«Estaba deseando que viniera usté para acá…
Señoritooooooo.»
FERNANDO FERNÁN GÓMEZ
Una de las grandes metáforas políticas de Occidente ha sido la de la Nave del Estado. Ya Heráclito, el filósofo de los fluidos, comparó la situación política de la ciudad de Mitilene con una nave en medio de la tormenta, y alentaba a la tripulación a llevarla a buen puerto. Exactamente la misma metáfora que empleó el presidente Mas en su investidura de 2012. Lo que demuestra que, o bien Mas es un fan de los presocráticos, o bien que no se ha inventado nada nuevo en el Mediterráneo desde hace tres mil años, lo que a mí, particularmente, me tranquilizaría. Gobierno, en suma, viene del griego kubernetes, que no es más que un timonel.
Y dentro de este ambiente marinero, una palabra que el dependentismo ya hace tiempo que utiliza para describir el movimiento hacia la soberanía: la deriva. No es inocente. España, obviamente, tiene un rumbo; Cataluña, una deriva. El soberanismo político no puede saber dónde va porque es, en esencia, un movimiento enloquecido, irracional. Por tanto, el indepe va, tanto si quiere como si no, a la deriva. Se trata de un símil que ha cuajado. Desafío a encontrar en la mad-press a alguien que alguna vez haya escrito «el camino soberanista». Lo que sí admiten es eso tan horrible de la «hoja de ruta». La cosa curiosa es que Mas, pongamos por caso, tiene una «hoja de ruta» para seguir «a la deriva». Por si ustedes son de tierra adentro, como aquel pastor del poema de Joan Maragall que se enamoró de una sirena, les cuento porque es curioso: ir a la deriva no es ir perdido, lo que la expresión describe es cuando el barco está gobernado por las corrientes. Así que, en contra de lo que piensa la mad-press, el presidente Mas sí va a la deriva, ya que se va a poner a gobernar, digamos, llevado por la corriente popular.
La náutica se solapa con la mitología del flanêur, del paseante ocioso que se deja llevar. O eso parece, por la insistencia en lo de que el proceso es un camino a ninguna parte. Lo dijo en octubre de 2013 Óscar López, el secretario de organización del PSOE, Enric Sopena en mayo y Miquel Iceta en septiembre. La expresión se encuentra en El Correo Gallego, en FAES y el Diario de León. Zapatero, Jesús Cacho, Francesc de Carreras, El Confidencial y La Sexta optaron por otra versión: el viaje sin retorno. Es raro que no tenga retorno si no se va a ninguna parte. En mi casa, de toda la vida, a un viaje a ninguna parte se le llama un paseo. Y no molesta a nadie.
El tercer símil es arquitectónico: el callejón sin salida. Algunos titulares: «Rubalcaba alerta a Duran del riesgo de meter a Cataluña en un callejón sin salida». Pere Navarro cree que: «Mas lleva a Cataluña a un callejón sin salida». La Razón del 31 de octubre de 2012: «Mas, callejón sin salida». Cospedal: «Mas se ha colocado a sí mismo y a su partido en una situación sin salida».
Detesto ponerme zen, pero cualquier callejón sin salida siempre tiene una salida. Se trata de dar la vuelta y deshacer el camino que nos ha llevado hasta allí. Y si la lucha plurisecular y mayoritaria para encajar en una realidad estatal española no chuta, es legítimo devanar el hilo de Ariadna para salir del laberinto. Lo que no haría nadie, y menos un pueblo, es, ante un muro, quedarse quieto mirando los ladrillos esperando que se disuelvan, y menos aún si estos ladrillos son de la solidez sacra de la Consti.
El mantra del callejón sin salida tiene además un aspecto de paternalismo irritante. Cuando los catalanes se den cuenta del error, volverán atrás y, como cantaban en una comedia musical sobre la revuelta cubana (Españoles sobre todo, 1887), la madre generosa que es la patria grande nos volverá a acoger: «Arrepentidos vuelvan acá / que siempre España perdonará. / Vuélvanse todos en santa paz / y viva, viva / la integridad».