31.

Morris está preocupado y busca a Elián. “Qué será que Jónatan no aparece”, el otro lo mira con el ceño fruncido. “No tengo idea –le responde–, como me pidió que cambiáramos de turno debe ser que aún está dormido, se lo dice a Morris a modo de explicación. “Voy a buscarlo”, Morris no esconde su preocupación y reitera: “no vino a desayunar antes de irse a dormir y eso sí es lo más raro que me ha tocado ver”. Toma el fusil que había dejado tirado sobre la tierra, lo pone al lado de su morral y se dirige a las hamacas. Al llegar, ve lo que parece su cuerpo todavía envuelto en las cobijas. Se extraña. “¿Y con este calor?”, piensa. Lo toca con algo de temor como si pensara que está muerto y le parece extraño ver la cobija hundirse entre sus dedos, lo destapa y con sorpresa observa un bulto de hierba envuelta en una de sus camisas. “Dios mío”, piensa y mira para los lados. No ve a nadie cerca y al parecer ninguna persona del campamento lo está mirando. Vuelve a cubrir el atado de hierba con la manta, confirma que nadie lo haya visto y se dirige a paso rápido adonde está Morris. Llega casi ahogado y tembloroso. Las palabras casi no le salen. Elián piensa lo peor al verlo llegar en semejante estado.

—No se encuentra –le explica–, hay un bulto con hierba en su hamaca.

—¿Se fue? –Ambos están pálidos.

—No podemos decir nada, hay que darle tiempo. –Elián opina que se deben hacer los bobos.

—¿Y si alguien me vio yendo hacia la hamaca de Jónatan? –Miran en derredor.

—Todo mundo está como desprevenido. Eso es tranquilizante; hay que pensar en algo por si acaso.

—Si alguien me vio, diré que yo vi de lejos que estaba dormido y lo dejé descansar.

Ellos saben que los van a abordar, serán interrogados, los tendrán en la mira. Por eso Jónatan no les quiso contar, para no involucrarlos. A las once de la mañana, un guardia pasa haciendo ronda por el lugar y se extraña de que Jónatan no se hubiera levantado. También le parece raro verlo cobijado y con la cara tapada; es cuando descubre su ausencia y da la alarma general con un grito. Luego corre hacia las carpas de los comandantes, pide permiso para que lo dejen pasar y anuncia la noticia. Jerónimo, al escuchar que alguien ha huido, convoca a los comandantes y de inmediato se inicia la búsqueda por los alrededores del campamento. Mientras esto ocurre, llaman a consulta a Morris, Elián, Koya y Necul y estos son interrogados con amenazas y sospechas, como si fueran responsables.

Todos dicen no saber nada. Garrapacho reúne a la tropa y pregunta si alguien lo ha visto y también consulta quién fue el último en verlo. Garrapacho le cuenta a Jerónimo que Jónatan solicitó acompañar a Lascario, Tatiana y Leyla Sofía en su viaje a Buenos Aires, y por supuesto le fue negada la petición por absurda. Sabían que no era un tipo en el que pudieran confiar. “Ellos salieron solos esta mañana”, explica Francesina, quien había estado sirviendo los desayunos. “Él tomó café temprano, se despidió de los viajeros y yo lo vi salir para las hamacas; acababa de terminar su turno”. Verónica, adelantándose a las órdenes de Jerónimo, ha dado la alerta a los anillos de seguridad y allí le responden que por esos sitios solamente han pasado las tres personas autorizadas.

De inmediato un comando guerrillero con veintiséis hombres al mando de Ciro Eladio inicia el barrido del terreno en forma circular. Es un procedimiento de rutina; todos salen de manera radial y barren los primeros kilómetros; buscan huellas y se comunican entre sí. Si existe algún indicio claro, podrán definir por dónde continuar la búsqueda. “Hay que dar con él, cuando lo vean mátenlo”, ordena Jerónimo, “queda claro que es un traidor”. Verónica corrobora: “sí, claro, es un traidor, yo misma lo he comprobado”, y mantiene contacto permanente con los anillos de seguridad y con las diferentes compañías y además alerta a los comandos de Miraflores, de Puerto Palermo, de Calamar, de Veracruz, de Barranquillita, de San Vicente del Caguán y de Buenos Aires. “Todavía no hay que enterar al Mono –alega Jerónimo–; esperemos un poco, si tenemos otro fracaso no nos van a perdonar”, y los demás asienten, claro, es el jefe y si hay algún castigo todos quedarán involucrados.

Lascario, Leyla Sofía y Tatiana son alcanzados por una escuadra en las cercanías de Cerro Campana. No es difícil llegar hasta ellos, realmente no vienen de afán. Su viaje es un paseo, son unas vacaciones, es casi una correría de placer, lograda por una gratificación a su trabajo arduo y sacrificado; si no fuera por las incomodidades del viaje, sería una caminada inolvidable. Cuando los localizan son puestos al tanto de lo ocurrido. “Nada sabemos –responde Lascario–, él se quedó en el campamento, nunca dio muestras de sentirse molesto por no haber obtenido el permiso”. De inmediato los hombres enviados por Jerónimo los ponen en contacto con su jefe, quien al escuchar que Jónatan no se encuentra, les ordena estar alerta, por si acaso, y les recomienda prevenir a los compañeros en Dos Ríos, en Las Brisas y en Buenos Aires y a los amigos que se encuentren en la región, para que ese traidor no se vaya a escapar. “Lo que quería era que le cubriéramos la huida –recalca Lascario ofendido por el engaño–. Menos mal que Garrapacho fue precavido”.

—No puedo creerlo. –Tatiana, que lo había defendido, se arrepiente de haber intercedido por él.

—Quién lo creyera, lo que quería era fugarse. –Leyla Sofía está desconcertada y se ve triste.

—Aprovechó nuestra salida. –A Lascario le incomoda que lo utilicen. No faltaba más.

—Él debió haber salido para Miraflores, pues lo que quería era ir a Puerto Palermo a ver a su madre. –Leyla Sofía asegura que su interés no era llegar a Buenos Aires.

—Cierto, para qué ir a Buenos Aires, si su destino era al otro lado. –Tatiana cree en la lógica.

—No, no –complementa Lascario–, yo en la lógica sí no creo, el hombre es muy raro.

—Y yo que creí que quería acompañarnos. –Leyla Sofía reitera su frustración.

Lascario asume sus responsabilidades como comandante. Nadie tiene que decire qué debe hacer para asumir la responsabilidad que le corresponde en la investigación. Por eso les prohíbe hablar en el camino; “esto no es una recocha, deberán estar atentas y no pueden olvidar que de pronto el hombre nos está siguiendo los pasos. Qué tal que haya estado ahí siguiéndonos la huella”, habla sin parar. “Hay que indagar siempre las posibilidades”. Por ello pide unos minutos para pensar y de ese modo tomar las mejores decisiones y se va a un pequeño alto de los que componen las estivaciones del Cerro Campana y desde ahí, a la vera del camino, se dedica a contemplar el paisaje para despejar la mente y reflexionar sobre lo que deben hacer. Ellas no saben entonces cómo comportarse y se quedan conversando con el grupo de guerrilleros que les dieron alcance y que se muestran alegres con ellas.

La búsqueda fue positiva. Uno de los guerrilleros de Ciro Eladio encontró cuatro huellas distintas a unos pocos kilómetros del segundo anillo de seguridad. Eran dos botas de dos hombres y dos de mujeres. “Ellos iban juntos”, asegura el hombre. “Qué pasa con Lascario, cómo va a ser que un hombre de nuestra confianza le haga el juego a ese traidor”, Jerónimo está que arde de la ira. Garrapacho, más moderado que su jefe, expresa que él es capaz de poner las manos en el fuego por su amigo Lascario: “él es un hombre íntegro –recalca–, un revolucionario a carta cabal”. Y La Sombra, que también está contrariado porque se ponga en duda la lealtad de sus pupilas, dice confiar a ciegas en sus muchachas. Quedan dudas entonces, alegan los jefes dando explicaciones. Como están cerca del segundo anillo de seguridad, pueden ser las botas de cualquiera de los guerrilleros de allá, en ese sitio hay mucha circulación. “Una de dos: o son de Jónatan o son de cualquier otro”.

—¿Han encontrado algo hacia Miraflores? –Garrapacho cree que si hay indicios hacia Miraflores o Calamar, eso ayudaría a aclarar la dirección que lleva.

—No han acabado de llegar los emisarios, podemos llamarlos – responde Ciro Eladio.

—¿Qué esperan?, háganlo de una vez. Llámenlos. –Jerónimo quisiera que esto se resolviera de una vez por todas. Cualquier demora en saber es a favor de él.

Y lo hacen. De inmediato se ponen en contacto con los hombres que están todavía cumpliendo la tarea y ellos aseguran no haber encontrado nada, aún falta un sector y piden una hora más para cubrir el resto del terreno. “Así que es mejor tener un poco de paciencia y esperar para no cometer equivocaciones”, se da el lujo Ciro Eladio de defender su posición. “Lleva algo de ventaja, si sabemos hacia dónde se dirige, podemos lograr que los amigos lo intercepten”.

Después de un buen rato de reflexión, la opinión de Lascario, al contrario de la de Tatiana y Leyla Sofía, es sobre la posibilidad de que Jónatan los esté siguiendo, y si eso es así ellos están corriendo el riesgo de que los consideren cómplices. Tatiana no lo cree cierto o no quisiera que fuera cierto; acepta que si esa es una posibilidad le deben tender una trampa y Leyla Sofía no dice nada, pero termina por estar de acuerdo. “Una cosa dice el corazón y otra la razón”. La propuesta de Lascario es que ellas sigan adelante, él se esconde en un sitio estratégico y si Jónatan los está siguiendo, él le sale por detrás y le dispara. “No – dicen ambas al unísono–, no es necesario”. Lascario acepta. “Sería un desperdicio”, expresa Tatiana y sonríe. Se encontrarán más adelante en un sitio conocido, aquel en donde se divisa, por primera vez desde lejos, el río Macayá. Los tres conocen el lugar, ahí han pernoctado en otras oportunidades.

Cuando la información se ha completado y han regresado los guerrilleros que componen el grupo que hizo el barrido del terreno, se hace una conferencia en donde se analizan los hechos. Definitivamente no hay indicios de que Jónatan tomara el camino de Calamar, ni tampoco el de Miraflores, a menos que se haya ido por los caños y hubiera borrado cualquier huella. La posibilidad de que acompañara a Lascario y su grupo sigue siendo alta, aunque es difícil saber si esa huella de botas es de él, porque es cierto que por ese camino circulan muchos guerrilleros de los dos anillos de seguridad. Sin embargo, Jerónimo autoriza a Sebastián para que con un pequeño grupo de seis hombres sigan buscando alguna posibilidad. Lascario debe recibir la orden de interceptarlo ante la eventualidad de estar camino a Buenos Aires.

Jónatan, el traidor según el juicio de Jerónimo, está virtualmente cercado. Viéndolo bien, sobre él se tiene un verdadero círculo envolvente. Por el norte lo esperan en Puerto Palermo, por el nordeste en Miraflores, por el noroeste en Barranquillita y Calamar, por el sur en Las Brisas y en Dos Ríos, por el occidente en Buenos Aires. Y si trata de irse por el oriente, navegando si consigue quien lo lleve o nadando por el Apaporis si le sobran agallas, no pasaría de Veracruz. “Sobre Lascario, Sebastián y Ciro Eladio está la responsabilidad de traerlo acá, arrastrado como un perro”, dice Jerónimo para cerrar la discusión.

Al terminar de circundar el Cerro Campana, hay una serie de pequeñas elevaciones y desde una de ellas puede divisarse el camino por lo menos en un kilómetro y a los lados la sabana se ve bastante despejada. Sería imposible que alguien los siguiera sin ser descubierto. Lascario le da las últimas instrucciones a Tatiana, se ponen de acuerdo en el lugar en donde deben encontrarse y se desvía de su ruta para subir al cerro desde donde vigilará la ruta en prevención de que Jónatan los esté siguiendo. A lo lejos Tatiana y Leyla Sofía lo ven subir por la ladera y luego miran cómo se acomoda, acostado sobre el piso y con el fusil al frente. Ellas están convencidas de que el hombre pierde su tiempo. No hay más que hacer, solo esperar a que se canse de vigilar y decida seguir el camino. Mientras tanto conversan y conversan y no paran de contarse historias sobre lo que quisieran ser alguna vez en la vida, especialmente si las cosas cambian.

Lascario cree ver algo, aunque el sol de la tarde le da de frente y lo encandila, se cubre un poco con sus manos y ve que la brisa mueve los arbustos y unas nubes oscuras empiezan a cubrir el firmamento. La posición asumida es incómoda y lo hace moverse de un lado a otro para buscar acomodo. Cuando lo logra se da cuenta de que ha desatendido la vigilancia. Mira su reloj y ve que han pasado treinta minutos. Si alguien los siguiera no lo haría a tanta distancia, no es lógico, en estos senderos es fácil perderse, cualquier demora puede impedir que se encuentre el camino y si se toma una ruta diferente se sale a otro lado. Piensa que ahora sí acepta la lógica y levanta los hombros. “Qué importa”. La tierra está seca, han pasado varios días sin llover, las nubes anuncian que habrá tormenta, luego decide no esperar mucho y reanudar la marcha.

Los informes siguen siendo negativos, nadie ha tenido la más mínima sospecha de que por su lugar haya cruzado un sujeto con la descripción de Jónatan. Todo mundo está alerta. Hay incluso brigadas de hombres en cada lugar explicándoles a los amigos la importancia de localizarlo. Tiene mucha información –dicen–, es peligroso para la organización. Si el ejército llegase a saber lo que él ha aprendido, el Frente Sur estaría en peligro. Verónica, que lo conoce a fondo, ha venido describiéndolo y en sus comentarios hace alusión incluso a pequeños detalles que para conocer habría que haberlo visto desnudo; por ejemplo, esa pequeña cicatriz en la nalga, consecuencia de un absceso que alguna vez le fue drenado. Esas explicaciones tan exhaustivas tienen molesto a Sebastián, que ha oído a Verónica informando por la radio sobre las señas particulares de Jónatan.

Sebastián, ofendido por los días en los que Verónica se amistó con él, no acepta como verdadera la razón de que la mujer estuviera haciendo un simple trabajo de inteligencia y ha asumido, por solicitud expresa hecha a Jerónimo, la encomienda de recibir la misión de encontrar al traidor, traerlo encadenado y servir de verdugo en el fusilamiento. No quiere incluso que nadie más participe en la ejecución. No acepta compartir con otro la muerte de ese sujeto. Aún no entiende lo que ocurrió entre él y su mujer y se lo reitera a Verónica; cómo así que para investigar qué pasaba tenía incluso que acostarse con él. “Me tenía que ganar su confianza”, le repite Verónica. Y entre alegatos y alegatos y celos que él reclama justificados, logra que Jerónimo le acepte que su conocimiento sobre la zona donde se presumía podía estar el reo era incomparable frente al que pudieran tener individuos como Lascario o muchachitas sin experiencia como las que lo acompañaban. “Además, sobre ese marica pesa mucha parte de la responsabilidad de esta desafortunada e inesperada fuga”.

Cuando las primeras gotas de lluvia comienzan a caer y se prevé una borrasca, Lascario abandona su refugio y sale a cuantas tiene. Incluso se cae al bajar por la ladera del pequeño risco en el que se ha subido. Se empantana el camuflado. Llega al camino y mira por última vez hacia atrás. Quisiera alcanzarlas de inmediato, pero los charcos comienzan a inundar el camino, la lluvia no le deja ver los obstáculos y muchas veces le parece haber perdido la ruta. Ahora se siente a merced de Jónatan, de su astucia. Si estuviera por ahí atisbándolo lo mataría sin remedio. Se demora más de lo que considera normal y es tanto el descontrol que ni siquiera se da cuenta de que Jónatan va adelante de él, muy cerca de Tatiana y Leyla Sofía; no alcanzó a saber que lo vio esconderse y subir al pequeño cerro escarpado y que cuando el sol lo cegaba, él le dio la vuelta al montículo en el que se encontraba y se le escabulló. Cuando al fin Lascario llega al lugar en donde se encuentran las dos guerrilleras, ellas, luego del chaparrón, vestidas con ropas secas y arregladas, han instalado las hamacas, las han cubierto con plásticos, han encendido fuego y se disponen a calentar las viandas que piensan compartir con su jefe.