. Rebelión que es nacional pero que arrastra otros valores en construcción: republicanismo, debate sobre el territorio y sobre los modos de producción, una catalanidad postnacional y, sobre todo, que constituye una enorme reflexión sobre dónde reside realmente el poder político en las naciones llamadas «democráticas».
La rebelión catalana es propia, en su fondo y en las formas, del siglo XXI. Y se enfrenta a esquemas y poderes aún del XIX español y de la postguerra europea.
Hace más de un siglo que definirse como utopista suele estar bien visto en sociedad, aunque en el actual las utopías ya no son, gracias a dios, esa cosa antipática e intolerante de los años 60 y los 70.
La gracia del pensamiento utópico se puede localizar, como ya debéis saber, en la u. La u de u-topos: sin lugar. Las utopías nacen en la mente de algún ilustrado/iluminado que las suele ofrecer al comité central o al ministerio de las colonias para su inmediata aplicación. Entonces un ejército de médicos, ingenieros, comisarios y soldados intenta que esa idea sin lugar (u) encuentre cualquier solar donde aplicarse (topos). Esta técnica, claramente ligada a la modernidad, considera que cualquier terreno es bueno para aplicar una utopía. Tanto da si el terreno es llano o escarpado, si es secano o regadío. Por eso muchos seguidores de las izquierdas vigésimas (del siglo XX) se encuentran tan poco a gusto con el catalanismo. El catalanismo es esencialmente antiutópico. Y lo es porque no parte de una idea pura, buena y eterna que se pueda aplicar en cualquier sociedad y clima del mundo, sino que aparece en un pequeño lugar concreto con la aspiración de conformar una comunidad que pueda vivir de acuerdo a unas leyes e ideas razonablemente justas para la especificidad espacio temporal que supone el Principado de Cataluña.
El catalanismo político y su versión actual, la republicana independentista, aspiran a algo mucho más propio de la cultura política de nuestro siglo que de las utopías del pasado: queremos pasar de la utopía a la eutopía. Eutopía significaría un buen lugar, de (eu) bueno. Se trata pues de que del lugar concreto, físico, cultural y moral de Cataluña hagamos un buen sitio. El proyecto republicano, por lo tanto, no tiene sentido si solo aspira a poner una banderita más en la ONU o una bola más en el sorteo de la Eurocopa.
Ya que nos ponemos a hacer una Cataluña libre no nos costará mucho más hacerla más justa y, si se puede, más sabia.
Este no es un proyecto utópico. La natural modestia del catalán y la naturaleza concreta de nuestro espíritu nos lo impiden. Es pues una visión eutópica. Hagamos de este un buen sitio. Que lo sea ahora y para todos.