Patriotas y llorones

«¡Pasión por España! ¡Somos el partido que más pasión
tiene por España!»
ALFREDO PÉREZ RUBALCABA, 2013

En el año 2012, Luis Racionero escribió en el diario digital República.com: «El nacionalismo —catalán o español— es un sentimiento, no una idea, los sentimientos son energía psíquica con carga emocional, las emociones se mueven con símbolos, no con ideas, ni con argumentos que son concatenación de ideas». Argumento que el siempre cómico madpresser Alejandro Vara resumía aforísticamente: «Y el nacionalismo, sabido es, araña en el sentimiento no en el cerebro».

El nazionalista es pues un zombie guiado por pulsiones. Un ser inferior con el que no cabe dialogar puesto que no entiende la dialéctica. Un untermensch incapaz de discernir, por lo que se les puede/debe «combatir sin piedad» como pedía Victoria Prego al recibir el Premio a la Tolerancia (¿?) del 2013. Pasear por Cataluña es como estar en una pantalla superior de Resident Evil. Como desvelaba Savater al planeta: «lo característico del nacionalismo es que no hace falta ninguna preparación intelectual para serlo, ya que ni siquiera es preciso argumentar. Hasta un asno envuelto en la señera es capaz de llenar un buen puñado de urnas».

Somos irracionales, ergo infantiles ergo no podemos gobernarnos ergo no se nos debería dejar jugar con la soberanía que es cosa de pueblos racionales y fríos como el español.

Total, que este ha sido el argumento vago y perezoso de buena parte de los analistas desde hace décadas, aunque afinado estos años. Es el mantra favorito en particular de aquel pijismo nostálgico de «la-Barcelona-cosmopolita–de-antes-de-que-mandasenestos-provincianos» del que Racionero forma parte. Es, ya lo saben, una forma de paternalismo intelectual que viene a decir que la gente poco razonable y con vidas tristes y míseras que se aferran al consuelo pasional e irracional de la bandera, ¡ay, pobres! Símbolos, no ideas, dice Racionero, y por lo tanto la disposición sobre la República Catalana queda expulsada de la racionalidad y de la ciencia política, y pasa a estar enmarcada de una manera unilateral dentro de una pintoresca antropología tribal adornada con plumas, barretinas y taparrabos.

Ahora bien, salir a la calle con la bandera del país no siempre es muestra de atavismo. Si la bandera es de un país de los de la ONU, la cosa cambia. JL González Quirós sostiene en su libro Una apología del patriotismo (2002) que no es igual el nacionalismo de una nación existente (que él llama patriotismo) que el de una «nación quimérica», que es un «sentimiento viciado». Esto explica por qué mucha gente racional y no provinciana puede amar y defender la independencia de su país, su cultura y su soberanía sin caer en los espasmos irracionales de santería y vudú que vimos, por ejemplo, en la Diada del 2013, donde según 13TV formaron la cadena, vacas, chinos y espectros.

¿Cómo es posible, pues, que eso que en otros países es sano, en el exclusivo caso catalán sea un infantilismo que necesita ser educado por las civilizadas autoridades españolas? El premio Nobel de literatura de 2010, el señor marqués de Vargas Llosa, nos da la solución en su discurso de aceptación del premio sueco: «No hay que confundir el nacionalismo de orejeras con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños». Si pasamos por alto la cursilería del texto («forjar los sueños», madre de Dios), encontramos de nuevo el argumento más sofisticado del unionismo: mi patria es buena precisamente porque vi la luz en ella, y la tuya es mala porque no nací y además no me mola. Según se infiere, si eres peruano estás dotado intelectualmente para el patriotismo sano y generoso, mientras que un catalán se ve de por vida ligado a una «ideología —o, más bien, religión— provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual».

El marqués no deja claro si la capacidad física que tiene él, y sus compatriotas por el mero hecho de ser peruanos «sanos y generosos», es de carácter genético y si, emparentando a los catalanes con nativos del Perú, podríamos adquirir esas ventajas civilizatorias. Él, en un acto de de-coherencia que le retrata, ha apoyado a Humala en su candidatura por el Partido Nacionalista Peruano (WTF?) e incluso se presentó a la presidencia de su joven nación, considera que presidir el desfile del día de la patria, llevar flores a los mártires de la patria, honrar la bandera con la mano en el pecho y saludar marcial a los tanques peruanos son cosas normales y nada nacionalistas, básicamente porque no interviene ningún catalán. Desconozco si el señor marqués sostiene que la imposibilidad que tiene el catalanismo de convertirse en «sano patriotismo» es un tema racial, genético o tiene que ver con la composición del agua de la cuenca Ter-Llobregat. Lo que sí agradecería al señor marqués, la próxima vez que se pase por el Bocaccio barcelonés, es que nos explicara cómo podríamos hacer los catalanes (y cuántas pelas costaría) pasar de colonia, provincia o virreinato al envidiable estatus de «patria donde se forjan sueños», como hizo el Perú «donde vivieron sus ancestros» y también, supongo, sus padres.

Según Arcadi Espada, los catalanes (en principio, solo nosotros de entre los pueblos que habitan la Tierra) no podremos nunca pasar del nacionalismo irracional al patriotismo cosmopolita. Su argumento circular nos condena al «aldeanismo» provinciano para siempre. Mecachis, qué mala suerte. ¡Quien fuese masái! Lo confirmó en el Avui, en 2009: «El único concepto racional, ilustrado, de nación es lo que la equipara al Estado. En este sentido, como Cataluña no tiene un Estado, Cataluña no es una nación».

Clarísimo. El misterio es: si Irlanda, por ejemplo, no tuvo estado hasta 1922 ¿quiere decir que los irlandeses no existían hasta ese día? El Estado de Israel se fundó en 1948. Antes de ese día, por muy chulo que se ponga Jehová, el pueblo judío no era, lo dice Espada, ninguna nación. ¿Y qué era? ¿Un club de moteros barbudos con el pelo rizado? ¿Una familia numerosa de humoristas neoyorquinos?

El paradigma Vargas-Espada es insondable. Si, pongamos por caso, Perú no era nación antes de ser estado, ¿por qué quiso constituirse en estado? (bien, en este caso porque fueron liberados a la fuerza por un chileno y un argentino). Si Noruega no podía ser nación antes de la independencia de 1905, ¿por qué los inexistentes noruegos (perdón, ciudadanos suecos de habla noruega) habrían querido fundar un estado, si ya tenían uno, Suecia? Sea como sea, a pesar de los cientos de naciones estado del mundo, los estudios del marqués ultramarino y de Espada son claros: otros lo han hecho, pero vosotros no. Porque no. Y punto. La explicación es sólida: porque el nacionalismo irlandés, el vietnamita y el hondureño no son el catalán. El patriotismo catalán es malo por naturaleza, porque sí, porque lo dice Vargas.

El que fuera premio Planeta en 2008, Fernando Savater, nos vuelve a dar una solución. Dice el camarada: «La mirada nacionalista no acepta la tierra natal tal como es, en su limitación y su impureza reales […]. El nacionalista no viene ni ama lo que hay, sino que calcula lo que le sobra o lo que le falta a lo efectivamente existente. En tal exigencia reivindicativa se desvanece la tierra natal y NACE la patria».

Lo que parece una crítica es, mira por donde, una ajustada definición del proceso rebelde. No amamos la Cataluña que tenemos. Calculamos lo que falta y sobra, y de la exigencia moral y cívica de crear una comunidad mejor «se desvanece la tierra natal», es decir, la Comunidad Autónoma de carácter administrativo español «y NACE la patria». O sea, la comunidad política libre y soberana de la República. Esta vez Savater nos ha sido de ayuda. Quién lo iba a decir.