«Señora, lo del crío es de la cabeza»

(la perspectiva lombrosiana)

«… es bien notoria la obstinación y barbaridad
de este pueblo tan criminal.»
JOSÉ PATIÑO, Informe sobre las expropiaciones para la Ciudadela de Barcelona, 1715.

Las historias no nacionalistas explican que la unificación de Italia se hizo en nombre de la libertad. Los piamonteses del norte, civilizados y modernos, liberaron a los meridionales pobres e ignorantes del Reino de las Dos Sicilias por el bien del progreso. Entre los piamonteses progresistas que ocuparon las bárbaras tierras napolitanas se encontraba Cesare Lombroso. Este médico creía que se podía saber, solo midiendo la cabeza de una persona, si tenía tendencias criminales o problemas de cualquier otro tipo. Como padre del racismo científico, creía que podía demostrar que la inferioridad de los pueblos es genética. De los conquistados napolitanos, dijo: «i meridionali sono biologicamente degli esseri inferiori dei semibarbari o dei barbari completi, per destino naturale». Así se hizo, también, la unidad de Italia. El problema es que no es verdad que el sur fuera pobre. Nápoles, en el tiempo de la invasión piamontesa, era la tercera ciudad europea en población, la primera que tuvo agua corriente y que se convirtió en un centro industrial expoliado por los hombres del norte.

Curiosamente, en el caso de las guerras de unidad italianas, unos italianos nacionalistas mataban, encarcelaban y saqueaban a otros italianos no-nacionalistas, y sin embargo, los buenos, vistos desde la cultura central española, son los agresores nacionalistas de Garibaldi sobre los ciudadanos no-nacionalistas. Es curioso como el nacionalismo siempre es bueno si es para anexionarse y malo para liberar.

Total, que el caso es que Lombroso hizo fortuna, aunque sus teorías no resistieron el paso del tiempo. Hoy sin embargo, entre algunos miembros de la mad-press, vuelve la moda del componente genético del desgobierno. Se considera que el pueblo catalán debe ser gobernado desde fuera por su bien. Porque, como les pasaba a los napolitanos, se encuentran genéticamente incapacitados para la política. Ya en 1888 esta tesis hacía fortuna en los labios del ministro Carlos Navarro Rodrigo: «La petición de los llamados catalanistas no puede ser considerada en aquel país de la sensatez y de la cordura , sino como una extravagancia de una minoría insignificante […] Y Todavía añadiré más, hasta como un acto de demencia». Catalanismo: solución psiquiátrica. Volvemos a Clarín cuando escribe sobre los independentistas cubanos en 1896. Él distingue dos tipos de indepes: «los que pueden ser cuerpos extraños que, luchando por la independencia de Cuba, pretenden sencillamente robarnos un pedazo del territorio», y por otra «los que son tan españoles como nosotros, aunque extraviados por la locura del separatismo». Los locos y los ladrones. O loco y ladrón a la vez como es el caso irrebatible de «Arturo» Mas.

Los ejemplos son infinitos. Santiago González desde El Mundo ejercitó la diagnosis: «El soberanismo catalán se ha expresado en los últimos tiempos con un lenguaje que bordea los síntomas de la enfermedad mental». Pero las causas no son claras. Se suele hacer un diagnóstico descrito muy a menudo con componentes bien físicos o bien genéticos que hacen que la manía nacionalista, como las cataratas en los ojos, nos ponga un velo que todo lo confunde. Ya saben lo que dice el marqués Vargas: «El nacionalismo (catalán se entiende, no peruano) es una tara». Un mal físico que, con buena alimentación y cariño se puede paliar.

También es incontrovertible que el soberanismo mata. Así lo pensaba en enero de 2013 la Confederación Española de Asociaciones de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales. Una organización nada sospechosa de facherío que denunció unos datos preocupantes sobre el aumento de contagios del VIH en Cataluña y concluyó que había que: «tener más cuidado de la salud pública y menos de los arrebatos soberanistas». No se dijo que ese aumento en los diagnósticos era por una mayor política de prevención, que descubría más casos que en otros lugares. Pero bueno, no vamos a entrar en detalles pejigueros. Ser indepe es una enfermedad, o por descuido o por maldad. Psiquiátricamente es una neurosis, un delirio paranoico, una suspensión de la razón. No lo digo yo, lo dice el editorial de La Gaceta del 8 de junio de 2013: «Esto no quiere decir necesariamente que los separatistas sean mayoría en Cataluña, sino que el buen juicio, el manido seny catalán, está dejando paso a la rauxa, que no es rabia como muchos piensan, sino que puede traducirse como un espasmo sentimental súbito que lleva a tomar determinaciones escasamente racionales: lo que en buen castellano se llama un repente».

Yo, que llevo de indepe más de una década, resulta que he vivido todo este siglo en un repente irracional. No me molesta por mí, porque estoy tarado; lo que me indigna es que mis amigos nonacionalistas no me hayan enviado a rehab, como cantaba la Winehouse.

La locura catalana podría sin embargo tener remedio. El economista Juan María Blanco, en su artículo para el diario electrónico Vozpópuli del 12 de noviembre de 2012, es bastante condescendiente con los catalanes. Todos los pueblos sufren la crisis, algunos aplican soluciones industriales o monetarias, y otros, soluciones neurasténicas: «El ser humano tiende a mostrar inseguridad con respecto a su identidad, cualidades, valores o la propia autoestima, algo que se acrecienta en momentos de crisis económica. Identificarse con una nación, sea esta real o imaginada, lleva al sujeto a atribuirse todas las supuestas cualidades y virtudes de una idealizada colectividad». Se refería, claro está, a los catalanes. El pueblo catalán, afectado por un complejo freudiano, quizá por odio a Wifredo el Velloso y amor a Ermessenda de Carcasona o al revés, vive la política como una neurosis, y su nacionalismo «le permite aliviar esos conflictos interiores, contradicciones e inseguridades que aquejan a todo ser humano, y que proyectan hacia el “enemigo”», explica Blanco. La locura española, no sabemos si atribuida a las aguas o al aire contaminado, nos hace un pueblo delirante, como titulaba aquel documental de Telemadrid del año 2012: «Cataluña: Independientes de la realidad». ¡Es urgente fundar un Partido Lacaniano de Cataluña! No necesitamos un fondo de rescate, ¡necesitamos terapia a fondo! No nos deis dinero, queremos electroshocks.

Finalmente, el influyente periodista de la mad-press Jesús Cacho se dejó de puñetas en enero de 2012 y abrazó la vía lombrosiana, la que asegura que somos naturalmente un pueblo loco de padres a hijos: «Solo la genética, la ausencia de una auténtica fibra moral, permite entender la irracionalidad de ese envite independentista, lesivo para los intereses a largo plazo de la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles». Pero lo que queda claro es que los catalanes, de manera milagrosa, ya que tenemos muchos genes españoles, nacemos sin el gen de la fibra moral (no de la fibra de ir a hacer de vientre). Lo curiosos es que los votantes de Ciutadans sí tendrían este gen, lo que haría del caso catalán un excepcional caso de estudio: ¡transmisión de material genético a través del voto!

Algunos autores de la perspectiva lombrosiana no creen que los catalanes seamos locos de tipo, sino que estamos engañados porque somos unos bobos. Se trata del CBF, es decir el Catalán de Buena Fe.

Ya Ortega y Gasset, en una carta a Azaña escrita mientras se debatía el Estatuto de 1932, hace unos añitos, planteaba el mismo tópico que hoy padecemos: «Hay muchos catalanes catalanistas que en su intimidad hoy no quieren la política concreta que les ha sido impuesta por una minoría».

De los españoles engañados por el Felipe del «OTAN, NO», de los engañados por el programa del PP de 2011, de los engañados por las armas masivas de Aznar, los únicos enfermos somos los engañados por el nazionalismo. Los otros son engañados normales, es decir, buenos españoles.