«O povo é quem mais ordena.»
JOSÉ AFONSO, Grândola vila morena
¿Qué puede asustar más a la banca del país? La posible pérdida de «la unidad de mercado» y sus viejos privilegios, ¿o unas caceroladas ante sus sedes? ¿Qué hace tambalear más la monarquía? ¿Un twitter chistoso sobre elefantes y yernos, una mani en el Palacio Real o un proceso institucional y popular que desemboque en una república? ¿Cómo se ha acojonado más Rossell, el de la CEOE? ¿Con una de estas huelgas generales nuestras de una sola jornada o con la declaración de soberanía del Parlament y la perseverancia independentista? ¿Qué preocupa más a Durão Barroso?, ¿que una voluntad popular explícita y sostenida cree un nuevo estado en Europa, libre de aceptar y condicionar los mandatos de la euroburocracia o que chillemos fuck you troika una tarde de domingo?
Isidro Fainé y Josep Oliu, CaixaBank y Banc Sabadell, Brufau y Alemany que imploran el pacto fiscal, el diálogo y la legalidad vigente… ¿son amigos de una República Catalana o serán sus primeros perjudicados?
¿Qué hace tambalear más la agenda neolib de la Troika basada en la obediencia triste de los pueblos? ¿un lip dub en una sucursal de Bankia o iniciar un proceso constituyente y popular que dé voz a las personas por encima de las instituciones del capitalismo global?
El alineamiento de los grandes lobbies económicos, borbónicos y catalanes de toda la vida en contra del proceso popular soberanista demuestra a las claras que el camino hacia la República Catalana no es, y no puede ser nunca, del gusto y el interés de las oligarquías españolas (catalanas o foráneas, da lo mismo).
Los pueblos son todos diferentes, pero el poder es uno solo. Los oligarcas son cosmopolitas y la globalización su intento de que los «locales», los que viven en comunidades, se desgarren en favor de poderes y capitales transnacionales. Durante la primera globalización, en 1913, el socialista Martí Julià en su libro Per Catalunya captaba que ante la oligarquía global se necesita una lucha local: «Tanto como los burgueses se desnacionalizan, los estamentos obreros se nacionalizan uniendo esa idea a sus reivindicaciones económicas», un movimiento que debe huir de la xenofobia moderna y concentrarse en el más estricto internacionalismo: «la nación necesita que las ideas nacionales sean conexas con las ideologías generales de la humanidad».
Por eso, el MPC se alza como poder político local, comunitario, municipalista. Concernido por el territorio no en modo mítico o cultural y sí en modo moral, físico y ecológico. La defensa de lo textil, algo tan catalán, deviene en estos tiempos virtuales en la defensa de «lo tejido». Municipios, redes comunitarias de solidaridad y acción, el tejido del medio natural, las redes de culturas, lenguas e historias mil veces anudadas y bordadas en Cataluña. Obviamente, el movimiento por la Republica Catalana es un movimiento antiglobalizador e internacionalista. Que aboga por la alianza de las naciones, los pueblos frente a los poderes que no tienen donde caerse muertos, carentes de territorio y comunidad.
Por eso, el independentismo es, de manera inseparable, un movimiento antioligárquico. Y así lo ha sido durante un centenar de años a pesar de la propaganda secular, de los mitos y clichés tan difundidos por las izquierdas vanguardistas catalanas y españolas. Clichés sintetizados en esa tontería de libro de Solé Tura, Catalanisme i revolució burgesa, que reducía el imaginario del catalanismo a una especie de criollismo mediterráneo. En una doctrina de la alta burguesía. Una alta burguesía que (no lo olvidemos nunca) acudió en masa a despedir a Primo de Rivera cuando se fue de Barcelona, donde era gobernador militar, camino de la capital después de su golpe de estado. Una burguesía que también fue la de Cambó poniendo pasta para el Alzamiento Nacional. La burguesía de los catalanes de Franco. La burguesía de los Samaranch, De Carreras, Tusquets, Porcioles…
Una burguesía que tiene en sus hijos aquella clase cosmopolita y mundana de los sesenta y los setenta, tan abierta al gin tonic, la narrativa sudamericana y al antifranquismo lowrisk. Una alta burguesía catalana, la del «nosotros en castellano, el catalán para la chacha». La gente del Polo, el Ecuestre, el Fomento, el Bocaccio, el Via Veneto, el Torneo Godó, la casa en l’Empordà. Esta gente nunca han estado a favor de la libertad de Cataluña por la sencilla razón de que nunca han estado a favor de ningún tipo de libertad, salvo la de circulación de capitales.
Como dato anecdótico diré que hace 141 años se fundó la Liga Antiabolicionista de Barcelona en contra de la libertad de los esclavos en Puerto Rico; formaban parte de ella la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona (actual Caixabank), el Instituto Catalán Agrícola San Isidro, el Fomento e incluso el Seminario Conciliar. Era la misma Cataluña que se plegó e hizo dinero con todas las dictaduras hasta llegar a la actual dictadura de los mercados. El mismo día de la fundación de una organización tan siniestra como era esta Liga, los partidos Republicano y Federal de Barcelona organizaron una manifestación en contra gritando vivas frente al consulado de Estados Unidos, que acababa de abolir la esclavitud. Se puso fin a la jornada, dicen, con el busto de George Washington exhibido en el balcón del Ayuntamiento. Figuras como Campalans, Duran i Ventosa, Companys, Nin, Salvador Seguí e infinidad de partidos y medios de comunicación han ligado la suerte del catalanismo a ese republicanismo laico y moral, social y justo que tanto ha gustado a la menestralía, clases medias bajas y a buena parte de la intelectualidad de esta parte del mundo.
Es decir, República, Federalismo (del bueno) y libertad de los pueblos. Ideas que alimentan una independencia que, en octubre de 1919 y en el Ateneo de Madrid, Salvador Seguí, conocido como el Noi del Sucre, explicaba a los compañeros madrileños:
(El texto es conocido, pero aquí lo tenéis otra vez para su uso y propaganda.)
«Nosotros, lo digo aquí en Madrid, y si conviene también en Barcelona, somos y seremos contrarios a estos señores que pretenden monopolizar la política catalana, no para lograr la libertad de Cataluña, sino para poder defender mejor sus intereses de clase y siempre atentos a malograr las reivindicaciones del proletariado catalán. Y yo os puedo asegurar que estos reaccionarios que se autodenominan catalanistas lo que más temen es el recrudecimiento nacionalista de Cataluña, en el supuesto de que Cataluña no fuera sometida. Y como saben que Cataluña no es un pueblo insensible, ni siquiera intentan desatar la política catalana de la española. En cambio, nosotros, los trabajadores, como sea que con una Cataluña independiente no perderíamos nada, más bien el contrario, ganaríamos mucho, la independencia de nuestra tierra no nos da miedo.
Estad seguros, amigos madrileños que me escucháis, que si algún día se habla seriamente de independizar Cataluña del Estado español, los primeros y quizás los únicos que se opondrían a la libertad nacional de Cataluña, serían los capitalistas de la Liga Regionalista y del Fomento del Trabajo Nacional.
Una Cataluña liberada del Estado español os aseguro, amigos madrileños, que sería una Cataluña amiga de todos los pueblos de la península hispánica y sospecho que quienes ahora pretenden presentarse como los adalides del catalanismo, temen una entente fraternal y duradera con las otras nacionalidades peninsulares. Por lo tanto es falsa la catalanidad de quienes dirigen la Liga Regionalista. Y es que esta gente antepone sus intereses de clase, es decir los intereses del capitalismo, a todo interés o ideología. Estoy tan cierto de lo que digo, que sin pecar de exagerado, puedo aseguraros que si algún día Cataluña conquista su libertad nacional, los primeros, si no los únicos, que le pondrán trabas, serán los hombres de la Liga Regionalista, porque en Cataluña como en todas partes, el capitalismo está carente de ideología.»
La propaganda borbónica y parte de las izquierdas locales y peninsulares insisten todavía en que la Rebelión no es más que una especie de «vía panameña» hacia la independencia por la que las viejas oligarquías autonomistas conservarían su poder en la nueva república de manera automática e indolora, tal y como la vieja oligarquía cafetera de la entonces provincia colombiana de Panamá pasó a gobernar la nueva república cambiando tan solo de banderita. Un proceso lampedusiano en el que las élites controlarían el camino a la libertad para que no tuviera ni muchas curvas ni muchas libertades, y conservar así las venerables estructuras de poder.
Y por ello se lamentan: «Bueno, entendería la independencia si fuese en contra de los poderes financieros, pero no contra España». Eso está mal planteado, los poderes financieros están en contra de la independencia porque es un proceso popular y, si sigue así, ejemplarizante. De hecho, grupos de análisis de UBS, Nimura o de J.P. Morgan ya han mostrado su preocupación ante la «incertidumbre», «intranquilidad» y «catastróficas consecuencias», y bla bla bla. Lo de siempre: si es malo para los grandes negocios, es que es bueno para los pueblos.
Ortega, siempre miedoso con la libertad y sobre todo con la libertad de las naciones españolas, ya temía que llegase el momento en España en que: «las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte». Pero no solo eso, el concepto oligarco-orteguiano de nación, aplicado a rajatabla por la Estrella de la Muerte, necesita aplacar la diversidad por miedo a la libertad. Dice Ortega: «Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos». Esos selectos, esa generación de la Transacción, esa oligarquía económica apoyada en los partidos autonomistas es lo que está cayendo en Cataluña. La disolución de la nación orteguiana, la del rango, el centro…Y vaticina: «cuando en una nación la masa se niega a ser masa –esto es, a seguir a la minoría selecta–, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica». Y es en este momento orteguiano en el que nos encontramos. En Cataluña la masa ha dejado de seguir a su selección de selectos, a sus «líderes naturales» según el R78, y los ha flanqueado, los ha superado y los ha empujado a la ruptura.
El problema, como se ve, no es que después de la República catalana se proclame una república bretona o una Bávara. El grave aprieto es que si proclamamos la república demostraremos que el pueblo, de forma tenaz, mayoritaria y pacífica, puede cambiar el statu quo. En nuestro caso se trata del decrépito R78, pero para otros pueblos (incluso los de España) la demanda será diferente. Y si sirve para conseguir la libertad de otras naciones, pues, como se dice en castellano, miel sobre hojuelas.