35.

A Nicoi le dicen Nico y Sulay prefiere decirle Nicoi. Su mujer, Amira, le dice Nico, le suena más civilizado, dice. Los viejos la tratan como a la hija que se les fue y comparten con ella el amor especial que ella les refiere por el guerrillero que una vez vio en el río. “Los ojos son de un café intenso y tienen unos punticos amarillos. Yo creo que son estrellas”, les dice Sulay y ellos la ven como una niña tierna y enamorada. Ella es colaboradora y atiende parte de las labores de la finca: vigila las gallinas que se extravían en el monte buscando gusanos y semillas con qué alimentarse, les echa el maíz, recoge los huevos y también les ayuda a lavar la ropa y hacer la comida. Ella tiene miedo, sin embargo, miedo de que venga la guerrilla y se la lleve. No quisiera jamás volver a tener que ver a Natanael ni a ese señor Eloy. Ambos lo que querían era acostarse con ella. Lo único que la desvela es sentir ruidos parecidos a los que hacían esos dos hombres cuando caminaban por el monte.

—Si por alguna circunstancia viniera la guerrilla a buscarla, quiero enseñarle la forma de huir. –Nicoi se sienta a su lado y le pide que le ponga toda la atención.

De la manera en que lo cuenta Nicoi, parece sencillo. “Ir por el río Tunia, que es el que queda en la parte de atrás y también se conoce como Macayá, hasta un caserío en la llanura Yaguará. Al verlo no entres a él, sube por la quebrada hasta sus cabeceras y allí, desde lo alto, se puede ver una población que se llama La Macarena; de ahí sale una carretera a San Pablo, Los Pozos y San Vicente del Caguán; ese es un pueblo controlado por el ejército después de acabarse el despeje. Otra salida más corta que pudiera ser más peligrosa es tomando la misma quebrada y deben coger por un afluente que nace entre dos pequeños cerros muy visibles del Chiribiquete que están hacia el norte; de allí se entra a la llanura La Lindosa, que es por donde corre el río Itilla con una quebrada que no tiene comparación con nada que hayas visto, sus aguas son de colores. Ese río hacia abajo los lleva a Barranquillita, que queda cerca al lugar donde viven sus padres. Allí es donde los pueden estar buscando, deben creer que usted lo primero que va a hacer es intentar regresar a su casa. O la otra manera es seguir aguas arriba y llegar a un lugar desde donde, cerca al nacimiento, se divisa Calamar. Ahí hay una guarnición del ejército y los guerrilleros no acostumbran ir hasta ese sitio”.

Sulay repite la información en su memoria hasta grabarla. Respira hondo y piensa en la persona amada. Se imagina recorriendo con él los caminos y los ríos que los llevarán a la libertad. Varias veces hace con él ese recorrido imaginario hasta Calamar. Tiene el presentimiento de que es mejor ir a la guarnición militar para que él se entregue, pida protección y se puedan ir a vivir juntos, tener hijos y hacer una vida en familia. Después, cuando la guerra termine, volverá a visitar a sus padres y les llevará a los nietos. Sueña que él viene con la hija de Elodia, con esa indiecita de nombre Leyla Sofía, y que el día en que lleguen podrá conocer su nombre y relacionarlo con sus ojos, sus manos y con ese rostro que se ha quedado grabado para siempre en su memoria.

—Los micos andan alborotados y van en dirección a la quebrada. Puede que venga alguien –dice Sulay.

Sulay piensa de inmediato que pueden venir los guerrilleros por ella, se despide de los viejos, toma sus pertenencias y se va corriendo a un árbol cercano, a esconderse en su follaje. Nicoi tranquiliza a Amira; “déjela, es mejor que se esconda, puede ser nuestra hija que está de regreso, no hay seguridad”, le dice y Amira muestra una sonrisa de tranquilidad, “y si son los guerrilleros mejor que ella no esté presente, así podremos decirles que esa mujer que buscan, no la conocemos”. Ambos sonríen y se sienten cómplices.

—También hay vuelo de pájaros y se escucha el canto de una lora que no es ninguna lora. –Alguien la imita y ella lo sabe.

Nicoi y Amira se sientan en el corredor a esperar la llegada de los visitantes, que se presienten cerca. Sulay se ha subido a un árbol frondoso que queda justo detrás de la choza, se ha instalado en una rama, con buena visibilidad hacia el camino. Desde ahí puede escuchar la conversación de los viejos. También oye las loras que pasan en bandadas y los micos que andan en estampida y chillan en su huida. A lo lejos ve a un hombre que se acerca dando vueltas por entre el bosque. Viene rápido como si estuviera huyendo. Viste un pantalón café, un poco remangado por encima del tobillo, calza botas oscuras, tiene un morral en su espalda, usa una cachucha gris. Sulay siente opresión en el pecho.

Jónatan ha visto el rancho en un descampado y empieza a caminar con precaución. Ve a los dos ancianos en el corredor, no los aborda sino que atisba buscando a Sulay. No puede esperar mucho, están por llegar las mujeres de la guerrilla. Entonces decide acercarse y preguntar por ella. “Buenos días”, los saluda desde lejos, agitando su mano. Amira se levanta y Nicoi la retiene y la obliga a sentarse de nuevo. “Buenos sean”, le responde Nicoi. “Mi nombre es Jónatan y busco a una mujer, se llama Sulay”, les dice con una sonrisa mientras les extiende la mano para saludarlos. “No la conocemos”, le responde Nicoi y le da la mano. “Le provoca algo –le dice–, ¿tal vez una limonada?”, Amira se levanta a buscarla y Jónatan les agradece. Ella lo mira y cree reconocerlo en la descripción que les hiciera Sulay.

—Tiene usted los ojos de color café intenso y déjeme ver, sí, tiene unos puntitos amarillos como estrellas –Amira lo pronuncia duro para que Sulay la oiga mientras se dirige a la cocina.

Jónatan está extrañado de lo que acaba de oír, no sabe qué decir y el rostro se le enciende, y Nico lo interroga de nuevo. “¿Es usted de la columna de Jerónimo por allá en Miraflores?”. Jónatan está aturdido y gaguea. “Yo no vengo a hacerles daño”. Nicoi quiere saber si con él viene más gente. “Sí –responde Jónatan–, pero no conmigo, vienen su hija y su nieta con otra niña guerrillera de nombre Tatiana y con un jovencito de Las Brisas, Erminio”. Después le aclara que él los siguió. Sabía que ellas lo traerían hasta donde estaba Sulay, ellas no saben que él les ha seguido los pasos, sin embargo ellos conocen de su huida de la guerrilla y eso puede ser un problema para la seguridad de todos. Él solo desea irse con Sulay.

—Para mi hija Elodia saber que usted está acá no es un problema, ella quiere la felicidad de Sulay.

Sulay ha escuchado todo, sabe cómo se llama y está emocionada; antes de bajarse del árbol ha visto que las mujeres vienen a lo lejos; son tres y los acompaña un niño que hace sonidos como una lora. “Jónatan, Jónatan”, pronuncia ella dándoles nombre a las formas que permanecen en su recuerdo. Se apresura, deja sus cosas detrás del tronco del árbol y corre a su encuentro. Nicoi le señala a Jónatan la venida de Sulay. Sulay se acerca y lo mira a los ojos. “Sí, es él”, le dice a Nicoi y Jónatan la mira y se queda extasiado, no puede creerlo, le toma las manos, ella se lo lleva hasta el árbol en donde ha estado y le dice que se esconda hasta aclarar el asunto con Elodia. Ellas están por llegar. Él obedece sin decir palabra.

—Ya vienen. Están muy cerca –le dice Sulay a Nicoi.

Amira llega con la limonada y Jónatan se encuentra escondido y Nicoi le explica sobre lo ocurrido. Sulay y los viejos miran el camino hasta que los ven aparecer en la distancia. Sulay sale al encuentro de las mujeres. Corre con toda la felicidad en sus ojos. Abraza a Elodia, reconoce a Leyla Sofía por el parecido con su madre y le sonríe con ternura, saluda a Tatiana con una inclinación de cabeza y luego a Erminio. Toma a Elodia de la mano y se hace a un lado con ella mientras los demás van a saludar a los viejos que esperan en el corredor y les hacen señas con las manos.

Elodia y Sulay conversan hasta sentir que todo está aclarado. Ninguna de las dos puede creerlo. Luego Elodia corre a saludar a sus padres, que siguen abrazados con la nieta. La felicidad es eso, es sentirse en familia, es disfrutar de la compañía. Todos entran a la vivienda y se dirigen a la cocina, al calor del hogar, que se convierte en el sitio preferido para conversar. Elodia le pide a Sulay y a su hija que la acompañen. Tiene algo que decirles y Tatiana y Erminio dialogan sin descanso con los abuelos.

—Yo aprendí cómo se pueden seguir las huellas de las personas en la selva y Tatiana me va a enseñar a disparar. –Erminio no sabe de qué otra manera agradar a los viejos.

Leyla Sofía, después de escuchar lo que ha sucedido, cree que, aunque Tatiana es estricta, no tendrá problema en dejar que ellos huyan juntos y después dará un informe en donde explique no haber encontrado a los prófugos en el camino ni donde los padres de Elodia. Así que, resueltas las cosas, se devuelven y hablan entre ellos. Todos parecen estar felices por como han ocurrido los hechos. Hablan entre ellos, se hacen preguntas, recuerdan detalles. “Así que Jónatan nos siguió desde el campamento de Jerónimo”, “¿cómo hizo para evadir a Lascario?”, “¿cómo no nos dimos cuenta?”, “¿por qué no encontramos huellas?”, “definitivamente es un baquiano”, vuelve y repite, “nos siguió como la primera vez y de nuevo no nos dimos cuenta”, “y además llega primero que nosotras”, “yo voy a ser así como él”, dice Erminio reclamando atención y Elodia le acaricia la cabeza y le explica que tiene que guardar silencio y él aclara que sí, que él es del comando de Elodia, y los demás ríen.

Sulay pide la dejen ir a hablar con Jónatan para explicarle que no debe tener miedo y Tatiana le aclara que a más tardar al día siguiente deberán salir, ojalá de madrugada, para Puerto Palermo o Miraflores o para donde sea, ella desconfía de Natanael y no le gustó su insistencia para que Eloy y otro guerrillero los acompañaran. Elodia cree que no deben poner en peligro a sus padres. Si los guerrilleros vienen y se dan cuenta de que ellos escondieron a Sulay, los pueden matar. Sulay dice que Nicoi le explicó cómo pueden huir y por dónde deben hacerlo y que si hay riesgo de que Nicoi y Amira sean castigados o que Natanael o Eloy los persigan, ella prefiere salir de una vez por todas. “Esta misma noche”, les dice. Nicoi les recomienda recoger un poco de provisiones para el viaje, que es largo y en el camino van a tardar varios días.

Jónatan ve venir a Sulay y aunque ha escuchado parte de las conversaciones adivina en su rostro las buenas noticias. Las mujeres han aceptado. Todos se saludan con un abrazo largo. La pareja está radiante, se toman de la mano por primera vez, él la besa en la mejilla y ella baja la cabeza; sonríen, caminan juntos de regreso al rancho, van con sus morrales, no caben de la dicha.

—Me gusta mucho verlas –les dice– y les quedaré siempre agradecido de lo que van a hacer por Sulay y por mí.

Erminio tiene la boca abierta, balbucea, trata de hablar, en medio del bullicio no se escuchan sus palabras. Sin embargo se impone con un grito que hace que todos tengan que escucharlo.

—¡Arles! –grita Erminio. Jónatan lo voltea a mirar y con un gesto que le ha visto hacer a Elodia le soba la cabeza.

El muchacho no sabe si reír en medio de la algarabía. Los demás lo voltean a mirar y Jónatan explica que lo conoció en Las Brisas, mientras las esperaba a ellas, y que han estado pescando con Séfiro. “Aprende rápido”, les dice.

—Yo voy a ser como usted para perseguir el enemigo –le repite.

“Serás mucho mejor que yo –le dice Jónatan–, pero mejor lo piensas”. Jónatan recuerda que la maestra Otilia decía que los niños deberían estudiar y no meterse en el monte a echar bala. “Y tenía razón. Eso de pasar la juventud en el monte peleando por una causa desconocida es lo más malo que le puede pasar a cualquiera”, le asegura a Erminio.

—Qué va, estudiar no va conmigo. –Erminio odia la escuela de Las Brisas.

“De eso hablaremos después”, le dice Elodia, “tú tienes que hacer lo que nosotras te digamos”. Y él se somete, dice que sí, acepta, ellas se lo tendrán que llevar al monte y cumplir lo que le han prometido.

—Otra vez hay chillidos de micos en desbandada. –Anochece y a Nicoi no le gusta lo que está pasando.

Deciden recoger los alimentos que puedan: maíz, yucas, plátanos, y salir esa misma noche. No es bueno esperar. En el camino Jónatan podrá pescar. Llevan anzuelos, nilón y cerillas, las que envuelven en plásticos, y unas velas que encontró Nicoi. Las mujeres les entregan las hamacas. Tatiana les da un cuchillo y Leyla Sofía su pistola. “Yo puedo decir que la perdí pasando el caño. Con eso se ayudan”, les dice. Sulay sabe cómo salir por la quebrada y entre los dos decidirán cuál de las opciones que le propuso Nicoi es la mejor.

Se abrazan de nuevo y salen al anochecer, dicen que algún día se volverán a encontrar y la pareja camina sin más preámbulos hacia la quebrada. Van tomados de la mano, apoyados el uno en el otro. En el camino utilizan la pericia de Jónatan para no dejar huellas y la astucia de la india para sobrevivir. Caminan la noche entera y al amanecer están exhaustos. Han hablado de las posibles rutas y ambos coinciden en que será mejor llegar a Calamar y entregarse en la guarnición del ejército. Buscan un lugar, encienden fuego, comen, se calientan y cada uno duerme una hora mientras el otro vigila. “Cuando vamos los guerrilleros estamos acostumbrados a dormir dos horas cada uno, nosotros lo haremos solo una hora para no correr riesgos”, le dice Jónatan. Ella duerme primero y él la contempla en silencio. No la toca para no despertarla, le mira los cabellos negros y los recorre con sus ojos, la cubre con hojas cuando ve que el viento frío le eriza los poros de sus brazos; la protege con su cuerpo, la mira respirar, se le acerca para aspirar su aliento, ve sus pies desnudos y se los aprieta para darles calor mientras observa que de sus labios sale una sonrisa, mira sus senos que se elevan con las respiraciones, sus caderas armoniosas, y la sueña entre sus brazos.

Él duerme después, cuando ella ha logrado despertarse y echarse agua en la cabeza. Ella no es capaz de contenerse y le toma las manos y lo acaricia en la cara. Se levanta y lo observa dormir, vela su sueño. Lo ve de lejos mientras mira a lo largo de la quebrada para estar segura de que nadie los sigue. Le dice palabras quedamente, le canta en idioma indio, le susurra que lo ama. Reinician la marcha hasta que llegan al sitio en donde se divisa un caserío; allí deben decidir si toman hacia el nacimiento del río Itilla o si siguen por el occidente buscando llegar al Caguán. Por fortuna la experiencia con Séfiro les permite probar suerte en uno de los pozos de la quebrada y logran sacar algunos peces con los cuales se alimentan. Esa noche, metidos en el bosque, duermen en sus hamacas, se sienten cerca y entrelazan sus manos.

Sin embargo el deseo del uno por el otro los hace incapaces de dormir, se miran, se besan, se tocan por primera vez y deciden pasar la noche juntos, abrazados, haciendo por primera vez un amor de caricias y de frases tiernas. Y así, abrazados, se quedan dormidos. Al día siguiente se despiertan con la luz del día, miran en derredor y al sentirse de nuevo solos, deciden reanudar el viaje en busca del río Itilla. Buscan el camino y no lo encuentran, así que regresan un poco por la quebrada a ver si lo descubren. Jónatan confía en que el tiempo perdido en buscar el camino lo ganarán luego en el recorrido hacia Calamar. Saben de sobra que tratar de llegar a La Macarena es mucho más difícil y riesgoso.