«Los corteses catalanes, gente enojada, terrible; pacífica, suave.»
MIGUEL DE CERVANTES, Los trabajos de Persiles y Sigismunda
La hispafrenia es más una actitud que una enfermedad, aunque no se puede descartar que pueda tener efectos somáticos después de un gran uso. Se trata básicamente de una esquizofrenia retórica que consiste en exhibir de forma alternativa e incluso sincrónica, fortaleza y debilidad. Empuje y pánico. Como ejemplo ilustre de hispafrenia, la entrevista de noviembre del 2013 al Marqués ultramarino Vargas en ABC, firmada por la compañera Anna Grau: «Lo que pasa en Cataluña a mí me preocupa muchísimo (suspira). A día de hoy ese es el problema central que tiene planteado España». Pero al instante siguiente nos dice: «El famoso seny catalán no es un mito, es una realidad que se impondrá, dejando atrás esta locura independentista». Y remata: «Se pongan como se pongan, no hay una mayoría independentista. No existía antes y tampoco existe ahora».
Por lo tanto, ¿cómo puede ser un problema central si es un problema minoritario? ¿Cómo puede el independentismo ser mayoría si es minoritario? Cómo puede ser la independencia una amenaza si la independencia es imposible. ¿Nos amenaza lo imposible? ¿Tememos a lo imaginario, a la invasión alienígena, al calendario maya, al referéndum catalán? ¿Somos un problema o una molestia? ¡Hispafrenia!
Precisamente la autora de esa entrevista, Anna Grau, a la que tengo un sincero aprecio, es usuaria premium de la hispafrenia. En uno de sus artículos nos daba una clase magistral: «el independentismo catalán a mí no me quita ni una hora de sueño como española. No hay mucho peligro de que Cataluña se independice de nada ni de nadie», e inmediatamente escribía: «es la propia sociedad catalana la que empieza a frustrarse, a agrietarse y a fracturarse de manera quizá trágica». ¿No le quita el sueño pero ve grietas trágicas por doquier?
• Son cuatro gatos mal contados, pero controlan todos los sectores: mediáticos, administrativos y económicos.
• Y como derivada: son unos ignorantes provincianos e incultos, pero han convencido de manera milagrosa a intelectuales, periodistas y jóvenes (ya saben: el estilo nazi).
• La rebelión es solo una cortina de humo para tapar la mala gestión y pararán cuando se les ofrezca «alpiste», sin embargo están sólidamente determinados a ir hasta el final, puesto que no es un tema de dinero; es de sentimiento.
• Lo que viene a ser: solo piensan en la cartera, pero no piensan más que en la bandera.
• Todos los catalanes han sido aleccionados durante treinta años, pero existe, a su vez, una firme mayoría de catalanes reales que es españolista. Es el llamado efecto de la mayoría cuántica. Hay amplias mayorías de todo y a la vez.
• La gente inundó las calles de Barcelona para celebrar sanamente la victoria de La Roja con banderas constitucionales como ciudadanos racionales, regionales y alegres, pero la gente fue a la Diada como un rebaño de ovejas a hacer volar banderas anticonstitucionales como un grupo de aldeanos con el seso sorbido.
• Obviamente, los catalanes no permitirán la deriva nacionalista, pero el silencio de los catalanes permite que siga la deriva nacionalista.
• Cataluña independiente es inviable, es imposible, será un fracaso, nadie la apoyará, pero es una amenaza terrible que si no se detiene ahora acabará triunfando. La imposibilidad cierta, esta es muy bonita.
• Nadie reconocerá Cataluña, pero las potencias extranjeras quieren reconocer Cataluña para hundir España.
• Este tema no interesa a nadie, pero es un tema importantísimo y muy grave.
• Resumen: el pueblo catalán es sabio, no se deja engañar pero el pueblo catalán es tonto y vive engañado.
Otra de las aportaciones de la hispafrenia a la sociolingüística ha sido la doble nomenclatura de grupos y clases catalanas. Les pongo un ejemplo: «Esta deriva es cosa de la burguesía catalana, pero el empresariado está del todo en contra». Explicación: cuando el patrono es nacionalista se le llama burguesía o incluso oligarquía. Cuando queremos que sea española se le dice empresariado o mejor, emprendedores. Se trata de la misma gente pero el discurso hispafrénico sabe etiquetar en positivo o en negativo según su actitud. Incluso el silencio es ambivalente: «El empresariado calla a la expectativa de que Mas modere su locura», una afirmación que se podría versionar tranquilamente, o no, con estas palabras: «La burguesía catalana calla ante las prebendas y mamandurrias que obtienen de los nazionalistas».
También las clases populares han sufrido esta doble nomenclatura. Como ya hemos visto, si se trata de dar la imagen de una masa oprimida, se recurre al término IMC (Inmensa Mayoría de los Catalanes) o a su versión en clave de terror psicológico: Los otros. La Cataluña real y fantasmagórica. Silente, pero presente. Si la expresión popular es favorable a la soberanía se trata de «charnegos paniaguados», gente que espera la «mamandurria», emigrantes de España traidores a sus familias y raíces, etcétera.
La combinatoria de nombres también ha sido sabiamente explotada. Por ejemplo: burguesía positiva, pueblo negativo, es decir: B + P-. Ejemplo: «El empresariado sabe que Cataluña va hacia la catástrofe empujado por unas masas adoctrinadas en el odio a España».
Pero, sorprendentemente, funciona igual de bien el algoritmo contrario: (B - P +) «La oligarquía catalana tapa sus miserias mientras el catalán, al mismo nivel, solo quiere saber cómo salir de la crisis, lejos de estériles debates identitarios».
Ahora, si me piden un maestro, si desean saber quién es el Quevedo, el Pablo Coelho de la hispafrenia os remitiré al inefable Jordi Cañas, del Partido Lerrouxista. Suya es la sentencia definitiva del género. La dijo en enero de 2013, antes de la declaración de Soberania del Parlament. Para Cañas, la sedición catalana es «peligrosa y ridícula» a la vez. Como Chuky, el muñeco diabólico, como Ronald McDonald, como el Fofito de Campofrío, la soberanía catalana hace reír y provoca escalofríos. Es seria y cómica. Ridícula y trágica. En resumidas cuentas, la hispafrenia se podría condensar en aquel fantástico verso de Josep Piera: «Tot és relativament importantíssim».