27.
“Somos nosotros, precisamente quienes lo defendimos en el juicio, los que haremos de verdugos. Hemos sido seleccionados por Jerónimo para darles escarmiento a los demás, para mostrarles a los niños de la columna, unos cinco o seis que tienen menos de quince años, que en la revolución se deben matar incluso los amigos, los compañeros de combate y si es necesario también los hermanos o los padres cuando son considerados traidores. Desde el momento de conocer la noticia no he tenido sosiego, incluso le supliqué a Verónica que hablara con Jerónimo para que no cometiera ese atropello. ‘¿Por qué yo?, ¿si ellos me nombraron defensor de oficio? Hay quienes –le dije–estarían gustosos de clavarle a Chorro de Humo un tiro en la cabeza o en el centro del corazón. Hasta yo en otra época lo habría hecho, él tuvo la desvergüenza de amenazar a mi madre con su fusil y eso no se me ha olvidado’. Por qué no escogieron a Lascario o a Garrapacho o a Alma Nubia o por qué no pusieron al bobo de Renato o a la imbécil de Mireya, que hacen lo que les diga Verónica o lo que ordene Garrapacho, o Sebastián, el amigo de Verónica, que es un incondicional de ella, más ahora, contento como está de recuperar a su novia.
“Verónica desoyó mis súplicas, me mostró el cobre, me enseñó a no confiar en personas que, como ella, vacilan en algunos momentos o tienen sentimientos encontrados; a la hora de la verdad terminan defendiendo sus intereses personales y para Verónica, queda demostrado, lo importante era mantener los privilegios del poder otorgado por Jerónimo, los que le brindan oportunidades como las de manejar las comunicaciones del campamento, las conexiones con el Secretariado y con los altos mandos. Así como apareció en mi vida, así se esfumó. Tal parece que le hubieran asignado la misión de conquistarme con algún objetivo en particular y no creo que haya sido simplemente para que fuera un defensor de oficio en el juicio a Chorro de Humo. Ahora me fastidia haberme humillado ante ella, cometí la estupidez de decirle que lo hiciera por nuestro amor. Y ella se burló, se sonrió con esa sonrisa que refleja un pensamiento sarcástico, se calló, no dijo nada.
“Así que este día es un martirio. Los cinco estamos cabizbajos. Recorremos el camino desde las hamacas hasta el comedor con el corazón apretado. Los indios no hablan. He tomado la decisión de no dar en el blanco y se lo he pedido a mis compañeros. ‘Que lo maten los que lo condenaron –es mi razonamiento–, no mis compañeros y yo’. Mis amigos tienen miedo de ser luego fusilados. Nos clasificarían como traidores y no tendríamos escapatoria. En el desayuno, mientras tomamos los primeros tragos de café, no somos capaces de dirigirnos la palabra. Apenas si nos miramos y fruncimos el ceño. Algunos, en solidaridad, nos palmotean en el hombro. Luego viene la parada militar y Jerónimo habla de la marcha hacia un campamento en el sur. Se ha filtrado la noticia de que iríamos a Miraflores porque se pondría en movimiento un programa para soltar algunos de los retenidos y transferir otros más a una de las columnas del frente oriental. ‘Se le dará una señal a la comunidad internacional sobre cómo la guerrilla de las FARC es respetuosa de los derechos humanos’, dice.
“Luego, cuando todos se retiran a sus habituales oficios, nos llama Lascario y se reúne con nosotros. Nos habla quedo y nos pide que no alcemos la voz. Nos explica el lugar en donde se hará el fusilamiento. Nos dice que le debemos apuntar al corazón o a la cabeza. Una muerte rápida, sin sufrimiento. Nadie podrá fallar, para eso estamos entrenados. Ninguno de nosotros podrá hablar con el traidor, ni dejarse intimidar por lo que él diga. Los traidores siempre tratan de disminuir el valor de los buenos revolucionarios. Esa es una táctica para hacerles fallar la puntería en el último instante. Los disparos deben ser simultáneos. ‘Revisen sus fusiles –dice–, ¿todo está bien?’, pregunta y nosotros asentimos y marchamos con él al sitio, con el fusil en la mano, como una carga más del agobio que nos embarga.
“Al llegar al sitio Chorro de Humo se encuentra amarrado a un árbol, con los ojos vendados y el cuerpo crispado. Viste una camiseta blanca y una sudadera gris. Cuando nos acercamos parece escuchar el ruido que hacemos al caminar. Bajo el vendaje de los ojos se percibe su intención de descubrir quiénes somos sus verdugos. Mueve la cabeza, levanta las cejas tratando de correr el pañuelo que lo cubre, sus manos están empuñadas, los pies fijos en el suelo. Hace sonidos con la boca y no pronuncia palabra. Nos ubican a unos veinte pasos. Detrás de él está la selva y las ramas de los árboles se mueven con el viento. Normalmente desde ahí es imposible fallar. Todos hacemos polígono semana tras semana. Cuando no lo hacemos es porque estamos sin munición. Armamos las recámaras y nos ponemos en posición. Lascario dará la orden.
—¡Soy inocente! –grita Chorro de Humo. Lascario hace la señal de que guardemos silencio. Lo está tomando a pecho, de una manera profesional.
—Atención. –Nos pide que nos preparemos. Incluso yo creería que disfruta su papel.
—¡Somos compañeros de la misma causa! –vuelve a gritar Chorro de Humo y se le ahogan las palabras.
—Apunten –es la exigencia de Lascario. Es fácil darle en cualquier lugar, incluso en una oreja si eso fuera lo que quisiera.
—¡Son unos cobardes, me engañaron, ¿dónde está la solidaridad con alguien que ustedes saben es inocente?!
—¡Fuego!
“Sé que disparé pero de inmediato perdí el sentido; las cosas a mi alrededor daban vueltas, no veía a Chorro de Humo, se me había perdido de la vista; sentía el deseo y la necesidad de girar mi fusil y propinarle un disparo a Lascario. Sería una venganza, quizás dulce; una forma de terminar la situación. ‘Si no fuera por Sulay’, pensé en el último segundo antes de abrir fuego. Escuché el estruendoso ruido de los fusiles disparados al mismo tiempo. La vista se me nubló, sentí que me sudaban la espalda y las manos, y aunque supe que disparé, ni siquiera sabía hacia dónde se había dirigido la bala. Después sentí que alguien me hablaba y luego me sacudía del brazo y no alcancé a saber quién era ni por qué me movía. Tenía miedo de haberle dado a Chorro de Humo y de ser el causante de su muerte. Era probable, con un tiro bastaba. Sé que caí de rodillas y me sostuve con el fusil, lo que me impidió rodar por el suelo. Tras unos segundos sentí que alguien me palmoteaba en el hombro, y no alcanzaba a distinguirle el rostro, bajé la cabeza para sentir de nuevo que la sangre circulaba por mi cuerpo. Escuché en ese momento los ruidos desbocados de mi corazón.
“También oí voces que se alejaban y órdenes imprecisas que no sabría cumplir. Las palabras se confundían con los sonidos de mi respiración ahogada. Silbaba el aire al entrar y al salir. Las palabras salían como si estuvieran en una caverna y el eco se devolvía en mil sonidos, eran estridencias que se repetían varias veces y resonaban en mis oídos. Se confundían estas voces con la de alguien que quería hablarme al oído. Me temblaba el cuerpo y el sudor rodaba desde la frente hasta mis labios y era salobre y pesado. Después hubo una ausencia, un espacio en blanco en donde no había sonidos, ni luces ni sombras, solo estrellas incoloras.
“Cuando vuelvo en mí, veo que Morris permanece a mi lado y me dice como consolándome que todo pasó, que no es culpa nuestra: ‘son ellos los responsables de lo ocurrido, a nosotros simplemente nos obligaron a hacer lo que no queríamos. Es una injusticia, claro, si el negro no hubiera muerto seríamos nosotros los que estaríamos allí amarrados o de pronto nos obligarían a que yo te matara a ti o a que tú mataras a Elián o, más grave aún, que Koya matara a Necul’. Todo alrededor es un espacio de muerte y es necesario dejar que las ideas se sedimenten y queden en el fondo, para que sean descartados el pensamiento sucio, las mentiras, las traiciones, los sentimientos atravesados.
“Entonces noto que las cosas se están volviendo claras y levanto la cabeza. Aparecen las figuras y las sombras que dejan los contrastes de la luz. Veo de nuevo algunos rayos de sol que penetran por entre los árboles. Al frente, aún pegado al árbol, desgonzado hacia un lado, el cuerpo de Chorro de Humo sigue amarrado con las mismas cadenas. Un hilo de sangre baja por su mejilla. Trato de mirar en dónde fue el impacto y me parece que uno de los disparos está en la cabeza. Contra el tronco del árbol hay una mancha de sangre y se ha astillado la corteza. También hay sangre en su pecho y el peso de sus brazos aún los hace danzar a lado y lado.
—¿Quién le dio? –Mi pregunta espera una respuesta que me libere de la culpa, las dudas me asaltan.
—Todos menos usted –me dice Morris al oído, a sabiendas del vahído que me asalta.
—¿Por qué le dispararon todos? –No quisiera incriminarlos, aunque sospecho que tienen razón.
—Para evitar que se descubriera que tú no le ibas a dar. –Fue una respuesta para aliviar mi angustia.
Cada uno de nosotros dirá que fallamos. Ya lo decidimos.
“Efectivamente mi disparo parece que salió hacia el aire y Lascario ni siquiera se dio cuenta. En esos casos es fácil percatarse, el sonido silba en el aire y permanece más tiempo. Se prolonga. Simplemente Lascario se acercó al cuerpo de Chorro de Humo, le vio el orificio en la cabeza y le detectó los disparos sobre el corazón; quedó satisfecho, no se imaginó que faltara un orificio y que alguna bala no hubiera penetrado y se retiró. ‘Es mejor que nos vamos, antes de que se les ocurra que nosotros somos los que debemos enterrarlo’, Morris me levanta por las axilas y me ayuda a dar los primeros pasos. Yo estoy bien, así que puedo caminar solo; nos dirigimos a las hamacas y nos tiramos cuan largos somos.
“Hubo quienes procedieron a desamarrar el cadáver, lo pusieron en el suelo, fisgonearon sobre los orificios que le encontraron, se dieron cuenta de que alguien falló. Luego lo llevaron en una hamaca, abrieron un hueco en la tierra y lo sepultaron, sin que hubiera para su tumba un nombre, sin una inscripción que dijera algo sobre su existencia, así fuera solamente que había amado a Astrid y que había muerto por ella; sin una cruz, sin flores, sin salvas de balas, sin discursos. Ni siquiera lo enterraron con los restos de Astrid, ni los de su hijo, para que alguna vez se juntaran; alguna, si eso fuera posible. La orden era dejarlo en el anonimato. Jamás hubo en los archivos ni en las memorias un guerrillero negro apodado Chorro de Humo; nunca estuvo en el campamento de Jerónimo, ni tuvo relación alguna con una mujer a la que embarazó, allí no se realizó ningún juicio, no hay pruebas de ello ni existe un lugar marcado en donde alguien pueda encontrar un cadáver.
“En algún sitio habrá una mujer llorando por su hijo, por haberlo visto marchar y no volver a saber jamás nada de él. En algún otro lugar seguramente habrá otra mujer que sueña con algunos días de felicidad a su lado, unas noches de amor, algunas caminatas por las playas del río Ajajú tomados de las manos, y de pronto desapareció sin mediar explicación, los sueños se esfumaron y unas amigas le dijeron que se había marchado con los guerrilleros de Aldemar. Y es posible que un hijo desconocido, en un poblado remoto, quizás en Buenos Aires o en Cartagena del Chairá, piense en un padre del que su madre le contó que un buen día se esfumó y anda por ahí cruzando ríos torrentosos y abriendo caminos en la selva. Ellos no sabrán jamás qué le pasó, si vive o no, simplemente no existe, ha sido declarado en el olvido.
“Lo que más me afecta es que mientras yo no he podido sacar ese día de mi mente, la mayor parte de mis compañeros no piensan en lo que ha pasado. Intento hablarles del tema y de inmediato cambian de conversación. Han tomado en serio eso de olvidar, de borrar de la mente la mayor parte de las cosas. Es como si los acontecimientos precedentes no jugaran un papel en el futuro que nos espera. Verónica, por ejemplo, me esquiva y elude la posibilidad de encontrarse conmigo; además se mantiene con Sebastián. Morris y Elián alegan estar ocupados y eso los ha distanciado. Tatiana, con quien hablé una vez en el río mientras lavaba unos calzones, se ha vuelto amiga de La Sombra y él viene dizque enseñándole enfermería. Cree que esa muchacha tiene talento para la medicina.
“Con las únicas personas que he logrado conversar es con los indios y el tema siempre es alrededor de Sulay. ‘Vamos por ella’, les digo y ellos se muestran temerosos, yo sé que lo están pensando. ‘Jerónimo anunció viaje a Miraflores y eso queda muy lejos’. Me quedo pensando; de todos modos es más cerca del Apaporis y debe haber caminos hacia el río. Lo único curioso es que como Tatiana se mantiene tan ocupada en eso de ver pacientes, hacer curaciones y formular tratamientos, Leyla Sofía permanece muy sola y me he encontrado con ella en el río. Una vez fue mientras se bañaba; en esa ocasión apenas la observé de lejos, nos sonreímos al mirarnos, y la segunda vez es hoy y me la encuentro lavando ropa. Aprovecho que conozco el cuento de unos calzones que ella le regaló a Tatiana. Le quedaban grandes. Eso fue objeto de burlas sobre las caderas de las mujeres del campamento. Le hablo entonces de Tatiana.
—Qué curioso –le digo–, en estos días me encontré con Tatiana y estaba lavando unos calzones que le regalaste. –Leyla Sofía se sonríe.
—Sí, ella me contó, a mí me quedaban grandes.
—Ah, con razón, ella es de caderas responsables.
—No se burle. Ella es gustadora.
“Leyla Sofía me recuerda a Sulay por su porte de india. Tiene los ojos un poco rasgados y son de color oscuro, como el pelo. Mira con cierta picardía y todavía se ve como una niña. Es bella y delgada, de senos pequeños y hábil con las manos. En sus ratos de descanso hace cestas con hojas de palma y en el campamento hay muchas cosas que se guardan en ellas. Cada vez que salimos corriendo hay que dejarlas tiradas. Mas ella es entusiasta y siempre comienza de nuevo su tarea, en especial si estamos en sitios estables.
—Mi madre me surte de ropa interior cada vez que voy a Las Brisas.
—¿Las Brisas? ¿Es donde está el comandante Aldemar?
—No, él está en Buenos Aires. Eso es en el camino, al otro lado del Apaporis, en el Caquetá.
—¿Usted es de allá?
—Sí, mi madre y mis abuelos viven allá.
—¿Y su padre?
—Lo mataron los paramilitares. Le ayudaba a la guerrilla. Desde eso decidí entrar al movimiento, para vengarlo.
—¿Eso queda en el área de influencia de Aldemar?
—Aldemar es el jefe de toda esa zona hasta el Caguán.
—¿Y usted lo conoce a él?, ¿o conoce a un guerrillero de nombre Natanael?
—No, yo no me quise ir para ese frente, ellos son responsables de que a mi padre lo hubieran asesinado. No le dieron protección y él cuidaba un cultivo de ellos.
—¿Y has ido a su campamento?
—No, no me interesa, sería capaz de insultarlo y eso le puede traer problemas a mi madre.
“Tengo un presentimiento. Creo que Leyla Sofía me ayudará a encontrar a Sulay, quien anda huyendo de la guerrilla y de ese tal Natanael. Está cerca de Las Brisas, allí vive la familia de Leyla Sofía. Le preguntaré cómo puedo ir hasta allá. Hablaré con su madre. Estoy dispuesto a fugarme y hacer lo que sea para encontrarla”.